Rozando el cielo (Mile High) (La Ciudad de los Vientos 1)

Fragmento

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Playlist

Planez - Jeremih feat. J. Cole 4:00

Imported - Jessie Reyes & 6LACK 3:32

Swim - Chase Atlantic 3:48

You Got It - VEDO 3:23

Feels - Kehlani 3:01

safety net - Ariana Grande feat. Ty Dolla $ign 3:28

I Like U - NIKI 4:27

Love Lies - Khalid & Normani 3:21

Close - Nick Jonas feat. Tove Lo 3:54

Every Kind of Way - H E R. 2:40

One In A Million - Ne-Yo 4:03

Hrs and Hrs - Muni Long 3:24

Conversations in the Dark - John Legend 3:55

Constellations - Jade LeMac 3:20

love you anyway - John K 3:26

Medicine - James Arthur 3:28

Say You Love Me - Jessie Ware 4:17

Half a Man - Dean Lewis 2:59

Always Been You - Jessie Murph 2:11

Get You the Moon - Kina feat. Snøw 2:59

Hard Place - H.E.R. 4:31

Best Part - Daniel Caesar feat. H.E.R. 3:29

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1

Zanders

—Me encantan los partidos fuera de casa.

—Odio los partidos fuera de casa —se queja Maddison sacando su maleta de la parte trasera de mi Mercedes-Benz G-Wagon, mi última adquisición, antes de ponerse la chaqueta del traje.

—Los odias por la misma razón por la que a mí me gustan tanto.

Cierro el coche, me meto las llaves en la bolsa y respiro profundamente para que el aire fresco de Chicago en otoño llene mis pulmones. Me encanta la temporada de hockey, y esta semana comienza fuera de casa.

—¿Por qué, porque tienes chicas esperando para verte en cada ciudad que visitamos? Mientras que la única mujer que quiero ver yo es mi esposa, que está aquí, en Chicago, con mi hija y mi hijo recién nacido.

—Exactamente —asiento, dándole una palmadita en el hombro a Maddison cuando entramos en la zona privada del aeropuerto O’Hare International.

Mostramos nuestra documentación a seguridad antes de salir a la pista.

—¿Tenemos avión nuevo? —pregunto deteniéndome en seco y ladeando la cabeza hacia el nuevo pájaro con el logo de nuestro equipo en la cola.

—Eso parece —agrega Maddison distraídamente, mirando su teléfono.

—¿Cómo está Logan? —pregunto en referencia a su esposa, a quien sé que está enviando mensajes en este momento. Está obsesionado con ella. Se pasa el día escribiéndole.

—Es impresionante, tío —dice Maddison con la voz llena de orgullo—. MJ tiene solo una semana y ella ya controla sus horarios.

Menuda novedad. La esposa de Maddison, Logan, es una de mis mejores amigas y probablemente la persona más capaz que conozco. Son mis únicos amigos con hijos, pero su familia se ha convertido en la mía. Su hija me llama tío Zee, y yo me refiero a los dos pequeños como mi sobrina y sobrino, a pesar de que no hay lazos de sangre entre nosotros. Su padre es mi mejor amigo y prácticamente mi hermano ya.

Cosa que no siempre fue así.

De jóvenes, Eli Maddison fue mi rival más odiado. Ambos crecimos en Indiana y jugamos al hockey competitivo con dos equipos diferentes. Él era el niño mimado que siempre conseguía todo lo que quería, y eso me molestaba muchísimo. Su vida era perfecta. Su familia era perfecta, y la mía, todo lo contrario.

Luego pasó a jugar para la Universidad de Minnesota mientras yo lo hacía para el estado de Ohio, y nuestra rivalidad de la infancia se convirtió en cinco intensos años de hockey universitario. En aquel momento, yo tenía algunos problemas familiares, y descargué toda mi ira en el hielo. Maddison terminó siendo el que se comió toda mi mierda cuando lo lancé contra la valla con un golpe sucio a principios de nuestra época universitaria, en segundo curso. Le jodí el tobillo lo suficiente como para sacarlo de las clases y, por lo tanto, de la selección de la Liga Nacional de Hockey.

Irónicamente, yo también tuve que dejar segundo porque había suspendido algunas asignaturas.

Eli me odiaba por eso, y yo me odiaba a mí mismo por muchas otras razones.

Entonces comencé a ir a terapia. Como un clavo. Me trabajé mi mierda, y en nuestro último año, Maddison y yo ya éramos los mejores amigos. Seguíamos jugando con diferentes equipos, pero nos respetábamos y encontramos puntos en común en nuestros problemas de salud mental. Él lidiaba con la ansiedad y los ataques de pánico, y yo, con una ira tan amarga que me consumía y me provocaba ataques de pánico que me cegaban por completo.

Y el destino quiso que Eli Maddison y yo aterrizáramos en el mismo equipo en Chicago para jugar de forma profesional con los Raptors. Esta temporada empieza mi séptimo año aquí y no puedo imaginarme jugando en ningún otro lado.

Es por eso por lo que necesito asegurarme de volver a firmar al final de la temporada, cuando mi contrato termine.

—Scott, ¿tenemos avión nuevo? —pregunto a uno de los jefes de nuestro equipo, que camina delante de nosotros.

—Sí —me dice por encima del hombro—. Todos los equipos profesionales de Chicago. Nueva compañía chárter. Nuevo avión. Un gran trato que firmaron con la ciudad.

—Avión nuevo. Nuevos asientos… Nuevas azafatas —añado con picardía.

—Siempre hemos tenido azafatas nuevas —interviene Maddison—. Y todas han intentado acostarse contigo.

Me encojo de hombros con aire de suficiencia. No se equivoca, y tampoco me avergüenzo. Pero no me acuesto con mujeres que trabajan para mí. La cosa se pone fea, y no me gusta.

—Eso también es nuevo —grita nuestro jefe de equipo—. La misma tripulación de vuelo durante toda la temporada. Los mismos pilotos y las mismas azafatas. Se acabó el personal nuevo subiendo y bajando de nuestro avión pidiendo autógrafos.

—O pidiendo desabrocharte los pantalones —apunta Maddison con una mirada mordaz.

—No me importaba.

Me suena el móvil en el bolsillo del pantalón de traje. Al sacarlo, veo que tengo dos nuevos mensajes directos esperándome en Instagram.

Carrie: He visto tu calendario de partidos. Estás en la ciudad esta noche, por lo que veo. ¡Estoy libre, y será mejor que tú también lo estés!

Ashley: Estás en mi ciudad esta noche. ¡Quiero verte! Haré que valga la pena. 

Entro en la aplicación Notas y abro la entrada titulada «DENVER», tratando de recordar quiénes son estas mujeres.

Al parecer, Carrie fue un gran polvo con unos melones fantásticos, y Ashley me hizo una mamada increíble.

Va a ser difícil elegir dónde quiero que me lleve la noche. Aunque también está la opción de salir y ver si puedo ampliar mi lista de Denver con algunos fichajes nuevos.

—¿Vamos a salir esta noche? —le pregunto a mi mejor amigo mientras subimos las escaleras del nuevo avión.

—Voy a cenar con un amigo de la universidad. Mi antiguo compañero de equipo vive en Denver.

—Ah, mierda, es verdad. Bueno, pues tomemos unas copas después.

—Voy a acostarme temprano.

—Siempre te acuestas temprano —le recuerdo—. Solo quieres quedarte en tu habitación de hotel y llamar a tu mujer. Únicamente sales conmigo cuando Logan te obliga.

—Bueno, tengo un hijo de una semana, así que te aseguro que no voy a salir esta noche. Necesito dormir.

—¿Cómo está el pequeño MJ? —pregunta Scott desde lo alto de las escaleras.

—Es la cosa más bonita —responde Maddison, y saca el móvil para mostrar las innumerables fotos que me ha enviado durante la semana—. Ya es diez veces más tranquilo que Ella cuando acababa de nacer.

Paso frente a ellos y entro en el avión, sorprendido por lo increíble que es. Es completamente nuevo y tiene las alfombras y asientos personalizados con el logotipo de nuestro equipo por todas partes.

Dejo atrás la mitad delantera del avión, donde se sientan los entrenadores y el personal, y me dirijo a la fila con las salidas de emergencia, donde Maddison y yo nos hemos sentado durante años, desde que él se convirtió en capitán, y yo, en capitán suplente. Dirigimos todos los aspectos del equipo, incluidos el sitio de cada uno en el avión.

Los veteranos se sientan en la fila con las salidas de emergencia y el resto más atrás cuanto menor es su antigüedad en el equipo, de manera que los debutantes van en la última fila.

