Comunicación láser

Fragmento

La curiosidad me alimentó.
Encontrando un sendero entre discos,
casetes y libros

A los 15 años me imaginaba escribiendo algún día en un diario. Aclaro que fui un alumno del montón, de los que salvaba porque sus padres lo hacían estudiar. En esa etapa estaba convencido de que el estudio no era lo mío, excepto por algunas pocas materias como Historia, Literatura y Biología.

Mis padres apoyaron que estudiara comunicación, aunque sé que les hubiese gustado tener un hijo médico. Hace poco tiempo supe por mi odontólogo que mi madre le decía: «No sé qué va a ser del futuro de Gustavo, me preocupa… anda siempre con discos y casetes para todos lados».

Mucho tiempo después, descubrí el concepto de inteligencias múltiples y comprendí que cada persona tiene y puede desarrollar talentos diferentes, a su manera. La mía fue entre discos, libros y casetes; esos fueron los insumos para alimentar y saciar mi curiosidad.

El educador Ken Robinson en su libro El Elemento se refiere a Matt Groening, el creador de Los Simpson, como alguien que encontró su inspiración al ver que otras personas podían vivir de sus dibujos, aunque estos no fueran muy buenos. «Me pasaba el tiempo dibujando y acabé siendo tan bueno que podía hacerlo sin mirar el papel; así la maestra pensaba que estaba prestando atención», afirmaba Groening.

Mientras dibujaba, el ideólogo de Los Simpson no estaba perdiendo el tiempo con sus dibujos, sino construyendo su futuro, algo que quizás hoy se pueda comprender mejor. Para él, el sentido de estar en una clase era poder dibujar.

Salvando las distancias, a mí me gustaba estudiar a mi manera. Iba a librerías de Tristán Narvaja y canjeaba revistas y libros. Me apasionaba pasar por allí todas las semanas y llevarme cómics, revistas de ciencia, de perros, de automovilismo, de fútbol y hasta de medicina (¡en algún momento yo también pensé que sería doctor!). Tenía etapas en las que algunos temas me apasionaban y coleccionaba material. Tanto que una vez un cajero de la librería Ruben, mientras sumaba el precio del material que me llevaba, me dijo: «Mirá que sos muy chico para llevarte este libro, ya vas a tener tiempo». Se refería a un libro enorme de medicina, él no comprendía por qué lo compraba siendo tan «chico». Yo tampoco, pero me interesaba.

Entiendo ahora que a mi manera estaba informándome, investigando, haciendo mi carrera. Esos paseos semanales por las librerías eran momentos de disfrute, al igual que hoy lo es investigar sobre cientos de temas en portales de internet, a través de libros o en talleres. Hay algo que creo esencial: siempre se sigue aprendiendo.

Hoy tengo claro que informarme fue siempre un juego para mí, que empezó en los desayunos con mi padre, con el diario arriba de la mesa. Por supuesto que hasta los 15 años lo único que leía era la sección de deportes y las historietas. Luego comencé a ver los titulares, a leer alguna nota.

El tiempo pasó, terminé el liceo y ya en clase de periodismo algunos de esos paseos por Tristán Narvaja cobraron sentido. Cuando surgían preguntas sobre temas de actualidad me daba cuenta de que tenía muchas respuestas. Estaba informado aunque rara vez en la clase se percibía porque nunca levantaba la mano. Debía tomar acción. De nada sirve tener toda la información en nuestra cabeza si no hacemos nada con ella. Aprender es compartir, equivocarse y, por supuesto, tomar riesgos.

Comunicación láser:

«Necesitamos propagar una nueva apreciación de la importancia de cultivar el talento y comprender que este se expresa de forma diferente en cada individuo. Tenemos que crear marcos, en las escuelas, en los centros de trabajo y en los estamentos públicos, en los que cada persona se sienta inspirada para crecer creativamente».

Ken Robinson, El Elemento.

Visualización:

La escuela mata la creatividad


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Pregunta:

¿Qué talento, cualidad o destreza te cuesta desarrollar o compartir?

El de la voz ronca

Reconocer y aceptar mi propia voz fue una experiencia dura. Además de consultar a varios fonoaudiólogos, recorrí muchas técnicas de trabajo vocal. Pero fue un actor quien hizo que diera con mi problema, y se lo comenté como diez años después cuando lo entrevisté en radio, con motivo de las últimas funciones de Galileo Galilei.

Me refiero a Berto Fontana, un gran actor de nuestro país que falleció a los 91 años, un hombre de una voz maravillosa que creó un método propio de trabajo vocal. Yo tendría unos 20 años cuando, en una de sus clases de actuación, me hizo pasar al frente para compartir un par de ejercicios con el grupo. Con una mano en la espalda y otra en el pecho me dijo: «Nene, tenés que querer tu propia voz, ¡ese es tu problema!».

Con el tiempo comprendí que la aceptación es la herramienta que hace la diferencia en la relación que tenemos con nosotros mismos. No se trata de resignación, sino de reconocer y agradecer lo maravilloso que es ver, oír, tocar, hablar. Muchas veces no somos conscientes de ello hasta que perdemos la facultad de hacer algo.

Juancho de Posadas lo expresa claramente cuando se lo entrevista. Hace tiempo tuve la oportunidad de compartir varios encuentros con él, para colaborar con el armado de una conferencia que él iba a dar. Juancho es una persona inspiradora, surfista apasionado hasta hoy a pesar de haber quedado cuadripléjico a partir de un accidente que tuvo haciendo surf en Punta Colorada. Sufrió una lesión de médula y nunca más pudo caminar. Desde hace diez años se traslada en silla de ruedas y, aunque al principio insistía en que no le gustaba mucho «mostrarse», aceptó compartir su historia al comprender que al contarla podía hacerle bien a varias personas.

«Si estás vivo, podés ser feliz» fue el nombre que el

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