La cólera de Tiamat (The Expanse 8)

James S. A. Corey

Fragmento

Prólogo Holden

Prólogo

Holden

Chrisjen Avasarala había muerto.

Falleció mientras dormía en la Luna, hacía cuatro meses. Llevó una vida larga y saludable, sufrió una breve enfermedad y dejó a la humanidad muy cambiada tras su paso por la existencia. Todos los canales de noticias tenían obituarios y conmemoraciones pregrabados, listos para emitirlos por los mil trescientos sistemas por los que se había expandido la especie humana. Los titulares y los textos generados digitalmente habían sido muy hiperbólicos: «La última reina de la Tierra» o «La muerte del tirano y la despedida final de Avasarala».

Daba igual lo que dijesen, todos afectaron mucho a Holden. Era imposible imaginarse un universo que no se hubiese rendido a la voluntad de la pequeña anciana. Cuando llegó a Laconia la confirmación de que la noticia era cierta, Holden aún creía en el fondo que Avasarala estaba ahí fuera, en alguna parte, irritada y malhablada, llevando su cuerpo hasta el límite para retorcer la historia y desviarla lejos de las atrocidades, aunque fuese muy poco. Pasó casi un mes entre el momento en el que se enteró de las noticias y en el que aceptó que eran ciertas. Chrisjen Avasarala había muerto.

Pero eso no significaba que hubiese desaparecido.

Se había planeado un funeral de Estado en la Tierra antes siquiera de la intervención de Duarte. El tiempo que Avasarala había pasado como secretaria general de la Organización de las Naciones Unidas había sido un periodo crítico de la historia, y sus servicios tanto a su planeta como al resto de la humanidad le habían granjeado un lugar de honor que nunca iba a olvidarse. El cónsul general de Laconia creyó que lo correcto y adecuado era que el lugar de descanso definitivo de Avasarala fuese el centro del nuevo imperio. El funeral se celebraría en el Edificio Gubernamental, donde se llevaría a cabo un homenaje que ella no habría olvidado jamás.

No se hizo mención alguna al hecho de que Duarte fuese uno de los cómplices principales de la gran matanza de la Tierra que determinó la carrera de Avasarala. La historia ya había empezado a reescribirse por los vencedores. Holden estaba muy seguro de que, aunque no hubiese mención alguna en las notas de prensa ni en los canales de noticias oficiales, todo el mundo recordaba que Duarte y ella habían formado parte de bandos opuestos en el pasado. Y si la gente no lo recordaba, Holden tenía claro que él sí.

El mausoleo, que era solo de Avasarala, ya que aún no había nadie tan importante para compartirlo con tal eminencia, era de piedra blanca con pulido de alta precisión. Las puertas enormes se encontraban cerradas, y la ceremonia ya había terminado. Un retrato de Avasarala cubría el panel central de la pared norte de la estructura. Estaba grabado en la piedra sobre la fecha de su nacimiento, la de su muerte y unos versos que Holden no llegó a reconocer. Los cientos de sillas se encontraban dispuestas alrededor del estrado desde el que había hablado el sacerdote, y ahora la mitad estaban vacías. Había acudido gente de todo el imperio, que ahora había pasado a desperdigarse en pequeños grupos formados por personas que ya se conocían. La hierba que rodeaba la cripta no era igual que la de la Tierra, aunque formaba parte de la misma familia y se comportaba de la misma manera que lo que Holden solía considerar hierba. La brisa era lo bastante cálida como para ser agradable. El palacio se encontraba detrás de él, y le dio la impresión de que podía llegar a fingir que había salido a dar un paseo por la espesura de los jardines y era libre para marchar al lugar que quisiese.

Las ropas que llevaba eran de corte militar laconio, azules y con esas alas extendidas que Duarte había elegido como logotipo imperial. El cuello era alto y rígido. Le arañaba un poco la piel de los lados por debajo de la cabeza. El lugar donde tendría que haberse encontrado la insignia del rango estaba vacío, un vacío que al parecer podía llegar a considerarse como símbolo de un prisionero de honor.

—¿Acudirá a la bienvenida, señor? —preguntó un guardia.

Holden sopesó cuáles serían las consecuencias en caso de dar una respuesta negativa. En caso de ser un hombre libre y rechazar la hospitalidad del palacio. De ser así, no sabía qué era lo que ocurriría, pero tenía claro que era algo que ya se habría ensayado y que él no iba a salir muy bien parado.

—En breve —dijo Holden—. Me gustaría…

Dedicó un gesto vago a la tumba, como si la inevitabilidad de la muerte concediese alguna especie de permiso universal, como si fuese un recordatorio de la futilidad del resto de normas de la humanidad.

—Claro, señor —dijo el guardia, que luego volvió a girar la cabeza hacia la multitud.

Holden sabía muy bien que no era una persona libre. «Confinado con discreción» era lo máximo a lo que llegaba a aspirar.

Había una mujer sola a los pies del mausoleo, con la cabeza alzada hacia el retrato de Avasarala. Llevaba un sari de un azul intenso que se acercaba a la paleta de color laconia, lo justo para resultar educada, pero dejando un margen de diferencia lo bastante preciso como para que quedase claro que dicha educación no era sincera. Aunque no hubiese estado contemplando el retrato de su abuela, esa manera de insultar tan sutil y directa al mismo tiempo habría sido suficiente para reconocerla. Holden se acercó despacio.

Tenía la piel más oscura que la de Avasarala, pero la forma de sus ojos al mirarlo y la ligereza de su sonrisa eran las mismas.

—Mi más sentido pésame —dijo Holden.

—Gracias.

—No nos han presentado. Soy…

—James Holden —dijo la mujer—. Sé quién eres. La yaya hablaba de ti a veces.

—Ah, vale. Me hubiese encantado oírla. En ocasiones teníamos opiniones muy dispares.

—Sí, lo sé. Me llamo Kajri. Ella me llamaba Kiki.

—Era una mujer maravillosa.

Se quedaron en silencio durante dos segundos demasiado largos. La brisa ondeó la tela del sari de Kajri como si de una bandera se tratase. Holden estaba a punto de marcharse, pero la mujer volvió a hablar justo en ese momento.

—Sé que esto no le hubiese gustado nada —dijo—. El hecho de que la hayan traído al territorio de sus enemigos para celebrar que ya no podía darles una buena patada en los cojones. Apropiándose de su nombre ahora que ella no tiene voz para replicar. Estoy segura de que el enfado que tiene encima ahora mismo serviría para dar energía a un planeta entero, con todo lo que se estaría removiendo en su tumba.

Holden emitió un sonido tenue para indicar que estaba de acuerdo.

Kajri se encogió de hombros.

—O quizá no. Es posible que también le hubiese resultado gracioso. Con ella una nunca podía estar segura de nada.

—Le debía mucho —dijo Holden—. Nunca me di cuenta en su momento, pero hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudarme. Nunca tuve la oportunidad de agradecérselo. O… sí que la tuve, supongo, pero nunca la aproveché. Si hay algo que pueda hacer por ti o por tu familia…

—No

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