Cuentos para criar con amor y respeto

Armando Bastida

Fragmento

cap-1

TÚ TAMBIÉN ERES ÚNICA E IRREPETIBLE

Era el primer día de colegio y Aroa, que tenía seis años, no estaba muy contenta. La familia la había animado mucho porque ese año iba a ir por primera vez al colegio de mayores, pero estaba disgustada porque la habían separado de Martina, su mejor amiga.

Y no solo faltaba Martina, sino que, además, ¡había demasiadas mesas y sillas! Y eso hacía que tuvieran que pasar mucho más tiempo quietos, sentados en sus pupitres, y que quedara ya lejos lo de descalzarse y jugar por el suelo. Ah, y tampoco estaba el profe con el que había estado dos años seguidos, Víctor. Ahora tenía a una nueva profesora, Ángeles.

En la nueva clase había muchos menos juguetes y juegos, y muchos más libros. Según Aroa, demasiados. A ella le gustaban mucho los libros y los cuentos, pero los del colegio tenían muchas más letras y menos dibujos, y le agobiaba pensar que, si tenían que leer tanto, quizá no les quedaría tiempo para jugar.

Ya en las primeras semanas se dio cuenta de que ese año tenían que empezar a leer y escribir, y aunque le hacía cierta ilusión, pronto se percató de que todos aprendían más rápido que ella.

 

imagen

 

Y es que Aroa siempre había tenido problemas con el desarrollo del lenguaje. Cuando era más pequeña, veía cómo todos se explicaban cosas en clase y ella, a pesar de que les entendía, no era capaz de usar bien las palabras y apenas podía contarles alguna cosa. Solo decía unas pocas palabras y, cuando lo hacía, se quedaban mirándola callados, intentando entenderla, porque las pronunciaba de forma diferente.

Por eso empezó a ir una tarde a la semana a un logopeda, y aunque llevaba ya tres años yendo, seguía costándole hablar de manera que los demás la entendieran bien. De hecho, quien mejor la entendía era Martina, pero ahora ya no estaba en su clase, así que se sentía un poco sola e insegura.

Los lunes por la mañana, la profesora Ángeles preguntaba a todos los niños y las niñas qué habían hecho el fin de semana para que todos tuvieran la oportunidad de explicar cosas de su vida a los demás y que así se conocieran mejor.

Aroa siempre decía que no habían hecho nada especial y que habían pasado el fin de semana en casa. Pero era mentira. Casi todos los fines de semana hacía cosas divertidas, como ir de excursión a la montaña, visitar museos rarísimos, ver obras de teatro, sacar libros de la biblioteca, ir a pueblos desconocidos, comer en sitios nuevos, irse de acampada…, y siempre con su familia, lo cual era genial.

Pero llegaba el lunes y Aroa se ponía nerviosa porque creía que no lo sabría explicar, que no la entenderían y que algún niño se burlaría de ella, como el bruto de Biel, que siempre le preguntaba cosas para reírse de cómo hablaba.

—Aroa, ¿tú qué has hecho este fin de semana? —preguntó un lunes su maestra.

—Nada. En casa —contestó Aroa, sin ganas de seguir hablando.

—¿Todo el fin de semana?

—Sí. En casa y el parque.

—Ah, entonces sí que habéis salido de casa. ¿Quieres contarnos qué tal te lo pasaste en el parque?

—No —contestó Aroa pensando que no debería haber dicho nada más.

Y lo mismo pasaba cuando tenían que leer en clase, cada uno una palabra. Se quedaba bloqueada porque todos leían más o menos bien. A ella, aunque entendía las palabras del libro, le costaba más decirlas.

Todos estaban aprendiendo a leer y escribir, y ella se sentía fatal y diferente. Y sola. Al menos hasta que llegaba la hora del patio, que era cuando podía compartir algunos ratos con Martina.

Un día, estaban ellas dos en el patio cuando otra niña se les acercó.

—Hola, soy Eva. Tú eres Aroa, ¿verdad? Vamos juntas a clase. Y tú, ¿cómo te llamas? —dijo dirigiéndose a Martina.

—Yo soy Martina, voy a la otra clase. Eres nueva, ¿verdad?

—Sí, vengo de otro colegio. ¿Puedo quedarme aquí con vosotras?

—Sí —contestó Aroa, que se quedó mirando las zapatillas de Eva.

—Ah, sí, mis zapatillas… Todo el mundo las mira. En una tengo más suela que en la otra porque tengo una pierna más larga y siempre me tienen que hacer zapatillas especiales.

—Me gustan —respondió Aroa.

Una de las suelas era muy gruesa, pero las zapatillas eran azul turquesa y tenían unas flores muy bonitas con lentejuelas.

—A mí no. Pero las necesito así. El día que me veas correr te darás cuenta de que siempre, siempre, soy la última —explicó Eva, como si ya no le importara demasiado.

—Yo tampoco corro mucho —dijo Martina, intentando animarla.

—Mi padre siempre dice que él solo correrá el día que lo persigan o cuando llegue tarde a algún sitio. Aunque creo que lo dice para animarme. Y para que me ría.

—Tu papá es gracioso —dijo Aroa, contenta de haber hecho una nueva amiga.

imagen

Pasaron las semanas y las nuevas amigas compartieron cada vez más tiempo. Con Martina y Eva, Aroa sentía que podía ser ella misma. No les importaba si hablaba mejor o peor, o si tardaba un poco más en decir las cosas. Martina y Eva la entendían. Y no solo eso, sino que a las dos les encantaba estar con ella, porque les parecía que hacían un gran equipo juntas.

Eva y Aroa compartían muchos ratos en clase, y a Aroa le gustó descubrir que Eva tenía siempre grandes ideas y hacía planes increíbles. A ella lo que se le daba genial eran las manualidades, los juegos de mesa y dibujar. Aroa le contó a su amiga que Víctor, el profesor del año anterior, siempre se quedaba un buen rato mirando sus dibujos. Y decía que era fascinante el nivel de detalle y la cantidad de cosas que llegaba a comunicar teniendo solo cinco años. Era como si todo lo que no podía decir con las palabras lo dijera con las manos.

Una tarde, Aroa y Eva fueron juntas al parque con el abuelo de Aroa. Estaban jugando a sus cosas, pasándoselo genial, cuando apareció Biel con otros niños. A las dos amigas no les caía muy bien, porque siempre acababa riéndose de ellas y diciendo que eran bichos raros.

—¿Podemos jugar con vosotras? —les preguntó Biel.

—No. Estamos jugando solas —respondió Eva, que sabía que no tenía buenas intenciones.

—¿No quieres jugar con nosotros, Aroa? —dijo Biel.

Pero Aroa no respondió.

—¿Por qué no hablas? ¿Por qué nunca hablas? ¿No sabes hablar? —insistió él.

—¿No sabes hablar? —repitió un amigo suyo.

—¡Dejadla en paz! —salió en su defensa Eva—. ¡Ya os hemos dicho que no queremos jugar con vosotros!

—¿Eres tonta, Aroa? Si no sabes hablar es porque eres tonta. Y a ti, Eva, ¿qué te pasa en los pies? —se burló Biel, que no soportaba que le dijeran que no.

 

imagen

 

Aroa se enfadó tanto que corrió hacia Biel y le pegó. ¿Por qué era tan malo? ¿Por qué era tan malo con ellas? ¡Si no le habían hecho

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos