Mecanismos internos

J.M. Coetzee

Fragmento

cap-1

 

INTRODUCCIÓN

¿Qué tiene de atractivo leer una recopilación de reseñas de libros e introducciones literarias a cargo de un escritor conocido sobre todo por su ficción? Las novelas de J. M. Coetzee han sido aclamadas en todo el mundo; dos han recibido el premio Booker, y fue su ficción lo que le hizo ganar el Nobel de Literatura en 2003. En algunos de sus libros se mezclan la ficción y la no ficción, y en varias ocasiones ha utilizado un personaje de ficción —en especial, una escritora australiana llamada Elizabeth Costello— para referirse a cuestiones importantes de la actualidad. Sin embargo, en Mecanismos internos Coetzee habla con su propia voz, continuando con una prolífica carrera como reseñador y crítico que ya ha visto la publicación de tres compilaciones de ensayos.

Hay dos incentivos obvios para pasar de la ficción a la prosa crítica: la esperanza de que estas composiciones más directas arrojen luz sobre las novelas, que son a menudo oblicuas, y la convicción de que un escritor que, en sus obras de la imaginación puede llegar al punto central de tantos asuntos preocupantes y urgentes, seguramente tiene mucho que ofrecer cuando escribe, por así decirlo, con la mano izquierda. En especial, siempre es interesante ver cómo se relaciona con sus pares un autor que está en la primera fila de su profesión, al comentar sus obras no como un crítico, desde el exterior, sino como alguien que trabaja con las mismas materias primas. Hay sobradas evidencias de la probabilidad de que la segunda expectativa se cumpla. La escritura no ficcional y semificcional de Coetzee, tomada como un todo, representa una contribución sustancial y significativa a la vigente discusión sobre el lugar de la literatura en la vida de individuos y culturas. Las entrevistas y ensayos publicados en Doubling the Point, los estudios sobre la literatura sudafricana y sobre la censura en White Writing y Giving Offense y las «lecciones» de Elizabeth Costello exploran, entre muchos otros tópicos, la continuidad entre lo estético y lo erótico, las responsabilidades del autor y el potencial ético de la ficción. El hecho de que las novelas y las memorias de Coetzee sean escenario de cuestiones similares es testimonio de la integridad y persistencia de su comprensión de la vocación artística.

En 2001, Coetzee publicó Costas extrañas, una recopilación de ensayos escritos entre 1986 y 1999, la mayoría de los cuales aparecieron por primera vez en el New York Review of Books. Coetzee sigue escribiendo habitualmente para ese medio, y el presente volumen también está compuesto, en gran medida, de reseñas realizadas de acuerdo con las normas, tanto generosas como exigentes, de ese suplemento literario, a las que se añade una selección de otros ensayos, escritos en su mayor parte como introducciones a reediciones de obras literarias. A pesar de que los capítulos de este libro se presentan bajo el disfraz de artículos ocasionales, son una continuación, de otra manera, de la investigación de Coetzee sobre el lugar y el propósito de la literatura, así como, lo que debe acentuarse, sobre sus placeres y sus desafíos. Mientras que al lector de las reseñas en la forma en que se publicaron originalmente se le invitaba a considerarlas, más que nada, como elementos aislados, al lector de este volumen se le alienta a que las vea como artículos relacionados entre sí.

La mayoría de los capítulos siguientes ofrecen un retrato del artista en el contexto del libro o los libros específicos que se analizan, y en su conjunto ilustran con mucha nitidez la variedad e imprevisibilidad de las vidas de escritores en el siglo XX. (Hay un escritor decimonónico, Walt Whitman, un poeta muy de su época y, al mismo tiempo, ajeno a ella.) Los primeros siete —Italo Svevo, Robert Walser, Robert Musil, Walter Benjamin, Bruno Schulz, Joseph Roth y Sándor Marái— conforman un grupo muy interrelacionado; todos sus miembros nacieron en Europa a finales del siglo XIX y experimentaron, durante su juventud o su mediana edad, los trastornos de la Primera Guerra Mundial; muchos de ellos sobrevivieron, o llegaron a ver también la Segunda Guerra Mundial. A pesar de sus diferentes orígenes nacionales y étnicos (italiano, suizo, austríaco, alemán, polaco, húngaro y galitziano), los distintos idiomas en que escribían, y las trayectorias separadas de sus vidas, hay conexiones discernibles entre ellos. Todos sentían la necesidad de explorar a través de la ficción la desaparición del mundo en el que habían nacido; todos registraron las ondas expansivas del nuevo mundo que estaba surgiendo. Su origen burgués no los protegió de las tribulaciones del exilio, del desposeimiento y a veces de la violencia personal. Cuatro eran judíos, dos de los cuales murieron como resultado de la persecución nazi. (Entre los siete, la excepción a este modelo es uno de los judíos, Italo Svevo, que permaneció en Trieste hasta su muerte. El recorrido diferente de su vida puede explicarse, en parte, por el hecho de que murió en 1928; como nos dice Coetzee, la viuda de Svevo tuvo que vivir escondida durante los años de la guerra, y el nieto de ambos, que la escondió, fue fusilado por los nazis en 1945.) Lo que surge de este conjunto de ensayos es una Europa marcada por una transición dolorosa, y una serie de obras literarias cuya originalidad puede verse como una reacción necesaria del artista a cambios tan abarcadores. Hay una figura obvia que está ausente (aunque se la menciona en relación con varios de estos escritores): Franz Kafka, cuya obra parece sintetizar de forma concentrada muchas de las pasiones y las dificultades más extensamente exploradas por estos siete autores.

En un segundo grupo de escritores, pasamos de la crisis europea de mediados de siglo al período subsiguiente. En estos estudios sobre Paul Celan, Günter Grass, W. G. Sebald y Hugo Claus es más difícil discernir un patrón, puesto que las historias tanto nacionales como individuales divergen de una manera más marcada, aunque el oscuro pasado reciente de Europa sigue siendo un punto de referencia constante.

En la segunda mitad de este volumen, Coetzee se ocupa en mayor medida de obras escritas en inglés. (Como relata en Infancia: escenas de una vida de provincias, se educó con el inglés como su primera lengua, aunque sus padres hablaban afrikáans; también se siente cómodo con el holandés y el alemán, como sugieren sus comentarios sobre obras en esos idiomas.) Se detiene en las intensidades morales de Graham Greene, las intensidades existenciales de Samuel Beckett, y las intensidades homoeróticas de Walt Whitman. Y el estudio de Whitman introduce otro grupo, esta vez de escritores norteamericanos, con un conjunto de barreras y oportunidades creativas totalmente diferente al de los europeos. La biografía de Faulkner, así como los biógrafos de Faulkner, son el tema de otro capítulo, y el relato sobre los años desperdiciados escribiendo mediocres guiones para Hollywood presenta una dificultad muy distinta a lo que implica escribir en un contexto de naciones enfrentadas. En las primeras novelas de Saul Bellow, en la película Vidas rebeldes[*] de Arthur Miller y John Huston, y en la fantasía histórica La conjura contra América de Philip Roth nos encontramos con tres versiones de la América del siglo XX, con todas sus imperfecciones. El compromiso de Coetzee tanto con el arte como con la ética se percibe claramente cua

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