Prólogo
Londres, junio 1838
Pasaba de la medianoche cuando Mathias había decidido que ya era momento para retirarse, ya que no había nada interesante en aquel baile y la presencia de su familia lo tenía aislado, debido a que ninguno de ellos se había enterado de su presencia ahí, y tampoco quería que se enteraran.
Se había presentado en aquel baile con un único objetivo: localizar a Melissa Brogman, ya que su mejor amigo le había hecho un encargo referente a ella, lo que no tomó en cuenta es que apenas la conocía y detrás de una máscara iba a ser imposible encontrarla. Se dirigió a la mesa de bebidas y pidió un trago de whisky, aún no había bebido y, ya que se iba a retirar, era el momento de empezar; como cada noche, se iría ebrio a la cama y en compañía de una mujer si es que le apetecía, aunque de momento no había dejado de pensar en aquellos ojos color plata que había visto hacía un par de horas y que por más que los buscara no había tenido suerte en encontrarlos nuevamente.
¿Se habrá ido ya?
No entendía qué era lo que le había sucedió al ver ese destello rubio pasar frente a él, pero su corazón —que hasta el momento había pensado que no tenía— latió con fuerza y se sintió tan atraído por ella que no pudo evitar acercase y decirle lo más estúpido que en su vida había dicho a una mujer, la realidad era que en ese momento así lo había sentido y hubiera dado lo que fuera solo para volver a ver aquellos ojos, que, en este momento, al ver la luna desde la terraza se los recordaban.
Buscó otro trago de whisky y nuevamente se dirigió a la terraza; debía admitir que la propiedad de los Rosethon era hermosa y que, a pesar de que sus familias habían sido amigas desde hacía muchos años y había varios vínculos, era la primera vez que la visitaba. Sus jardines eran hermosos, pero no era de extrañarse, ya que la condesa adoraba tanto las flores, al igual que su madre, por lo que dedicaba su mayor tiempo a ellas. Dio un vistazo al salón y pensó que tal vez alguna de todas esas damas pudiera estar disponible para él esa noche; tal vez debía de dar un último recorrido, aunque eso de buscar damas complacientes y disponibles ya le estaba aburriendo, desde que había terminado la relación que mantenía con Amanda Hamilton hacía más de seis meses, ya que la muy zorra le había armado una escena de celos, y ella había sido la que se había ido con uno de sus amantes y además de eso había insinuado que tenía sentimientos hacia él, cuando habían acordado que la relación que iban a mantener no era de exclusividad, sino para placer cuando a alguno de los dos le apeteciera. Por ese motivo únicamente se presentaba en los bailes o distintas actividades sociales casi siempre con su mejor amigo y esperaba una sonrisa o mirada coqueta de alguna dama, para lanzarse a la caza.
Bebió el contenido de su copa y se dirigió a buscar otra, esta vez se dejó atraer por un bocadillo cuando la vio venir; venia del mismo salón en donde la había encontrado horas antes. Pasó frente a él y no pudo evitar quedar prendado de ella, la observó dar un vistazo al salón y dirigirse hacia uno de los costados en donde estuvo unos minutos, luego se perdió en una de las entradas que daban al jardín; no lo pensó y la siguió, debía saber quién era y si no aprovechaba esa oportunidad no habría otro momento, así que la siguió con cuidado de que no se diera cuenta por el jardín a una distancia prudente y la vio sentarse en una de las bancas a admirar la luna, aquella luna tan parecida a sus ojos. Se acercó despacio a ella y sin pensarlo dijo lo primero que se le vino a la mente:
—¡Te encontré! —Pudo notar la sorpresa con la que lo miró; sus ojos lo estudiaban con curiosidad, como si ella en ese momento hubiese estado pensado en él, y debía admitir que le gustaba pensar que realmente fuera así.
—Había pensado que no te volvería a ver, aunque presiento que estamos destinados a estar juntos, iba a ser cuestión de tiempo para que nos reencontráramos.
¿No podía haber dicho otra cosa?
