Salir de la jaula

Fabián Medina Flores

Fragmento

Introducción

A la calle y a brillar

Nos pasamos un año entero escondidos en nuestros nidos. Con miedo, incertidumbre, inseguridad, desinformación. Y muy de a poco aparecieron algunas herramientas: lavado de manos, reaprender a toser, el alcohol en gel. En tiempos de miedo al otro, las redes fueron la única forma segura de conectarnos y mostrarnos como quisiéramos. Y si antes nos vestíamos con diferentes facetas para la oficina (un día sexy, otro casual, otro deportiva, todo según el ánimo), ahora lo hacíamos de la cintura para arriba en las reuniones en Zoom, Meet, Teams, Skype y cuanta plataforma hubiera. Si lo hacíamos…

Pero nadie dejó de lado WhatsApp, Instagram o Tik Tok. Cada una de estas redes nos conectó con el otro, con el afuera, con ese exterior tan temido. Tristes y angustiados, ninguno escapó a transitar lo que alguna vez fue solo “una sensación de domingo gris”, pero que ahora había llegado para quedarse por mucho tiempo. De hecho, las consecuencias todavía no terminan de definirse.

Armados de valor con lavandina y alcohol, le hicimos frente a nuestro nido, para protegerlo y evitar lo peor: que el enemigo que acecha, ingrese. Llegamos a desvestirnos al volver de cada batalla. Porque cada salida era una quijotada. Barbijo, tapabocas, guantes, máscaras, anteojos, alcohol en gel en mano, ir y volver impolutos era la misión. Y la ropa que usábamos en ese momento era impersonal, sin guiños propios. Algunos podían reconocer una mirada, pero la idea no era hacer contacto, ni siquiera visual.

Los barbijos se convirtieron en la definición de nuestro estilo. Así como en la década del 90 las remeras hablaban por cada uno con sus estampas y frases, ahora los tapabocas contaban de nuestros gustos, mensajes, ideologías. Las marcas y los diseñadores lo entendieron, y esa fue la primera reinvención. Empezaron a intervenir esta pieza, a sublimarla, pintarla, bordarla. Sin sonrisas ni rouge, los tapabocas hablaron por nosotros.

La pandemia se llevó amigos, eventos, vida social, sonrisas, afectos, abrazos. También la cotidianeidad de nuestros hábitos, porque se cerraron las puertas de cines, teatros, restaurantes, escuelas, tiendas y también la nuestra, para dejarnos encerrados en nuestra casa, nuestro cuarto, nuestro placard. Y así comenzó la aventura de reconocernos y enfrentar nuestras vidas e historia, cara a cara con nuestro vestidor.

Atrincherados en casa, no quedó otra opción que hacer lugar. Frenéticos, muchos empezamos a limpiar y ordenar, y nos enfrentamos a la decisión más difícil: todo esto que atesoré durante toda una vida de estilo, que se supone que me representa, que habla por mí casi como un alter ego, ¿debo dejarlo de lado? Y aunque está claro que todo lo que estaba colgado en ese placard no era casualidad, tampoco era lo que necesitábamos en ese momento. Porque ese centenar de tacos, sandalias, botas, clutchs y vestidos largos debían hacer lugar para los pijamas, buzos, joggings, ponchos, batas, mantas y pantuflas que empezaron a llegar con esta nueva vida en casa 24/7. Así que los rezos invocando a Marie Kondo, la gurú del orden, proliferaron. Los conceptos de soltar, tirar, donar y ordenar invadieron todos los guardarropas. La duda que aún hoy me ronda es ¿quién recibió con alegría esas faldas de tutú, sandalias fucsias y tacos vertiginosos?

Nos acostumbramos tanto al encierro que nos convertimos en nuestros propios productores de imagen, mejorando los planos que se veían en pantalla, los fondos, la luz. Y hablando de luz, el aro de luz llegó por delivery con la misma velocidad que el almuerzo. Y mientras en la TV y los portales de noticias recomendaban la importancia de vestirse y no estar todo el día en pijama, muchos hacían lo contrario y hasta abandonaron el ejercicio. Según diversos estudios, el 40% de los argentinos aumentó de peso en cuarentena (un dato que supera el promedio mundial, de 31%). Otros tantos descubrieron que no estaban en pareja con nórdicas, y ellas pedían a los gritos que abrieran las peluquerías. La mayoría perdió la fuerza, el color y la forma con los que había quedado encerrada. Y así, muchos perdieron también la seguridad para salir a la calle.

Pero, poco a poco, los locales y restaurantes empezaron a abrir, las restricciones a levantarse y la llegada de palabras como “protocolo” y “aforo” a permitir una vida un poco más parecida a la normalidad. El sol fue la señal para ir tímidamente recuperando espacios. Y para aquellos con temor a volver al ruedo, es tiempo de recuperar el estilo y poner en práctica todos los tutoriales vistos en esos meses de encierro extremo: de maquillaje, de peluquería, de moda. Ahora es tiempo de salir a recuperar nuestra vida social que tanto nos costó conseguir. Y para los que están pensando qué ponerse ahora que la puerta se abrió, les traigo este libro.

Acá van a encontrar desde tips para hacer orden en el guardarropas y prepararlo para la nueva normalidad, un pantallazo sobre la nueva experiencia de compra, consejos de expertos para convertirte en tu propio estilista (y si nos vuelven a encerrar, tener mejores armas), reglas para la vida en Zoom pero también para volver a las alfombras rojas y los eventos, data sobre el hombre pospandémico, trucos para un viaje a prueba de PCRs, un GPS para las novias valientes y hasta los códigos para entender el estilo y actitud de las nuevas generaciones. Lo que se dice una hoja de ruta bien nutrida para acompañarte a recuperar tu mejor versión, esa que se irradia primero desde la confianza que transmitís. ¿Estás listo?

¡A la calle y a brillar!

Capítulo 1

Tiempo de orden

Después de toda guerra, llegan los tiempos de lujo. Sucedió en los años 20; tras la Primera Guerra Mundial y el fin de la gripe española, comenzó una de las etapas de mayor florecimiento económico, artístico y social del siglo XX. Fue una década caracterizada por el aumento de suscriptoras para revistas como Vogue y Harper’s Bazaar, la llegada de cambios en la silueta femenina con vestidos más cortos y menos marcados, así como con una mezcla de colores, texturas y estampados. También por la incorporación de transparencias, plumas, perlas, escotes, lentejuelas, diamantes y mucho taco. Fue la década en la que surgió la gran Coco Chanel, que empezó haciendo sombreros, pero pronto conquistó la figura femenina entera; y que a su vez fue contemporánea

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