El último guardián (Artemis Fowl 8)

Eoin Colfer

Fragmento

cap-2

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DE LAS NOTAS DE CAMPO DEL DOCTOR JERBAL ARGON, ERMANDAD DE PSICÓLOGOS

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1. ARTEMIS Fowl, que antes se autoproclamaba «cerebro criminal adolescente», ahora prefiere el término «joven genio». Por lo visto, ha cambiado. (Nota personal: ejem.)

2. Durante estos últimos seis meses, Artemis ha estado acudiendo a sesiones semanales de terapia en mi clínica de Ciudad Refugio, en su intento de recuperarse de un episodio grave de Complejo de Atlantis, trastorno psicológico que desarrolló a consecuencia de sus experimentos con la magia de las criaturas. (Le está bien empleado, por bobo y por Fangoso.)

3. Que no se me olvide enviar la exorbitante factura de la terapia a la Policía de los Elementos del Subsuelo.

4. Artemis parece haberse curado, y en un tiempo récord, además. ¿Hay alguna probabilidad de que, efectivamente, así sea? ¿Será posible?

5. Discutir mi teoría de la relatividad con Artemis. Podría componer un capítulo muy interesante de mi nuevo libro: Artimañas Artemis: cómo saber más que el Sabelotodo. (A los editores les encanta el título. Ya están oyendo el ruidito de la caja registradora.)

6. Pedir más analgésicos para mi cadera dolorida.

7. Emitir el informe de alta para Artemis. Última sesión hoy.

CONSULTA DEL DOCTOR ARGON, CIUDAD REFUGIO, LOS ELEMENTOS DEL SUBSUELO

Artemis Fowl estaba cada vez más impaciente. El doctor Argon llegaba tarde. Esa última sesión era igual de inútil que la media docena de sesiones anteriores. ¡Pero si ya estaba completamente curado! Es más, llevaba curado nada menos que desde la semana dieciocho. Su prodigioso intelecto había acelerado el proceso y no tenía por qué estar ahí de brazos cruzados por el capricho de un gnomo psiquiatra.

Al principio, Artemis empezó a pasearse arriba y abajo por la consulta, negándose a dejarse tranquilizar por la cascada de agua de la pared, con el juego de colores de sus suaves luces ambientales. Luego se metió un momento en la cabina de oxígeno, aunque le pareció que lo tranquilizaba un pelín demasiado.

«Menuda sobredosis de oxígeno…», pensó, saliendo precipitadamente del espacio acristalado.

Al fin, la puerta emitió un sonido sibilante y se abrió deslizándose para dejar entrar a su propia consulta al doctor Jerbal. El gnomo achaparrado avanzó renqueando hacia su sillón, se desplomó sobre las múltiples y acogedoras almohadillas, y se puso a toquetear los controles del reposabrazos hasta que la bolsa de gel que tenía bajo la cadera derecha empezó a emitir un brillo tenue.

–Aaah… –exclamó–. Esta cadera me está matando. Si quieres que te diga la verdad, nada me alivia. Absolutamente nada. Le gente cree que sabe lo que es el dolor, pero no tienen ni idea.

–Llega tarde –lo reprendió Artemis en un gnómico fluido, sin rastro de simpatía en la voz.

Argon soltó un nuevo suspiro de alivio mientras empezaba a notar el efecto de la almohadilla de calor sobre la cadera.

–Siempre con prisas, ¿eh, Fangosillo? ¿Por qué no te has tomado una bocanada de oxígeno o te has puesto a meditar junto a la cascada de la pared? Hasta los monjes Hey-Hey recitan sus oraciones junto a esa cascada.

–Yo no soy ningún duende sacerdote, doctor. Lo que hagan o dejen de hacer los monjes Hey-Hey después del primer gong, me trae completamente sin cuidado. ¿Podemos proseguir con mi recuperación? ¿O acaso prefiere seguir haciéndome perder el tiempo?

Argon lanzó un resoplido y luego inclinó su voluminoso cuerpo hacia delante, sobre la mesa, y abrió una simcarpeta que tenía delante.

–¿Cómo es que cuanto más cuerdo estás, más impertinente te vuelves, Artemis?

Artemis cruzó las piernas y su lenguaje corporal se relajó por primera vez.

–Tanta ira reprimida, doctor… ¿De dónde cree usted que le viene?

–Centrémonos en tu actitud, ¿quieres, Artemis? –Argon sacó un montón de tarjetitas de la carpeta–. Vamos a ver. Ahora te enseñaré unas manchas de tinta y quiero que me digas qué es lo que te sugieren las formas.

Artemis protestó con un gemido exageradamente largo y teatral.

–¡Manchas de tinta! Por favor… Mi esperanza de vida es considerablemente más corta que la suya, doctor. Prefiero no malgastar un tiempo muy valioso haciendo inútiles pseudo-tests. Ya puestos, más nos valdría leer hojas de té rojo o ponernos a adivinar el futuro en las entrañas de un pavo, como los arúspices.

–Las manchas de tinta son indicadores muy fiables de la salud mental del paciente –replicó Argon–. Está más que probado y comprobado.

–Probado por psiquiatras para psiquiatras –se burló Artemis.

Argon puso una tarjeta encima de la mesa dando un golpetazo.

–¿Qué es lo que ves en esta tarjeta?

–Veo una mancha de tinta –dijo Artemis.

–Sí, pero ¿qué te sugiere la mancha?

Artemis sonrió con una altanería insufrible.

–Veo la tarjeta número quinientos treinta y cuatro.

–¿Cómo dices?

–La tarjeta número quinientos treinta y cuatro –repitió Artemis–. De una serie de seiscientas tarjetas estándar de manchas de tinta. Las he ido memorizando a lo largo de nuestras sesiones. Ni siquiera se molesta en barajarlas.

Argon comprobó el número que había en el reverso de la tarjeta: 534. Por supuesto.

–Que sepas cuál es el número de la tarjeta no es responder a la pregunta. ¿Qué es lo que ves?

Artemis dejó que le temblara el labio.

–Veo un hacha chorreando sangre. También veo a un niño asustado y a una elfa vestida con la piel de un trol.

–¿De verdad? –Ahora Argon mostraba interés.

–No. La verdad es que no. Veo un edificio que parece seguro, tal vez una casa familiar, con cuatro ventanas. Una mascota fiel y un camino que sale de la puerta para perderse a lo lejos. Creo que, si consulta su manual, esta respuesta concuerda con lo que se consideran parámetros normales o sanos.

A Argon no le hacía falta consultar ningún manual. El Fangoso tenía razón, como de costumbre. Tal vez había llegado el momento de deslumbrar a Artemis con su nueva teoría. No formaba parte del programa, pero quizá así se ganaría su respeto.

–¿Has oído hablar de la teoría de la relatividad?

Artemis pestañeó, incrédulo.

–¿Está de broma? Doctor, he viajado a través del tiempo. Creo que sé unas cuantas cosas sobre la relatividad.

–No. No es a esa teoría a la que me refiero. Mi teoría de la relatividad postula que todo lo mágico está interrelacionado e influido por antiguos hechizos o lugares clave mágicos.

Artemis se frotó la mandíbula.

–Interesante, pero creo que convendrá conmigo en que sería mejor llamarla la teoría de la «interconectividad».

–Eso no importa –dijo Argon, restándole importancia al comentario–. He estado documentándome y resulta que los Fowl han sido el azote de las criaturas mágicas durante miles de años. Muchos antepasados tuyos han intentado hacerse con el oro de las criaturas desde tiempos inmemoriales, aunque tú eres el único que lo ha conseguido.

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