¿Qué diablos le estaba pasando con esa mujer? no solo lo hacía decir lo primero que se le viniera a la mente, sino que lo ponía nervioso.
—Milord, está usted muy seguro de que estábamos destinados —dijo en un tono muy serio.
—Te lo dije antes y te lo repito, eres el amor de mi vida.
¿Qué? Otra vez le decía eso, aunque ya se lo estaba creyendo; su corazón galopaba como mil caballos en una competencia y esa sensación de plenitud que sentía junto a ella no la había sentido nunca.
—¿A cuántas damas le ha dicho lo mismo?
¿Acaso sabía quién era él? No, era imposible y, por lo que había observado, ella no lo sabía.
—Me creería si le dijera que es a la primera a quien se lo digo.
Y así era, ya que nunca se había sentido tan tonto frente a una mujer.
—Si debo ser sincera, diría que no. No le creería.
¿Ni tras una máscara podía ocultar quién era? Dibujó una sonrisa llena de coquetería en donde se marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda.
Hoyuelo que no pasó desapercibido para ella.
—Créalo, ya que así es —aseguró.
—Ni siquiera sabe quién soy o si ya me ha visto antes.
—No lo necesito, fue mi alma quien la reconoció y puedo apostar que la suya también lo hizo.
Realmente estaba perdido, ya que se dio cuenta de que en ese instante decía la verdad.
—¿Qué está dispuesto a apostar? —indagó dibujando una pequeña sonrisa.
—Toda mi fortuna —dijo muy seguro.
—En ese caso, creo que a mi alma se le ha olvidado avisarme. ¿Soy millonaria? —Dibujó una sonrisa.
Mathias no pudo evitar soltar una carcajada, estaba totalmente embelesado por esa mujer.
—Dígame que no lo siente, esa atracción, eso que hace que estar junto a usted sea diferente.
Como deseaba que dijera que sí, que lo sentía, por un instante se dio cuenta de que necesitaba que su repuesta fuera afirmativa; la observó expectante y la vio pensativa, una llama de esperanza se encendió en su pecho.
—Si he de ser sincera, no sé de qué me habla —dijo casi en un susurro.
—Oh, mi bella niña, sé que lo sabe y lo siente.
—Cuénteme a cuántas damas ha dicho eso, no mejor no, ya que no me gustaría saberlo.
Se sentó junto a ella y al tenerla aún más cerca sintió su corazón galopar más rápido. Y una corriente eléctrica atravesar su cuerpo.
—Voy a ser sincero y sé que no me lo va a creer, pero a ninguna.
—Soy la excepción, será porque aún no caigo rendida a sus brazos.
La verdad es que no se le había pasado esa idea por la mente.
—Qué más quisiera, pero no, es usted, cómo explicarlo, es la primera vez que lo siento.
—No sé qué decirle —titubeó.
Tomó valor y le tomó el rostro con una mano y la hizo fijar su mirada en la de él; estaba llena de sorpresa y un brillo encantador.
—Sus ojos son idénticos a la luna, grises grandes y brillantes, son muy hermosos.
La vio sonrojarse, se veía hermosa, al menos sus mejillas rosas.
—G-gracias, los suyos también son hermosos.
Dejó de observar sus ojos y bajó la vista a sus labios: eran carnosos; la vio morder el inferior. Qué tentación era probarlos.
—¿Qué me haría si la beso?
La observó bajar la vista a su boca y no pudo contener las ganas de querer devorar la de ella; lo sintió como una invitación y, sin darle tiempo de responder, bajó su rostro y se apoderó de su boca; empezó a mover los labios despacio, con suave roces, ahí se dio cuenta de que era inocente y que no había besado, por lo que los lamió pidiéndole permiso para entrar; la sintió titubear, aun así abrió su boca y la invasión de su lengua la tomó por sorpresa, no lo rechazó; cuando sus lenguas se encontraron, danzaron saboreándose; su boca era deliciosa, era dulce y estaba extasiado; había olvidado dónde estaba o qué estaba haciendo ahí, solo se concentró en aquella boca que saboreaba con deleite; se separó poco a poco, mordiendo su labio inferior y succionándolo; fijó su mirada en los ojos de ella, su brillo era espléndido; acarició con cariño su rostro sin perder el contacto de su vista.
