Fango sobre la democracia (nueva edición)

Roger Bartra

Fragmento

Fango sobre la democracia

Prólogo a la presente edición

Las elecciones de 2006 en México fueron un acontecimiento que marcó profundamente a la izquierda y que inició cambios políticos muy importantes. Aquella coyuntura electoral, con la tormenta de fango que la acompañó, dejó profundas huellas en el sistema político. La izquierda quedó peligrosamente malherida. Diez años después los lodos se han secado pero queda el polvo que se acumuló. En estos diez años se inició un proceso de restauración que culminó en el retorno del PRI a Los Pinos. La izquierda volvió a perder en las elecciones presidenciales de 2012, y poco después se dividió. Los grupos del crimen organizado han corrompido varias esferas del poder político, lo que auspició la masacre de estudiantes de Ayotzinapa. Creo que podemos encontrar claves políticas importantes de lo sucedido durante los últimos diez años en los acontecimientos que giraron en torno de las elecciones de 2006. Por ello me parece que este libro conserva su interés y abre una veta de reflexión estimulante sobre la izquierda mexicana.

Cuando se publicó este libro en 2007 me percaté con cierto asombro, como dije en el prólogo, que “los pozos de la sociedad no estaban anegados de malos humores”. Después de las grandes tensiones se extendió cierta serenidad. Pero hoy, diez años después, una gran parte de la sociedad parece empapada de humores negros. Los tiempos actuales son muy difíciles para la izquierda. Con frecuencia se generan en su seno torbellinos de ideas que no encuentran reposo en propuestas articuladas y enraizadas en la realidad. En esta época de transición, confusa y contradictoria, los viejos dogmas y los duros parámetros se han marchitado. Conforme nos alejamos del siglo XX se erosionan implacablemente las más graníticas certezas políticas e ideológicas, que quedan pulverizadas y flotan como secas tolvaneras. El polvo se deposita en todos los rincones y el más leve viento levanta remolinos que enturbian el ambiente. Pero también hay estremecimientos sociales, inquietudes legítimas, protestas contra una condición que se vuelve insoportable y movimientos de jóvenes que no encuentran su lugar en este mundo plagado de desigualdades. El paisaje que rodea a la izquierda es inestable y con frecuencia caótico.

Los malos humores han retornado y empapan de nuevo a la opinión pública. A fines de 2015 publiqué un artículo, titulado “Desesperanza”, en el que señalaba que en tan sólo tres años el gobierno de Peña Nieto había logrado quedar muy desprestigiado ante una gran parte de la opinión pública. Retomo aquí las ideas que expresé.1 Se observaba un contraste intrigante entre la capacidad de su partido, el PRI, de ganar elecciones y la imagen negativa que proyectaba en muchos intelectuales, que diagnosticaban un malestar profundo, un generalizado pesimismo y la caída en una democracia vacía. En cuanto se esfumó el aura de las reformas impulsadas por el Pacto por México, se extendieron el desencanto ante la política y el fastidio por la corrupción gubernamental. ¿Por qué habían cundido tan rápidamente la desconfianza y la indignación? Desde luego hay la decepción de quienes creyeron que la transición democrática era una panacea que debía corregir los vicios y la miseria heredados del antiguo régimen autoritario. La evidencia de que los mecanismos democráticos no solucionan los problemas de la pobreza, el atraso y la corrupción facilitaba el crecimiento de la frustración. La antigua y sedimentada aversión que se ha ganado el PRI es otro factor que impulsaba la indignación. Podemos agregar el hecho de que las nuevas generaciones que no vivieron ni sufrieron en carne propia el autoritarismo típico del antiguo régimen eran poco tolerantes ante un sistema democrático lleno de fallas. Hay también el enervamiento de quienes, adictos a las antiguas estructuras autoritarias, sufrían un agudo síndrome de abstinencia. La democracia no es un remedio suficiente para compensar la falta de la vieja droga nacionalista revolucionaria. También podemos suponer que se habían acumulado efectos perversos de viejas plagas del sistema político, cuyas consecuencias espectaculares coincidieron y se acumularon en momentos aciagos, como la tragedia de Iguala, la sospechosa compra de la “casa blanca” que hizo la esposa del presidente y el asesinato en Tlatlaya de presuntos delincuentes a manos de militares.

Hoy posiblemente estamos ante esa melancolía que según Tocqueville afecta a la gente en las sociedades democráticas, que cuando tiene cerca la igualdad deseada ésta se aleja y se vuelve inalcanzable. Creo percibir también esa “melancolía de izquierda” que describió Walter Benjamin cuando escribió en 1931 un artículo contra la poesía de Erich Kästner, hoy más bien conocido por un buen libro para niños (Emilio y los detectives). Benjamin se refería al malestar de una intelligentsia radical que en la Alemania de los años veinte inspiraba una poética de la desesperación y que, en su quietud negativista, transformó la lucha política en un objeto de placer y en un artículo de consumo. Éste es el fatalismo —pensaba Benjamin— de aquellos que están más alejados del proceso de producción y cuyo oscuro cortejo del mercado “es comparable a la actitud del hombre que se deja llevar enteramente por los inescrutables accidentes de su digestión”. Los estruendos de los versos de Kästner “tienen más relación con la flatulencia que con la subversión. El estreñimiento y la melancolía han ido juntos siempre”, escribió con sarcasmo Benjamin. En contraste, exaltó la poesía de Bertolt Brecht, y adoptó su intransigencia dogmática cuando denunció el radicalismo burgués de la más reciente metamorfosis de la melancolía en sus dos milenios de existencia, “esa curiosa variedad de la desesperanza: la estupidez torturada”. (“Linke Melancholie”, artículo publicado en Die Gesellschaft en 1931).

