A PRIMERA HORA, estábamos los dos sentados en la mesa de la sala de estar. Teníamos preparado el desayuno pero ninguno de los dos lo había llegado a probar todavía.
—Estoy empezando a pensar que… —dije.
—Me ocurre lo mismo, Watson —comentó Holmes—. El único problema es que resulta imposible concentrarse con sus interrupciones.
Miré a Holmes sin saber qué decir. Al fijarse en mi cara, se dio cuenta de qué algo me ocurría. Después de mirarme con simpatía, añadió:
—Lo siento mucho Watson, no debería haberle hablado de esta manera. Ya sabe que me pone muy nervioso que interrumpan mis pensamientos.
—La verdad, a veces llega a resultar un poco desagradable —reconocí sinceramente.
Mi compañero no me respondió porque estaba demasiado concentrado. Mantenía el codo sobre la mesa y la cabeza apoyada en la mano. Aquella mañana habíamos recibido un nuevo sobre y Holmes miraba muy atento el papel que acababa de extraer de su interior. De pronto, lo acercó a la luz y lo examinó.
—No hay ninguna duda, la letra es de Porlock —afirmó muy convencido—. Aunque he tenido ocasión de verla solo un par de veces, estoy convencido de que le pertenece. Si la carta es suya, significa que el asunto del que quiere informarnos es muy importante.
Holmes hablaba consigo mismo. De todas maneras, mi enfado desapareció ante el interés que me produjeron sus afirmaciones.
—Pero ¿quién es Porlock? —pregunté.
—Porlock es un nombre secreto —indicó.
—¿Un nombre secreto? ¿Está seguro?
—Sí, Watson, así es. Porlock es un nombre cualquiera que corresponde a un personaje inteligente y huidizo. Recuerde que en la primera carta que recibimos nos comentaba que este no era su verdadero nombre. Lo más importante es el personaje extraordinario con quien está en contacto. No solo es alguien malvado, Watson, es mucho más que eso, es un ser perverso, tan perverso como nadie lo ha sido hasta ahora. Y es ahí, en esa capacidad de hacer daño, donde reside mi interés. Ha oído hablar alguna vez del profesor Moriarty, ¿verdad?
—Sí, he oído su nombre en más de una ocasión. Es un conocido hombre de ciencia, un criminal tan famoso entre los delincuentes…
—Por favor, Watson, no me avergüence, se lo suplico.
—Holmes, todavía no he acabado mi definición sobre Moriarty. Quería añadir, «como desconocido del público».
—¡Eso ha sido un buen golpe, muy buen golpe, sí señor! —exclamó Holmes—. De todas maneras, llamar delincuente a Moriarty es, delante de la justicia, un insulto muy grave.
—Entonces, ¿de qué manera definiría a Moriarty?
—Como el conspirador más grande de todos los tiempos. Es un individuo que posee un cerebro capaz de cambiar el destino de las naciones y de dirigir todo lo que ocurre en los bajos fondos. Así es Moriarty.
—¿Por qué no lo han capturado todavía? —inquirí.
—Porque nadie sospecha de él. Está cualificado para cometer sus actos hasta el punto de que sería capaz de llevarme ante un juez por las palabras que acabo de pronunciar. Su inteligencia y capacidad de manipulación son tan grandes que además de acusarme, me demandaría. Después, por si esto no fuera suficiente, me vería obligado a entregarle una buena cantidad de dinero por haber manchado su nombre con mis palabras.
—¿No es acaso Moriarty el autor de La dinámica de un asteroide?
—En efecto. Moriarty está considerado a la vez un médico impostor y un profesor desprestigiado. En cambio, su manera de ser y de comportarse lo convierten en un genio, Watson. De momento, se nos está escapando, pero tarde o temprano llegará el día en que consigamos capturarlo.
—¡Ojalá que sea pronto! —exclamé animado—. Pero de quien estaba hablando era de otro individuo, Porlock.
—Porlock no es más que un eslabón en una larga cadena que nos lleva hasta Moriarty. Ya se imagina, Watson, que esta cadena tiene muchos más eslabones. Pero hasta donde he podido averiguar, Porlock es el único punto débil en ella.
—Cualquier persona sabe que la resistencia de una cadena depende de su eslabón más débil
—En efecto, mi querido Watson. De aquí la gran importancia que tiene Porlock. Es alguien a quien debo tratar con mucha inteligencia para poder conseguir toda la información que necesito. Hace unos meses que conseguí algunos informes que me han resultado de gran utilidad.
