Narcocapitalismo

Laurent De Sutter

Fragmento

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Capítulo 1

Bienvenidos a Prozaclandia

§ 1

Del síntoma al síndrome

Cuando publicó la sexta edición de su Lehrbuch der Psychiatrie, en 1899, hacía ya mucho que Emil Kraepelin encarnaba un modelo de éxito científico, al menos uno que correspondía a lo que la ciencia alemana de la época consideraba como tal.[1] A los treinta años fue nombrado profesor de Psiquiatría en la Universidad de Dorpat (actualmente Tartu), en lo que aún no era Estonia, y pronto se convirtió en el director de su departamento, y luego del hospital adjunto, el cual dirigía con rigor. En la primera edición del Lehrbuch, el año de su habilitación, Kraepelin había descrito su programa de modo que no dejaba lugar a dudas: era necesario que la psiquiatría adquiriera el rango de ciencia experimental, y aspirase a convertirse en una rama de la medicina. Para este fin, convenía abandonar las preocupaciones metafísicas que habían empañado hasta ese momento el desarrollo de la psicología, y concentrarse en aquello que constituía lo esencial: la comprensión de las causas físicas de las enfermedades mentales.[2] Es evidente que Kraepelin no era el único que pretendía orientarse en el terreno de la medicina de la locura por el camino de las ciencias más robustas; su maestro, Wilhelm Wundt, formaba parte de una ya larga tradición de psiquiatras que soñaban con un conocimiento sólido de la materia.[3] Pero había al menos un punto en el que se diferenciaba de sus predecesores: su voluntad de establecer un panorama completo de las formas principales de enfermedades mentales, para poder ofrecer al fin una clasificación fiable. Creía que el estudio de la causa física ayudaría a resolver las dificultades planteadas por el análisis de los síntomas aislados, reagrupándolos en grandes familias de lo que él llamaba «síndromes».[4] Con cada nueva edición del Lehrbuch se multiplicaban las denominaciones nosológicas y las clasificaciones arborescentes, estableciendo numerosas categorías que prometían ser un gran éxito. Una de las más importantes fue sin duda la de «dementia praecox», introducida en la cuarta edición del tratado, en 1893, que incluía el conjunto de casos donde se constataba el desarrollo de una «debilidad mental» que aparecía a una edad demasiado temprana. Sin embargo, en 1899, a pesar de haberla redactado de nuevo y de forma más concluyente, no fue esta categoría la que produjo la mayor impresión, sino la aparición de una nueva, cuya sofisticación provenía del cortocircuito más brutal: la de «psicosis maníaco-depresiva».[5]

§ 2

Cuando el ser erra

Sorprendentemente, para quien no estuviese familiarizado con su trabajo, Kraepelin no ofrecía una definición de la «locura maníaco-depresiva» (o, más bien, en alemán, «manisch-depressiven Irresein»), sino que se limitaba a describir los rasgos que definían este término. Estos eran de tipo físico, o psíquico, siendo los segundos más numerosos según Kraepelin, y que incluían los «problemas sensoriales» tanto como las «ideas delirantes», la «inhibición de la voluntad» tanto como la «logorrea», etc.[6] Cogidos de manera aislada ninguno de estos síntomas parecía nuevo; era su mutuo ensamblaje, así como su modo singular de despliegue en el tiempo, incluso a través de las generaciones, lo que justificaba esta nueva categoría de «locura maníaco-depresiva». A decir verdad, que los estados «melancólicos» pudiesen a veces alternar con los estados de «manía» próximos a la posesión era algo que los observadores del alma humana habían señalado desde la Antigüedad, y que se había convertido en algo común. Desde Areteo de Capadocia, entre el siglo I y el siglo II de nuestra era, hasta el Diccionario universal de medicina de Robert James, a mediados del siglo XVIII, se sabía que, a pesar de sus diferencias, melancolía y manía formaban dos vertientes de la misma enfermedad.[7] En cierto modo, Kraepelin se había contentado con sintetizar esta historia en una sola categoría nosológica, cuya descripción posteriormente profundizó como nadie había hecho antes, anclándola de manera decisiva en el terreno de lo físico. Para él, la «psicosis maníaco-depresiva» solamente tenía interés en la medida en que daba lugar a signos susceptibles de ser observados y cuyas características indicarían de manera segura el tratamiento que debía prescribirse, en caso de que este existiese. A este respecto, Kraepelin no era muy optimista; a medida que se hacía mayor, su insistencia en la dimensión física de las enfermedades mentales le había empujado a defender posiciones cada vez más favorables al eugenismo y al control genético de las razas.[8] Puesto que las características físicas se transmiten de generación en generación, Kraepelin estaba seguro de que las enfermedades mentales, o al menos la predisposición a desarrollarlas, también se transmiten, sin esperanza de cura ni redención. La locura no se debía a un accidente del que era posible escapar, pertenecía al ser (Sein) mismo del enfermo, cuyo errar (Irre) persistiría hasta más allá de sí mismo.

§ 3

¿Qué es la excitación?

Pese a que Kraepelin no se arriesgaba a definir de manera concluyente la «locura maníaco-depresiva», un elemento inquietante se manifestaba una y otra vez mientras examinaba los síntomas de la enfermedad: la «excitación». Cualquiera que fuese el síntoma descrito, este siempre se diferenciaba en función del estado de «excitación» del enfermo, ya se tratara de una agitación física o psíquica, que podía ser tanto positiva como negativa, concernir tanto la fase «maníaca» como la «depresiva». Así pues, el observador debía centrar su atención no tanto en el síntoma en sí, sino hasta qué punto este se intensificaba debido a la excitación, lo que permitía, asociado a otros síntomas del mismo orden, clasificar al enfermo entre las víctimas de la «locura maníaco-depresiva».[9] En un momento dado, mientras describía aquello que llamaba «la necesidad imperiosa de actividad» del enfermo, Kraepelin admitía que «el aumento de la excitabilidad» –que intensificaba la excitación como tal– debía «quizá» considerarse el «síntoma esencial».[10] La capacidad de ser excitado, más allá de la excitación observable, era lo que constituía el núcleo esencial del síndrome maníaco-depresivo, según Kraepelin lo entendía (el hecho de que una persona afectada por la enfermedad no pudiera dejar de moverse). El errar del ser del enfermo no era un errar lineal o plano; asumía la forma de una oscilación de la que no era posible predecir los movimientos ni tampoco la amplitud: tan solo se sabía que era imposible estabilizar al paciente. El «maníaco-depresivo» era aquel que estaba más sujeto que otros a lanzarse a las montañas rusas ontológicas, abandonando el estado estable del ser a cambio de un desequilibrio tan permanente como intenso. Dicho de otro modo: la «locura maníaco-depresiva» era el estado intenso del ser, una vez que este había renunciado a sus propios principios de constitución; era el des-ser («désêtre») intenso, el desorden del ser como tentación irresistible. Era esto lo que preocupaba a Kraepelin: la excitación señalaba, a su juicio, una ruptura del orden del mundo, un régimen de intensida

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