Juego de críos (Siete noches 6)

Alys Marín

Fragmento

juego_de_crios-2

Capítulo 1: Un juego como aperitivo

Paseo mi mirada por el cielo, dibujando con mis dedos las formas de las nubes y soñando despierta. A veces las fantasías son muy disparatadas y otras tan sencillas que me siento ridícula por desearlo. Hay un sentimiento de ilusión con tintes de tristeza en mi corazón cuando imagino cómo se debe sentir un beso, abrazar el cuerpo de la otra persona de forma amorosa y notar sus manos arrastrarse por mi piel. No es lo mismo contemplar eso mismo en películas o en otros. Tampoco es que lo haya intentado con ahínco, es algo que he permitido que el destino decidiera por mí. Resulta que él ha hablado y me ha aclarado que terminaré el instituto sin haber recibido ni un corto beso. Ni un simple roce inocente. Yo y mi patética vida amorosa pasaremos a la historia. Por eso me encuentro en el tejado de mi casa, sola y desesperada.

—¡SERENA! —Esa voz tan conocida me activa, aferrando un poco de todo, formando un amasijo de sentimientos que se compacta sin posibilidad de reconocer cada pizca.

—¿SÍ? —alzo mi voz, fingiendo que estoy calmada.

—TE ESPERO EN LA COCINA —me avisa con tono acelerado.

Lo conozco tan bien que sé que va a asaltar la nevera en lo que yo desciendo por las escaleras hasta mi cuarto. Allí me doy un vistazo, ajustando mi ropa y acicalándome para mostrar mi mejor imagen a ese chico que, sin duda, se encontrará devorando la famosa lasaña de mi padre. Mi cuerpo espigado hace unos años era todavía más plano y masculino. Tras los tratamientos y operaciones luzco como me identifico. Por ese motivo, me gusta cómo ahora lucen en mí los vaqueros oscuros y la camisa negra con cuello de tortuga gris. Acomodo sin tocar mucho mis rizos rubios que caen sobre mis hombros. Y reviso que el maquillaje alrededor de mis grandes ojos del color del chocolate esté intacto y que la base no aclare tanto mis rasgos grandes y tez pálida. Satisfecha, recojo de la silla mi chaqueta gris, mi favorita porque mi amigo tiene la misma, esa que compramos una tarde en un arranque. Desciendo las escaleras con rapidez por llevar unas deportivas y recorro los pasillos con la misma velocidad. Solo me detengo frente a una puerta, respiro hondo y me adentro.

Ángel está sentado sobre la isla de la cocina, colgando sus piernas delgaduchas del borde mientras sujeta el plato con una mano y la otra destroza la comida con un tenedor antes de engullir. Mi padre, apoyado a su lado con sus brazos cruzados y satisfecho porque alguien ame tanto su especialidad, le habla. Pero ignoro a mi familiar para contemplar esos rasgos aniñados de facciones suaves, sobre todo esos ojos azules que casi se ven ensombrecidos por mechones lacios y rubios. No obstante, lo que me provoca sonreír es ver que me pregunto qué vestiría para ir muy parecido. Quien no nos conozca diría que somos pareja, porque pasamos los días juntos, casi lo único que nos falta es besarnos, porque más de una vez ha dormido en mi habitación. Nunca ha pasado nada. Lo que en cierta manera me desilusiona y da una bofetada de realidad. Es mi amigo desde niña, al igual que estoy enamorada de él desde entonces.