—Ni de coña —niego rápidamente, al encontrar a nuestro defensa de segundo año, Rio, sentado en mi asiento—. Levántate.

—Estaba pensando que tal vez —comienza él, con una sonrisa de imbécil en toda la cara— ¿nuevo avión, nuevos asientos? Tal vez tú y Maddison queráis sentaros en la parte trasera del avión con los novatos este año.

—Que no. Arriba. No me importa que no seas debutante esta temporada. Voy a seguir tratándote como uno.

Los rizos le caen sobre los ojos, verde oscuro, pero todavía los veo brillar con diversión mientras me provoca. Maldito cabrón.

Es de Boston, Massachusetts. Un niño de mamá italiano al que le gusta poner a prueba mi paciencia. Pero casi cada vez que abre su maldita boca termino riéndome. Es jodidamente divertido. Solo diré eso.

—Rio, levántate de nuestros asientos —ordena Maddison, que está justo detrás de mí.

—Sí, señor.

Se pone de pie rápidamente, coge su radiocasete del asiento de al lado y se apresura hacia la parte trasera del avión, donde debería estar.

—¿Por qué a ti te hace caso y a mí no? Soy diez veces más intimidante que tú.

—Tal vez porque te lo llevas por ahí cada vez que estamos de viaje y lo tratas como tu coleguita, mientras que yo soy su capitán y dejo los límites claros.

Tal vez si mi mejor amigo viniera conmigo, no tendría que llevarme a un chaval de veintidós años como suplente cuando estamos en la ciudad.

Meto mi bolsa en el compartimento superior y ocupo el asiento más cercano a la ventana.

—Ni de coña —salta Maddison poniéndose de pie y mirándome—. Tuviste la ventana el año pasado. Te toca el pasillo esta temporada.

Miro el asiento que tengo justo al lado y luego a él.

—Es que me mareo.

Maddison estalla en carcajadas.

—No, no te mareas. Deja de ser un capullo y levántate.

De mala gana, me muevo al asiento contiguo. En este avión solo hay dos a cada lado del pasillo. Otro par de veteranos se sientan en la fila frente a nosotros.

Saco el móvil y vuelvo a leer los mensajes de las chicas en Denver, preguntándome cómo quiero que sea mi noche.

—¿Qué preferirías: un buen polvo, una mamada alucinante o arriesgarte con alguien nuevo?

Maddison me ignora por completo.

—¿Los tres? —respondo por él—. Quizá podría encajarlo.

Me llega otro mensaje. Esta vez al chat grupal, y es de nuestro agente, Rich.

Rich: Entrevista con el Chicago Tribune antes del partido de mañana. Actuad un poco. Hacednos ganar dinero.

—Rich ha escrito —le digo a mi capitán—. Entrevista mañana antes del partido. Quiere que hagamos nuestro numerito.

—Menuda novedad —suspira Madison—. Zee, sabes que tienes las de perder en esto. Cuando estés listo para que la gente se entere de que no eres el imbécil que todos creen, házmelo saber y se acabó el espectáculo.

Esta exactamente es la razón por la que Maddison es mi mejor amigo. Puede que sea la única persona, además de su familia y mi hermana, que sabe que no soy tan mal tío como me pintan los medios de comunicación. Pero mi imagen tiene sus ventajas, una de las cuales es que las mujeres se abalanzan sobre el autoproclamado «malote insufrible» y que nuestras personalidades, tan opuestas, nos hacen ganar mucho dinero a ambos.

—Qué va, todavía lo disfruto —le confieso—. Tengo que lograr que me renueven el contrato al final de la temporada, así que, hasta entonces, debemos seguir así.

Desde que Maddison llegó a Chicago, hace cinco años, hemos montado una trama que se tragan tanto los seguidores como los medios de comunicación. Hacemos que la organización gane una barbaridad de dinero porque nuestro dúo llena las gradas. Los que fueron adversarios acérrimos se convirtieron en mejores amigos y compañeros de equipo. Maddison lleva años casado con su novia de la universidad y tienen dos hijos. Mientras que yo hay noches en las que llevo a mi ático a dos mujeres diferentes. No podríamos ser más diferentes desde fuera. Él es el niño bonito del hockey, y yo, el alborotador de la ciudad. Él suma goles y yo sumo mujeres.

La gente se traga esa mierda. Actuamos para los medios, pero la verdad es que no soy el gilipollas que la gente se cree. Me interesan muchas más cosas que las mujeres que me llevo a casa con el deporte. Pero también estoy seguro de mí mismo. Me gusta tener sexo con mujeres preciosas, así que no voy a disculparme por ello. Si eso me convierte en una mala persona, que les den. Gano un montón de dinero siendo el «chico malo».

Mientras me desplazo por la pantalla del móvil, veo una figura con el rabillo del ojo, pero no miro hacia arriba para ver a quién tengo frente a mí. Aun así, distingo las curvas del cuerpo de una mujer, y las únicas mujeres a bordo son asistentes de vuelo.

—Disculpen… —comienza.

—Sí, soy Evan Zanders —la interrumpo, sin levantar la mirada de la pantalla del móvil—. Y sí, este es Eli Maddison —añado cansado—. Lo siento, nada de autógrafos.

Esto sucede en casi todos los vuelos. La nueva tripulación babea por conocer a deportistas profesionales. Es un poco molesto, pero forma parte del trabajo ser reconocido tanto como nos ocurre a los dos.

—Me alegro por ustedes. Y no quiero su autógrafo —responde en un tono de absoluta indiferencia—. Lo que iba a preguntar es si están listos para que les dé las instrucciones de seguridad para las salidas de emergencia.

Finalmente, la miro y veo esos ojos verdes azulados tan penetrantes y mordaces. Tiene el pelo castaño y rizado, lo que hace que rebote, incapaz de ser domado. Tiene la piel ligeramente morena, salpicada de suaves pecas en la nariz y las mejillas, pero, por su expresión, no podría estar menos impresionada conmigo.

No es que me importe un carajo.

Paseo la mirada por su cuerpo. El ajustado uniforme de trabajo le marca cada curva de su figura.

—Se da cuenta de que está en la fila con las salidas de emergencia, ¿verdad, señor Zanders? —pregunta como si yo fuera idiota, con esos ojos almendrados entrecerrados.

Maddison se ríe a mi lado, ninguno de los dos ha escuchado a una mujer hablarme con tanto desdén.

Entorno los ojos hasta que son apenas dos hendiduras, sin amedrentarme y un poco ofendido de que me haya hablado de esa manera.

—Sí, estamos listos —responde Maddison por mí—. Adelante.

Ella suelta su rollo y yo desconecto. He escuchado esto más veces de las que puedo contar, pero supongo que es algo que tienen que explicarnos antes de cada vuelo por cuestiones legales.

Me desplazo por la pantalla del móvil mientras ella habla; mi cuenta de Instagram está llena de modelos y actrices, con la mitad de las cuales he salido. Bueno, probablemente «salir» no sea la palabra correcta. Más bien me he acostado con ellas. Pero son un regalo para la vista, así que las sigo en las redes sociales por si quiero repetir.

Maddison me da un codazo.

—Zee.

—¿Qué? —respondo distraídamente.

—Te ha hecho una maldita pregunta, tío.

Miro hacia arriba y veo que la azafata me mira fijamente. Con una expresión de máximo fastidio, su mirada se desplaza hacia la pantalla de mi móvil, donde se ve una mujer semidesnuda en toda la página de inicio.

—¿Está dispuesto y se ve capaz de ayudar en caso de emergencia? —repite ella.

—Claro. Tomaré agua con gas, por cierto. Con extra de lima —respondo, y vuelvo la atención de nuevo al móvil.

—Hay una nevera en la última fila donde puede servirse usted mismo.

La miro como un rayo una vez más. ¿Qué le pasa a esta chica? Reparo en la chapa con su nombre: un par de alas con «Stevie» grabado en el centro.

—Bueno, Stevie, me gustaría mucho que me la trajeras.

—Bueno, Evan, a mí me habría gustado mucho que prestaras atención a mis instrucciones de seguridad en lugar de asumir que quería tu autógrafo como si fuera una grupi. —Me da una palmadita en el hombro con condescendencia y añade—: Lo cual no soy.

—¿Estás segura de eso, dulzura? —pregunto. Pongo una sonrisa de suficiencia que se me sale de la cara mientras me inclino hacia delante en el asiento para acercarme a ella—. Podrías sacarte un montón de dinero.