—Dígame que lo ha sentido.
—Yo-yo... creo que sí... —admitió, con un suspiro.
—¿Ahora sí me cree que estamos destinados?
La notó ponerse pensativa y hasta concentrada, dio un vistazo a su alrededor y fijó nuevamente sus ojos en él.
—Creo que el baile ya ha acabado, debería volver.
—¿Puedo saber quién eres, quien está tras esa máscara?
La vio suspirar y le regaló una mirada que no pudo definir.
—Si está tan seguro de que estamos destinados, cuando nos volvamos a encontrar sin máscaras nos vamos a reconocer.
—Estoy muy seguro, por eso lo haré como dices, por lo que te prometo que el día que te vuelva a encontrar te convenceré de que eres el amor de mi vida.
Prometió, aunque en ese momento ya no pensaba en lo que decía.
—Si eso sucede estaré ansiosa de que me convenzas.
Tomó su rostro y la besó nuevamente, segundos después ambos se despidieron con una promesa. Mathias aún no estaba del todo seguro de si la reconocería como había dicho, pero sí estaba seguro de que esa noche había encontrado al amor de su vida. Se dirigió a su casa y por primera vez en cuatro años no se había ido a la cama ebrio.
1
Nataniel Beckham le arrebató de las manos la copa de whisky que acaba de servirse, era la tercera vez que lo hacía, no lo había dejado dar ni siquiera un sorbo al dichoso trago y lo necesitaba, ya que lo había encerrado en aquella habitación para darle el mejor y más largo de sus sermones; no era la primera vez que lo sermoneaba, pero ninguno había sido como ese y lo peor es que, en realidad, él no tenía absolutamente nada que ver con la muchacha; claro, por más que se lo decía a su padre, este no le creía, todo gracias a su brillante reputación de libertino, pero es que no podía decir toda la verdad, ya que había prometido a su amigo que guardaría el secreto y que lo ayudaría, y eso había estado haciendo cuando lo encontraron en el jardín de los Collen, con lady Melissa Brogman, la hija de Edward Brogman, el duque de Rusterd, en una escena un poco comprometedora para la vista de cualquiera que creyera que un abrazo era indecoroso, o sea, de todos, especialmente del duque, y si a eso le agregaban su reputación...
Jordán Hugh había sido su mejor amigo desde el colegio y su compañero de andanzas desde que había regresado de Norteamérica unos años más tarde que él, hasta hacía unos meses que había conocido a Melissa Brogman y se había reformado, ya que estaba muy enamorado, pero el duque no le permitió su cortejo y la prometió con un viejo asqueroso. Luego de que el duque lo amenazara de muerte para que se alejara de Melissa, Jordán había desaparecido, no había huido como todos creían por la amenaza, sino porque tenía un plan en marcha y necesitaba que Mathias le entregara una carta a su amada, favor que hizo Mathias, y eso fue lo que ocasionó que la muchacha se soltara a llorar, pensando que la había abandonado y Mathias la consolara; en ese preciso momento el duque apareció y los encontró dando una escena.
Y lo peor había sido que el viejo duque había tenido la osadía de amenazarle de muerte, pero Mathias no se dejó amedrentar por tal amenaza, sacándole pecho y retándole a que lo hiciera delante de los invitados, lo que ocasionó que se organizara un duelo después del quinto día, al amanecer —bien decía su vieja amiga que esa valentía le iba a ocasionar problemas—, aunque no le importaba, así que él no se iba a dejar amenazar así como así por un loco como ese, que creía que todo lo resolvería de esa forma, dando amenazas por doquier y más de un pobre tonto se las creía. La noticia viajó hasta Worcestershire, directo a la casa de sus padres, lo que ocasionó que Nataniel Beckham, conde de Whistport viajara inmediatamente a Londres y negociara con el duque para que suspendiera el duelo, prometiéndole alejar a Mathias de ahí y de su hija por una buena temporada o para siempre, ya que lo que el duque quería era que estuviera lejos de su hija. Al viejo duque no le pareció tan descabellada la idea con tal de que desapareciera, lo aceptó y anuló el duelo. Por ese motivo ahora estaba ahí encerrado en el estudio de Whistport Manor, escuchando a su padre planear donde pasaría parte de su futuro.
