(Casi) Todos son felices

Fragmento

(Casi) todos son felices

LO QUE IMPORTA ES LA CHARLA

Realizar una buena entrevista no tiene ciencia. Y no hay trampa en esto.

Una buena entrevista –creo– tiene que ser preparada, necesita trabajo, y para conseguirla, se deben realizar las preguntas correctas y necesarias. Pero digo que no hay una receta infalible, porque el periodismo no es una ciencia exacta como las matemáticas. Se puede no preparar la entrevista, no estudiar al entrevistado –«talentear», dirían en mi barrio– y así y todo, conseguir una confesión valiosa, una revelación y un diálogo fructífero. Incluso, sin proponérselo, se puede conseguir una noticia.

El asunto es que si uno ama su oficio, como es mi caso, y tiene respeto por el lector (por el público en general), procurará achicar el margen del azar. Y entonces sí, solo queda un camino: el de estudiar al entrevistado, conocer su obra, su personalidad, estar al tanto de las cosas que lo han hecho reír o llorar. Y si se prepara un buen cuestionario, con preguntas irreprochables, la mitad del camino hacia un producto periodístico de calidad está hecha.

Esto es nada más y nada menos que tener honestidad intelectual: no dar golpes bajos ni buscar atajos para llegar a la emoción o la moraleja simplona. Repito: no hay ciencia. Solo se trata de preguntar con –de nuevo– honestidad. Desde la curiosidad sincera, desde las ganas de trascender una anécdota para conseguir algo más.

Curiosidad, dije. He ahí el único ingrediente imprescindible de una receta que no existe. La única condición imprescindible que no se negocia es la curiosidad, las ganas de saber, de conocer más. Y nunca huelga repetirlo: el importante nunca es el periodista; es –siempre– el entrevistado. Eso sí, como en el tango, para una buena entrevista, se precisan dos.

«Seré Curioso» nació a mediados de 2013. Yo trabajaba, por esos días, en Santo y Seña, el periodístico de canal 4. Pero extrañaba el periodismo escrito tras mi alejamiento del diario El País en 2010. Bastó una reunión con la entonces editora de Montevideo Portal, María Noel Domínguez, para que surgiera la idea: realizar entrevistas de perfil para alternar con las que publicaba Gerardo Tagliaferro bajo el nombre de «Las 40».

El nombre surgió solo, espontáneamente vino a mí: «Seré Curioso se va a llamar», le dije a María.

Hasta entonces yo no solía frecuentar la entrevista como género, más que como lector. Las usaba, por supuesto, como instrumento, como herramienta, para realizar largos informes, o para escribir crónicas. Por aquellos días solía publicar –sobre todo en revistas y diarios del exterior– piezas de periodismo narrativo, crónicas, textos donde el cronista echa mano a sus cinco sentidos y unas cuantas entrevistas para contar una historia. Y luego, narrarla, «pintarla».

Una buena entrevista –como género– no debía ser algo muy distinto, pensé. Advertí entonces que un informe o reportaje (como llaman en España), un editorial, una crónica o una entrevista tienen algo en común: en todos los textos el periodista tiene que contar una historia. Y la historia manda, es el destino a llegar.

El sentido común me decía que la entrevista saldría mejor si yo me dedicaba a prepararlas previamente: primero, elegir bien las personas a entrevistar, despojarme de prejuicios, y luego, estudiarlas, algo que en tiempos de Google es una tarea mucho más sencilla que en años preinternet.

Y fueron desfilando: un payaso, políticos, un enano que quería ser alcalde de su pueblo, prostitutas, futbolistas, otros deportistas, más políticos (legisladores, ministros, presidentes), cantantes, actores, comunicadores, personas trans, militantes convencidos, trepadores con ínfulas, celebridades y desconocidos que querían los 15 minutos de fama que predijo Andy Warhol y tenían algo que mostrar, o algo que decir.

«Seré Curioso» fue ganando fama en el boca a oído. Entonces, algunos me escribían para pedirme que los tuviera en cuenta, que estaban a la orden para una charla. Otros, en cambio, no aceptaron nunca ser entrevistados (fueron cuatro o cinco).