—Qué asco. —Su rostro se contrae con repugnancia—. Gracias por escuchar —le dice a Maddison antes de dirigirse a la parte trasera del avión.

No puedo evitar darme la vuelta y mirarla pasmado. Mueve sus anchas caderas al caminar, ocupando más espacio que las otras azafatas que he visto a bordo, pero su pequeña falda de tubo se hunde en la cintura.

—Pues Stevie es una cabrona integral.

—No, lo que pasa es que tú eres un completo imbécil, y ella te ha llamado la atención —se ríe Maddison—. Y ¿Stevie?

—Ese es su nombre. Lo ponía en la chapa.

—Nunca te habías aprendido el nombre de una azafata —comentó con un tono lleno de acusación—. Pero está claro que le importas una mierda, amigo mío.

—Al menos no estará en el próximo vuelo.

—Sí estará —me recuerda Maddison—. La misma tripulación durante toda la temporada. ¿Recuerdas lo que ha dicho Scott?

Joder, es verdad. Nunca hemos tenido a las mismas chicas a bordo durante toda una temporada.

—Ya me cae bien, y solo porque no le caes bien. Esto va a ser divertido.

Me doy la vuelta para echar un vistazo a la parte trasera del avión justo cuando Stevie me mira, ninguno de los dos se amilana ni rompe el contacto visual. Sus ojos son probablemente los más interesantes que he visto en mi vida y tiene un cuerpo perfectamente rollizo, con mucho a lo que agarrarse. Pero, por desgracia, esa actitud tan desagradable echa a perder su bonito físico, que tanto me gusta.

Puede que necesite un recordatorio de que trabaja para mí, pero me aseguraré de que lo entienda. Soy así de mezquino. No olvidaré nuestra pequeña interacción mientras ella esté en mi avión.

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2

Stevie

—Ese tío es un idiota.

—¿Cuál? —pregunta mi nueva compañera de trabajo, Indy, estirando el cuello para mirar hacia el pasillo.

—Ese que está sentado en la fila con las salidas de emergencia.

—¿Eli Maddison? Tenía entendido que es el tío más majo de la Liga Nacional.

—Ese no. El otro. El que está sentado a su lado.

Aunque los dos hombres parecen buenos amigos y probablemente tengan mucho en común, son polos opuestos por fuera.

El pelo de Evan Zanders es negro y lo lleva cortísimo, como si no pudiera pasar más de una semana y media sin volver a arreglárselo. Al mismo tiempo, la mata de pelo castaña de Eli Maddison le cae desgreñada sobre los ojos, y probablemente no sepa decir cuándo fue la última vez que vio a su peluquero.

La piel de Evan Zanders luce un cálido e impecable bronceado, y Eli Maddison es bastante pálido y tiene las mejillas sonrosadas.

Evan Zanders lleva una cadena de oro colgada del cuello y adorna sus dedos con estilosos anillos de oro, mientras que Eli Maddison solo lleva una joya, y es un anillo en el dedo anular izquierdo.

Estoy soltera, por lo que lo primero en lo que me fijo de un hombre son sus manos, especialmente la izquierda.

Una cosa que sí tienen en común estos dos es que ambos están muy bien, y me apostaría lo que fuera a que lo saben de sobra.

Indy mira hacia el pasillo de nuevo. Afortunadamente, estamos en la parte trasera del avión y todos se sientan de espaldas a nosotras, por lo que nadie puede ver lo descarada que está siendo.

—¿Estás hablando de Evan Zanders? Sí, tiene fama de ser un imbécil, pero ¿acaso importa? Es como si Dios hubiera decidido esmerarse con él y echarle algo más de «sexy» a su composición genética.

—Me cae como el culo.

—Tienes razón —coincide Indy—. Su culo también fue esculpido por el mismísimo Dios.

No puedo evitar reírme con mi nueva amiga. Nos conocimos hace unas semanas, en una formación laboral, y todavía no sé mucho sobre ella, pero hasta ahora parece encantadora. Por no hablar de lo guapa que es. Alta y esbelta, tiene un brillante bronceado natural y una mata de pelo rubio que le cae suavemente por la espalda. Sus ojos son de un marrón cálido y no creo que lleve una gota de maquillaje, simplemente porque es despampanante sin él.

Recorro con la mirada su uniforme, fijándome en lo perfectamente bien que le sienta a su delgada figura. No se le abren los espacios entre botones de la blanca camisa con cuello, y no tiene ni una sola arruga en la falda de tubo, a diferencia de la mía, por todo lo que trata de contener.

Sintiéndome cohibida de repente, me ajusto el ceñido uniforme. Lo pedí el mes pasado, pero mi peso siempre varía, y entonces pesaba unos kilos menos.

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? —le pregunto a Indy mientras esperamos que el resto del equipo suba al avión para que podamos despegar en nuestro primer viaje de la temporada.

—¿Cuánto tiempo hace que soy asistente de vuelo? Este es mi tercer año. Pero nunca había trabajado para un equipo deportivo. ¿Y tú?

—Este es mi cuarto año y mi segundo equipo. Trabajaba para uno de la NBA de Charlotte, pero mi hermano vive en Chicago y me ayudó a conseguir este puesto.

—Entonces, ya has estado con deportistas. Esto no es nada nuevo para ti. Estoy un poco deslumbrada, para ser sincera.

He estado entre deportistas, he salido con uno y estoy emparentada con otro.

—Sí, o sea, solo son personas normales, como tú y yo.

—No sé tú, chica, pero yo no gano millones de dólares al año. Eso no tiene nada de normal.

Sin duda, yo tampoco gano nada parecido a esa cantidad, por eso vivo en el pedazo de apartamento que tiene mi hermano gemelo en Chicago hasta que pueda encontrar algo por mi cuenta. No es que me encante vivir de él, pero no conozco a nadie más en la ciudad, y fue él quien me insistió mucho para que viniese. Además, él gana un sueldo tan exorbitante que no me siento demasiado mal por gorronearle un sitio donde dormir.

No podríamos ser más diferentes. Ryan es centrado, íntegro, está motivado y tiene éxito. Ha seguido su camino desde que tenía siete años. Yo tengo veintiséis ahora y todavía estoy tratando de encontrar el mío. Pero, a pesar de nuestras diferencias, somos muy amigos.

—¿Eres de Chicago? —le pregunto a Indy.

—De siempre, sí. Bueno, de las afueras. ¿Y tú?

—Crecí en Tennessee, pero fui a la Universidad en Carolina del Norte. Viví allí cuando conseguí entrar a trabajar como auxiliar de vuelo. Me acabo de mudar a Chicago, hace un mes.

—Nueva en la ciudad —comentó Indy con esos ojos marrones brillando con emoción y un poco de picardía—. Tenemos que salir por ahí cuando volvamos a casa. Bueno, también tenemos que salir cuando estemos de gira, pero aquí te enseñaré los mejores lugares de Chicago.

Le sonrío, agradecida de tener una chica tan guay y tolerante en mi avión esta temporada. Este mundillo puede ser feroz y, a veces, las chicas no son muy amables entre sí, pero Indy parece auténtica. Vamos a pasar una temporada entera de hockey juntas, así que estoy aún más agradecida de que nos llevemos bien.

Desafortunadamente, no puedo decir lo mismo de la otra asistente de vuelo. Durante las dos semanas de formación, Tara, la azafata principal, pareció cualquier cosa menos cordial. «Territorial» podría ser una palabra más adecuada para ella. O «perra». O ambas.

—Tengo que admitir algo —comienza Indy en un susurro, apartándose el pelo, rubio y ralo, de la cara—. No sé una mierda de hockey.

Se me escapa una risita.

—Ya, yo tampoco.

—Vale, menos mal. Me alegro de que no sea un requisito para el trabajo. Quiero decir, sé quiénes son todos porque los busqué en las redes sociales en plan FBI, pero nunca he visto un partido. Sin embargo, mi novio está muy versado en el deporte. Incluso me dio permiso para tirarme a alguno.

—Espera, ¿en serio?

Ella me hace un gesto con la mano.

—Era broma. Yo nunca haría eso. En todo caso, él es quien querría el permiso para tirarse a alguno de ellos. Le encantan los deportes, seguir a las grandes figuras y todo eso.

Antes de que pueda decirle a Indy que tengo a alguien en casa por quien podría volverse loco su novio, el idiota de la fila con las salidas de emergencia comienza a caminar por el pasillo hacia nosotras.

No mentiré diciendo que Evan Zanders no es guapo. Parece como si acabara de bajarse de una pasarela por la forma en que camina hacia mí. Sonríe con descaro sin poder ocultar sus perfectos dientes, y sus ojos son la definición de un sueño color avellana. Lleva un traje de espiguilla de tres piezas hecho a medida que grita que es un tipo que no sale de casa a menos que esté vestido para impresionar.

Pero es un imbécil pretencioso que ha dado por sentado que yo quería su autógrafo y se ha quedado mirando fotos de mujerazas semidesnudas mientras yo intentaba explicarle cómo podía salvarle la vida en caso de emergencia.

O sea, la probabilidad de que necesite saber algo de lo que estaba tratando de explicar es casi nula, pero eso da igual. La cosa es que es un deportista arrogante que está enamorado de sí mismo. Conozco a los de su tipo. He salido con ellos, y nunca lo volveré a hacer.

Entonces, dejo de admirarlo y me doy la vuelta para distraerme con algo sin sentido en la cocina de a bordo, pero su presencia es abrumadora. Es el tipo de hombre en que todo el mundo se fija cuando entra en algún sitio, y eso me molesta aún más.

—Vale, señorita Shay —susurra Indy, llamándome por mi apellido, con un empujón.

Vuelvo a mirarla, pero hace un gesto hacia Zanders. Me doy la vuelta y veo que tiene esa penetrante mirada fija en mí. Una sonrisa de lo más arrogante se le dibuja en los labios mientras espera de pie en la pequeña entrada de la cocina trasera del avión. Pone ambos brazos a lado y lado, encerrándonos así a Indy y a mí.

—Necesito un agua con gas con extra de lima —anuncia, dirigiéndose a mí.

Me cuesta la vida no poner los ojos en blanco, porque ya le he dicho dónde puede encontrarla. Hay una nevera grande y sofisticada a menos de un metro de él, llena de todo tipo de bebidas por una razón. Básicamente, los deportistas están hambrientos después de cada partido y hacemos muchos vuelos nocturnos cuando terminan, por lo que el avión está equipado con un bufé libre con comida y bebidas en cada recoveco, listas para consumir.

—Está en la nevera —digo señalando la última fila de asientos, justo a su lado.

—Pero necesito que tú me la des.

Será arrogante.

—¡Yo se la traigo! —exclama Indy emocionada, ansiosa por hacer un trabajo que no le corresponde.

—No es necesario —la detiene Zanders—. Stevie me la traerá.

Lo miro entrecerrando los ojos cuando finalmente muestra unos dientes relucientes, al parecer sintiéndose graciosísimo en este momento. No lo es. Es molesto.

—¿No es cierto, Stevie?

Me gustaría mandarlo a la mierda, y no porque no quiera hacer mi trabajo, sino por lo que está tratando de demostrar. Está intentando decirme que trabajo para él. Pero el hecho de que sea nuestro cliente no significa que pueda ser grosero y esperar que yo no lo sea.

Dudo qué hacer, porque no quiero causar una mala impresión frente a mi nueva compañera de trabajo el primer día. No podría importarme menos lo que este tipo piense de mí, pero preferiría no quedar como una perra integral frente a Indy.

—Por supuesto que lo haré —digo con una voz demasiado aguda, pero ninguna de estas personas me conoce lo suficientemente bien como para darse cuenta de que estoy fingiendo.

Zanders se aparta lo justo para dejarme pasar junto a él, y solo el gesto me hace sentir cohibida. No soy menuda precisamente, y no quiero sentirme avergonzada por no caber. Afloran algunas de mis inseguridades, pero las cojo y las oculto tras la autoestima que tanto me he esforzado por aparentar. Por suerte, Zanders se aparta un poco más para dejarme espacio.

Doy un paso, literalmente un paso, fuera de la cocina y alcanzo la nevera, que está tan cerca de Zanders que prácticamente la tocaba. Abro la puerta y saco la primera bebida que veo, que es agua con gas. Él habría tardado menos de tres segundos, pero quería demostrar algo.

Mientras saco la botella, lo siento acercarse. Es altísimo, probablemente mida alrededor de un metro noventa, y yo no llego al metro setenta, por lo que me sobrepasa con mucho. Apenas me deja suficiente espacio en el pasillo para darme la vuelta, y cuando lo hago, me encuentro su pecho en toda la cara.

—Muchas gracias, Stevie —dice, pronunciando mi nombre con la misma condescendencia que he usado yo antes mientras me coge perezosamente la botella de la mano. Me roza apenas con sus largos dedos, mientras me mira fijamente con esos ojos castaños. Con la mano libre, me recoloca las alas en la camisa, enderezando la chapa con mi nombre.

Hay picardía, diversión y mucha arrogancia en sus ojos mientras me mira, pero no logro encontrar de ningún modo la voluntad para romper el contacto visual.

Se me acelera el ritmo cardiaco, y no solo porque apenas unas pocas capas de tela separan su mano de mi pecho, sino porque no me gusta la forma en que me mira. Con tanta intensidad y atención. Como si yo fuera su nuevo propósito esta temporada.

El propósito de hacer de mi trabajo un infierno.

—¿Más lima? —nos interrumpe Indy, extendiendo una servilleta llena de rodajas de lima.

Zanders deja de mirarme fijamente cuando se vuelve hacia Indy, que está en la cocina de a bordo, y un audible suspiro de alivio se me escapa de los pulmones cuando aleja su atención de mí.

—Vaya, muchas gracias. —El tono de Zanders es demasiado alegre cuando se las coge—. Eres genial en tu trabajo…

—Indy.

—Muy bien. —Asiente para sacársela de encima y vuelve a centrar su atención en mí. Se inclina ligeramente para ponerse a la altura de mis ojos y añade—: Stevie. Gran trabajo —dice a modo de despedida antes de volver a su asiento.

Me pongo de pie, recomponiéndome mientras me aliso el uniforme una vez más y me aparto el indomable pelo rizado de la cara.

—Por favor, tíratelo —me ruega Indy cuando volvemos a quedarnos solas en la cocina.

—¿Qué?

—Por favor, por favor, tíratelo y luego cuéntame cada pequeño detalle.

—No voy a acostarme con él.

—¿Por qué no?

—Porque trabajamos para él —explico frunciendo el ceño—. Porque está enamorado de sí mismo y porque estoy bastante segura de que se acuesta con cualquier cosa que tenga vagina, y dudo que sepa su nombre cuando se las tira.

Y no tengo el cuerpo de una modelo que buscan estos tíos. No atraigo a hombres así, pero me guardo esa inseguridad para mí.

—Bueno, sabe tu nombre.

—¿Eh?

—Que sabe tu nombre. —Se inclina hacia mí para ponerse a la altura de mis ojos, de la misma manera que lo ha hecho Zanders, y susurra en un tono seductor antes de estallar en risillas—: Stevie.

—Sal de aquí —exclamo empujándola juguetonamente.

En cuanto han subido a bordo todos los pasajeros y las puertas de la cabina están selladas, Indy y yo cerramos la cocina tras cerciorarnos de que todo está seguro para el despegue. Y mientras lo hacemos, ocurre lo más mágico y hermoso que jamás me haya sucedido en mis cuatro años como azafata.

Simultáneamente, cada uno de los jugadores de hockey se levanta de su asiento y comienza a desnudarse, hasta que lo único que tienen cubierto es el paquete.

—Ay, la madre que…

Me quedo embobada, incapaz de hablar y con los ojos saliéndoseme de las órbitas.

—¿Qué-está-pasando? —pregunta Indy, igual de pasmada, con la boca abierta.

Mire donde mire, la mitad trasera del avión está llena de hombres desnudos, culos tonificados y tatuajes. Indy y yo ni siquiera disimulamos. Nos los quedamos mirando, y ni por todo el oro del mundo desviaríamos la mirada.

Todos los jugadores colocan con cuidado sus trajes en los compartimentos superiores, asegurándose de que no se arruguen hasta llegar a Denver, y vuelven a vestirse con ropa más cómoda e informal.

—¿Les gusta el espectáculo, señoras? —pregunta juguetonamente uno de los chicos, sacándome de mi aturdimiento. Sus oscuras ondas bailan frente a sus profundos ojos color esmeralda.

—Sí —responde Indy sin dudarlo.

—Bueno, pues disfrutad. Lo hacemos cada vez que despegamos y aterrizamos. Tenemos que llevar traje para los medios, pero no cuando estamos a bordo. Aquí podemos hacer lo que nos dé la gana.

Esto no ocurría cuando volaba con el equipo de baloncesto. Subían y bajaban del avión con la mayor naturalidad posible, así que esto es nuevo.

—Puedo ir para allí y daros mejores vistas en el próximo vuelo.

—¡Rio, deja de estar siempre tan desesperado! —le grita otro jugador.

—Me encanta mi trabajo —añade Indy sin dejar de mirar a los hombres semidesnudos.

—Me encanta el hockey —aseguro sin pensarlo dos veces.

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3

Stevie

Tiro la maleta en la segunda cama de mi habitación de hotel y conecto el cargador del móvil al enchufe de la pared. Olvidé cargarlo anoche, así que murió a la mitad del vuelo a Denver.

Mientras espero a que se encienda, me quito el horrible uniforme, lo cuelgo en el armario y saco mis sudaderas más holgadas. Me gusta ir cómoda. Dame pantalones de chándal, mallas y camisas de franela anchas que ponerme el resto de mi vida y moriré siendo una mujer feliz.

La mezcla de poliéster y lana de mi uniforme de azafata es rígida y poco favorecedora, y lo primero que hago después de cada vuelo es quitármelo lo más rápido posible.

El móvil suena en la mesita de noche y, sin mirar, ya sé quién es. Es la única persona con la que no puedo pasar un día sin hablar: mi mejor amigo. Ryan siempre piensa en mí la primera, por encima de todos los demás, día tras día.

Su nombre, acompañado del emoji de dos gemelos bailando, confirma lo que ya sabía.

Ryan: ¿Qué tal tu primer vuelo? 

Yo: ¡Ha ido bien! Los chicos de hockey son agradables, en su mayor parte.

Dejo de lado el hecho de que estoy trabajando para la diva más grande de la Liga Nacional de Hockey esta temporada.

Ryan: Los canadienses, ¿verdad? Pero sabes que echas de menos el baloncesto.

Yo: No sé, Ry, ¿has visto el culo de un jugador de hockey? 

Ryan: Estoy orgulloso de decir que no lo he hecho ni lo haré nunca. 

Yo: Hablando de baloncesto, ¿estás listo para el partido de esta noche? 

Ryan: Por supuesto. Aunque echaré de menos verte en las gradas. Necesito mi amuleto de la suerte.

La temporada de baloncesto de Ryan y mi periodo de vuelos siempre han coincidido, y más ahora que estoy trabajando en el mundo del hockey, ya que sus jornadas son las mismas. No he podido asistir a muchos de sus partidos desde que entró en la liga profesional, pero siempre me aseguro de verlos como sea. Soy su autoproclamado amuleto de la suerte, aunque los Chicago Devils no han ganado un campeonato desde hace tres años, por lo que no creo que mi magia esté funcionando demasiado bien.

Yo: Lo veré. Hay un bar deportivo a unas manzanas de distancia. Estoy segura de que lo pondrán en la tele.

Ryan: También podrías verlo desde tu habitación de hotel… a solas. 

No puedo evitar reír. Ryan sabe que no puede controlar con quién paso el tiempo, y puede que sea el hermano más sobreprotector de todos los tiempos.

Yo: Demasiado protector. 

Ryan: Soy tu hermano mayor. Es mi deber.

Yo: Tres minutos mayor. 

Ryan: Aun así. Tengo que irme al campo. Ten cuidado. Te quiero, Vee.

Yo: Te quiero. Patéales el culo.

En cuanto salgo de los mensajes, vuelvo a descargarme el Tinder. Nunca uso estas aplicaciones cuando estoy en casa, pero una de las ventajas de pasar tanto tiempo fuera son los polvos esporádicos con un extraño.

Me siento más segura en la cama cuando estoy con alguien a quien sé que nunca volveré a ver. No me preocupo demasiado por mi aspecto o lo suave que me siento bajo un tipo cualquiera. Puedo soltarme y sentirme bien con el único propósito de correrme, sabiendo que nunca volverán a verme.

Deslizo hacia la derecha el perfil de algunos hombres atractivos, pero sobre todo hacia la izquierda el de los que son demasiado guapos para ser buenos. Y los hombres de Denver parecen serlo más que los de otras ciudades que visito, así que deslizo la pantalla hacia la izquierda más de lo habitual, asegurándome de no acabar con alguien que me parezca demasiado atractivo.

Ya tengo suficientes inseguridades que estoy intentando superar. No necesito apuntar demasiado alto solo para echar un polvo.

Por lo tanto, me atengo a los hombres que me parecen lo suficientemente atractivos, pero no tanto como para que su tipo suelan ser chicas que bien podrían estar en las portadas de las revistas.

En cuestión de minutos, casi todos los perfiles que he deslizado hacia la derecha me corresponden, lo que me da un subidón de confianza. Tras valorar mis opciones, llego a un chico que vive fuera de la ciudad y en su biografía dice: «Solo quiero echar un polvo».

Me encanta la sinceridad, y eso es precisamente lo que también yo estoy buscando.

Mientras estoy redactando un saludo extremadamente encantador e ingenioso, alguien llama a la puerta de mi habitación.

Dejo caer el móvil sobre la cama, y me enfundo una sudadera antes de echar un vistazo por la mirilla para ver a mi otra nueva compañera de trabajo, Tara, al otro lado.

—Hey —la saludo tras abrir la puerta con una sonrisa.

—¿Puedo entrar? —pregunta sin mucha expresión en su rostro, lo que me preocupa. Pero acabo de realizar un vuelo completo con ella y no ha sonreído ni una sola vez a menos que fuera a uno de nuestros pasajeros.

—Por supuesto.

Le hago un gesto para que entre y ella se sienta en la silla del escritorio mientras yo me dejo caer de nuevo en el borde de la cama.

—¿Cómo te ha ido el primer día? —pregunta Tara.

Ah, vale, está siendo amable.

—Genial. Todos parecen muy majos.

—Me han dicho que ya has trabajado con deportistas profesionales antes.

—Sí, estuve con un equipo de baloncesto de Charlotte las últimas temporadas, pero esta es la primera vez que trabajo para uno de hockey.

Había supuesto que eso daría pie a una conversación sobre mi experiencia laboral, ya que la mayoría de la gente alucina cuando se enteran de que trabajé para un equipo de baloncesto profesional, pero, en cambio, nos lleva a la verdadera razón por la que está aquí: tratar de intimidarme.

—Bueno, este no es tu anterior trabajo, así que quiero reiterar algunas reglas.

Y allá vamos.

—En primer lugar —comienza Tara—, yo soy la azafata principal, lo que significa que este es mi avión, mi tripulación y mi equipo de hockey. No me importa que tengas experiencia en vuelos chárter con deportistas. Yo soy la que está al mando aquí.

—Por supuesto —respondo sin pensarlo dos veces.

Conozco a este tipo de chicas. Ya he trabajado con ellas antes. Quieren que las vean, quieren que los clientes las conozcan, y yo no voy a disputarle el poder. No podría importarme menos quién está al cargo en el avión. Solo estoy aquí para hacer mi trabajo. Entrar, salir y cobrar. Eso es todo lo que significa para mí: trabajo.

—Estaré en la parte delantera con el cuerpo técnico toda la temporada mientras tú e Indy os encargáis de la parte trasera del avión, donde están los jugadores. Pero quiero recalcar que no habrá fraternización alguna con ninguno de nuestros clientes: jugadores, entrenadores o personal. De haberla, serás despedida. ¿Lo entiendes?

—Sí —le aseguro.

Está tratando de intimidarme, pero no va a funcionar.

—Yo estoy al mando —continúa—. Cualquier cosa que el equipo necesite pasa por mí.

—Me parece bien.

—No sé cómo funcionaba en tu anterior trabajo, y no me importa. Si hay algo entre tú y alguien a bordo, especialmente un jugador, estás despedida.

¿No se da cuenta de que ya ha dicho eso? Además, ¿por qué está tan preocupada por mí? No son mi tipo, y yo no soy el de ellos.

—Entendido.

—Me alegro de que estemos de acuerdo —sentencia. Se levanta del escritorio y comienza a dirigirse hacia la puerta, cuando se vuelve hacia mí—. Ah, y Stevie —dice con la cara de preocupación más falsa que he visto en mi vida—. Tal vez debas pedir un uniforme más grande. El que llevabas hoy te queda terriblemente ajustado y no quiero que los muchachos a bordo se hagan una idea equivocada.

Se me hace un nudo en la garganta cuando sale de la habitación. Sé que me queda más apretado de lo que me gustaría, pero eso es solo porque mi peso varía constantemente. No lo he hecho a propósito. No quería ir toda ceñida en un intento de llamar la atención. Pero no tengo una talla 34 y, en cualquier zona donde se puedan encontrar curvas, yo tengo bastantes.