—Deberías agradecerle a Sebastián que no te destierro y te envío al otro lado del mundo.
—Es que me estás enviando al otro lado del mundo, padre —protestó.
—Tú ya viviste en Norteamérica y, por lo que sé, fue agradable tu estancia ahí. —La mirada de Mathias se tornó fría.
—Si hubiera sido así, no crees que me hubiese quedado ahí.
—Volviste porque Sebastián lo hizo —le recordó—. Si no, te hubieses quedado allá.
—Piensa lo que quieras —bufó sin interés, nada de lo que dijera iba a hacerlo cambiar de opinión.
—De igual forma, no te vas inmediatamente; pasarás una temporada en Hampshire con tu hermano, ya que quiere que en, cuanto llegues a Norteamérica, te hagas cargo de uno de sus negocios y quiere prepararte antes.
—¿Sebastián dándome el cargo de una empresa? No lo puedo creer —dijo sarcástico en tono burlón casi riendo a carcajadas.
—Tu hermano te aprecia y deberías agradecer que confía en ti.
—Supongo que la empresa va para la quiebra y luego me culpara de ello.
—Suficiente, Mathias, agradece la oportunidad que tu hermano te está dando y demuestra que no eres como todos hablan.
—Sabes que no me importa lo que hablen de mí.
—Por Dios, muchacho, ¿qué fue lo que hicimos mal contigo?
—Vosotros, nada —dijo encogiéndose de hombros.
El conde se llevó los dedos pulgar e índice al puente de la nariz. ¡Cómo le gustaría que su hijo actuara diferente! Nataniel no sabía qué había hecho a su hijo cambiar de la forma que lo hizo y se estaba arrepintiendo de enviarlo nuevamente a Norteamérica, ya que hacía siete años abordó aquel barco, con muchos sueños, y había regresado sin la menor intención de vivir y, desde ese momento, se había convertido en el hombre sin corazón que era, en una calavera. Y, si no fuera por la seguridad que le daba su hijo Sebastián de que lo mantendría vigilado, no hubiera optado por esa opción, se lo hubiese llevado a Worcestershire, pero lo quería vivo y el duque lo había amenazado con matarlo si se volvía a atravesar en su vista, y conociéndolo lo haría.
—Mañana temprano viajarás a Hampshire; iría contigo, pero ya sabes cómo se pone tu madre, debo regresar mañana.
—Tranquilo, padre, no voy a perderme ni a escapar, iré directo a la casa de Sebastián.
Nataniel suspiró.
—Si tanto te importa tu vida, lo harás.
—Iré a hacer las maletas. ¿Me puedo retirar? —Se levantó, pero antes de llegar a la puerta su padre lo detuvo.
—Johnson se encargará de eso; está noche te quedas aquí, no vaya a ser que te dé por pasar la noche en juerga y con alguna de tus amigas y te vea el duque.
—Es exactamente lo que pensaba hacer, tengo una cita con una exquisita y muy complaciente dama. —Dibujó una sonrisa de medio lado, aún no era seguro que tendría compañía, pero adoraba mortificar a su padre con sus andanzas.
—No irás —le aseguró.
—¡Por un demonio, padre! Cuando esté en manos de Sebastián, estaré peor que en un monasterio, déjame darme el último gusto.
Nataniel negó con la cabeza.
—No saldrás y, si no quieres que te envíe a buscar momias a Egipto, lo mejor será que obedezcas.
Mathias se levantó y se sirvió una copa de whisky, que el conde iba dispuesto a quitarle nuevamente de las manos.
—Si debo mantenerme encerrado aquí, al menos déjame beber —dijo apartando la capa y la botella con un mohín; necesitaba beber, aunque sea un trago.
