El gran teatro del mundo (Los mejores clásicos)

Pedro Calderón de la Barca

Fragmento

Gran teatro del mundo

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

El auto sacramental El gran teatro del mundo, escrito por Calderón seguramente entre 1630 y 1635, muy próximo, por tanto, a La vida es sueño, se inscribe, como esta comedia, en lo que podemos considerar la estética barroca dentro del teatro. A esa estética responde la conformación de la arquitectura del texto dramático, su escenografía, su lenguaje y la jerarquización de los personajes, escenas, y acciones. Por ello es imprescindible atender al concepto de “barroco” para comprender con la mayor de las precisiones de qué estamos hablando cuando nos referimos a este auto del dramaturgo madrileño. Desde el punto de vista histórico el período barroco no tiene, como es lógico, unas fechas claramente definidas, pero convencionalmente se suele entender por tal la época que va de la muerte de Felipe II hasta el cambio de dinastía en España con la desaparición de la dinastía austríaca por el fallecimiento de Carlos II y la subsiguiente instauración borbónica en la figura de Felipe V al comienzo del siglo XVIII. Pero esto es una verdad a medias porque el período barroco penetra en la estética literaria todavía bastante avanzado el siglo XVIII en los gustos de muchos poetas e incluso en las preferencias del público teatral, y se puede decir que hasta la prohibición de los autos sacramentales en 1765 con el triunfo de la estética neoclásica y la Ilustración no se puede hablar de la desaparición de la preeminencia barroca. Lo mismo ocurre en la arquitectura y en la pintura, cuya prolongación es evidente hasta bastante entrado en siglo. En otros campos, como la música, se puede decir que su apogeo se produce ya en pleno siglo XVIII, como ocurre en las excelsas figuras de Bach y Hándel en Alemania, Rameau en Francia, Vivaldi y Domenico Scarlatti en Italia (este último pasó los años finales de su vida en la corte española). Por todo ello hay que tener en cuenta estos hechos a la hora de considerar el término “barroco” y sus posibles límites cronológicos.

El Barroco se suele caracterizar en la arquitectura por las formas monumentales en el exterior y por las artes suntuarias en el interior (pinturas, retablos, etc.). En la pintura las composiciones renacentistas verdaderamente escenográficas de Tiziano, Tintoretto y Veronés son la base del desarrollo de los grandes pintores barrocos como Rubens, Rembrandt y Van Dyck en los Países Bajos, Tiépolo en Italia y en España, y en este último país, desde luego, el Greco, Velázquez, Zurbarán, Ribera, Murillo, Valdés Leal y otros, los cuales representan, bajo distintos aspectos, el espíritu del Barroco, desde la voluptuosidad de las formas, el claroscuro, el colorismo, la visión ascética y espiritual, y la idea de un mundo que se debate entre el gozo de la vida y la visión tenebrista de la muerte y sus símbolos religiosos. Se puede decir que en la literatura tenemos todos estos mismos contrastes estéticos e ideológicos. Góngora, Lope de Vega y Quevedo representan todo ello en forma máxima y la herencia que dejan es perceptible en el lenguaje y en la visión del mundo de Calderón de la Barca, tanto en sus dramas, como en sus comedias, sus autos sacramentales y sus entremeses. El llamado despectivamente en su época “culteranismo”, por asimilación consciente con “luteranismo” como sinónimo de herejía, no es sino una forma extrema de la estética gongorina de la que no se iban a liberar ni sus más acerbos críticos. El conceptismo está muy vivo en Quevedo y en Gracián, y no es sino una forma de ingenio en la expresión de las ideas llevado a un límite, que por otra parte no es enteramente nuevo, pues los juegos de ingenio verbal ya estaban muy presentes desde los Cancioneros del siglo XV en España.

Además, el Barroco no nace exactamente de una oposición al Renacimiento, sino como una prolongación del mismo, de sus ideales humanísticos, alumbrados por los caracteres religioso-místicos de esa época en España. Si a esto añadimos las especiales circunstancias históricas del momento tendremos que entender que la situación política y social de la España barroca procede de la peculiar idea imperial de Carlos V, de la herencia que deja a su hijo Felipe II de dimensiones casi inabarcables, y del agotamiento económico y social subsiguiente al mantenimiento, guerras e inseguridad que alejan en el hombre español el sentimiento de equilibrio y optimismo renacentistas. Crisis que se refleja muy bien en la obra cervantina, principalmente en el Quijote, y de la que serán herederos los artistas de la época que estamos viendo. Frente al idealismo renacentista surge el desengaño de la realidad de la que se hace sátira a veces cruel, como sucede en El Buscón de Quevedo o en El diablo cojuelo de Vélez de Guevara. Así, lo satírico y burlesco toma carta de naturaleza incluso en la poesía, donde los temas clásicos son puestos en tela de juicio y se hace burla de ellos por muy serios que pudieran ser (como sucede con las fábulas de Píramo y Tisbe, Hero y Leandro, Apolo y Dafne, Dido y Eneas, Céfalo y Procris, etc.).

La situación histórica no corre paralela al auge de la vida cultural, y el Imperio que consiguió mantener y ampliar incluso Felipe II empieza a dar muestras de resquebrajamiento con Felipe III, Felipe IV (al que todavía denominan el Grande), y de franca decadencia ya con Carlos II. En realidad, frente al gobierno burocrático y personal del Felipe II, surgen en los monarcas que le suceden los validos que tratan de mantener un poder a veces al margen de los débiles reyes a quienes más que asesorar sustituyen en las labores políticas. La corrupción en la atribución de responsabilidades y de cargos, el dispendio de dinero en lujos excesivos por parte de la nobleza y de la corte, el aumento de la pobreza y los conflictos bélicos, en los que es ya raro el triunfo de los ejércitos españoles en Europa, traen como consecuencia el desánimo, la incertidumbre y a la vez la incredulidad de que el papel del país ya no juega en el concierto mundial ni el influjo, ni el poder que tuvo antes. No obstante, las artes florecen por la ayuda de los monarcas y de muchos nobles que ejercen de mecenas y colaboran en el mantenimiento y ayuda de artistas y escritores. Las Academias literarias tienen todavía un papel importante, la Iglesia protege los bienes de la cultura y colabora en el sostén de actos de beneficencia que ayudan a paliar el hambre y la miseria de muchos desgraciados, pese a que en ciertos casos algunas de sus jerarquías se oponen por ejemplo al teatro profano. De la misma manera la corrupción invade el mundo eclesiástico con la relajación de las costumbres, la venta de bulas y otros beneficios espirituales. Ya esto había intentado ser atajado por la Reforma protestante en algunos aspectos que incluso atañían a la ortodoxia, por lo que la llamada Cotrarreforma plasmada en el Concilio de Trento (1542) intentó remediar mediante la plasmación de unos dogmas que evitaran o contrarrestaran la influencia de la herejía y de paso corrigieran los propios vicios de la Iglesia. Esto es lo que constituyó la verdadera Reforma católica a la que se adhirieron los monarcas españoles c

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