El viento agitó nuestras cadenas

María Vázquez

Fragmento

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Capítulo 1

La peor decisión

Sor Catalina era consciente de que la peor decisión de su vida había sido la de tomar los votos para servir a las hermanas de la luz, en un templo de la llama sagrada. Encima, para romper con todo de forma definitiva, había escogido que se le destinase a la remota región de Lucena, en la frontera con los reinos confederados.

Desde luego que la presión sufrida en casa para que diera el paso adelante, también había contribuido a que no reflexionara en cuáles serían las consecuencias de convertirse en monja de clausura.

—Si no te casas ni tienes hijos, la herencia pasará a manos del reino —le recordaba su padre—. No he trabajado tanto para que mi legado ni el de mis ancestros, se pierda.

Como primogénita le correspondía heredar las propiedades y títulos de la familia. Sabía que su padre tenía razón, que ella muriese sin descendencia no solo haría que el reino se llevase lo que le había pertenecido, sino que también aquellos familiares que hubieran vivido a expensas de ella se verían de pronto despojados de su posición. Por no mencionar el hecho de que ninguno de sus hermanos podría contraer matrimonio hasta que ella no se casase, algo que su hermana se encargaba a diario de que tuviera presente. Bien con miradas o con conversaciones que sonaban a reproche en las que hablaba de que su boda estaba en el aire por su causa.

Sor Catalina todavía podía ver con nitidez el sudor y la angustia que dominaban a su hermana al pensar en que quizá su prometido, cansado de esperar, la dejaría plantada, o que nunca pudiera pasar de ser su amante.

—Qué situación tan horrible —sollozaba su madre con la puerta medio entornada cuando sabía que ella estaba cerca—. ¿Te has fijado que anoche no hubo ni una persona que la sacara a bailar? —Hubo de contener en múltiples ocasiones las ganas de irrumpir y decirle que tener, tenía muchas propuestas, pero que había decidido rechazarlas todas. Empero, solía dominar la rabia y callar, pues comprendía que la verdad no le traería más que reproches y discusiones peores—. Posee una buena dote que debería alentar a cualquiera a galantearla y la pobre, además de ser demasiado mayor para hacer matrimonio, ha salido a ti —le decía a su marido—, si al menos tuviera los pómulos altos como su hermana y el rostro más estilizado —se quejaba.

A lo largo de los años, Sor Catalina había sido comparada con su hermana, también con sus primas, y siempre perdía al lado de cualquiera de ellas. La insistencia materna de que comiera menos porque una mujer debía de ser estilizada, tampoco ayudaba, puesto que cuando no la veían se escabullía hasta la cocina, en donde el personal de servicio le daba los caprichos dulces que pedía. Comer a escondidas era un placer que le calmaba el vacío que sentía en su interior. Asimismo, se trataba de una tortura, ya que una vez que engullía lo que le habían ofrecido, la culpabilidad hacía aparición. Se miraba en el espejo y entristecía al observar las mejillas demasiado llenas para cumplir con las expectativas impuestas por la sociedad. Ni siquiera sus ojos verdes que tanto destacaban en una piel calé parecían suficientes para atraer miradas de aprobación.

—¿No te das cuenta de lo egoísta que eres? No es solo el legado familiar lo que está en juego, tu hermana tiene la oportunidad de hacer una buena boda, pero si sigue así acabará por ser tan vieja como tú y él la abandonará. Y ninguno de tus hermanos puede permitirse galantear a nadie mientras tú estés soltera. La única que de momento está a salvo es la pequeña Gracia, todavía es demasiado niña para que tus decisiones le afecten, aunque llegará el día en que lo hagan —le recriminaba su madre en cuanto tenía ocasión.

Hubo un momento en el que se planteó tomar esposa y adoptar hijos, al menos le pareció una buena idea cuando la condesa viuda de Torre del Mar comenzó a rondarla. Era una mujer divertida, amable y nunca la había visto criticar a nadie. Le daba confianza y sabía que de casarse con ella le ofrecería estabilidad y respeto. Valores que le impulsaban a aceptarla a su lado, a la vez, esas mismas cualidades que tanto le gustaban y que buscaba en quien estuviera con ella fueron las mismas que le obligaron a rechazarla. Precisamente porque era una buena persona se merecía a alguien que la quisiera y no que la eligiera solo porque se trataba de su mejor opción, sabiendo que nunca podría darle el amor que esperaba.

Y entonces Fortún llegó una hermosa mañana de primavera, acompañado de Violante, su joven esposa. A él le había parecido una buena idea que ella estrechase lazos con Violante, que al ser nueva en la región no conocía a casi nadie.

—Siempre has sido una buena amiga —declaró él mientras paseaban los tres por el jardín—, sé que serás igual de amable con mi dulce tesoro —dijo a la vez que besaba en la mejilla a su esposa, como si por un momento hubieran olvidado que ella los acompañaba.

Fingió una sonrisa y asintió, a pesar de que la palabra amiga había sido un dardo envenenado que se le clavó en el corazón. Caminó al lado de la pareja y pasó la mañana con ellos porque, según las directrices de su padre, tenía que ser amable con Fortún, pues pronto unirían lazos con su familia, «si es que tú consigues casarte, claro está», había remachado, para urgirla a que tomase una decisión lo antes posible. Después de aguantar toda la mañana a los recién casados y sus risas bobas por cualquier cosa, se sentaron a la mesa frente a ella y durante el tiempo que duró la comida tuvo que ver como se ponían ojitos, compartían la comida del plato o sonrisitas. A su alrededor, todo el mundo comía y hablaba como si nada pasara. Parecía que solo ella recordaba y tenía presente que hubo un tiempo en el que Fortún había sido su prometido hasta que, en una ceremonia discreta y tras dos meses de noviazgo secreto, regresó del sur casado con Violante para sorpresa de todos.

Para el resto del mundo el compromiso de seis años disuelto por sorpresa quedó como algo trivial y anecdótico; el mundo seguía y los negocios que había entre las dos familias no se verían comprometidos, ya que con una nueva boda entre la hermana de Fortún y un hermano de Sor Catalina sellaban la paz. En casa, a ella le tocó soportar las críticas de que si algo así había sucedido se debía solo a su incapacidad para interesar a su prometido lo suficiente como para que se hubiera decidido a casarse antes o, al menos, no tener la necesidad de irse con otra porque ella ni siquiera había conseguido acaparar su atención.

Mientras le daba los dos besos de despedida a Violante, tal y como se despedían las amigas o hermanas, tuvo claro que no podría seguir soportando más veladas así, fingiendo ante aquella belleza de ojos negros y figura estilizada y escuchando a Fortún hablar de su dulce tesoro, mientras aguantaba las lágrimas.

No era solo la humillación que le creaba la situación, también estaba cansada de oír los cuchicheos a su paso incluso por parte del servicio, de las críticas familiares, de quienes se acercaban a ella únicamente porque les atraía la herencia que le correspondía, le sonreían y adulaban mientras con los ojos perseguían a otra más bella. Y, por qué no, quizá estaba un poco cansada de sí misma, de tener que cumplir expectativas ajenas

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