Vicnix transformados en animales (Invictor y Acenix 4)

Acenix
Invictor

Fragmento

cap

 

 

 

 

 

 

 

Hacía una mañana más luminosa que una explosión de TNT con diamantes. La vida les sonreía. Invictor y Acenix por fin llegaban a casa después de PETARLO en los juegos de Metacrox y, por supuesto, se hacían la pelota con los ánimos multiplicados x1.000.

—¡Eres un CRACK! —empezó a decirle Invictor a Acenix, dándole un golpe en el hombro que casi lo hundió en el suelo.

—¡Y tú una MÁQUINA! —contestó Acenix, devolviéndole el golpe, mucho más suave gracias a sus musculitos de espagueti.

—¡Y tú un campeón!

—¡Fiera!

Y seguían con aquel peloteo extremo...

—¡Pro!

—¡Artista!

—¡Furia!

—¡Tornado!

—¡Tsunami!

—Eh… Eh… —Hasta que a Acenix se le empezó a acabar el vocabulario, y ya solo pudo pensar en comida—. Y tú… Tú eres… ¿una pizza de pescado fresco?

—Tío, ya has roto la magia. Es que no falla: tienes hambre, rompes el momento —le reprochó el espartano, bromeando.

—No te quejes, ¡no hay nada mejor que una pizza de pescado! Es el mejor piropo que pueden echarte…

—Yo preferiría que me dijeras que estoy mamadísimo, que se nota mi trabajo de tríceps, que desde que tomo proteínas… —siguió el espartano, antes de que Acenix le cortase de repente.

—Para, tío. ¡Mira allí! —exclamó el gato, señalando en dirección a su jardín—. ¡Son ELLOS otra vez!

Invictor miró sin perder ni un instante, y ahí estaban sus ARCHIENEMIGOS.

¿Eran unos poderosos endermans? ¿Unos creepers? ¿Unos esqueletos? ¿Zombis quizá?

No. Se trataba de… los RATONES.

—¡¡¡Esos malditos roedores otra vez nos están robando!!! —gimió Acenix—. ¡Y se llevan todos mis peces!

Efectivamente. Ahí había un montón de aquellos pequeños ratoncitos corriendo por el jardín, robando el pescado que nuestros héroes tenían guardado para su vuelta. Corrían huyendo de su casa cuando de repente se percataron de la presencia de Acenix e Invictor. Los miraron con cara de susto y comenzaron a correr aún más rápido.

 

¡Vaya pillada!

—¡Ey, vosotros! ¡Soltad nuestro pescado si no queréis probar mis bíceps! —los increpó Invictor, sacando bola.

—¡Os vais a enterar, malditos ratones! Por si no os habíais dado cuenta, ¡soy un GATO! —los amenazó Acenix—. ¡Vuestro enemigo natural!

Los ratones aceleraron el paso todo lo que pudieron. Acenix se dispuso a salir corriendo, pero justo cuando dio el primer paso…

PUM.

Se tropezó con una bici que alguien había dejado apoyada en la acera y se cayó al suelo.

PUM. PUUUM.

Y, detrás, Invictor se cayó exactamente igual.

Antes de poder perseguir a los ratones y recuperar su pescado, los dos acabaron en el suelo..., y todo por culpa de una bici mal aparcada. La caída podría ganar el premio a la más ridícula del universo.

—¡LOOOL! —Un ratón los señaló con el dedo y se rio de ellos—: ¡Vaya héroes estáis hechos!

—¡No habéis dado ni un paso y ya os la habéis pegado! —se rio otro de los ratones.

Y el resto de los ratones siguieron coreando mientras desaparecían con su pescado por la primera esquina.

—Tío, hemos hecho más el ridículo que un caracol en una carrera de velocidad —se lamentó Invictor, sacudiéndose el polvo y ofreciéndole la mano a Acenix para que se levantase.

—Ya te digo, ¡pero a quién se le ocurre dejar una bici en mitad de la acera! —se ofendió Acenix, cogiéndole la mano y levantándose.

—A mí —contestó una voz por detrás.

Acenix e Invictor se dieron la vuelta y vieron a su cartero.

—¡Paquito! —exclamó Acenix—. ¿Qué tal estás? ¿Cómo te va todo?

—Bien, bien. Vamos tirando, ya sabes —les contestó, tan simpático como siempre—. Siento lo de la bici, la tendría que haber dejado más apartada.

—No pasa nada —le dijo Invictor.

El cartero se fue, pero Invictor se quedó bastante rayado. Había algo raro en él. Algo MUY raro.

—Papu, ¿no le has notado algo raro? —le preguntó el espartano a Acenix—. Estaba diferente, ¿no? ¿Otro corte de pelo, quizá?

—Tío, ¡es INCREÍBLE lo poco que te fijas en los detalles! ¡Tienes un problema! —le reprochó Acenix, alucinando con su amigo—. ¿No te has dado cuenta de que no era un SER HUMANO?

—¿Cómo? —preguntó Invictor, sin entender nada.

Invictor se giró rápidamente para volver a ver a Paquito, que seguía repartiendo cartas a unos metros de allí. Efectivamente, Paquito ya no era Paquito: era Paquito EL SAPO. ¡Su cartero se había convertido en un maldito sapo! Era verde, tenía los ojos muy separados y lo cubría una capa de babilla bastante asquerosa.

—Tío, tienes razón. ¡No me fijo en nada! —confesó el espartano.

—El primer paso es aceptarlo —dijo Acenix, burlándose de su amigo—. Pero, vamos, que tampoco estaba tan diferente.

—Ya ves, y cosas más raras se han visto —concluyó Invictor.

Dejando ese momento saponcio atrás, entraron en su jardín y caminaron hasta la puerta de casa. Estaban deseando descansar un poco, venían de darlo todo en los juegos de Metacrox, donde casi la palman en distintas ocasiones. Ahora lo único que querían era tirarse en el sofá, abrir una bolsa de patatas y echarse unas partidas tranquilamente. En resumen: disfrutar de la vida.

Acenix metió la llave en la cerradura y la giró, pero cuando abrió la puerta…

—WHAAAAAAAAAT? —exclamaron al unísono, con las bocas tan abiertas que les habría cabido un ejército de mamuts.

La casa estaba PETADA de ardillas. Ardillas colgadas de las lámparas, sentadas en el ordenador y tumbadas en el sofá. Ardillas levantando las pesas de Invictor, comiéndose un brócoli podrido de la nevera y tomándose una Coca-Cola en el comedor. Hasta había ardillas limpiando, pasando la freg

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