¿Me atrapas o te atrapo? (Siete noches 2)

Alys Marín

Fragmento

me_atrapas_o_te_atrapo-2

Capítulo 1

Otro día más

Rutina. Rutina. Y más rutina. A veces creo que moriré de locura en un limbo por realizar lo mismo una y otra vez. Estudio, ejercicio, descanso. Estudio, ejercicio, descanso. Una espiral tan destructiva como aburrida. Y así es de lo que me compongo: una pizca de terquedad, otra de constancia y una demasiado grande de estupidez. Descargando toda la energía en un fuerte grito mientras noto los músculos de mi cuerpo rasgarse y quemar como si fuera un infierno, un autocastigo que me impongo. Cuando me desmorono en el suelo, agotada con la respiración agitada y sintiendo que me convierto en agua, lo noto. Primero escucho sus pasos y luego su boca masticar con exageración. Alzo mi mirada para ver a mi hermano con una enorme bolsa de patatas fritas con sabor a ajo y me obliga a odiarlo. En chándal gris corto y en chanclas de dibujos se pasea por el gimnasio de casa sin ningún ápice de interés en ejercitarse. Su oscuro cabello se encuentra revuelto por su larga siesta y sus ojos verdes, soñolientos, me observan con una expresión divertida.

—¿Quieres? —me ofrece Adam y yo asiento, hambrienta.

Sin decir nada, se acuesta a mi lado y coloca la bolsa entre los dos. Atrapo un puñado de ellas y las devoro en silencio. Él en mi lugar va despacio, comiendo con lentitud. Le conozco tan bien que sé que algo ronda por su cabeza y no lo consigue resolver. Me tumbo sobre mi costado y apoyo mi cabeza en mi brazo. He crecido a su lado, pasando noches jugando a videojuegos, leyendo o haciendo travesuras. Es un chico tan genial que admito que ni volviendo a nacer mil veces habría un hermano mejor.

—¿Tienes gusanos? —le pregunto, interesada en que me diga lo que ocurre.

—Dejarás algún día de utilizar esa pregunta. Era un crío y el profesor no supo explicar bien qué eran las neuronas —justifica, sonriente por los recuerdos que le evocan mis palabras.

—De acuerdo, seamos adultos. —Toso y adopto una expresión severa—. Me cuentas qué entristece tu día, por favor —le pido, utilizando un tono sin ninguna emoción, casi como un robot.

—Eres absurda. —Se carcajea.

—¡Dime! —insisto, preocupada porque se está resistiendo.

—Este será nuestro último año juntos —desembucha, triste, torciendo su boca.

Muerdo mi labio, sintiendo esa misma sensación, porque hemos sido inseparables; él conoce todos mis secretos y yo todos los suyos. Tengo un problema y él me apoya. Él se cae y yo le levanto. Somos uno y después de este curso iremos a universidades distintas, con kilómetros y países de por medio. No comeremos patatas en cualquier rincón de casa o viajaremos en coche a la casa de campo a pasar los fines de semana o vacaciones. No me ocuparé de sus tareas cuando no quiera y él no se ocupará de la limpieza de mi habitación. Somos una gran pieza que se fracturará, resquebrajándose hasta convertirse en dos partes totalmente dispares.

—Nos veremos cada dos por tres —le aseguro, convencidísima—. Nos conocemos y sabemos que nos tomaremos más de unas vacaciones para vernos.

—Eso espero o publicaré tus fotos más vergonzosas en redes sociales —me amenaza, naciendo en sus labios una sonrisa juguetona que arrasa con toda la tristeza.

—Recuerda que poseo más tuyas en ropa y posturas poco favorecedoras —le recuerdo, divertida antes de lamer mis dedos. Odiaría más el ejercicio si lo realizara para mantener mi peso en vez de para llevar una vida sana. Por eso disfruto de cosas poco saludables de vez en cuando.