Walter Benjamin hizo una crítica marxista dura, de militancia brechtiana, contra los estratos medios pequeño-burgueses que expresaban su angustia por las consecuencias de la expansión capitalista y que impulsaron en la época de la República de Weimar el activismo, el expresionismo y la “nueva objetividad”. Seguramente la poética infrarrealista de una parte de la izquierda latinoamericana expresa un malestar similar y canaliza sus quejas e irritaciones como una melancolía análoga a la que criticó Benjamin. Es lo que se observa en México y lo que influye poderosamente en los malos humores de una sociedad harta de la putrefacción. Se expresa por medio de innumerables comentaristas, periodistas e intelectuales, molestos por los fracasos de la política y por los intentos de restaurar el antiguo régimen autoritario. Yo creo que estas expresiones amargas del desengaño y de la melancolía —como las que disgustaron a Benjamin— deben ser bienvenidas. Acaso no proponen ninguna solución o alternativa, pero son un caldo de cultivo para la reflexión crítica.

Ante las melancolías y los malos humores, el presidente Peña Nieto tuvo la ocurrencia de referirse al tema el 25 abril de 2016. Dijo que a partir de notas, columnas y comentarios que había leído se podría decir “que no hay buen humor, el ánimo está caído, hay un mal ambiente, un mal humor social; pero déjenme decirles que hay muchas razones y muchos argumentos para decir que México está avanzando”. Desde luego, el desafortunado comentario provocó una oleada de burlas y críticas.

Este libro es un testimonio crítico sobre los orígenes de estos humores negros. Hay en él una reflexión sobre el tránsito a la democracia en 2000, un análisis de la coyuntura crítica de 2006, dos comentarios sobre los peligros de una restauración del antiguo régimen ante las elecciones de 2012 y dos ensayos sobre el nacionalismo y la identidad nacional.2 Desde la coyuntura dramática del 2006 se ha extendido una animadversión malhumorada contra el sistema político y contra los partidos. Este ánimo antipolítico ha sido impulsado principalmente por los medios masivos de comunicación, que se atribuyeron arbitrariamente la representación de la sociedad civil. Asumen un combate contra la partidocracia a la que denuncian como corrupta e intrigante. Supuestamente los partidos se han constituido en un muro que separa al gobierno de la ciudadanía. Esta es la actitud típica de una extrema derecha propia de sectores empresariales que aspiran a tratar directamente con la cúspide del gobierno sin pasar por instancias parlamentarias.

No quiero negar el hecho de que la clase política mexicana tiene una mala fama bien merecida. Pero el desprecio abarca no solamente a los partidos políticos, sino que también se extiende a los funcionarios de alto y bajo nivel. Este desprecio, impulsado por sectores reaccionarios, ha sido atizado paradójicamente por la permanente campaña de López Obrador contra lo que llama la “mafia del poder”. El blanco de este desprecio han sido las reformas del Pacto por México, que en términos generales fueron positivas. Pero las operaciones de denigración han paralizado todo esfuerzo reformista nuevo, lo cual ha envenenado el ambiente político. Es de lamentar que las ideas reformistas hayan sido una de las causas determinantes en la división de la izquierda, que desembocó en el rompimiento de los populistas con el PRD y la fundación de Morena. En las elecciones de 2015 para diputados este partido apenas obtuvo 8.4 % de la votación, pero en la Ciudad de México logró provocar una profunda fractura.

Esta fractura se manifiesta de manera aciaga en la alianza del nuevo partido populista, Morena, con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que es una derivación maligna del corrupto Sindicato de Trabajadores de la Educación (SNTE) nacida hace treinta años, y que hoy se opone tercamente a todas las reformas del Pacto por México, pero muy especialmente a la reforma educativa. Esta alianza es un ejemplo típico de los errores que suele cometer López Obrador y que le cuestan muy caro. La CNTE es una mezcla de la vieja corrupción sindical ligada al priismo con tendencias izquierdistas radicales de muy diverso signo; es un remanente híbrido del antiguo régimen autoritario que paulatinamente está desapareciendo del panorama político mexicano. Una de las peores cosas que puede ocurrirle a la izquierda es esta decadente fusión de un leninismo fundamentalista con los restos caducos del nacionalismo revolucionario. El resultado es un populismo hosco y agresivo que proviene de un mundo en extinción, pero cuya agonía es peligrosa pues hay mucha exasperación y resentimiento en las burocracias sindicales decrépitas y corruptas que manipulan a los

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