Pequeños fracasos

Eduardo Fabregat

Fragmento

Prólogo

Hace unos cuantos años, matando el tiempo en un viaje de trabajo en Nueva York, entré a una librería y salí con un pequeño hallazgo. Con caracteres grandes, llamativos, en la tapa del librito se leía Complete & Utter Failure (“Fracaso completo y total”). El autor, Neil Steinberg, periodista del diario Chicago Sun-Times, prometía una celebración de “grandes perdedores, segundones, cosas que nunca llegaron a nada y fracasos estrepitosos”. El libro hace un descarnado relato del concurso nacional de deletreo (Spelling Bee), toda una institución en Estados Unidos, en la que se somete a niños a una presión que llega a extremos intolerables; analiza inventos estrellados como los cigarrillos sin humo, las muñecas de Jesucristo bebé, la panceta vegetariana; destina un jugoso capítulo al repaso de aquellos que intentaron hacer cumbre en el Everest y quedaron en el camino. La temática fue lo primero que me llamó la atención; lo segundo fue que el propio libro estaba olvidado en el estante de ofertas, a escasos tres dólares. Toda una alegoría. El libro, enormemente disfrutable, quedó en mi biblioteca al lado de Sistemántica, del doctor John Gall, un regalo de mi amigo Diego Sánchez Rivera que concluía que “los sistemas traen problemas” y abundaba en ejemplos como los desastres producidos por la represa de Asuán, construida entre 1959 y 1970 por los gobiernos egipcio y soviético. Realizada a un costo varias veces millonario, la presa estaba supuestamente diseñada para resolver el tema de las inundaciones provocadas por el río Nilo y terminó causando sequías y desastres ecológicos igualmente mortales.

Hablando sobre los compilados de artistas como asunto recurrente en la industria discográfica, en una emisión de Rebeldes, soñadores y fugitivos por AM 750 estuvimos conversando un rato acerca de los matices entre las recopilaciones catalogadas como Greatest Hits, The Best Of y las de lados B y “out takes”; lo que se rejunta por su poder de venta, aquello que —a criterio de alguien con quien se puede coincidir o no— representa lo más inspirado de un artista o varios, y las canciones que en su momento no fueron consideradas como “primera selección”, pero con el correr del tiempo encontraron un valor. La celebración del éxito en los rankings o el testimonio de canciones que quizá pasaron injustamente inadvertidas y era hora de rescatar, por amor a la música o al sonido de la caja registradora.

En rigor, trabajar durante tantos años en el periodismo musical me puso en contacto una y otra vez con las cuestiones del éxito y el fracaso, en sentido comercial o artístico: es algo inherente al análisis periodístico y a las charlas con músicos y representantes de la industria; inevitable, aunque no definitorio. En la radio muchas veces se puede sorprender y atraer a los oyentes dándoles aire y difusión a canciones, discos y artistas supuestamente condenados por el fracaso comercial, pero que al sonar demuestran un innegable éxito creativo. El público siempre agradece esos descubrimientos y uno disfruta al compartirlos.

Desde su estreno en 1998 vi infinidad de veces junto a mis hijos A Bug’s Life, conocida en la Argentina como Bichos, una de las primeras y gloriosas producciones de la compañía de animación Pixar. Allí una torpe hormiga llamada Flik comete un desaguisado que le cuesta muy caro a su hormiguero y sale en busca de un grupo de guerreros que terminan siendo artistas de circo. Es una efectiva y no confesada adaptación de Los siete samuráis de Akira Kurosawa, bien lograda en lo técnico y con esa clase de buen humor que engancha a los pibes y sus padres sin necesidad de guiños cancheros. Entre los muchos pasajes recomendables hay uno en que Manny, una mantis religiosa que en el circo es el hipnotista y mago Manto El Magnífico, consuela a Flik, que en profunda depresión repite una y otra vez que es un fracaso “completo y total”. “Escúcheme bien, hijo: he vivido toda mi vida en el fracaso y puedo asegurarle que usted no es un fracasado”, le dice. La naturalidad con que el insecto se declaraba diplomado en fracasos, esa resignación para asumir que ese era su campo de experiencia, el doctorado en catástrofes, siempre me arrancó una sonrisa.

Durante una entrevista en los años 90, Richard Cole­man me contó del entusiasmo con que Los 7 Delfines prepararon en la sala de ensayo una nueva versión de “Azulado”, la canción coescrita con Gustavo Cerati para Nada personal, segundo disco de Soda Stereo. “Nos encantaba cómo salía. Dijimos: ‘Cuando la toquemos la gente se muere, se viene todo abajo’. Y cuando la tocamos no pasó absolutamente nada”, relató entre risas; una comprobación más de lo impredecibles que son los caminos del arte.

De a poco, con esos ladrillitos que iban cayendo en su lugar, la idea de este libro fue cobrando forma y creciendo. En las charlas radiofónicas con músicos de la escena argentina independiente empecé a interesarme cada vez más en los procesos creativos, el modo en que una canción nacida en una guitarra o un piano iba sumando y restando elementos, cómo ciertas armonías o melodías fallidas, arreglos o instrumentaciones se descartaban y cambiaban hasta llegar a una versión definitiva. Me encontré pensando una y otra vez en la necesidad de los pequeños fracasos en toda obra. Que la atención a menudo se concentra demasiado en los Greatest Hits y olvida la riqueza de la generación creativa. Que el fracaso tiene muy mala prensa, todos le huyen y no quieren estar cerca de él, pero en realidad no solo es necesario: es imprescindible. No se puede apreciar la luz sin haber estado sumergido en alguna forma de oscuridad.

Entonces comencé a contactar gente. No quería limitarme a la música; el arte ofrece muchos campos en los que el sistema se verifica de la misma manera, y además encontré una receptividad inmediata en representantes de varias disciplinas. A los artistas, habitualmente interrogados sobre sus éxitos y sobre la coyuntura, les interesaba examinar esa otra cara, que no es motivo de vergüenza, sino de orgullo. Asimismo, desde el comienzo me encargaba de aclarar que la idea no era hacer una narración morbosa de sus metidas de gamba o algún detalle escandaloso, sino trasladar a la actividad creativa lo que todos, en cualquier rama, en cualquier profesión, vivimos cotidianamente. Lo que dejemos por acá en el tiempo que nos toque será, de modo inevitable, el producto de aciertos y fallos.

El libro mismo es un producto de pequeños fracasos. Empecé a hacer entrevistas en 2010, sin ningún horizonte, sin siquiera haber hablado con alguna editorial para tantear el posible interés. Aunque todos los aquí entrevistados aceptaron gustosos, hubo quienes dijeron que no, con razones atendibles. En uno de los contratiempos más dolorosos, Gustavo Cerati aceptó participar, pero como estaba muy ocupado en la preparación del último tramo de la gira latinoamericana de presentación de Fuerza natural, pidió que hiciéramos la entrevista al retornar. Podría inclinarme por el egoísmo de lamentar que no esté en el libro, pero preferiría que me hubiera dicho que no y siguiera entre nosotros.

La cuestión es que, una vez t

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