Los laberintos de la mente

Daniel Fernández

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

La norma psicológica dice que cuando

no se toma conciencia de una situación interna,

sucede afuera como destino.

Es decir, cuando una persona no toma conciencia

de sus contradicciones interiores, la realidad

forzosamente representará el conflicto.

CARL G. JUNG

INTRODUCCIÓN

Todo ser humano, de manera invariable, transita un recorrido colmado de barreras, de baches escabrosos, de bifurcaciones confusas. La vida no es, en modo alguno, una plácida pradera sobre la cual deambular. Las encrucijadas nos aguardan y nos desafían, nos ponen a prueba. Por el solo hecho de vivir, el conflicto habrá de estar presente. Pero vivir no es existir, ni caminar es avanzar. Una existencia auténtica implica que nos interroguemos ante cada obstáculo, que resolvamos los acertijos de nuestro laberinto. Y esto solo habrá de ser posible a partir de nuestra capacidad consciente de detectar los interrogantes y de hacernos cargo.

No existe una respuesta general, una capaz de satisfacer las necesidades de todo individuo. En la clínica psicoanalítica, suele decirse que cada caso es único. En efecto, todos somos distintos. Por eso, este libro no viene a ofrecer respuestas mágicas para los diferentes conflictos que podría atravesar un sujeto, más bien procurará guiar al lector en el camino que lo lleve a confrontar con sus fantasmas y, así, encontrar sus propias respuestas, esas que él y solo él puede llegar a hacer conscientes.

Es por eso que las páginas que siguen, además de estar teóricamente fundamentadas en la psicología —con aportes de la filosofía y la mitología griega—, exponen, en un lenguaje sencillo y evitando tecnicismos, casos clínicos reales que faciliten la comprensión de cada temática. Es identificándose con alguno de ellos que el lector podrá asimilar las causas de sus propios conflictos e iniciar así un viaje introspectivo. Suele ocurrir que alguien no encuentra las respuestas que necesita porque, sencillamente, parte de la pregunta equivocada. Y será a través de la implicación, de la reflexión y del autocuestionamiento que el interrogante adecuado se hará presente.

Espero que este libro guíe al lector en la ardua tarea de descubrirse, de entender el porqué de sus obstáculos, de comprender cuáles son las llaves para esas puertas que no quieren abrirse. En fin, de reconocer cuál es su verdadero laberinto y, como consecuencia, empezar a tomar conciencia de cómo atravesarlo. Como su autor, no pretendo proponer un dogma a seguir. De hecho, espero que quien lo lea adquiera un pensamiento lo suficientemente crítico como para cuestionar todo posible dogma. Tampoco deseo ofrecer aquí una guía de pasos sencillos y fantasiosos que harán al que los siga alcanzar el éxito y la felicidad en un abrir y cerrar de ojos. Las cosas verdaderamente importantes siempre cuestan, siempre son difíciles. De no ser así, ¿acaso serían importantes?

Dado que este libro centra su foco de atención en la conciencia, será pertinente que procuremos definir con la mayor precisión posible dicho término. A tales fines, si recurrimos al Diccionario de la Real Academia Española, hallaremos que de la palabra “conciencia” surgen los siguientes significados: “conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”; “sentido moral o ético propios de una persona”; “conocimiento espontáneo y más o menos vago de una realidad”; “conocimiento reflexivo de la realidad”; “capacidad de reconocer la realidad circundante”; “actividad mental del propio sujeto que permite sentirse presente en el mundo y en la realidad”.

Según dos eruditos del psicoanálisis como Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, en un sentido descriptivo la conciencia sería la cualidad momentánea que caracteriza las percepciones externas e internas dentro del conjunto de fenómenos psíquicos. Y desde la teoría metapsicológica de Sigmund Freud, sería la función de un sistema, el sistema de percepción-conciencia, que se ocuparía de recibir información del mundo exterior (a través de los sentidos) y del mundo interior (sensaciones, recuerdos). Por otra parte, Henry Ey, vinculando el concepto de conciencia con la necesidad de socialización propia de todo ser humano, agrega que ser consciente es conocer acerca de sí mismo y del mundo. Y el hecho de conocer acerca de uno mismo, diferenciándose de los otros, solo es viable en tanto se es con otros.

Desde luego que, al menos desde un punto de vista científico, nuestra conciencia requiere de bases neurofuncionales (sistema nervioso), ya que dicho enfoque no admite la existencia de una conciencia sin un cuerpo que pueda contenerla y del cual dependa. Y si bien diversas investigaciones acerca de las experiencias cercanas a la muerte ponen en tela de juicio dicha hipótesis y parecen coincidir con orientaciones místicas o religiosas, lo cierto es que la ciencia solo puede evaluar y medir certeramente lo que acontece con un organismo y no con una entidad invisible. Por lo tanto, la posibilidad de que la conciencia pueda o no trascend

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