Por otro lado, el uniforme de Tara estaba retocado para ceñirse a su delgada figura y los dos botones superiores estaban desabrochados innecesariamente, de manera que el escote que le hacía su sujetador con relleno quedara bien a la vista. En especial cuando se inclinaba frente al asiento de alguien para preguntar qué quería comer o beber, pero yo no voy diciéndole nada.

De todos modos, me ha arruinado la noche que Tara me haya restregado por la cara mi mayor inseguridad, y de repente no tengo ningunas ganas de que nadie me vea desnuda, aunque no tenga que volver a verlo jamás.

Una notificación suena en mi teléfono. Un mensaje de ese tío en Tinder preguntando cuáles son mis planes para esta noche, pero no respondo. Elimino la aplicación por completo, y mis planes con ella.

En lugar de eso, me cambio y me pongo unas mallas, una camiseta vieja que me viene grande y una camisa de franela, y remato mi atuendo con mis Air Force One. Cojo el bolso, me lo cuelgo de lado y salgo por la puerta hacia el bar que he visto a unas manzanas de distancia para ver el partido inaugural de la temporada de mi hermano. Todo mientras me como una hamburguesa con una cerveza.

Dos cervezas.

Probablemente tres cervezas.

A la mierda, no le pongamos límite. Las cervezas que hagan falta para olvidar lo mal que me siento.

El paseo es agradable gracias la brisa de octubre de Denver, que me aparta los rizos de la cara. El bar está inesperadamente lleno hoy. Es lunes por la noche y no juega ninguno de los equipos de la ciudad, así que no esperaba que un bar deportivo con las paredes forradas de televisores estuviera tan abarrotado. Pero, por suerte, encuentro un asiento y me pongo cómoda para pasar las próximas tres horas viendo el partido de mi hermano.

—¿Qué te pongo?

El camarero se inclina hacia mí un poco más de lo necesario, pero alegra la vista, así que lo dejo pasar.

—¿Tienes IPA de barril?

Me lanza una mirada de asombro.

—Sanitas negra. ¿Copa grande o pequeña?

¿Qué clase de pregunta es esa?

—Grande, por favor.

Cuando regresa con mi cerveza, perfectamente echada, la coloca en un posavasos y se inclina sobre la barra una vez más.

—¿De dónde eres? —me pregunta con una sonrisa coqueta en los labios.

Miro por encima de mi hombro, no del todo convencida de que el camarero buenorro me esté hablando a mí.

Al no encontrar a nadie detrás, me vuelvo hacia él. Tiene los ojos azules y están fijos en los míos.

—Actualmente, de Chicago. Solo estoy en la ciudad por trabajo.

—Ah, ¿sí? ¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad?

—Solo esta noche.

Su sonrisa tímida está ahora cargada de picardía.

—Me alegro de que hayas encontrado mi bar para tu única noche en la ciudad, porque es el mejor. Cualquier cosa que necesites, aquí estoy. Me llamo Jax, por cierto —se presenta, poniendo una mano sobre la barra de madera para estrechar la mía.

—Stevie —respondo, y cuando coloco mi mano sobre la suya, noto las venas y los músculos de sus antebrazos, que continúan debajo de la manga de una camisa negra abotonada.

De repente, mi plan original para esta noche no suena tan mal.

—En realidad, sí que necesito algo de ti, Jax.

—Lo que sea.

Le brillan los ojos con picardía.

Me inclino hacia delante, cruzo los brazos sobre la barra y esbozo mi sonrisa más coqueta, valiéndome de la autoestima fingida una vez más.

—¿Puedes poner en la tele… —hago un gesto hacia la gran pantalla que tiene justo detrás— el partido de los Devils contra los Bucks? Lo dan en la ESPN.

Entrecierra los ojos, pero inclina los labios aún más.

—Una chica de cerveza y baloncesto, ¿eh, Stevie? ¿Qué tengo que hacer para que no te vayas de mi bar en toda la noche?

—Depende de cuántas cervezas me sirvas.

Deja escapar una risa profunda y sexy.

—No vas a tener el vaso vacío en ningún momento.

Me salen unas arruguitas de satisfacción en la piel alrededor de los ojos. Esto es lo que necesitaba: un poco de atención de un chico guapo, el partido de mi hermano en la pantalla y una cerveza en la mano. Ya me siento mejor.

—Y tomaré una hamburguesa cuando puedas.

—Maldita sea, Stevie —suspira Jax—. Deja de hacer que me enamore de ti.

Me lanza un guiño por encima del hombro antes de redirigir su atención al ordenador, donde hace mi pedido.

Mi cena ha tardado un poco más de lo que pensaba, pero no me importa. La atención del camarero y el primer cuarto del partido me han mantenido bastante entretenida. Sin mencionar que voy por la segunda cerveza.

El pequeño comentario de Tara sobre mi uniforme está menos presente en mi mente, aunque ahora me doy cuenta de por qué me ha molestado tanto. No ha sido solo porque sea una inseguridad mía, sino porque la forma en que lo ha dicho es muy similar a cómo mi madre habla de mi cuerpo.

Nunca es directo. Siempre habla entre líneas, porque ¿cómo va a hablar con tanta franqueza una dama sureña? Ellas no hacen eso. Entiendo que mi madre es una belleza sureña perfecta con un metabolismo hiperactivo, pero yo no soy así. Y nunca lo he sido. Tengo las tetas y el culo grandes, y un deseo aún mayor de no convertirme jamás en el tipo de mujer que ella es.

La adoro, pero es muy crítica. Nunca he sentido que diera la talla para ella. Crecí jugando con los niños porque mi hermano gemelo era mi mejor amigo, y me lo pasaba mucho mejor con ellos que en cualquier baile de debutantes o concurso en el que mi madre me insistía tanto que participara.

Cuando estaba en la universidad, me negué a entrar en ninguna hermandad, lo que casi la mata. Es algo importante en el sur, y todas las mujeres de la familia por parte de mi madre asistieron a la misma universidad en Tennessee y se unieron a la misma hermandad. Era mi legado. Habría sido fácil para mí, pero no quiero ser como ninguna de ellas.

Y cuando comprendió que había perdido la batalla por convertirme en una auténtica sureña, su actitud hacia mí cambió rápidamente a la decepción. Ya no se centraba en lo bien que me iría entre aquella sociedad, sino en lo distinto que era mi cuerpo del de ella.

Desafortunadamente, aquello arraigó en mí, haciéndome creer que había algún problema con mi aspecto. Mi figura se volvió más femenina a medida que crecía. Pero mi madre no está acostumbrada a las curvas, por lo que, para ella, tengo sobrepeso. Pero no sé qué esperaba. Su marido, la otra mitad de mi ADN, no se parece en nada a la familia de mi madre, donde son pelirrojos, pecosos y delgados.

Quiero estar orgullosa de compartir los genes de un hombre extraordinario, pero es difícil estar orgullosa de algo cuando todo lo que hago decepciona a mi propia madre. Y, por alguna razón, ahora escuece más que antes.

Cuando el camarero me coloca la hamburguesa delante, una punzada de arrepentimiento me pasa por la mente. Cuanto más pienso en mi madre, menos me apetece comerme esto. Tal vez debería haber pedido una ensalada con el aderezo aparte. Tal vez mi uniforme me quede un poco mejor mañana si como eso.

—Si no empiezas a comerte esa hamburguesa, me la voy a zampar yo —dice Jax, el camarero, sacándome de mi trance de dudas.

—No comparto la comida —bromeo, acercando mi plato hacia mí.

Su pecho se hincha al reír mientras me sirve otra IPA y la coloca junto a la anterior, que todavía está medio llena.

Este tío es bueno. Y hay muchas posibilidades de que tenga suerte esta noche. Si no conmigo, entonces con alguna de las preciosas mujeres que llenan este bar, desesperadas por la atención del camarero buenorro. Pero, a este ritmo, no me importaría ser yo.

No aparto la mirada de la pantalla cuando Ryan comienza el segundo cuarto del partido. Es el que lleva más asistencias del equipo esta noche, como debe ser. Es el base y el mejor director de juego de la liga.

Los Devils ejecutan un ataque rápido en cuanto entran en la cancha, cuando Ryan se abre para un triple desde la esquina. Su compañero le pasa la pelota y él anota.

—Joder, sí, Ry —exclamo, mucho más fuerte de lo que pretendía.

—Seguidora de los Devils, ¿eh? —pregunta Jax, mirando la televisión y luego a mí—. Stevie, odio decírtelo, pero este podría ser el final de nuestra historia de amor.

