Neurosis, sustancias y literatura

Mariana H

Fragmento

Neurosis, sustancias y literatura

¿En qué carajos me metí?

No creo que exista un solo autor que no se haya hecho esa pregunta, al menos una vez, en algún momento de su trabajo literario o periodístico. No soy la excepción.

Cuando hice esta selección, yo tenía solamente un objetivo: entrevistar a escritores mexicanos que tuvieran entre 30 y 40 años de edad, con la idea de conocer más a fondo concordancias y diferencias en su quehacer literario. Hice una lista, la modifiqué, consulté a otros escritores, borré nombres, añadí otros. Me quedaba claro que mi selección no se iba a regir por listas hechas anteriormente; tampoco me iba a enfocar en los más premiados, los más conocidos, los que más venden, en mis amigos, y no me iba a autoimponer cuotas de género ni la inclusión forzada de autores del interior de la República. Los escritores que seleccioné son los que, de acuerdo con mi criterio e investigación, tienen una oferta literaria más arriesgada, poderosa y propositiva. Es decir: no era mi intención reconocer a los mejores autores del momento; simplemente, quise conversar con los que más me gustan. Por ello, en este libro aparecen algunos escritores que son de mis grandes amigos en la vida, escritores que sólo conocía de lejos y otros a quienes nunca había visto en persona, pero que había leído y me interesaban.

También me quedaba claro que yo quería estar en un territorio neutro cuando los entrevistara; es decir, ni en su casa ni en la mía. Tampoco en una cabina de radio. Quería hablar, comer, beber, fumar. Digamos, observar a todos estos bichos raros —léase: bestias salvajes— en un entorno “amigable y relajado”, para que no sintieran que yo estaba analizando su ropa, su manera de comer, sus gustos, si beben o cuánto beben, sus tics, su humor. Aunque era justamente eso lo que estaba haciendo, esperando que no se sintieran como ratas de laboratorio. No sé si logré.

Mi intención es compartir con los lectores, de la manera menos solemne posible, un diálogo con escritores, dejando completamente de lado la mamonería y la pretensión, tan común en el medio.

Quiero hacer mención de dos chicas a las que me hubiera encantado incluir: Daniela Tarazona y Valeria Luiselli. Dani aceptó, fuimos a comer, yo estaba segura de que estaba en los treintas. Sin embargo, por un rigor editorial que implicaba que ninguno pasara de 40, me fue imposible incluirla. Estuve cargando el peso de decírselo y, cuando lo hice, no sólo no se enojó conmigo, sino que se rio y me dijo: “No te preocupes, yo ya uso crema para las arrugas”. Yo también, Dani, pero yo sí la necesito. A Valeria, que no vive en México, la busqué vía su editor; sin embargo, no pudo darme la entrevista por carga de trabajo.

Uno de los primeros problemas que enfrenté fue que la mayoría de estos autores no se siente parte de una generación o no le interesa encasillarse en un nombre o una definición. Sienten que nada los une, pero yo pienso que sí. Tal vez no los une un estilo o una temática, pero encontré que la literatura de estos autores está tocada por la violencia en la que quizá no crecieron, pero que fueron —hemos ido— conociendo, algunos poco a poco, otros de golpe.

Cuando nacimos no había internet, no había TLC. Sin exagerar, hoy en día hay más marcas de leche en un Oxxo que las que había antes, cuando éramos niños, en un supermercado. Muchos de nosotros fuimos a la panadería, a la tortillería de la mano de la tía, la mamá, la nana, andábamos solos en la bicicleta. Aún los más jóvenes de los entrevistados en este libro vivieron el cambio de la era de la información y la tecnología. Algunos vimos por primera vez el horror televisado durante la guerra del Golfo, el 9/11. De niños no reciclábamos, no separábamos la basura, jamás escuchamos el término “calentamiento global”. Nosotros experimentamos por primera vez la alternancia política —al parecer solamente para crearnos expectativas—. Somos sobrevivientes de dos temblores que nos devastaron un 19 de septiembre, primero en 1985 y, 32 años después, en 2017.

Vimos en televisión el asesinato de un candidato presidencial. Fuimos testigos de la fuga del narcotraficante más buscado del mundo de una cárcel de máxima seguridad. Y, poco tiempo después, de su segunda fuga.

Vivimos la muerte de Michael Jackson, de Kurt Cobain, de Leonard Cohen, de David Bowie. La muerte de Fidel Castro. De Octavio Paz, del Gabo. En México hubo luto nacional por la muerte de Cantinflas, de Juan Gabriel, de Chespirito.

Sin el reflector de la fama, vinieron las muertes de miles de migrantes sin nombre ni apellido que fueron asesinados o murieron en el intento de cruzar la frontera. Y también los asesinatos de cientos de periodistas. Nuestro país —el mundo entero— se conmocionó con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Pero poco se habló del hallazgo de los restos de miles de cuerpos que se encontraron en fosas clandestinas durante la búsqueda de los estudiantes. Presenciamos con asombro la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama y, con aún más asombro e indignación, de su sucesor, Donald Trump. Vimos caer el Muro de Berlín. Nacimos en un mundo en el que no existía el VIH. Todos presenciamos la llegada del año 2000. Sin coches voladores. Ni robots con sentimientos.

Me parece que la velocidad y la dimensión de los cambios que experimentamos en nuestros primeros 30 o 40 años de vida fue mucho más drástica y atribulada que lo que vivieron nuestros papás en su infancia y juventud. La realidad de nuestro país obligó a los escritores a mirar hacia adentro. A hablar de la realidad nacional desde sus propias trincheras y con distintas herramientas. Éste es un registro de su experiencia como ciudadanos mexicanos escribiendo en el siglo XXI.

Aquí están las voces de 21 escritores y escritoras que son periodistas, ensayistas, poetas, cuentistas y novelistas. Hay norteños, poblanos, zapotecos, chilangos, tapatíos. Todos ellos, generosamente, me regalaron una, dos o más horas para hablar no sólo de literatura, sino de la forma en la que enfrentan el amor, la violencia, la religión, la migración, la frontera, el periodismo, la capital y la distancia, la equidad de género, la maternidad y la paternidad, el gremio literario, la corrupción dentro del medio, la ruptura de esquemas, la discriminación, el alcohol, la cocaína, los ansiolíticos, los antidepresivos, el comienzo de la gastritis y los dolores en las articulaciones.

Durante la realización de este libro se crearon varias amistades, se reforzaron otras. Ninguna se destruyó. Se visitaron diecisiete restaurantes, un café; tres de las entrevistas fueron vía mail. No bebieron Guillermo Espinosa, Diego Enrique Osorno, Sara Uribe, Jazmina Barrera, Daniel Saldaña y Antonio Ortuño. Todos por razones distintas. No sé si los que contestaron vía internet bebieron algo. Los demás tomamos muchos litros de cerveza y de vino, varios mezcales, tequila (sólo en una ocasión) y un par de cocteles con ginebra y vodka.

El platillo que más se comió fue tostada de jaiba y de atún.

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