—¿A qué tipo de utilidad se refiere?
—A la que se anticipa al crimen y lo evita. No tengo ninguna duda de que si tuviéramos la clave para descifrar la carta que nos ha enviado Porlock, podríamos impedir algún crimen.
De nuevo, Holmes alisó el papel encima del plato. Me levanté de la silla y me acerqué a mi amigo para poder observar mejor lo que había escrito en la carta. Me quedé mirando aquel mensaje secreto que decía así:
534 C2 127 36 4 17 21 41
DOUGLAS 109 293 5 37 BIRLSTONE
26 BIRLSTONE 9 127 171
—Holmes, ¿qué piensa sobre este conjunto de cifras y palabras? —pregunté.
—Es evidente que Porlock quiere transmitirnos informes secretos y privados.
—¿De qué sirve tener un mensaje cifrado si no se tiene la clave?
—En este caso, para nada —respondió.
—¿Por qué dice «en este caso»?
—Soy capaz de descifrar y leer muchos escritos en clave con la misma facilidad que leo las noticias en el periódico. Pero esto es muy diferente: estos números y letras hacen referencia al texto de una página concreta de un libro. Mientras no sepa cuál es la página y de qué libro se trata, no podemos hacer nada.
—Pero ¿por qué aparecen las palabras «Douglas» y «Birlstone»?
—Está claro. Como no están en la página del libro que ha elegido, ha tenido que escribirlas.
—¿Por qué no nos ha dicho el libro?
—Querido Watson, imagínese que en un mismo sobre introduce el mensaje en clave y la clave. ¿Qué cree que ocurriría si el sobre se perdiera?
Me di unos minutos para pensar la respuesta.
—Que tendríamos un problema muy grave —admití.
—En efecto, amigo mío. Al enviarlos por separado el riesgo de que ambos sobres caigan en malas manos es muy bajo; por no decir imposible.
—Entonces ¿por qué no nos ha llegado todavía el segundo correo? —pregunté impaciente.
—El otro sobre debería haberse repartido ya, y tendré una gran decepción si no nos trae una carta con más explicaciones o, incluso, el propio libro a que estos números se refieren.
Unos minutos después, la predicción de Holmes se cumplió: Billy, nuestro botones, llamó a la puerta y nos entregó la carta que estábamos esperando.
—La misma letra —señaló Holmes muy emocionado, al abrir el sobre—. Por lo que veo, viene firmada. Watson, vamos progresando —comentó mientras la desdoblaba.
Sin embargo, al leer su contenido, la expresión de su cara cambió pasando de la alegría a la desilusión.
—¡Caramba, todo esto es muy decepcionante! Me temo, Watson, que todas nuestras esperanzas se han esfumado. Espero que no le haya ocurrido a Porlock ninguna desgracia. Escuche lo que voy a leerle.
Querido señor Holmes:
No puedo seguir adelante con este asunto. El peligro es muy grande. Él sospecha de mí. Mientras escribía la dirección en este sobre con la intención de enviarle la clave del mensaje cifrado, se presentó de manera inesperada. Gracias al cielo conseguí ocultarlo. Si él la hubiese visto, yo lo habría pasado muy mal. Por favor, queme el mensaje cifrado ya que sin la clave de nada puede servirle.
Atentamente,
FRED PORLOCK
Durante algunos minutos Holmes permaneció callado, con el ceño fruncido, retorciendo la carta que acaba de leer. Tenía fija la mirada en el fuego. Por último, dijo:
—Después de todo, tal vez los temores de nuestro confidente no sean reales y solo sea una coincidencia.
—Me imagino que a quien se refiere es al profesor Moriarty, ¿verdad?
—Ni más ni menos. Cuando las personas que le rodean hablan de «él», saben de quién están hablando. Para cualquier hombre o mujer próximo a Moriarty, «él», está considerado superior a todos.
—Pero ¿qué puede hacerles?
—Las posibilidades de que te ocurra una desgracia son muy altas cuando tu adversario es una de las mentes más brillantes de Europa. Recuerde, amigo, que a Moriarty le ayudan un gran número de poderes oscuros. Y en este caso, es evidente que el temor ha hecho perder la cabeza a nuestro confidente Porlock.
—¿Está seguro, Holmes?
—Sí, lo estoy y usted mismo puede comprobarlo. Compare la letra de la carta con la del sobre que fue escrito antes de que lo visitara.
—¡Es cierto, son diferentes! La del sobre es clara y firme; la de la carta, apenas puede leerse.
—En efecto, amigo mío —afirmó Holmes.