Me río con la boca llena.

—No tienes que seguir a los Devils. Solo al número 5.

—¿Ryan Shay? ¿Quién no es fan de Ryan Shay? El mejor base de la liga.

—Joder si lo es. —Me meto una patata frita en la boca y añado—: Y es mi hermano.

—Una mierda.

Sigo comiendo, sin tratar de convencerlo de ninguna forma.

—¿De verdad?

Antes de que pueda responder, veo con el rabillo del ojo que alguien sostiene un vaso vacío en el aire para volver a llenarlo y me llama la atención.

Veo inmediatamente a dos tipos del avión. El que sostiene el vaso es el jugador de pelo oscuro y rizado que prometió un baile erótico la próxima vez que se cambiara de ropa a bordo. Rio, creo que se llama. Y el otro es la persona que más me ha alegrado ver bajar del avión.

Evan Zanders.

Sin querer, pongo los ojos en blanco.

Vestido de punta en blanco, probablemente haya tardado tres veces más que yo en arreglarse, se lleva el vaso de whisky a sus carnosos labios, apoyándolos en el borde antes de tomar un trago. Él no me ve, y no lo hace para seducir a nadie en particular, es solo que el tío rezuma sexo de forma natural.

Qué asco me da.

Me vuelvo inmediatamente hacia el camarero.

—Necesito la cuenta y una caja, por favor.

—¿Qué? —pregunta, confundido, mirando como un rayo mi vaso, lleno de cerveza.

La advertencia de no fraternizar de Tara resuena en mi mente. La idea de acabarme la comida y la cerveza y cerrar la noche con el camarero buenorro entre mis piernas suena fantástica, pero no tanto como mantener mi trabajo.

Si fuera otro pasajero, podría quedarme y esconderme entre la multitud mientras termino de ver el partido, pero el hecho de que sea Evan Zanders, de entre todas las personas, me hace querer irme con más ganas. No paró en todo el vuelo, tocando el botón de llamada para absolutamente cualquier cosa que se le ocurriera, y si una de las otras dos chicas iba a ver lo que necesitaba, siempre las enviaba de vuelta a por mí.

Va a hacer de mi temporada en ese avión un infierno. No necesito que se entrometa en mi tiempo libre también.

—Tengo que irme —le digo a Jax—. ¿Puedes traerme la cuenta?

—¿Va todo bien?

Está claramente confundido, y no lo culpo. Me he pasado todo el rato coqueteando con él, ambos con la esperanza tácita de dónde acabaríamos la noche cuando él saliera de trabajar.

Pero es un tipo atractivo con un bar lleno de mujeres. No tendrá problema en encontrar un cuerpo cálido con el que pasar la noche.

—Es solo que tengo que irme. Lo siento —respondo con una sonrisa de disculpa.

Jax me trae una caja y la cuenta, donde no ha incluido ninguna bebida. Guardo rápidamente la cena y le doy mi tarjeta de crédito para que la pase, pero es demasiado tarde.

Antes de que me devuelva la tarjeta, dos manos grandes aterrizan en la barra a cada lado de mi cuerpo, encerrándome. Tiene unos dedos largos y delgados, adornados con anillos de oro. Lleva cada nudillo tatuado, incluido el dorso de las manos, y las uñas prolijamente cuidadas. Mantengo la mirada fija en el reloj ridículamente caro que lleva en la muñeca mientras él se inclina detrás de mí para acercarme los labios al oído.

—Stevie —dice Zanders, con su voz suave y aterciopelada—. ¿Me estás siguiendo?

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4

Zanders

Maddison ha cumplido su palabra y se ha ido directamente a la cama después de cenar con su amigo. Yo, por mi parte, me niego a dar por terminada la noche a las nueve y media, especialmente porque es el primer día de gira de la temporada.

Vivo para esto. Tengo mucha acción en casa y disfruto mucho mis veranos en Chicago, pero los polvos estando de gira son emocionantes a su propia manera. No saber con quién será, el morbo de dónde sucederá, la satisfacción de no tener que volver a verlas nunca más si no quiero. Así es como me gusta.

Por eso no he respondido a ninguna de las chicas de Denver que me han escrito por privado antes. Se ha perdido la emoción. Ya no hay excitación.

—¿Otra ronda? —pregunta Rio.

Observo rápidamente mi vaso de whisky, que está a medias, sabiendo que no necesito otro. Trato de limitarme a dos durante la temporada, especialmente la noche antes de un partido. Una cosa es quedarse despierto hasta tarde y echar un polvo, pero no soy tan tonto como para cagarla jugando con resaca.

—Voy a acabarme este —lo rechazo, levantando mi vaso hacia el suyo, y doy otro pequeño sorbo.

Rio llama a la camarera alzando una mano y le indica que quiere otra bebida, su tercera de la noche. Si todavía estoy por aquí cuando vaya a por la cuarta, me aseguraré de detenerlo. No soy el capitán, sí el segundo capitán, y aunque siempre haga el gilipollas, tengo la responsabilidad de asegurarme de que mis muchachos estén listos cuando llegue el momento del partido.

Estoy abstraído, pensando en que este es mi año para ganarlo todo, la Copa y el nuevo contrato que necesito antes de que acabe la temporada, cuando llega la atractiva camarera con la bebida de Rio. Pero no lo mira a él mientras le coloca la copa delante.

No, ella mantiene una seductora mirada fija en mí.

—¿Puedo traerte otro? —me pregunta apoyando los codos en nuestra mesa, que es de esas altas, y apretándose casualmente las tetas aún más. Mi mirada va directa a ellas—. Invito yo.

Y mi mente no pierde la conexión entre lo que estoy mirando y lo que acaba de decir. Tampoco me importaría tenerlas encima.

De alguna manera, logro desviar la atención de su canalillo, que está jugando como quiere con mi imaginación.

—Regla autoimpuesta: no beber más de dos copas —le digo levantando mi copa para mostrarle mi última bebida de la noche.

—Es una pena. —Se muerde el labio inferior inclinándose más cerca de mí y añade—: Esperaba que todavía estuvieras aquí cuando terminara mi turno.

Ha sido fácil. No hemos cruzado ni dos palabras hasta ahora, pero está como un tren, y ese largo pelo negro azabache va a quedar increíble alrededor de mi puño esta noche.

Me inclino sobre los codos hasta que tengo la cara a escasos centímetros de la suya.

—Que no esté bebiendo no significa que vaya a irme.

—Soy Meg.

—Zanders.

—Sé quién eres. —Se le levantan las comisuras de los labios—. Salgo a medianoche, y mi casa está a solo diez minutos.

—Mi hotel está justo al otro lado de la calle —comento.

—Aún mejor —responde lamiéndose los labios, y sigo con la mirada el movimiento. Van a ser aún más bonitos alrededor de una parte diferente de mi cuerpo.

Follo a mi manera: no hago el amor, nada de suave y lento. Nada de besos si puedo evitarlo. Le explicaré las reglas y, si le parecen bien, genial. Si no, otra aceptará.

Un movimiento rápido de rizos castaños llama mi atención en la distancia. Dirijo la mirada en su dirección y reconozco al instante las hebras color miel entremezcladas entre la mata de pelo. La dueña de ese cabello se ha pasado todo el vuelo sirviéndome, sin escapatoria, y me ha traído absolutamente todo lo que se me ha ocurrido pedir, hasta un pañuelo de papel del baño.

Soy un imbécil, pero ha sido divertido.

Stevie le da rápidamente la tarjeta de crédito al camarero mientras se levanta del asiento, lista para salir corriendo. Va vestida de manera mucho más informal que hoy en el trabajo, pero incluso con la enorme camisa de franela puedo ver el buen culo que tiene desde aquí.

Me van los culos.

Y las tetas.

Ella tiene ambos, pero su desprecio hacia mí me quita las ganas del resto. O me excita, no estoy seguro todavía.

—Zanders —me saca de mi trance Rio—. Te está hablando —me dice señalando con la cabeza hacia la camarera, que me está ofreciendo su cuerpo.

—¿Sí? —pregunto distraídamente, todavía echando miradas a la azafata en la barra.

—¿Vas a esperar hasta que termine mi turno o me das tu número?

—Nada de números…

—Meg —me recuerda.

—Puedes encontrarme en Instagram.

Como un rayo, dirijo la mirada de nuevo a Stevie, que repiquetea un pie, impaciente o nerviosa. No sabría decir.

Sin más, me levanto de mi asiento y mis pies me llevan hacia ella.