—Sales al amanecer —le advirtió—. Y no pienses escaparte, te tengo vigilado.
Salió del estudio dejando a un muy malhumorado Mathias, que se dejó caer en el sillón, dispuesto a beber todo el contenido de la botella que tenía en las manos.
El dolor de cabeza era insoportable, hacía mucho que no sentía un dolor así, aunque no solía sentir resaca y usualmente, cuando se embriagaba, terminaba en la cama de alguna mujer y ellas hacían su resaca más agradable, brindándole placer, pero en ese momento no era así, ya que su padre le había prohibido la compañía femenina, incluso lo había amenazado con encerrarle en la habitación, así que había elegido la bebida para que fuera su acompañante esa noche, la que había sido su fiel compañera durante mucho tiempo, su anestesia y el veneno para matar sus demonios.
Cerró los ojos, el traqueteo del carruaje solo aumentaba su dolor de cabaza, ya que su padre no le había dado tiempo ni siquiera para beber un té. La imagen de una hermosa muchacha llegó a su mente, con aquellos grandes ojos, que eran idénticos a la luna de esa noche; aún podía recordar la sensación que sintió al verla y no perdió oportunidad para acercarse a ella. La primera vez fracasó, pero tal y como se lo había dicho estaban destinados y la volvió a encontrar, todavía podía escuchar su suave voz, percibir su aroma dulce y a lavanda y la suavidad de sus labios. Eso sin duda había sido lo mejor, recordar aquel beso lo hacía sentir vivo, como no se había sentido en muchos años. Cómo le gustaría que sus palabras fueran ciertas y que, si estaban destinados a estar juntos, se volvieran a encontrar. Sabía que, si era así, la reconocería; bueno, no estaba del todo seguro, pero tenía la ligera sospecha de que así sería; aunque no supiera su nombre o no hubiera visto su rostro, había algo en ella que le decía que era especial. No lamentaba haber ayudado a su amigo, pero maldito fuera ese viejo duque por condenarlo; ahora debía alejarse de Londres y en poco tiempo de Inglaterra y todas sus esperanzas de volver a encontrar a aquella muchacha se iban con ello, ya que sería imposible encontrarla cuando estuviera al otro lado del mundo. Cómo odiaba Norteamérica; si no guardara el secreto que lo atormentaba cada noche, le hubiera suplicado a su padre para que no lo enviaran ahí, ya que no se creía capaz de soportarlo.
Su mente viajó nuevamente a aquella noche de luna llena unas semanas atrás y a unos dulces labios; si se concentraba, podía sentir su calor, su sabor y ese temblor inocente lleno de dudas. Mathias estaba seguro de que ese había sido su primer beso y, como lo había disfrutado, de cierta forma, se sintió muy bien ser el primero. Cómo añoraba besar nuevamente esos labios, escuchar su voz y sentir su suave tacto; había sido como un sueño, un sueño del cual no le hubiese gustado despertar, pero ahí estaba enfrentando su realidad de camino a Hampshire, donde según su padre iba a iniciar su nueva vida. Vaya nueva vida iba a empezar. Solo esperaba que la culpa y sus demonios no fueran más fuertes que él.
Anne observaba a Katherine dar vueltas por la habitación, estaba muy molesta y, a pesar de que había estado indispuesta los últimos días, su enfado no desapareció por más que lo intentara.
—¡No lo puedo creer! —chilló.
—¿Kathy, que sucede? —indagó con curiosidad.
—Sebastián me acaba de decir que su hermano se quedará aquí una temporada.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Anne, sabes todo lo que se habla de él últimamente y si viene aquí no es precisamente de visita, su padre lo envía aquí para que Sebastián lo vigile; ese imbécil no solo se la pasa levantando faldas, sino que va y se las levanta a la hija de un duque, que encima está comprometida.
—Oh, eso debe ser grave, pero la culpa...
—Lo suficiente para que mi suegro se enfrentara al duque y desaparezcan al idiota de mi cuñado de Londres por una larga temporada.