—¿Y por qué la escribió en aquel momento? ¿Por qué no esperó para escribirla más tarde? —pregunté.
—Porque temió que podría tener problemas a partir de algunas de nuestras averiguaciones —respondió.
—Seguro que debe de ser este el motivo —afirmé mirando el mensaje cifrado—. La verdad es que resulta desesperante pensar que haya escrito un secreto muy importante en esta hoja de papel y no tengamos manera de descifrarlo.
Sherlock Holmes había apartado el plato del desayuno que todavía no había probado. Después, apoyó su espalda en el respaldo de la silla y me miró diciendo:
—Watson, tal vez existen algunos detalles que nos ayuden a descubrir qué mensaje se ha escrito en esta hoja de papel. Utilicemos nuestra inteligencia para sacar el máximo partido. Este hombre hace referencia a un libro y ese debe ser nuestro punto de partida.
—Existen muchísimos libros, Holmes.
—Sí, tiene razón, pero veamos si conseguimos reducir el número de posibilidades. ¿Nos da la carta alguna pista o indicación sobre el libro?
—Ninguna —respondí.
—Bueno, bueno, no hay que desesperarse. El mensaje cifrado comienza con un gran 534, ¿verdad? Imaginemos que ese número, el 534, es la página a la que se refiere el mensaje en clave. Si es así, estaríamos ante un libro muy voluminoso, y con ello ya hemos conseguido la primera pista. ¿Qué otras pistas tenemos sobre cómo es este libro? El signo siguiente es C2. ¿En qué le hace pensar?
—Se me ocurre capítulo segundo.
—Lo dudo, Watson. Estará de acuerdo conmigo en que sería muy extraño dar primero el número de la página y después el del capítulo. Además, si el capítulo segundo llega a la página quinientos treinta y cuatro, la extensión del primer capítulo sería demasiado grande, ¿no le parece?
—Sí, tiene razón —admití—. ¿Y si correspondiera a columna?
—¡Magnífico, Watson! Debe referirse a columna, seguro. Fíjese, se nos presenta un libro muy voluminoso, impreso a doble columna y de gran altura, ya que una de las palabras de la carta está señalada con el número doscientos noventa y tres. ¿Cree que hemos llegado al final del razonamiento?
—Mucho me temo que sí.
—Watson, venga, no se desanime, vamos a continuar reflexionando. Si fuese un libro poco conocido me lo habría enviado. Recuerde que quería enviarme la clave, es decir, el nombre del libro, en el segundo sobre. Así lo cuenta en su carta. Con esto podemos deducir que Porlock creía que teníamos el libro. En definitiva, Watson, se trata de una obra muy corriente.
—Holmes, lo que está diciendo parece muy probable.
—Hemos conseguido reducir las posibilidades para averiguar de qué libro se trata. Es grande y voluminoso, impreso a dos columnas y de uso muy común.
—¡La Biblia! —exclamé muy satisfecho.
—¡Bien, Watson, bien! Podría ser, pero hay algo que no encaja. No creo que alguien próximo al oscuro Moriarty utilice una Biblia para escribirnos un mensaje secreto. Además, el número de ediciones diferentes de este libro es tan elevado que sería muy difícil que coincidiera la que se ha basado nuestro confidente con la nuestra.
—Es cierto, Holmes, es prácticamente imposible —dije algo desanimado—. No se me ocurre qué libro podría ser.
—Debe de tratarse de un libro igual en todas sus publicaciones. Porlock sabe que la página quinientos treinta y cuatro de su libro coincidirá con la quinientos treinta y cuatro del nuestro.
—Son muy pocos libros en los que eso ocurre.
—En efecto, Watson, y en ello está nuestra salvación. Nuestra búsqueda se ha reducido a muy pocos libros que están al alcance de las manos de cualquiera.
—Un almanaque.
—¡Exacto, Watson! Es fácil tener en casa este tipo de calendario donde aparecen todos los días del año distribuidos por meses, con datos astronómicos, noticias sobre celebraciones y festividades. O mucho me equivoco o ha acertado de qué libro se trata. ¡Un almanaque! Además, ¿quién no tiene en su casa el Almanaque Whitaker? Tiene un número de páginas muy elevado, está escrito en doble columna y, aunque en su inicio las palabras que aparecen son muy limitadas, a medida que avanzan las páginas el vocabulario es más amplio.
Holmes se levantó de la silla y alcanzó el almanaque que tenía sobre su mesa de trabajo.
—Si buscamos la página quinientos treinta y cuatro, c