Historias verdes

Eduardo Limón

Fragmento

Título

Prólogo

El prohibicionismo es persistente. En Estados Unidos hay avances más que significativos en la despenalización de la mariguana y también se bebe con fe, como para recordarnos cotidianamente que la ley seca fue un fracaso monumental, pero hay cientos de condados en los que se prohíbe la venta de alcohol —sobre todo en el sur, que tanto y tan buen bourbon produce—, y otros en los que la religión impone su ley los domingos, que tienes que pasarte sin una cerveza como adelanto de ese infierno que probablemente merecemos. En Uruguay triunfó la despenalización y la venta regulada de cannabis, pero los bancos, recientemente, han tratado de imponer un boicot que pondría en riesgo el futuro de ese triunfo de la razón. En México, mejor ni hablar. No padecimos los 13 años de la ley Volstead que sufrieron los gringos, sin embargo tenemos y hemos tenido brotes de prohibicionismo local, tiro por viaje. Eso es, por ejemplo, la ocurrencia cíclica, vertical, paternalista, de imponernos la ley seca los días de elecciones, o la prohibición alcohólica impuesta por Cuauhtémoc Cárdenas en Michoacán, o la de los zapatistas en Chiapas, justificada con procedimientos de democracia a mano alzada.

Eso, la persistencia de las pulsiones prohibicionistas, es lo único que me hace dudar un poco del optimismo que permea este libro, un optimismo que, por lo demás, comparto en lo esencial. Me refiero al optimismo derivado de la certeza de que —lo planteo en estos términos— los historiadores de las próximas décadas voltearán hacia el siglo XX mexicano y dirán: «¿Pueden creer que a esos pinches locos se les ocurrió penalizar el consumo de mariguana? ¿En qué estarían pensando?».

Una certeza que comparten los protagonistas de este volumen, varios de los cuales ya peinaban canas en el siglo XX, un tiempo que ahora vemos como remotísimo y en el que sin embargo ya habían tenido el buen sentido de levantar la mano y decir: «¿Qué tal que discutimos a fondo la pertinencia de la prohibición? ¿Qué tal que no la damos por buena así, a priori? ¿Qué tal que nos quitamos las anteojeras y tratamos de ver las cosas como son, y no como los políticos condescendientes, patriarcas severos, decretaron que tenían que ser? Porque sí, éste es un libro rigurosamente antiprohibicionista, un libro que no esconde la mano luego de tirar la piedra.

No es, a diferencia de las muchas otras obras necesarias, pertinentes, sobre este tema, una obra exclusiva de especialistas y académicos. Eduardo Limón, un hombre dedicado por más años de los que quisiera aceptar el periodismo cultural, decidió dar voz a una pluralidad de personajes que incluye a músicos que son escritores o no, a escritores-escritores, a escritores que hacen cómics, a algún científico y hasta a un dealer. Hay quienes fumaron mota y ya no fuman, quienes no amanecen sin fumar, quienes nunca fumaron pero bebieron como hooligans, quienes son abstemios universales y quienes prefieren otro tipo de sustancias, algunas incluso más potentes. Gran idea. Entre la crónica personal y la reflexión, esa pluralidad de voces refleja no sólo puntos de vista sensatos, razonables, agudos, sobre el consumo y su penalización, sino también el modo o los mil modos en que eso que llamamos la cultura mexicana, llamémosle los estamentos creativos, se relacionaron en la calle o en la intimidad, a distancia o directamente, con una vieja compañera de ruta, una planta que ha estado y estará aquí, prohibiciones o no, a nuestro lado.

Este mosaico testimonial convierte a Historias verdes en algo más que un libro sobre la mota. Es un retrato de época o épocas: de ésta, en la que por fin empezamos a discutir el tema con amplitud, con información, pero también de las pasadas, las de la prohibición sin cortapisas, las oscurantistas, las de la persecución policiaca contra el greñudo que pasaba por la calle equivocada a la hora equivocada, o sea, por casi cualquier calle y casi a cualquier hora. Es un libro que tendrá valor para esos historiadores del futuro, como para los sociólogos y los antropólogos, por lo que cuenta de nuestros usos sociales, de nuestros constructos culturales. De nuestros hábitos.

Es, en fin, un libro que habla de ti, lector. De mí. De nosotros. Como todos los buenos libros.

Julio Patán
Escritor y periodista

Título

Presentación

El pasado suele teñir los recuerdos con un aura de ingenuidad. Mirar cualquier cosa a través del filtro del que la proveé el tiempo diluye un poco sus aires de trascendencia y disminuye sus ínfulas de actualidad. La playera de manga tres cuartos que usamos en la secundaria como emblema de la moda, hoy se mira francamente extraña. Los zuecos de madera durísima y cintas plásticas de colores chillantes que nuestras hermanas lucían orgullosas antes de salir a sus primeros reventones (que se llamaron tardeadas en aquel pasado), hoy son sólo una referencia que sirve para explicar zapatos mucho más cómodos, mismos que con el paso del tiempo serán superados por algún nuevo tipo de diseño que en unas décadas hará lucir el de hoy como la curiosa muestra de lo que, en otro momento, supusimos era el pináculo del calzado. Los sonidos de la música que nos ha gustado, el diseño de los libros que conservamos, los relojes en los que consultamos el paso del tiempo luego serán distintos. Lo que hoy es presente perderá su nitidez conforme pasen los meses y los años y su lugar siempre será ganado por el momento actual del mundo. Ningún tiempo pasado fue mejor: en todos lucimos fuera de moda, tanto en usos como en costumbres.

«¿Te acuerdas de cuando no podíamos votar?», le dice una viejecita a otra, y aquella, mirándola perpleja desde un par de ojazos grises —uno más grande que el otro— responde: «No, ¿cuándo fue eso?». El maestro universitario que poco a poco fue acostumbrándose a la imagen ya se siente incómodo cuando algún colega del ayer le recuerda lo mucho que le sacaba de onda mirar a dos chavos —o a las dueñas de los dos mejores promedios de su materia— besándose en cualquier lugar. Lo pasado siempre se mirará ingenuo.

Estas páginas quieren apostar por ser leídas en el futuro, cuando el contenido de este libro no importe ya a nadie más que para reírse un poco. En ese tiempo que aún no es, alguien quizá eche un vistazo a este texto con un churro —un join, un toque, un pequeño porro, un alegre gallo— entre sus dedos sin temer que nadie lo persiga por fumárselo en donde mejor le parezca. Ojalá. Este libro teñido de ing

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