—Al menos no lo obligaron a casarse.
—Tendría que estar loco el hombre para obligar a su hija a comerte tal estupidez —dijo con vehemencia—. La mujer que se case con Mathias va a vivir un infierno. —afirmó.
—A lo mejor cambie, algunos lo hacen —comentó Anne con inocencia.
Katherine se rio a carcajadas, al menos su enfado había disminuido.
—Anne, cuando eso suceda, el mundo de detendrá.
¿Tan imposible era que un hombre como aquel cambiara?
Con ese pensamiento Anne se dirigió hacia la biblioteca; desde que Elizabeth había sido contratada y pasaba la mayoría del tiempo con los mellizos de Katherine, ella disponía de más tiempo libre, por lo que, en las tardes, cuando no estaba con ninguna de ellas, se encerraba ahí a leer un libro o a dibujar, aunque le gustaba dibujar en el jardín en un escondite secreto. Al entrar en la biblioteca, examinó la extensa estantería de libros; había estado leyendo la colección de libros de mitología que le había regalado uno de los socios a Sebastián, solo le faltaban dos para terminarla, así que eligió uno de ellos; al dirigirse a su habitación, notó que hacía un clima de maravilla, así que lo pensó mejor, tomó su cuaderno de dibujo, sus lápices y se dirigió al jardín, a aquel pequeño escondite que casi nadie conocía y en cual podía pasar horas en la tranquilidad de su soledad; al llegar ahí, se sentó en el césped y empezó a pasar las páginas, notó que los últimos dibujos eran muy similares, ya que era la misma persona una y otra vez.
Desde el baile de máscaras había tenido un par de ojos clavados en su mente, una mirada que de solo pensarla la hacía estremecer y suspirar; sonrió, había sido un bonito recuerdo y cada vez que lo rememoraba se llevaba los dedos a los labios acariciándolos, aún podía sentir la calidez de él sobre los suyos, las suaves caricias y la forma tan tierna en la que la había besado. Había retratado aquel rostro que se ocultaba tras un sencillo antifaz, muchas veces sin comprender por qué lo hacía.
¿Realmente tenía razón y estaban destinados?
No, no la tenía, ellos no están destinados, ya que ella se había enamorado hacía unos años de Paul Hite, el hijo del carnicero y este le correspondía; prácticamente, se había comprometido, así que no podía estar pensando en otros hombres, aunque Paul aún no había regresado, ni tenía noticias de él.
Revisó nuevamente sus dibujos y encontró uno que había hecho de Paul a los pocos días que este se fue; apenas si recordaba su rostro o su voz, y sus besos nunca habían sido como los de aquel extraño. «Eras una niña», se recordó, o al menos eso decía Paul; aunque no había cambiado mucho, seguía teniendo el mismo cuerpo menudo, aun así, ya estaba llegando a la edad para poder casarse; dentro de algunos meses cumpliría los dieciocho, a lo mejor eso era lo que esperaba Paul y regresaría al tiempo justo para que se casaran y llevarla con él a Escocia, en donde se había quedado.
Anne supo por la señora Hite que Paul se había quedado a ayudar a su hermano, ya que su abuelo había sido un laird y unos meses después de que llegaron murió; al no haber tenido hijos hombres, el heredero de todo había sido Patrick, por lo que Paul se quedó ahí y le envió una carta con su madre, en donde decía que no olvidaría la promesa de regresar por ella; por ese motivo, seguía esperándole, pero de eso ya había pasado un año y fueron las únicas noticias que obtuvo de él, y ni ella ni su madre habían vuelto a preguntar por Paul. Anne cerró los ojos para tratar de visualizar la imagen de Paul, pero a quien vio fue al extraño de ojos ambarinos y la forma en que la miraron.
Abrió los ojos y meneó la cabeza, tratando de borrarlo de su mente.
¿Qué le estaba sucediendo?