Tagliaferro dejó de publicar en Montevideo Portal, y entonces «Seré Curioso» pasó a ser un espacio semanal. Primero todos los martes, después los jueves, ahora –con Paula Barquet como editora– nuevamente los martes. Desde 2013 y hasta la publicación de este libro, con una veintena de entrevistas éditas y dos inéditas han sido más de 600 entrevistas en 10 años.

Algunos fueron entrevistados más de una vez en este espacio, otros nombres nunca llegaron a estar y siempre me lo lamentaré (perdón, Omar).

El libro cuenta con dos entrevistas realizadas especialmente para este trabajo: durante meses estuve gestionando un mano a mano con Jaime Roos y otro con Ruben Rada. Ninguno de esos trámites fue sencillo, ambos fueron momentos que atesoraré por siempre. Los dos me recibieron en el seno de su hogar y se abrieron a conversar sin tópicos tabúes y sin cortapisas en el tiempo disponible.

Roos y Rada me recibieron en sus casas, decía. Pero el lugar no importa, la vestimenta tampoco, el horario del día para el diálogo no es relevante. Caramba: lo que importa, lo que verdaderamente importa, es la charla. Puede haber café, té, mate o hasta una bebida alcohólica (con César Troncoso tomamos caña con butiá).

Lo que de veras es relevante es la charla misma: preguntas honestas y respuestas honestas. Nada más. Y nada menos.

CÉSAR BIANCHI

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BRILLANTES SOBRE EL MIC

(Casi) todos son felices

© Juan Manuel López - Montevideo Portal

«Yo soy futuro, amo el progreso»
CRISTINA MORÁN

(13 de mayo de 2014)

(Casi) todos son felices

«Cuando empecé en la radio eran grandes así [abre las manos], con unas cintas así [vuelve a insinuar un gran tamaño], y el último grabador que tuve lo compré en 1985 en Panamá, camino a Cuba, y luego de dormir una noche en el piso del aeropuerto de Santiago de Chile». Anuncié que comenzaría la entrevista con una pregunta que me despertaba curiosidad. Pícara, pretendió adivinar mis intenciones: «¿La edad? Preguntá tranquilo: tengo 83 años, hasta el 17 de agosto», dijo.

Luego de escuchar atentamente a la primera mujer que apareció en la televisión uruguaya y de leer el libro Cristina Morán: entre los aplausos y la soledad de Miguel Ángel Campodónico –de reciente publicación–, no hago más que creerle: el pensamiento de Cristina Morán (quien nació como Iris Fariña) roza con el progresismo más avanzado. No solo porque comulga con las leyes más marketineras que pusieron a Uruguay en los informativos del mundo entero, sino porque contradice la nostalgia de los viejos, los que añoran «el paisito».

–Si vas caminando por la calle y alguien dice Iris, ¿te das vuelta?

–Quizás... por instinto afectivo, porque solo mamá me llamaba así. Entonces, en el fondo sigo siendo Iris, por más Cristina que sea. Es mi origen, no me lo pueden quitar y no me lo puedo olvidar. Pero no reniego para nada, y no me disgustaba mi nombre. Yo nunca renegué del nombre, eso fue en la radio... dijeron que no era radiofónico, que no sonaba bien.

–¿Fariña tampoco?

–¡Menos! Como me dijo un embajador español una vez, a quien entrevisté y le dije que mi apellido era Fariña. Y él dijo: «Fariña, Fariña... plebeyo».

–A propósito de tu apellido –y como verás, leí el libro de Campodónico–, ¿cómo es eso de que elegiste el apellido Morán por el delantero de la selección uruguaya de 1950? Jugó la final contra Brasil, pero si lo elegiste por un jugador de esa selección, hoy podrías ser Cristina Ghiggia o Cristina Schiaffino...

–Ese apellido lo empecé a usar con el nombre Cristina porque sonaba, tenía música, armonizaba... Pero sí, tenés razón, pude ser Cristina Ghiggia... pero no. Lo escuché y me gustó cómo sonaba. Yo iba a cumplir 20 años. El campeonato del mundo fue en julio y yo cumplía en agosto. Me pusieron Cristina en 1948 cuando empecé, y en el 50 me puse Morán, Cristina Morán.

–¿Cómo pasaste de vender corsés y enaguas en La Ópera a ser la voz más emblemática de Carve, la radio más importante del país, en ese entonces? Porque, además, no había formación académica... ¿Ese salto lo diste como autodidacta?

–Totalmente autodidacta. Yo participé en un concurso, lo que hoy es un casting. Eran concursos serios, se buscaban voces por concursos. Cumplíamos con determinadas exigencias y nos presentábamos. Yo escuché que pedían «buena voz, buena presencia y simpática» y le dije a mamá: «Esto es para mí». Me tuve fe. Me presenté y quedé. Antes de salir al aire hice dos meses en circuito interno, practiqué dentro de la radio, con una persona dentro del departamento de programación que se llamaba Julio Piacenza y con Julio Cabot, que era el hombre con quien yo iba a compartir ese programa, que era El cine y sus estrellas. Cuando entendieron que estaba preparada, empezó el programa al aire. Era por un rato nomás, por el comienzo del cine continuado, ¡y duró 13 años! Era un programa de 15 minutos cada edición. Me apoyaron mucho, porque ya había quedado. Estaban jugados...

–El radioteatro era bien de esa época. Hoy, en tiempos en los que dominan internet y los medios digitales, y donde predomina la imagen, ¿creés que podrían tener éxito los radioteatros?

–¿Sabés por qué sí? Porque la radio sigue teniendo la magia que no tiene la televisión. La podés escuchar en la intimidad... la televisión mata eso, mata la imaginación. Te hablo de Carve, porque era donde yo estaba: los radioteatros, sobre todo el de las 13.30, encabezado por Juan Casanova y Violeta Ortiz eran escritos por Angélica Ferreira. En aquellos momentos, ser libretista de un radioteatro tan exitoso era una cosa bárbara... Ella estaba rodeada de una aureola de mística, ella nunca se mostraba. Y un día –yo tendría 19 años– todos decían «¡Viene Angélica Ferreira! ¡Viene Angélica Ferreira!» y apareció ella, morocha, tacos altos, piel cetrina con pecas... ¡Pero fue la única vez que la vi! Se rodeaban de un misterio precioso.

–Uno se enamoraba de la voz...

–Y de la que escribía, porque había que hacer un libreto por día, eh... Era todo leído, entonces no teníamos problema. Pero te contesto: hoy tendría éxito, creo, por la magia de la radio y porque la gente lo desea. Pero no quiero caer en eso de decir: «es lo que el público quiere»...

–Hay que ver qué está primero: el huevo o la gallina.

–Yo creo que vas acostumbrando a la gente a determinadas cosas. Pero también hay público para todo lo que hay. Yo pienso que media hora diaria de un radioteatro –muy bien hecho, eh– camina... Todavía hay radioteatro en radio Felicidad de Paysandú, lo escribe una mujer. Y anda bien.

–Es sabido que tú sos la primera mujer que apareció en la televisión uruguaya, en canal 10, en 1956. Pero lo que no sabía –y me enteré en el libro de Campodónico– es que tú no querías salir en TV por «gorda»... ¿Puede ser esa coquetería?

–Sí, sí. Pero, además, nos habían asustado con las noticias que llegaban de afuera sobre lo que era la televisión... que había que tener muy buena figura. Al principio no me tuve fe en TV. En la radio era todo por micrófono, cuando fui a la fonoplatea, la gente ya conocía mi voz. Pero la televisión era lo nuevo, lo desconocido, el misterio. Checho, ¡no sabíamos dónde estábamos parados! Los que sí sabían algo eran Raúl Fontaina hijo [Raulito] y don Raúl, pero el que nos adiestraba era Raulito.

–Te tuvieron que convencer, entonces...

–Yo lloraba, primero porque era gorda y después, porque tenía miedo. Me convenció don Raúl Fontaina. Nos decían que ahí no se podía leer, que había que decir todo de memoria. Yo le pregunté qué tenía que hacer y él me dijo: «Sé tú, sé la gordi Cristina». Él me decía «gordi» y Enrique De Feo me decía «nena». Entonces Fontaina me dijo: «Gordi, sé tú, porque los almidonados quedarán por el camino».

–¿Tan precarios eran los galpones de canal 10, al lado del ex Cilindro (próximamente, Antel Arena)?

–¡Sí, eran precarios! Y dejame decirte que estoy chocha con el Antel Arena que se viene, estoy encantada: yo soy futuro, miro para adelante. Ahí, donde va a estar el Antel Arena –nos modernizamos, nos aggiornamos, por fin vamos a ser siglo XXI–, ahí había unos galpones al fondo, y al costado daba la calle Arrieta. Era un galpón enorme que lo habían dividido para que quedaran dos estudios. Teníamos una sola cámara, que era enorme. El camarógrafo era petisón, pero con unos músculos... y venía de hacer cámara en Venezuela. Cambiaba los lentes en el aire.

–¿Fue muy difícil ser mujer en esos tiempos de cambio en los medios, o eras la mimada?

–Siempre fui mimada, en la tele y en la radio. Llegué con 17 años a la radio, entonces era una nena.

–Pero el machismo era, supongo, más exacerbado al actual. ¿O no?

–No sé... preguntale a las mujeres en la política lo que es el machismo.

–Hoy tenemos mujeres presidentas o que aspiran a la Presidencia...

–Pero en esa época eran senadoras Alba Roballo, Julia Arévalo... y esas sí que tuvieron que luchar, eh. Alba Roballo fue una luchadora impresionante, venida del norte del país y con unos principios fantásticos. El machismo existió, existe y seguirá existiendo. Pero no me fue complicado... porque si yo tenía que ir para adelante, iba para adelante, y si tenía que frenar, frenaba. Siempre fui de mucho carácter, desde chiquita. No lo adquirí después, vino conmigo: me tuvieron que destetar a los tres meses porque consumía a mamá... Siempre me impuse. Incluso, haciendo notas, yendo a coberturas. Yo metía pechera. Y ojo, eh... nunca fui acosada sexualmente. Se tiraban lances, pero eso no era acoso sexual.

Domingos Continuados te consagró en la televisión. ¿Por qué creés que ya no hay programas así en la TV uruguaya?

–¡No lo sé, y me encantaría saberlo! Me hago esa pregunta siempre... Tenía todo, era un programa de interés general: tenías teatro, cine, música, ciencias, todo. Era gente que hacía cosas y vos las hacías conocer. Se hicieron y siguen haciéndose cosas muy importantes en Uruguay por gente de a pie. Y nosotros nos preocupábamos por hacer conocer eso. El programa duraba cuatro horas. El domingo previo a las elecciones de 1971 duró ocho horas, no quedó un político sin ir. Esto es de nuevo lo que vos decías: ¿qué es primero, el huevo o la gallina? ¿Lo que la gente pide o lo que le dan? Nunca más hubo un programa así. Es necesario. Cuando empezó el programa de Claudia Fernández en las tardes del 10, pensé que iba a ser algo así... pero me comí la pastilla, como dicen ahora. Pasó a ser un programa de entretenimientos, de regalos, una porteñada más, con todo el esfuerzo que hace Claudia.

–Las nuevas generaciones te conocen por haber sido actriz, locutora, presentadora de TV... Pero quizás no saben que fuiste periodista. Realizaste algunas entrevistas y coberturas muy emblemáticas, como haber ido a Buenos Aires a cubrir la llegada de Juan Domingo Perón a Ezeiza en 1973, que terminó en masacre...

–Sí, es verdad. Eso y un viaje del papa Juan Pablo II en Brasil.

–¿Tuviste miedo en el episodio de la matanza de Ezeiza, de 1973?

–Claro que sí. Tuvimos a la muerte enfrente. Vi gente morir, vi heridos, vi matar gente a cadenazos. Todos esperaban a Perón, pero hubo un enfrentamiento entre el ERP y Montoneros. No había Ejército ni policías, todos quedamos abandonados a la buena de Dios. Cuando estábamos parados, mi asistente (ahora se llaman productoras), me dice: «Levantate, Cristina, no te pierdas a la Orquesta del Colón tocando la marcha peronista». Me levanté, y de pronto nos empujaron, «cuerpo a tierra» y empezó un tableteo: ratatatatata.... Pensé que era un tambor, pero no. Ahí quedamos en el piso y no nos pudimos levantar, hasta que nos movimos reptando... nos llevó varias horas, fue un viaje larguísimo.

–¿Llegaste a temer por su vida?

–Sí, y por la de mis compañeros. Salimos reptando de ahí y quisimos entrar en un camión de canal 7, que estaba lleno. Fuimos hasta un camión de bomberos y nos dejaron subir. Pero me di cuenta de que era una trampa mortal. Nos bajamos y empezamos a caminar. Le dije a mis compañeros: «No corran, vayamos despacito y mostremos las manos», para que vieran que no llevábamos armas. Y así logramos salir y llegar a una casa que tenía alquilada una agencia de noticias. Esa casa ya tenía las ventanas tapadas con frazadas. Pero antes vivimos un episodio difícil: cuando bajamos del camioncito de bomberos, un hombre estaba arriba de un puente y nos apuntó con un arma. No me olvidaré nunca de su aspecto: sobretodo con piel de camello, pelo engominado y peinado al costado, una cara alargada, y nos estaba apuntando. Me quedé mirándolo y les dije a los chicos: «Hagan lo que hago yo», y me fui abriendo el tapado lentamente, para que viera la acreditación... Cuando la vio, levantó el arma y nos hizo un guiño para que siguiéramos nuestro camino. Yo escuchaba el otro día en La Tertulia de El Espectador que hablaban de la «peronización» de los sindicatos uruguayos. ¡No sabe nada el que dijo eso! Yo estuve entre los metalúrgicos porteños... que me dejaran entrar al búnker de ese sindicato fue harto difícil, pero lo logré. La gente había dejado sus casas, porque ahí vivían dirigentes de los sindicatos y estaban armados, con fusiles en la calle. ¡No podemos hablar de la «peronización» de los sindicatos!

–Vuelvo a la televisión uruguaya: ¿cómo la ves? ¿Es tan chatarra como la pintan?

–Siempre rescatás algo... Programas periodísticos están ustedes [se refiere a Santo y Seña], está Código País, algo en canal 5 [entrevistas de la Turca Mizrahi, que es excelente] y algo en VTV. El tema es que cuando está Tinelli, corren todo lo bueno para muy tarde. Yo no puedo empezar a ver un periodístico a las 11 de la noche... porque ya estoy saturada de información. Hay programas divertidos, Ahora Caigo, el español... los informativos no los cuento como programas. No lo son, son informativos. Son noticias, accidentes, muertes, y que nació un nene en un patrullero.

–¿Te colgás a ver telenovelas?

–No, no, no me gusta. Sé que hay teleteatros muy buenos, pero no me gusta y no quiero perder el tiempo. Tengo 83 años, la vida me espera afuera.

–En el fútbol algunos dicen que ya no se juega con la cédula. ¿En el teatro y la TV tampoco?

–En el teatro no, pero en la televisión sí se juega con la cédula.

–Acabás de volver a la TV, para un programa periodístico en Canal U...

–Bueno, pero es Canal U, no es TV abierta. En la televisión abierta sí importa la cédula de identidad. Eso no está bien, porque no te podés dar el lujo de desaprovechar a la gente, ni por joven ni por vieja. Si la persona está bien de cabeza, puede hacer de todo. Mirá Argentina con Mirtha Legrand: la adora la gente. Y bueno... ¿y el presidente [Mujica]?

–Por cierto, tú te has confesado de izquierda. ¿Estás conforme con el gobierno de Mujica?

–Sí, sí. Con todos los años que tengo, excepto la época de la Suiza de América, en los 50, nunca había visto al país como ahora. ¿Vos viste los restoranes llenos? No cierra ninguno... Los shoppings están llenos... Pienso que se está proyectando al país al futuro. Por eso estoy encantada con el Antel Arena, es progreso. ¡El Cilindro fue!

–¿Entonces ves con buenos ojos leyes como la legalización de la marihuana, el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto?

–Sí, sí, todo eso... sin ninguna duda. Estoy a favor del progreso, del adelanto, de salir de la mediocridad. El paisito no es más paisito, fue. Es un país, del cual estoy muy orgullosa.

–El título de tu biografía es Entre la soledad y los aplausos, y el autor es recurrente al señalar la soledad en tu vida. Después de separarte del padre de su hija Carmen, con quien estuviste veinte meses casada. ¿Después nunca volviste a enamorarte?

–¡Claro que sí! ¡Cómo no!

–¿Y por qué nunca volviste a casarte, y nunca volviste a convivir?

–Porque tenía una hija, que era pequeña, y como los pervertidos estuvieron en todas las épocas, yo tenía mucho miedo. Prefería tener mis romances afuera, pero no meter hombres en mi casa. El día que entrara otro –que no era mi intención– tenía que ser algo muy especial. Pero me enamoré sí, y más de una vez...

–¿Y ahora estás a tiempo de volver a enamorarte?

–¡No! Tengo 83 años, Checho... No...

–¿Pero no dicen que para el amor no hay edad?

–Ese es un cuento que nos hicieron.... Lo que se busca a esta edad es compañía. La soledad no es aconsejable, pero es todo de cabeza. La cabeza dirige todo.

–¿Hoy te sentís sola?

–No. Yo digo desde hace muchos años: «Me voy para mi casita, de la que nunca debí salir». Para mí es muy importante, porque una vez que cierro la puerta de la calle, el mundo se terminó, vivo para adentro. Pero no me siento sola, ni soy depresiva. Si no la enfrentás a la soledad, te lleva al desastre. Mis amigas me decían: «Tenés que tener una pareja, para ir al cine, por lo menos». Y yo les decía: «Déjense de pavadas, al cine y al teatro puedo ir sola». O puedo ir con una amiga. No necesito ir con un señor.

–¿Sos feliz?

–Sí, claro. ¡Cómo no lo voy a ser! Lo fundamento: tengo 83 años, estoy viva, sana, lúcida, en plena actividad, soy autodependiente, tengo una hija y tres nietos, voy a empezar temporada de teatro en agosto, me operé de la cadera hace siete meses y acá me ves...

* El 17 de agosto de 2023 cumplió 93 años. Una semana antes, la entrevisté para el programa Seré Curioso en VTV. Allí dijo que no podía rescatar ningún político del gobierno de la coalición de centroderecha liderada por Lacalle Pou, y que ella no piensa en la muerte. «Yo no hablo de ella, y espero que ella no hable de mí», agregó. «¿Cómo no voy a ser feliz? ¡Si la vida me está dando tanto!», concluyó. Falleció un mes después, el viernes 22 de setiembre.

(Casi) todos son felices

© Juan Manuel López - Montevideo Portal

«Hay mucho antisemitismo instalado»
ALBERTO SONSOL

(13 de junio de 2019)

(Casi) todos son felices

Se sacó la indumentaria de gaucho (bombachas, botas, sombrero y cinto de hebilla grande) y se fue a fumar un cigarrillo al fondo del restorán de Tel Aviv donde trabajaba de mozo. Ahí ensayó un soliloquio que le resultaría muy fructífero. Se dijo a sí mismo que él no estaba para eso y se preguntó qué era lo que más quería hacer, qué era aquello por lo que pagaría para trabajar. Y se contestó: periodista deportivo. Como no se sentía ducho para hacerlo en hebreo, se dio cuenta de que era la excusa perfecta para volver al país. A los 27 años, el joven rubio de ojos celestes que estaba vestido de gaucho y que de chico aprendió a tocar el tamboril entre los negros de Sur y Palermo, pegó la vuelta y cuando vio una puertita abierta en el básquet, se metió.

Hoy es, quizás, el periodista deportivo con mayor exposición mediática. Relata el básquetbol y ahora también el fútbol en VTV con producción de Tenfield, canal donde también conduce Kapos. En TNU, el canal estatal, conduce La Hora de los Deportes los domingos por las noches y de lunes a viernes está al frente de la sección deportiva de canal 10. En este canal, además, conduce un programa de entretenimientos: Escape Perfecto, desde hace seis años (invitación que, de algún modo, indujo y sugirió meses antes). Además, tiene todas las tardes su programa deportivo en radio El Espectador. Y se lo puede ver haciendo alguna promoción de alguna marca en las tandas, en los espacios que deja la campaña electoral.

En 2016 ganó el Iris de Oro que otorga la revista Sábado Show.

Sonsol (61) repasa en esta charla en el living de su casa en Pocitos las peripecias que pasó antes de llegar a ser tan popular y conocido por todos (viajes a Inglaterra para aprender sobre maquinaria vial e Israel para buscarse un futuro, incluidos), la fama, el «verso» de que la sociedad no está preparada para saber de qué cuadro son realmente hinchas los periodistas deportivos, el momento en que le ofrecieron relatar fútbol y cómo lidia con el gusto de la gente, el antisemitismo, la intolerancia en redes sociales y el mandato de lo políticamente correcto por estos días. «¿No puedo decir que una mujer es linda porque es menor de edad? ¡Paráaa!».

–Te criaste en el barrio Palermo... ¿Un rubio que sabía tocar el tamboril entre los negros?

–Uno de los pocos... De los pocos rubios que sabía tocar el tambor. De tanto estar ahí, entre Atenas, el barrio y las Llamadas, no había forma de no aprender. El ritmo lo tengo. Nunca desfilé en las Llamadas.

–Contó Ana Jerozolimski que te conoció como líder del movimiento juvenil MacabiTzair, de la colectividad judía. Fuiste a la escuela Mizraji, hebrea, religiosa. Pero desde chico te nutriste de ambos mundos: del «de la cole» y los del barrio Palermo y el club Atenas, donde jugabas al básquetbol...

–Macabi es una institución judía que tiene una parte social, una deportiva (la que se conoce con Hebraica Macabi en básquetbol) y alguna otra disciplina en la que compite, y aparte tiene un movimiento de gente joven que es ese, porque Tzair en hebreo es joven. Todos chiquilines de 8 a 15 años. Es una actividad social, cultural. Yo me nutría de los dos mundos. De mañana iba a la escuela Mizraji, que estaba en Andes y Maldonado, y de tarde iba a la escuela del barrio, en Gonzalo Ramírez y Gaboto. De mañana era todo en hebreo y mucho de religión, y de tarde era la escuela normal. Yo me sentía cómodo en los dos mundos: jugaba al básquetbol en Atenas, pero era líder en el movimiento de Macabi. Toda esa formación en mundos distintos también te ayudaba a ver el mundo. No es vivir en una burbuja.

Por eso cuando dicen: «No podés decir negro». ¿Eh? Eso no es para mí... Muchos de mis amigos eran todos negros. Y te digo más, esto de «afrodescendientes». ¡Qué me venís con eso! Si ellos mismos se ríen de ellos, como los judas nos reímos entre nosotros de los judas. El tema es si sos buena gente. Te voy a contar algo: yo era niño y cumplía años, no sé si 9, 10 u 11 años, yo vivía en Minas y Cebollatí, e invito para mi cumpleaños a los pibes de la escuela de la tarde y a los de «la cole» de la mañana, y algunos de la cole llegaban y miraban sorprendidos: «Bo, ¿y estos?». «Son compañeros míos de la escuela, son amigos igual que vos. A divertirse». Eso me marcó, porque lamentablemente la gente genera prejuicios sin conocer.

–¿Estuviste siempre muy consustanciado con la colectividad judía y sus costumbres?

–Sí, pero tampoco soy ortodoxo. Yo divido esto entre ortodoxos y tradicionalistas. Ortodoxo es el que sigue todo textual, como manda el ritual. Para mí, por ejemplo, los viernes son un día más, por más que cada tanto hay alguna reunión familiar. Porque el viernes arranca el shabat y sigue todo el sábado. Y los sábados yo trabajo todo normal. El único día que voy al templo es el Día del Perdón, pero es más por respeto a mis abuelos, a mis padres, a la tradición, después algún casamiento, alguna cosa especial. Y les dije siempre a mis hijos: «El Día del Perdón necesito una hora de su tiempo para ir todos juntos al templo». Una vez uno de mis hijos saltó y yo le dije: «Si vos no podés darme una hora por año para ir todos juntos al templo a mí que soy tu padre, no servís para nada». Nunca más. A las seis de la tarde están los tres prontos, bañados y empilchados para ir.

–¿De qué trabajaste antes de empezar en el periodismo deportivo?

–De todo, de todo. ¡De qué no! Lo primero que me acuerdo fue con un tío que tenía una ferretería en la Ciudad Vieja, que anteriormente había sido un almacén que había puesto mi abuelo. Ahí, en la ferretería, empecé a hacer mandados, a dar una mano. Después intenté estudiar, pero era una época muy difícil para entrar en las facultades. Yo quería hacer Odontología, pero no era fácil entrar. Y empecé a laburar de todo un poco... Mi papá era representante para Uruguay de importar maquinaria vial, lo que se usa para construir rutas, carreteras, calles. Vos ves la última máquina, la que está asfaltando o poniendo el hormigón en la ruta, pero hay todo un proceso anterior donde se hacen canteras, se pica la piedra, se mezcla con el asfalto, todo eso... Mi viejo importaba para Uruguay todo ese tipo de máquinas. En el año 79, con 21 años, viajé a Inglaterra a especializarme en ese laburo, y conocer las fábricas de donde se hacían las máquinas, desde el primer tornillo a la máquina final. ¿Con qué idea? Con la idea de seguir en lo de mi viejo en un futuro. Porque, si bien no se vendían muchas máquinas de esas, después se generaba mucha venta de repuestos. Fui a estudiar seis meses en Leicester. Como amante del fútbol iba a ver fútbol ahí, vi jugar a [Osvaldo] Ardiles y [Julio Ricardo] Villa en el Tottenham Hotspur, en Londres, en el 79, un año después de salir campeones del mundo con Argentina.

En el 82 con el quiebre de la tablita, no había quién comprara una máquina de esas para la infraestructura vial. Entonces, empecé a laburar en decomiso de aduanas: yo iba a la aduana y les compraba lo que los aduaneros les sacaban a los bagayeros, y venía acá y vendía el mismo café o yerba y con factura.

–Incluso intentaste vivir en Israel... hasta que te diste cuenta de que querías venirte y probar en el periodismo deportivo.

–En el 84 me fui a Israel. Primero trabajé en un hotel. Mi función era completar el frigobar en un piso entero de un hotel. Después trabajé como cadete en la Embajada de Argentina, después en una sanguchería (yo era el cajero y un palestino hacía los sánguches), hasta que un día vienen y me dice un amigo uruguayo: «Bo, Alberto, mirá que en la zona de los hoteles de Tel Aviv van a abrir una parrillada. Vos acá ganás 10, y allá entre propina y sueldo vas a ganar 40», me dijeron. «Lo único que te tenés que vestir de gaucho, porque la parrillada se llama El Gaucho». Y ahí arranqué, vestido de gaucho. Primer mes, gané 18, segundo mes, 22, tercer mes 25, pero nunca llegaba a los 40 que me habían dicho.

A mí me tocaba trabajar en el turno del mediodía y un día vino el gerente y me propuso que hiciera un reemplazo en la noche. Le dije que sí, pero me saqué el disfraz de gaucho y me fui al fondo a fumar un cigarro. Y allá, hablando solo como los locos, me dije: «Esto no es pa vos. Estás preparado, sos bachiller, tenés idiomas, cultura general media... Esto no es pa vos. ¿Qué es lo que más te gusta? ¿Qué pagarías por hacer? Periodismo deportivo». Yo me preguntaba y yo me contestaba. «Pero, ¿estás seguro?», me pregunté. «Sí, sí, periodismo deportivo. Nada más que eso». Y ahí decidí volverme, porque no lo podía hacer en Israel, por el idioma. Tenía 27 años. Cuando le dije a mis amigos uruguayos judíos que estaban allá, y eran todos profesionales universitarios, me decían: «Pero, ¿quién te creés que sos? No ves que llega uno solo en mil...». Muchos de esos hoy están acá y no lo pueden creer.

–Hablando de Atenas: siempre fuiste hincha confeso. ¿Nunca te

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