Asesinos en Roma 4

Caroline Lawrence

Fragmento

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Una calurosa mañana en el puerto romano de Ostia, dos días después de los idus de septiembre, un niño de ojos oscuros contemplaba con tristeza cuatro regalos.

El niño y sus tres amigos se hallaban en un pequeño triclinio, sentados sobre cojines en torno a una larga mesa octogonal. Era una habitación agradable, con las paredes de color rojo cinabrio y el suelo de mosaicos blancos y negros, que se abría a un jardín interior lleno de vegetación, después de dejar atrás unas columnas. La suave brisa del mar agitaba las hojas de la higuera, y se oían las salpicaduras de la fuente.

—Lo digo en serio —afirmó el niño—. Siempre ocurre algo malo el día de mi cumpleaños.

—Jonatán —suspiró su amiga Flavia Gémina—, el mes pasado lograste sobrevivir a una erupción volcánica, a un coma y al secuestro de unos piratas. Y ahora estás en tu casa, bien protegido, y hace un día precioso. ¿Qué puede pasar? No seas tan pesimista.

—¿Qué es un sepimista? —preguntó una niña de piel oscura que vestía una túnica amarilla y bebía zumo de granada a sorbitos. Nubia había sido esclava de Flavia. Llevaba pocos meses en Ostia y, aunque aprendía muy rápido, no hablaba latín con soltura.

Flavia bebió también un poco de zumo de granada y luego mostró en alto la copa de cerámica.

—Nubia —dijo—. ¿Qué opinas? ¿Esta copa está medio vacía o medio llena?

Nubia miró atentamente el líquido de color rubí y respondió:

—Medio llena.

—Pues entonces eres optimista. Las personas optimistas siempre ven el lado bueno de las cosas. ¿Y tú qué piensas, Jonatán, que está medio llena o medio vacía?

—Medio vacía —contestó Jonatán mientras observaba el contenido de la copa de Flavia—. Y el zumo de granada no es gran cosa, resulta demasiado amargo.

Flavia le dirigió a Nubia una sonrisa burlona.

—¿Lo ves? Jonatán es pesimista, o sea, de esas personas que siempre esperan que ocurra lo peor.

—No soy pesimista —protestó Jonatán—. Soy realista.

Flavia se echó a reír y le pasó la copa al más pequeño, un niño que vestía una túnica de color verde mar, del mismo tono que sus ojos.

—Y tú, Lupo, ¿qué crees? —preguntó—. ¿Dirías que la copa está medio vacía o medio llena?

—No puede decir nada —señaló Jonatán—. No tiene lengua.

—¡Chitón! —ordenó Flavia—. A ver, Lupo, ¿medio vacía o medio llena?

Lupo se bebió el contenido de la copa.

—¡Eh! —protestó Flavia.

Pero todos se rieron cuando Lupo escribió en su tablilla de cera:

COMPLETAMENTE VACÍA.

Lupo sonrió sin alzar la vista. Estaba escribiendo algo en la tablilla: con un estilo de latón raspaba la cera de abeja dejando al descubierto la madera de la base. Cuando acabó, se la mostró a Jonatán:

¡ABRE REGALOS!

—Muy bien, de acuerdo —dijo Jonatán—. Abriré el tuyo primero. —Escogió un mugriento pañuelo de lino, atado con un cordel viejo, y lo sostuvo en la mano—. Pesa y tiene bultos y... —Jonatán volcó el contenido sobre la mesa octogonal—. Son piedras. ¡Me has regalado piedras en mi cumpleaños!

—No son piedras corrientes —explicó Flavia—. Lupo las estuvo buscando durante mucho tiempo.

Lupo asintió vigorosamente.

—Son lisas y redondeadas y resultan perfectas para tu honda —aclaró Nubia sosteniendo una—. ¿Lo ves? Ahora abre mi regalo. —Depositó un rollo de papiro en las manos de Jonatán.

Éste desenrolló el papiro y se encontró con una correa de cuero.

—¿Un collar de perro? —dijo frunciendo el entrecejo—. ¿Para que puedas llevarme a pasear sin preocuparte de que me escape?

—Mi regalo es para ti y también para Tigris —explicó Nubia—. Tal vez sea más para Tigris.

Jonatán esbozó una sonrisa irónica y le enseñó el collar a su cachorro, Tigris, que roía un hueso de cordero debajo de la mesa.

—Gracias, Nubia, y gracias a ti también, Lupo. Piedras y un collar de perro. Esta mañana, Miriam me ha regalado un ábaco y mi padre, una capa nueva. No cabe duda de que todos los regalos son muy útiles —suspiró.

—Bueno, sé que el mío te va a gustar —comentó Flavia, entregándole una bolsa de lino azul—. No sirve para nada.

—Vaya, vaya. Un regalo de Flavia. Me pregunto qué será. Tiene el tamaño y la forma de un rollo. Y sorpresa, sorpresa... es un rollo: ¿La poesía amorosa de Sexto Propercio? —Jonatán miró a Flavia con asombro—. ¿No es éste el rollo que tú querías?

—¿Ah, sí? —Flavia sonrió avergonzada—. No, creo que a ti te va a gustar muchísimo, Jonatán. Se trata de un precioso poema sobre una hermosa joven de cabello rubio, como quien tú sabes.

Jonatán puso mala cara, dejó a un lado el rollo y examinó la bolsa azul que había servido de envoltorio.

—Pero esta bolsa me gusta mucho —dijo en un tono más animado—. Podría utilizarla para guardar las estupendas piedras de mi honda.

—Oh, no puede ser —repuso Flavia, desplegando el nuevo rollo de Jonatán—. Es de pater. La he usado sólo como envoltorio.

Jonatán volvió a suspirar.

—¿Y esto de quién es? —Alcanzó el último regalo, una pequeña bolsa de seda amarilla.

—Es de quien tú ya sabes —dijo Flavia mirándolo—, de Pulcra y de Félix. Pulcra me preguntó cuándo era tu cumpleaños, y me entregaron esto antes de que nos marchásemos de su casa.

—Y esto... —balbuceó Jonatán—. Es un regalo precioso.

Sostenía una jarrita de arcilla de color albaricoque, decorada con figuras negras vidriadas.

—Pulcra me dijo que la jarra procede de Corinto —explicó Flavia—. Se llama alabastrón. Es muy antigua y tremendamente cara.

—En casa de Pulcra todo es tremendamente caro —comentó Jonatán irónicamente, aunque parecía contento, y les mostró el regalo a los demás, muy orgulloso.

—Fíjate, Nubia —dijo Flavia—, es una escena del poema que hemos estudiado en la clase de esta mañana: Ulises y sus tres compañeros le arrancan el ojo al cíclope con la punta de una estaca.

—¡Por las barbas del gran Neptuno! —exclamó Nubia—. ¿Y por qué hacen semejante cosa?

—Porque es un gigante viejo y feo que quiere comérselos —respondió Jonatán, mientras raspaba la cera amarilla del tapón de corcho.

—Eso es —asintió Flavia—. ¿Te acuerdas de que Aristo nos contó que Ulises tardó diez años en regresar de Troya? El cíclope Polifemo era uno de los monstruos a los que tuvo que enfrentarse en su largo viaje de vuelta a su patria.

—Ya me acuerdo —afirmó Nubia—. Es el héroe cuya esposa siempre está tejiendo y destejiendo.

—Efectivamente —afirmó Flavia—. Todo el mundo lo daba por muerto y los hombres querían casarse con la reina Penélope para convertirse en reyes. Pero era una esposa fiel y nunca perdió la esperanza. Sin embargo

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