Ángel ha sido mi mayor defensor, protector y apoyo. No recuerdo un solo día en que él no estuviera a mi lado, bromeando para provocar mi risa o creando juegos para entretenerme. Y pensar que todo se inició cuando lo sentaron en el pupitre junto al mío, porque hablaba mucho con su compañero, para al final encontrar a alguien que igualaba sus nervios. Es decir, yo. Pero lo que consolidó nuestra amistad fue que me insistió para entrar en su equipo de fútbol, donde nadie puso pegas a que me vistiera como una chica, pese a que todos saben que había nacido chico. Doy unos pasos más y atrapo su atención, enlazando nuestras miradas. El muchacho me sonríe con la boca llena y ya saca mi primera risa. Así que, para molestarlo, aferro un cubierto y le robo de su plato un trozo. Este empequeñece sus ojos, fulminándome con ese mar profundo. Mi padre, como reconocido chef, elabora unos platillos que deleitan hasta al más exigente. Me siento junto a mi colega y, continuo, rapiño algunos pedazos que disfruto.

—¿Cuáles son los planes? —se interesa mi padre, retomando sus preparaciones para la cena.

—Hemos pensado ir por algo de comida basura antes de pasar la noche en casa de Adam —le respondo, sincera.

Nunca he ocultado nada a mi familia porque son los únicos que siempre velarán por mí, que me aconsejarán lo mejor posible. He tenido la fortuna de nacer en ella porque no pueden ser más comprensivos y cariñosos. Además, confían tanto en mí y en Ángel que no se preocupan por que trasnoche. Lo mismo ocurre con la de él, sus hermanos me adoran, tanto que si no salgo yo no le permiten ir a ningún lado.

—Es cierto, la famosa semana de fin de verano —recuerda Fermín, frotando su nuca, cosa que hace cuando medita sobre algunos productos y elaboraciones—. Disfrutad con cabeza...

—Nada de sustancias ilegales, ni alcohol. ¿Entendido, Ángel? —termino de decir con tono socarrón que hace estallar la escandalosa risa de mi amigo.

—Señor, sí, señor. Solo respiraré, señor —contesta Ángel, burlón, dándome un codazo suave por el jugueteo con mi padre.

—Recordad que soy yo quien os preparará la comida el resto de vuestros días —nos amenaza con ese tono que aterroriza.

—Te quiero, papá, pero no durarás tanto. O acaso ahora eres inmortal —replica Ángel, divertido.

—No soy tu padre, niño. Al menos no hasta que te cases con mi hija —corrige Fermín, insinuando y empujando a Ángel a corresponder a mis sentimientos.

—PAPÁ —grito avergonzada.

—Sí, pero quiero lasaña en vez de tarta de boda. —Me guiña Ángel un ojo, animado, antes de terminarse lo restante de su plato. Ese es el problema, que nunca ve la doble intención en diálogos como estos.

—Hecho —acepta mi padre, satisfecho, sin encararnos.

—Creo que tengo algo que decir al respecto y es que ya no se entregan a las hijas como si fueran un regalo —refunfuño, saltando para descender de la isla y recojo mi abrigo para no olvidarlo—. Vayámonos antes de reservar en su restaurante una fecha para nuestro casamiento —me obligo a decir con sorna para no revelar la agitación de mi corazón por ese guiño tan sexi.

—Primero declaración, luego reserva —finaliza Ángel, depositando el plato a su lado y bajando—. Gracias por el aperitivo —concluye, palmeando la espalda de Fermín.

—Espero vuestros mensajes —avisa el adulto y se despide con la mano sin apartar su atención de los fuegos.

Es una tradición enviar algunos mensajes confirmando que seguimos vivos y divirtiéndonos. En ellos se incluye alguna fotografía o video sobre nuestros juegos. Nos ponemos en camino, ya que nosotros, como jóvenes responsables, en nuestras salidas nocturnas, donde puede que probemos alguna bebida que anime, evitamos coger vehículos. Así que nos movemos a pie, dando grandes caminatas. Aunque esta vez no andaremos mucho porque la casa de nuestros amigos está muy cerca. Sin embargo, como habíamos acordado, damos un rodeo para cenar a solas y conversaremos de mil cosas. Como siempre.

Presencio cómo nuestros amigos se escaquean o huyen para evitar participar en los juegos. Muchos han tenido malas experiencias, porque a veces los

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos