Amar a madrazos

Ale del Castillo
Moisés Castillo

Fragmento

Amar a madrazos

Presentación

La violencia de género, entendida como la exacerbación de las desigualdades entre mujeres y hombres, es el resultado de diferentes factores de carácter cultural, social, legal y familiar, que desde tiempos inmemoriales propiciaron que haya impactado en forma dispar el reconocimiento de los derechos de un sexo en perjuicio del otro. Históricamente, el sexo en desventaja ha sido el de las mujeres, lo que ha contribuido a que un alto número de situaciones violentas sea dirigido a ellas en todos los órdenes de la vida civil.

La violencia contra las mujeres no respeta condición económica, nacionalidad, etnia o edad, y ocurre tanto en los espacios públicos como en los privados. Ésta puede ser ejercida por hombres desconocidos, conocidos, familiares y, por supuesto, por las parejas erótico-afectivas. Desafortunadamente, las manifestaciones más frecuentes de violencia contra las mujeres siguen siendo las que ocurren en el contexto de las relaciones familiares y de pareja.

Ahora bien, esta situación no está determinada por la “naturaleza”, ni responde a características “esenciales” de las mujeres y de los hombres, sino a la construcción de subjetividades que se configuran como “femeninas” o como “masculinas”, y que han llevado a asociar lo femenino con la sumisión y lo masculino con el dominio. Por esto no es sorprendente que en la mayoría de los casos la violencia de pareja se inicie en la adolescencia y juventud, y precisamente en las relaciones de noviazgo, ya que el proceso de socialización y la adquisición de las identidades y roles de género se ven cristalizados en esas etapas de la vida. Es así que podemos reconocer la importancia que tienen las creencias tradicionales sobre lo que es “ser hombre” o “ser mujer” para entender lo que sucede en las relaciones de noviazgo entre jóvenes y la posibilidad de que ocurra violencia. Estas creencias están muy influidas por mensajes que recibimos desde la infancia, y que se convierten en mandatos (“debes de ser así”) que moldean muchos rasgos de personalidad y modos de comportamiento.

Estos mandatos se vuelven estereotipos y se utilizan para educar a las personas según el sexo al que pertenezcan. Los principales estereotipos sobre las mujeres es que son pasivas, tiernas, cariñosas, sentimentales, románticas, comprensivas, fieles, maternales, irracionales, exageradas, vanidosas, inseguras, temerosas, débiles y víctimas fáciles de la violencia. Los estereotipos que se aplican a los hombres incluyen el ser activos, fuertes, independientes, decididos, inteligentes, exitosos, conquistadores, con mayor apetito sexual, dominantes, insensibles, agresivos, violentos, rebeldes, descuidados y desordenados.

Los estereotipos que se aplican a mujeres y hombres se denominan “de género”, porque tienen que ver con lo que se espera que cumplan unas u otros simplemente por haber nacido de uno u otro sexo. Lo que resulta perjudicial es que estas características son imposibles de cumplir, y además no toman en cuenta las necesidades, limitaciones y deseos particulares de cada persona en su calidad de ser humano. Se vuelven entonces una especie de “camisas de fuerza” en la medida en que, si no las cumplimos, se nos puede juzgar severamente por “salirnos de la norma” (por ejemplo, una chava que ha tenido relaciones sexuales con varios hombres porque le parece divertido hacerlo, puede ser calificada de “loca”, “zorra” o “puta”), y si se cumplen, también pueden ponernos en riesgo y afectarnos emocionalmente porque nos exigen demasiado (por ejemplo, para ser un “verdadero hombre”, algunos jóvenes tienen que salir con muchas mujeres, no demostrar su sentimientos y ser violentos).

En la relación de noviazgo existen influencias, negativas en unos casos y positivas en otros, que pueden contribuir a la integración o el deterioro de las relaciones afectivas. Lo que es destacable es que los datos y las estadísticas disponibles muestran índices elevados de parejas jóvenes en los que la violencia se convierte en una constante en sus relaciones, siendo en muchos casos ocultada. Cuando existen relaciones de desigualdad y creencias que nos hacen pensar que somos superiores a otra persona, siempre existe el riesgo de que utilicemos nuestros recursos (la fuerza física, el atractivo, la posición social, el dinero) para influir, controlar o dominar a otros. De esta manera, se puede someter y dañar a personas cercanas con actitudes o comentarios, o llegar a sentirse con el derecho de golpear a alguien más.

Las 19 historias que se incluyen en el libro Amar a madrazos reflejan una cotidianidad real y palpable en nuestro país, y tienen como denominador común la violencia de género entre jóvenes. Como ya habíamos mencionado, es durante la juventud cuando se empiezan a visualizar las causas estructurales de la violencia que se encuentran imbricadas en la posición histórica de inferioridad de las mujeres. A la vez, las historias que conforman este libro nos permiten comprender la violencia como elemento que perpetúa los estereotipos de género y los patrones culturales que operan como un mecanismo para el mantenimiento del papel dominador del varón y del rol sumiso de las mujeres.

Relatos como los de Diego y Vanessa, Raúl y Nancy o Fernanda y Daniel, entre otros, evidencian que si bien el origen de la violencia en la pareja se encuentra en el sexismo que impera desde tiempos inmemoriales, son múltiples los desencadenantes que la pueden ocasionar. Así, la violencia física, emocional, psicológica, sexual o económica, por citar algunas, que se comete en la adolescencia y la juventud, encuentra sus primeros brotes en actos que pueden poseer diferentes manifestaciones: unas que pueden calificarse de visibles, como los golpes, amenazas graves, agresiones sexuales, y otras menos evidentes, pero que no por ello lastiman menos, como los constantes enojos (y, con frecuencia, posteriormente, arrepentimiento), coacciones, presión para mantener relaciones sexuales no consentidas por la otra parte, chantajes emocionales, celos, humillaciones o ridiculizaciones, entre otras expresiones. Todas ellas, eso sí, manifestaciones del ejercicio de la violencia machista, de la violencia patriarcal.

Pero en el libro no sólo se recogen historias de violencia directa, sino también otras que se extienden a la influencia de la familia nuclear, como es el caso entre Julio y Paola. O situaciones en las que quien ejerce la violencia no es únicamente un integrante de la pareja, sino los padres, madres o ambos, como ocurre con Sonia y su incidencia en la relación con Víctor.

Asimismo la celotipia, en cualquiera de sus manifestaciones, es una forma de generar violencia, y para ello es de suma importancia tomar conciencia de qué “señales de alarma” se están produciendo en la relación para poder detectar tempranamente la existencia de los celos. Esta situación se expone en la historia de la relación entre Luis Enrique y Melisa.

En este sentido, cabe resaltar que —desafortunadamente— existen ciertas creencias sobre el amor romántico que en ocasiones no permiten ver los aspectos desagradables y amenazantes de la pareja. Esto sucede sobre todo durante la etapa del enamoramiento. Por ejemplo, los celos y la posesividad suelen considerarse “normales” en una relación de noviazgo porque se distorsiona su carácter violento y se visualizan como manifestaciones extremas del amor.

Como evidencian algunas historias, la violencia generalmente —no siempre— es cíclica, es decir, se repite, y ambos miembros de la pareja se encuentran “atrapados” en esa situación. En este ciclo se pueden presentar las diferentes formas de violencia, es decir, la física, emocional o sexual, ya sea una atrás de otra, o varias al mismo tiempo. Este ciclo tiene principalmente tres momentos: el de inicio, en el que la tensión por los conflictos no resueltos se va acumulando; el de la explosión de la violencia, y el de la “luna de miel”, que resulta de gran atracción para quien recibió la violencia, ya que la actitud asumida por el agresor es de arrepentimiento, amabilidad, promesas de cambio y demostraciones de afecto. Cuando viene la reconciliación después de una pelea muy fuerte, se dice que estamos en la fase de la “luna de miel”, que es donde una persona se puede volver a “enganchar” porque mira al agresor como si fuera débil y vulnerable. A la larga, esto se convierte en una situación muy difícil de detener.

Ahora bien, cabe destacar que a pesar de que la violencia de género afecta mayoritariamente a las mujeres, también existen casos en los que las víctimas son los hombres, como ocurre en la historia de Miguel y Mariana, donde describe una serie de hechos que se inician a nivel psicológico, pero que, de forma inmediata, se convierten en agresiones de carácter físico, y en los que se constata claramente la existencia del ciclo de la violencia, puesto que tras la acumulación y la explosión de las tensiones, surge la fase de arrepentimiento que convierte la relación en cíclica, dependiente y destructiva.

De igual manera, si bien no es el origen de la violencia, existen situaciones en las que el excesivo consumo de alcohol o drogas agudiza la misma. En la historia de Octavio y María Luisa se refleja la incidencia de tales estados.

Estas y otras historias relatan los diferentes rostros que se pueden generar dentro del universo de la violencia y que propician un sinfín de efectos nocivos. Los daños que se pueden generar por vivir una relación violenta van desde las lesiones físicas hasta las heridas emocionales. Las víctimas pueden sufrir deterioro y confusión en la relación. Algunos de los efectos ocasionados por las relaciones violentas son: depresión, aislamiento, fracaso escolar, bajo rendimiento laboral y una necesidad de evadirse de la realidad.

Aun cuando es muy reciente el estudio, México ya cuenta con datos que evidencian los altos índices de violencia en la población adolescente y juvenil, por lo que el presente libro es una puerta para construir un verdadero ejercicio de reflexión y análisis, desde un enfoque real y didáctico, acerca de la transcendencia y las consecuencias negativas de la violencia en el noviazgo. A todo ello se debe añadir que la autoría del texto está realizada de manera extraordinaria por dos jóvenes que de manera delicada, cabal y verídica reproducen casos reales que esperamos impacten a la juventud en el proyecto (que puede sonar idealista pero no por ello se debe dejar de anhelar) de una vida libre de violencia.

La violencia en el noviazgo es un problema frecuente que requiere ser visualizado porque puede ser el inicio de una vida de maltrato, pero también es una oportunidad de decidir, responsabilizarse y cambiar.

Ricardo Ruiz Carbonell y Luciana Ramos Lira

Amar a madrazos

Introducción

¿Quién te amará más que yo, que permito que me pegues?

Ellos aman hasta los golpes. Aman de una manera enferma, aman aun cuando duele. Viven con el miedo de perder la vida y con la fuerza necesaria para sobrevivir un día más esperando que todo cambie.

Aman entre mentiras y justificaciones, ocultan el dolor con blusas de cuello alto y mangas largas, maquillaje y la negación de la existencia de alguien que los lastima en el nombre del amor.

Aman y dejan pasar el tiempo. Algunas veces no encuentran la salida del laberinto tormentoso en el que se han acostumbrado a vivir y se mueren por dentro. No saben pedir ayuda porque les avergüenza su sufrimiento.

Amar a madrazos es un proyecto periodístico que surgió en marzo de 2009 en las páginas de la revista emeequis, como un reflejo de la preocupación social por los altos índices de violencia detectados en las relaciones de noviazgo.

A un año de distancia, el tema de la violencia en el noviazgo se ha consolidado en la agenda pública y ocupa lugares prioritarios en organismos como el Instituto Mexicano de la Juventud, el Instituto Nacional de las Mujeres, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, entre otros.

Amar a madrazos reúne testimonios de parejas en situaciones de violencia y sus diferentes manifestaciones (física, psicoemocional, sexual y económica). Los protagonistas de estas historias han decidido compartir sus experiencias con la intención de evitar que la violencia se repita con otros nombres y lugares.

Cada una de las historias aquí presentadas van acompañadas de conceptos, información estadística y aportaciones de especialistas en el tema. Consideramos que el trabajo periodístico de investigación es una de las alternativas para informar, prevenir, acompañar y generar una reflexión en los diferentes sectores afectados en temas de la violencia en pareja.

Existe una necesidad social de conocer el inicio y los límites de la violencia en las relaciones, con la finalidad de que los lectores puedan identificar las señales en las que se gesta y detona la violencia.

El contenido de este libro no pretende juzgar y mucho menos calificar a sus protagonistas, por el contrario, cada historia aquí contada busca una aproximación al entendimiento del contexto planteado.

La presente investigación periodística está pensada para ser un material que pase de mano en mano, que proponga el debate, la reflexión y los espacios de diálogo entre mujeres, hombres, parejas y padres e hijos, con un objetivo en común: evitar que la violencia en las relaciones se repita en cualquier ámbito y con cualquiera de sus manifestaciones.

Se han cambiado los nombres de los protagonistas para proteger sus identidades.

Amar a madrazos

Mi primer golpe

Diego tiene 22 años y actualmente goza de bastante suerte con las chicas. Su éxito en las relaciones no tiene tanto tiempo, tal vez unos cinco o seis años, porque de pequeño era “gordito y rosado” —como él mismo se describe—. Aún desconoce cuándo sucedió ese cambio que lo hizo encantador, pero supone que los detalles que tenía con su novia siempre llamaron la atención de las demás chicas.

Le gustan los paseos largos, todavía regala rosas y ha procurado ser siempre detallista. Le entusiasman las sorpresas y en todo momento está buscando la forma de hacer que lo cotidiano parezca especial. Diego aún cree en el compromiso que implica la confianza y así trata de llegar a acuerdos para tener una relación formal.

A sus 22 años se ha involucrado al menos con 23 o 24 chicas, pero sólo cinco de ellas han sido sus novias formales. En sus últimas relaciones le han tocado chicas de todo tipo, lo que le ha permitido definir cierta perspectiva de la mujer en diferentes aspectos.

¿Alguna vez te ha golpeado tu pareja?

Nunca.

Sólo una vez.

Me golpea todos los días.

Me ha golpeado por años.

Aún recuerda cuando encontró la lista de Ana, su antigua novia, quien le decía que todas las mujeres tienen un listado… un conteo. En él aparece un nombre, probablemente una fecha, y una pequeña leyenda que incluye algún detalle de referencia. Esa lista incluía a todos los chicos con los que Ana se había relacionado, y con los que había tenido desde un “kiko” hasta una relación sexual.

A los 21 años de Ana, Diego aparecía en esa lista en el número sesenta-y-tantos, ese detalle numerológico siempre le asombró. Los problemas de Diego y Ana se resolvieron muchas veces con besos o sexo, y en algunas ocasiones la confianza y el exceso de honestidad laceraba más que el silencio.

En cierta ocasión Ana tenía una fiesta y Diego no podía acompañarla. Él la animó a irse con sus amigos.

—Pues ve a la fiesta.

—No, yo creo que no…

—¿Por qué no?

—Porque no. Pues, es que, la verdad, no confío en mí, y pues habiendo alcohol de por medio… menos.

Diego se quedó sin palabras. Su relación sólo duró algunos meses más y en la frontera de haber terminado con Ana, llegó Vanessa, quien sería su nueva novia.

Vanessa era una chica muy espontánea y lo hacía reír. Se fueron conociendo, y mientras más conciencia tenía Diego de Vanessa, menos le gustaba.

Con ella Diego aprendió que las chicas no siempre quieren hacer el amor y prefieren el sexo; así, dejó salir su instinto animal cada vez que ella se lo pedía. Nalgadas o gritos, él la complacía. Su relación estuvo llena de experimentación y Diego aprendió mucho.

Una tarde llegó a la escuela y las miradas de los demás se posaron sobre él, los murmullos recorrían los pasillos mientras se quedaba impávido. Todos lo sabían. Vanessa fue muy clara: lo corrió de su casa, le cerró la puerta, y al tratar de evitarlo, Diego la arrojó contra el piso y comenzó patearla en el estómago. Todos en la escuela lo sabían ya y le clavaban los juicios sobre la piel con miradas, desprecio, rencor y coraje. Diego guardó silencio y se fue lleno de miedo. Miedo de que una mujer quiera ganar siempre, miedo de las relaciones que se convierten en una lucha de poder, miedo de saberse sometido, miedo de que alguien haya contado una historia que no era cierta para justificarse.

El día que terminó todo, Diego atendió un compromiso personal; mientras eso sucedía, Vanessa lo llamó seis veces, una por cada hora que duró el encuentro. En las primeras cuatro llamadas fue gentil. La quinta llamada ya no tuvo amabilidad alguna. En la sexta, sólo escuchó:

—Cuando llegues a tu casa márcame, porque ya me cansé de estarte esperando como tu estúpida. Yo ya no quiero estar contigo.

Diego no había acordado ver a Vanessa ese día. Después de aquella sexta llamada fue a buscarla. Discutieron, y ella parecía enfurecerse cada vez más.

—Hoy me di cuenta de que no te quiero, que ya no te soporto y que ya no quiero volver a verte —dijo ella.

Diego tomó aire y pensó que sería mejor hablar después, cuando ella estuviera más tranquila, y entonces trató de marcharse. La frustración de Vanessa hizo que Diego recibiera su primer golpe a puño cerrado en la mejilla izquierda.

—¡Te odio! —gritó Vanessa y le aventó la puerta. Diego contuvo la puerta y trató de alcanzarla, la tomó del brazo y ella se dejó caer, luego comenzó a gritar:

—¡Me tiraste! ¡Me tiraste! —mientras pedía auxilio a su madre.

—Adiós, yo ya no puedo —fueron las últimas palabras de Diego. Aquel día Diego supo que había recibido su primer y único golpe.

VIOLENCIA1

La violencia se define como un acto intencional que puede ser único o recurrente y cíclico, dirigido a dominar, controlar, agredir o lastimar a otra persona. Por lo general es ejercida por las personas de mayor jerarquía, es decir, las que tienen el poder en una relación, como son: el padre y/o la madre sobre los hijos, los jefes sobre los empleados, los hombres sobre las mujeres, los hombres sobre otros hombres y las mujeres sobre otras mujeres, pero también se puede ejercer sobre objetos, animales o contra el propio individuo.

La violencia inhibe el desarrollo de las personas y puede causar daños irreversibles. Cuando se habla de violencia lo primero que viene a la mente es el maltrato físico, sin embargo, la violencia también puede ser emocional o psicológica. Este tipo de violencia, cuya frecuencia es muy alta, es la más difícil de identificar.

La violencia adopta diferentes maneras de expresión que pueden abarcar desde una ofensa verbal hasta el homicidio. En términos generales, existen cinco tipos de violencia que no son mutuamente excluyentes, es decir, se puede manifestar más de un tipo al mismo tiempo, de diversas maneras y en diferentes esferas, tanto de la vida pública como privada.

15% de los jóvenes han experimentado al menos un incidente de violencia física en la relación de noviazgo que tenían al momento de la Encuesta Nacional de Violencia en el Noviazgo 2007 (Envinov).2

16.4% de los incidentes de violencia suceden en zonas urbanas y 13.2% en el ámbito rural.3

Desde una perspectiva de género, la mayor proporción de personas receptoras de violencia física son las mujeres en un 61.4%, en comparación con los hombres con una representatividad del 46%.4

Cuando hay violencia en la relación de noviazgo lo que se busca es el control, quién va a tener el control sobre el otro. Hay muchas veces en que las mujeres, con tal de no ser víctimas, prefieren ser abusadoras. La víctima tiene que poner los límites y decirle que tiene el poder de decisión de darle la vuelta a la página, de terminar con esa relación amorosa. Hay hombres que son víctimas y se tiene que romper el estereotipo de que el hombre es el fuerte. Es tiempo de hablar con la verdad sin seccionar los géneros.

Priscila Vera Hernández

Directora del Instituto Mexicano de la Juventud

Amar a madrazos

No seas nenita, no te va a doler

—No seas nenita, no te va a doler —Raúl le insistía a Nancy cuando ella se negaba a tener sexo anal. Ella pedía que parara porque la lastimaba. Ante el reclamo

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