—¡Zanders! —grita Rio en estado de shock.

Yo también estoy un poco sorprendido conmigo mismo. La camarera está cañón, pero lo más divertido que he hecho en mucho tiempo ha sido torturar a Stevie en el vuelo de hoy, y quiero volver a hacerlo. Estoy seguro de que la camarera seguirá esperándome cuando regrese. No he hecho prácticamente nada hasta ahora y ya me ha ofrecido su cama para pasar la noche.

Rápidamente, me acerco a Stevie por detrás. Con mi altura, la domino por completo mientras la encierro, colocando las manos en la barra junto a las suyas, pequeñas y con delicados anillos dorados.

—Stevie —le susurro tras inclinarme a su oído—. ¿Me estás siguiendo?

Le arden las mejillas. Tan cerca de ella, el rubor de su rostro es más evidente de lo que ha sido hoy. Su piel es de un bonito tono marrón claro, que contrasta con unas mejillas rosadas y la tez pecosa. Otra cosa en la que no me había fijado es el pequeño aro de oro que lleva en la nariz o los numerosos anillos dorados que adornan sus dedos y orejas.

Nerviosa, hace girar el que tiene en el pulgar.

—Parece que tú me estás siguiendo a mí —responde.

Se niega a darse la vuelta, muy probablemente porque la tengo acorralada y, si lo hace, estará frente a mi pecho, como lo ha estado hoy en el avión cuando la he asaltado. Pero espero que lo haga. Me gusta verla flaquear nerviosa. Después de su pequeño gesto de arrogancia durante la sesión informativa de seguridad, me he divertido mucho poniéndola en su lugar, recordándole para quién trabaja.

Pero, aun así, no se da la vuelta, por lo que me inclino hacia un lado y apoyo un codo en la barra hasta que, finalmente, Stevie me imita.

—Mi hotel está justo al otro lado de la calle, ¿cuál es tu excusa?

Ella hace un gesto hacia la televisión.

—El bar deportivo más cercano que he logrado encontrar. Necesitaba ver este partido.

—¿Y, aun así, te vas antes de la media parte?

—Puedo ver el resto en mi habitación.

Desesperada, mira alrededor de la barra, buscando a ese camarero de pacotilla, estoy seguro.

—¿Por qué tanta prisa?

—¿Sinceramente? No quiero estar en el mismo bar que tú. Eres bastante imbécil.

Echo la cabeza hacia atrás de la risa, y una sonrisa confusa pero juguetona asoma a sus labios.

—Bueno, yo creo que tú eres una mocosa, así que es lo que hay.

Busco en su pecoso rostro alguna señal de ofensa, pero no hay ninguna. En cambio, una chispa de diversión brilla en el verde azulado de sus ojos, lo que hace que me guste un poco más. Pero no mucho más. En general, nadie reaccionaría de esta manera si le llamara mocoso a la cara.

Paseo la mirada por su figura. A pesar de que lleva una camisa enorme, todavía puedo distinguir la forma de sus tetas y cintura. Va vestida informal y de cualquier manera, mientras que yo he preparado mi atuendo con esmero.

—¿Estás segura de que te tienes que ir? —le pregunta el capullo del camarero a Stevie mientras le deja delante la tarjeta de crédito y el tíquet sobre la barra.

—Sí —responde ella, y en su tono hay cierto arrepentimiento—. Gracias por las bebidas, Jax.

¿Jax? Hasta su nombre grita que es un pelele.

—Sí, gracias, Jax —añado, pronunciando su nombre en un tono condescendiente—. Pero ya puedes irte.

—¿Perdona? —dicen a la vez tanto Stevie como el camarero.

—Que ya puedes irte —repito, haciéndole un gesto con la mano para despedirlo.

Jax mira a Stevie y luego a mí con una expresión llena de confusión antes de negar con la cabeza y alejarse.

—¿Por qué eres tan idiota? —pregunta ella en un tono lleno de asco.

Es una pregunta capciosa, así que, en lugar de responderla, la desvío.

—Él es el idiota.

—No, era agradable y nos hemos reído mucho. Acabas de arruinarlo.

—Tampoco te ibas a ir a casa con él.

—Y ¿tú qué sabes?

—Porque te ibas aun teniendo una cerveza llena todavía en la barra y a medio partido.

Le da la vuelta al tíquet que hay sobre la barra y, señalándolo, añade:

—Me ha dado su número. Y la noche aún es joven.

Sin pensarlo, lo cojo y lo rompo en pedazos demasiado pequeños para que pueda volver a juntarlos. No estoy muy seguro de por qué lo he hecho, aparte de porque me gusta cabrearla.

—¿Qué demonios te pasa?

—Te estoy haciendo un favor, Stevie. Ya me lo agradecerás después.

—Vete a la mierda, Zanders.

Hago una pausa mientras estudio el rostro de Stevie, que escupe pura rabia.

—Tu noviete de la barra le ha estado tocando el culo a esa camarera —señalo con la cabeza a una rubia que está sirviendo una mesa— cada vez que entraban y salían de la cocina. Luego, cuando ella no miraba, se ha estado liando con esa otra compañera —hago un gesto hacia otra chica diferente, esta con el pelo castaño— junto al baño. No me opongo a estar con varias mujeres, pero al menos me aseguro de que saben unas de otras. Ese tío es un pelele.

—Estás mintiendo.

—Yo no miento.

La decepción destella en los ojos de Stevie antes de que esta recupere su falsa seguridad en sí misma.

—Bueno, tal vez no me importa —me discute.

—Te importa.

—Eres un capullo.

—Ya hemos hablado de esto, Stevie. Ya lo sé.

Me saco un billete de veinte dólares de la cartera y lo dejo en la barra como propina. Este tío no debería recibir ni un centavo, ni de ella ni de mí, pero no quiero bajo ningún concepto que Stevie le dé demasiada propina cuando él se ha comportado como un sinvergüenza toda la noche.

—Tengo dinero.

—Bien por ti —respondo dándole unas palmaditas en el hombro condescendientemente—. Vale, ahora escúpelo.

—¿Que escupa qué?

—¿Por qué me estás siguiendo? ¿Ya estás enamorada de mí, Stevie? Para el carro, dulzura. Solo ha pasado un día.

Ella deja escapar una risa arrogante.

—Estás enamorado de ti mismo.

—Alguien tenía que estarlo.

Esta declaración contiene mucha más verdad de lo que ella cree.

Echa un vistazo de nuevo a la pantalla de televisión que hay tras la barra.

—¿Eres seguidora de los Devils?

Ella me ignora, muy atenta al partido mientras el reloj llega al final de la segunda parte.

—¿Eh? —pregunta distraídamente mientras el base de los Devils lanza un tiro fuera de tiempo, pero falla, lo que hace que acaben la segunda parte empatados—. Maldita sea.

—Eres seguidora de los Devils —repito, esta vez afirmándolo en lugar de preguntándolo. Pero no me gusta que me haya ignorado. No estoy acostumbrado a eso.

—Sí. Algo así —asiente. Se pasa la correa del bolso sobre el hombro y se la cruza sobre el pecho, lo que le separa las tetas. Se las miro al momento. Está tremenda, es toda curvas. Debería presumir de ese cuerpazo, no cubrirlo con ropa holgada y enorme que parece haber visto días mejores.

—Bueno, ahora que me has jodido el polvo —comienza Stevie—. ¿Puedo irme?

Mi atención se dirige de nuevo a la camarera de pelo negro, que sigue mirándome mientras junta dos botellas de kétchup. Está tratando de hacerlo de un modo sugerente, pero es un poco extraña la forma en que me sonríe desde el otro lado del local mientras golpea el culo de la botella de kétchup con la palma de la mano.

Me suena el móvil en el bolsillo, lo que me saca de la incómoda mirada, y veo un mensaje de mi hermana mayor, Lindsey.

Lindsey: Hola, Ev. No es por estropearte el primer partido fuera de casa de la temporada, pero mamá ha conseguido mi número de teléfono. No sé cómo, pero ya ha llamado tres veces tratando de comunicarse contigo. En resumen: no respondas a números desconocidos. Te echo de menos, hermanito. 

Me quedo boquiabierto sin dejar de mirar la pantalla del móvil.

No he sabido nada de mi madre en dos años, desde que apareció en uno de mis partidos y me pidió dinero. A lo que, por supuesto, me negué. Consiguió mi número de teléfono, estuvo llamando sin parar y, finalmente, se presentó allí. Mi calendario de partidos está en internet, por lo que no puedo mantener en privado mi paradero, pero ella

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