Cuphead 1 - Lío en la feria

Ron Bates

Fragmento

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¡RING! ¡RING! ¡RING! ¡RING! ¡RING!

—¡Ya es de día, ya es de día, ya es de día! —chilló el despertador—. ¡Espabila! ¡En marcha! ¡Arriiiiiiiiiba!

El despertador parecía más despierto de lo normal, y con razón. Eran las siete y pico; pasaban once minutos, para ser exactos. ¡Eso quería decir que solo quedaban 61.189 segundos de día! Y, en un día tan especial como ese, todos eran demasiado preciosos para malgastarlos.

—¡Despierta, despierta, DESPIERTA! —gritó.

Su voz retumbó por el cuarto, bajó la escalera y resonó en las islas Tintero, donde impresionó a los vecinos. La familia Patata abrió los ojos de golpe, los Tallos de Maíz se taparon los oídos y las hermanas Vaca (que siempre parecían nerviosas, las pobres) dieron leche merengada ese día.

¿Y Cuphead? Él siguió roncando como si nada.

Por supuesto, a nadie le sorprendió: Cuphead era Cuphead. Él prefería despertarse a su manera, y de nada servía pegarle, empujarlo o pincharlo.

El despertador suspiró. Siendo un día especial, le habría gustado no tener que repetir el numerito de siempre, pero..., en fin, era inútil retrasarlo. Agarró la brillante campana de latón situada encima de su cabeza y tiró de ella hacia abajo hasta encajársela como un casco militar. A continuación, se dirigió resueltamente al borde de la mesa de noche, levantó el minutero y, con la dura mirada de un general, agitó el banderín.

La operación Adiós a la cama había empezado.

Como siempre, la radio fue la primera en ver la señal. Estaba sintonizada con todo lo que pasaba allí, aunque nunca le reconocían el mérito. Pero se iban a enterar todos. Esta era su oportunidad de demostrar que era algo más que la locutora de voz aterciopelada de programas como El teatro del canguelo y Wyatt Herpes: la intrépida jarra de cerveza. Ella también podía motivar a la gente. Y este era su momento. Respiró hondo, giró el enorme botón de su armazón de madera marrón y soltó una serie de marchas ensordecedoras para animar a las tropas. (Pensó que «El boogie del campo de batalla» y «Jeepers, el jeep que baila jive» serían las más adecuadas para desfilar. Al fin y al cabo, servían para bailar el Lindy Hop).

Luego le tocó a la cómoda. Abrió el primer cajón y las Boinas Limpias (un aguerrido batallón de elegantes gorras francesas) salieron de repente. Saltaron del cajón, tiraron de sus cuerdas de apertura y descendieron flotando al suelo bajo un manto de pañuelos de lino blanco. Se les unieron los calcetines (que eran soldados de infantería), los tirantes (que eran unidades de apoyo), las gafas (que eran centinelas) y los guantes (que simplemente eran prácticos), y juntos hicieron lo que había que hacer. Primero, desenrollaron un gran ovillo de cordel y tiraron de él hasta que una cuerda larguísima recorrió el cuarto... Todo el cuarto. Pasaron el cordel alrededor del pomo de la puerta, los adornos, la pantalla de la lámpara, la barra de la cortina, un par de sujetalibros y un paraguas a topos. Cuando terminaron, el Sargento Bóxer (unos valerosos calzoncillos verdes del cajón de la ropa interior) ató la punta de la cuerda al poste de la cama de Cuphead.

La otra punta la ataron a un ventilador eléctrico.

—¡Ahora! —gritó el despertador a los calcetines.

Los gemelos Argyle, Zurdo y Roger enchufaron el ventilador. A medida que las aspas daban vueltas más y más y más rápido, la cuerda se enrolló a su alrededor como espaguetis en un tenedor. Entonces todo empezó a moverse. El pomo giró, los adornos chocaron, la pantalla de la lámpara se arrugó, la barra de la cortina se cayó haciendo ruido, los sujetalibros se toparon unos con otros, el paraguas se abrió y, por último, la cama de Cuphead, que hasta ese momento había permanecido en horizontal, se puso bruscamente derecha como un soldado raso el día de inspección. El lecho se incorporó a tal velocidad y con tal furia que Cuphead salió catapultado de debajo de las mantas, saltó por los aires y atravesó la habitación.

Sin embargo, por extraño que parezca, no se estrelló. Ni se dio un golpe. Ni se despachurró. No hizo ninguna de esas cosas. Cayó cómodamente dentro del pantalón, la camiseta y los zapatos que había colocado la noche anterior.

—¡Aaaaaah! ¡Buenos días a todos! —Bostezó.

La habitación entera aplaudió.

A Cuphead le gustaban las mañanas. Eran el principio de un nuevo día: ¡un día en el que podía pasar cualquier cosa! Sonrió, dedicó un saludo militar a su amigo el despertador y cruzó la habitación hasta un gran calendario de pared con una foto de un pulpo.

—Sí, hoy es el día —dijo, trazando un círculo rojo alrededor de la fecha.

Como todo el mundo sabe, un círculo rojo en un calendario solo puede significar una cosa: que la fecha en cuestión es un día especial. Y estaba a punto de escribir algo dentro del círculo que habría explicado lo especial que era ese día, pero no pudo.

El pulpo le había quitado el lápiz.

—¡Oye! ¿De qué vas? —gritó Cuphead.

El pulpo le guiñó el ojo. Un tentáculo verde y blando salió de la foto y dibujó una X roja al lado del círculo rojo de Cuphead. A continuación, Cuphead agarró el lápiz y trazó un segundo círculo junto a la X roja. El pulpo hizo otra X, Cuphead dibujó otro círculo, y la operación siguió hasta que uno de los dos tuvo tres seguidos y se convirtió en el campeón internacional de tres en raya del cuarto de Cuphead. Hubo una breve ceremonia de entrega de premios, seguida de apretones de manos y manos y más manos, porque las felicitaciones llevan su tiempo cuando uno de los jugadores tiene ocho brazos.

Cuando por fin terminaron, Cuphead pudo retomar su tarea original: escribir «¡Cumpleaños de Anciano Tetera!» en el primer círculo rojo del calendario. Sí señor, era un día muy especial.

Entonces, mientras por la radio sonaba a todo volumen una canción saltarina y marchosa de Flimm Flamm y sus Tubadores (el grupo con más swing del panorama musical), Cuphead salió del cuarto bailando y bajó a desayunar.

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