Sabía que no lo volvería a ver, ya que ella no frecuentaba los mismos círculos sociales y que todo aquello que había dicho, que estaban destinados, era solo para llamar su atención; no obstante, cómo le gustaría volver a encontrarse con aquellos ojos, los cuales no podía sacarse de la cabeza; debía admitirlo, había sentido algo por él, así como él se lo había dicho, había sentido una vibra especial.
2
Si había pensado que jamás vería a Katherine más enfadada, se había equivocado, ya que nunca la había visto así. Anne salió rápidamente de la habitación luego de que Sebastián subió a informarle a Katherine que debía estar presente en la cena, ya que ahí iba a estar su hermano y esta se enfadó tanto, porque no pudo negarse, que terminó arrojando lo que tuviera a mano a Sebastián. Anne no tuvo otra cosa que hacer más que correr, a menos que quisiera ser golpeada por algún adorno volador.
Caminó hasta la habitación de Elizabeth, pero no la encontró ahí; supuso que estaba en la cocina, ya que los mellizos estaban durmiendo; así que decidió ir a su habitación. Durante la mañana no se había sentido bien y el escuchar parte del día las discusiones de Katherine con Sebastián y todo el parloteo sobre el hermano de Sebastián la tenían agotada y, por último, la discusión que acababa de presenciar había hecho que su dolor de cabeza regresara.
Estaba fastidiada de oír hablar de Mathias Beckham, ya sabía absolutamente todo de él y su vida sin siquiera haberlo visto alguna vez; llevaba casi dos años trabajando para Katherine y en ningún momento el hermano de Sebastián los había visitado. Al parecer, la relación de hermanos no era buena y Mathias no era del agrado de Katherine desde que lo conoció, ya que él se había comportado con ella como un completo idiota y había hecho un comentario a Katherine que, por lo que sabía, Sebastián tuvo que encerrarla en la habitación porque iba a correr sangre.
¿Tan desagradable era Mathias Beckham?
Ya se daría cuenta, ya que el susodicho iba a vivir ahí una temporada, aunque tras las advertencias que perfilaba Katherine a cada instante dudaba siquiera que Mathias pudiera dirigirle la palabra y sospechaba que, si lo hacía, no iba a ser Sebastián, si no Katherine quien lo iba a mantener encerrado en una habitación alejado de cualquier cosa que tuviera vida en esa casa.
Y también estaba la advertencia de Katherine hacia Elizabeth y ella, de que ninguna se le acercara o le hablara. Había veces que Katherine era insoportable —¿Cómo hizo Clara para soportarla tantos años?—. Bueno, aún lo hacía, ya que la amistad que ellas tenían era sin duda muy especial.
Luego de dar una pequeña siesta, Anne se dirigió a la habitación de Katherine; se detuvo en la puerta para ver si escuchaba algún ruido, por lo que pudo percibir todo estaba en calma y los gritos de hacía unas horas habían desaparecido. Vio a Elizabeth correr a toda prisa a su habitación, pensó en seguirla, pero en ese instante Katherine salió de la suya, como si presintiera que estaba ahí sonrió, aunque era una sonrisa falsa, se notaba que aún estaba molesta.
—Iba a ir a buscarte, necesito pedirte un favor muy importante para mí —dijo en tono cansado.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites. —Aunque en ese momento no estaba segura de que esa afirmación fuera correcta.
Katherine asintió.
—Como ya escuchaste, hoy cenamos con el hermano de Sebastián, de hecho, ya está aquí, así que podrían Elizabeth y tú acompañarme en la cena, por favor. —Hizo ojitos de súplica.
Anne lo dudó, no estaba acostumbrada a compartir la mesa con ellos; usualmente, tomaba sus comidas en el comedor con los demás empleados, ya que el ambiente era más divertido y era a lo que estaba acostumbrada desde niña, aunque, desde que Elizabeth había llegado, había algunas ocasiones en las que compartía la mesa con Katherine, especialmente para el almuerzo, debido a que los pequeños también lo hacían y una mano extra era bienvenida.
—Sabes que no me agrada, pero lo haré, te acompañaré, sé que es importante para ti.
—Realmente lo es y mucho, me hubiese gustado que Clara estuviera aq