Espero a que Adam se incorpore y le abrazo con fuerza. Él es lo único que no puedo ignorar, siempre será mi hermano, aunque lo estropee. Ahora lo que importa es disfrutar de esta última semana de verano.

Acaricio el borde de mi copa, distraída e ignorante de la conversación de mis amigos. Mis pensamientos giran, persiguiendo mi dedo contra el cristal y no hallando razones para despertar del sueño de ir viajando en un coche sin saber a dónde voy o si en algún momento se terminará. Una voz grave me avisa de que se desplaza por una razón y que el final del trayecto está cerca. Pero ¿cómo de cerca? Aguantaré o no podré. No estoy tan enloquecida como para no saber que me hallo en el patio de mi hogar, sin embargo, no puedo evitar escuchar esa voz que proviene de un recóndito lugar de mi interior. Por eso al elevar mi cabeza, sin previo aviso, siento la sacudida del coche al frenar con violencia para no atropellar a la persona que se ha cruzado. Más concretamente, el joven que colisiona esos ojos oscuros contra los míos claros.

Esa persona posee una expresión severa, con esos rasgos rectos y gruesas cejas negras. Es atractivo de un modo rudo, como si no se hubieran molestado en moldearlo con cuidado, sino clavando sus dedos en la arcilla con fuerza. Es perfecto. Magnífico para su novia, la que rodea su brazo, quien le pide una copa y él esquiva mi mirada para obedecer sin rechistar. Un sentimiento me arranca de mi estado de letargo, incorporándome sin razón alguna y caminando hasta impactar contra él. No entiendo por qué lo he hecho. Al menos es lo que creía hasta que le hablo. Sin embargo, lo hago con mi mirada en vez de con palabras y parece que me corresponde.

Así lo interpreto yo, porque él actúa como haría una persona con un poco de educación. Es decir, alargar su brazo para que camine por delante y me enfado conmigo misma. Ya que me atrae todo de él. Es un poco más alto que yo, sus hombros son anchos y cuerpo robusto, como si practicara algún deporte de peso. Huele a perfume barato, pero bendito olor. Y ahora, tras comportarme como una estúpida, volteo mi actitud, vistiendo un disfraz de impetuosa y soberbia antes de irme con una seguridad que no poseo en este instante. Introduciéndome en el tumulto de personas, indecisa entre dos opciones: ir a la barra y chocar contra el chico o permanecer aquí y disfrutar de la música alta. Sin más decido escuchar esa sensación o presentimiento que me guía hasta él. Cuando llego, descubro que mi brújula interior debe estar estropeada porque no está. Así lo creía hasta que lo noto detrás de mí, su presencia y su enorme cuerpo.

—Siento si te he incomodado o molestado —se disculpa con tono embarazoso, alzando su voz para que lo oiga sin tener que hablar cerca de mi oído.

Yo deseo cruzar la mirada con el joven, por lo que me giro un poco, consiguiendo mis propósitos. Examinando cada detalle de su expresión, de la forma de sus ojos y labios. Él no es estúpido, por lo que gira su cabeza avergonzado al descubrir que no lo contemplo solo con interés, sino con avidez. No entiendo qué me ocurre con este desconocido. Sin embargo, anhelo descubrirlo. Ansío abrir la puerta de mi vehículo e invitarle a entrar. Ofrecer trayectos con los que nunca soñaría ir. Aunque también me agrada que mantenga el espacio y respete el tener pareja. Ya lo he pensado antes y me reitero que soy la chica más idiota del lugar. He terminado fascinada con alguien de quien no conozco nada.

—Te perdono si me revelas tu nombre —le propongo, estirándome hacia él sin llegar a tocarlo, porque tampoco es mi afán ser yo la que le desagrade—. Yo soy Alana Roja.

Su cabeza se inclina hacia abajo, entreteniéndose en ahuecar su ropa deportiva y lo descifro como una manera de calmarse o para ganar tiempo. En

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos