El pequeño libro de las santas feministas

Julia Pierpont

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

No puedo recordar ninguna época de mi niñez en la que no fuera también una niña, ninguna época en la que fuera una persona antes de ser también una persona del sexo femenino. Mi madre me contó una historia sobre niños y niñas, que para mí se ha convertido en una alegoría: fue el verano antes de cumplir cuatro años, y me habían inscrito en un preescolar llamado Años Mágicos. En una actividad recreativa en el patio, en la que participaban los padres, mi clase organizó un juego de Peter Pan. Eligieron a mi madre, con su largo cabello oscuro, como el capitán Garfio. En cuanto comenzó el juego, los niños se acercaron y la golpearon hasta donde sus cortos brazos les permitían llegar; las niñas salieron corriendo, al grito de “¡Atrápame! ¡Atrápame!”. En esos años, mi madre era una diarista diligente, así que le pedí que buscara su registro de ese día: “Las niñas quieren provocarme y que las persiga; los niños quieren pegarme, matarme y comer lo que quede de mí. ¿Cómo habíamos llegado a eso?”, se preguntó. Mi madre fue a la universidad en los años setenta; trabajaba, formaba parte de una generación de mujeres que habían luchado para derribar las barreras de los roles tradicionales de género. Insidiosos, estos roles se habían filtrado de todos modos.

Este es un libro sobre mujeres que ignoraron esos roles, gracias a Dios, porque el mundo estaría mucho peor si no lo hubieran hecho. Compuesta de cien mujeres, nuestra lista no está de ninguna manera completa. Mi editora, Caitlin McKenna, y yo comenzamos recopilando algunos puñados de nombres, los de mujeres que nos habían inspirado y estimulado. Luego hicimos pública la convocatoria. Mi amiga Jennifer Rice, de Austin, nominó a Shirley Chisholm, la primera mujer negra elegida para el Congreso de Estados Unidos —“Su insignia de campaña decía ‘Chisholm: preparada o no’ porque le importaba un bledo”— y a la 45ª gobernadora de Texas, Ann Richards, “que nombraba a mujeres para todo”. Cuando Manjit Thapp se sumó al equipo como ilustradora, presentó a candidatas como la artista japonesa Yayoi Kusama y la activista por los derechos de los homosexuales Marsha P. Johnson. Amigos y colegas de Caitlin en Random House también contribuyeron con una gran variedad de nombres. Katharine Hepburn obtuvo cinco nominaciones independientes, y Marie Curie, ocho. Cuando la lista llegó a cuatrocientas mujeres, comenzamos la desagradable tarea de acortarla. Las cien que quedaron vienen de todas partes del mundo y, en términos de tiempo, cubrimos desde la poetisa griega Safo, nacida cerca del año 630 a.C., hasta la activista pakistaní Malala Yousafzai, que nació en 1997.

Entonces, ¿por qué es este El pequeño libro de las grandes feministas. Un santoral laico, cuando las mujeres que incluye abarcan todas las religiones, o a veces ninguna en absoluto? La idea surgió del libro católico del santo de cada día, que se puede leer como fuente de inspiración diaria a lo largo del año calendario. A cada mujer del libro se le asignó su propio día festivo para que, por ejemplo, uno pueda leer sobre Josephine Baker y su falda de bananas el 3 de junio, el día de su nacimiento. El día de San Valentín, conmemoramos a Safo y su poesía del deseo. El 20 de mayo corresponde a Amelia Earhart, que ese día de 1932 comenzó su vuelo transatlántico sola. Los tradicionales libros católicos de los santos vienen con una historia complicada. Me encontré con la imagen de uno de esos libros de santos mientras leía sobre la reina Isabel I, gobernante protestante en un país que había sido católico. Cuando el deán de St. Paul’s le regaló un libro de oraciones con imágenes de santos, ella lo rechazó. “Sabe que detesto la idolatría”, le explicó. Para mí, todas las mujeres incluidas en este libro han hecho algo con sus vidas que las hace dignas ídolas. Que este sea el pequeño libro secular de las santas feministas.

Estas reseñas no están destinadas a servir como biografías breves, resúmenes de la vida de cada mujer que fácilmente pueden encontrarse en línea. En cambio, en mi investigación diaria intenté centrarme en lo colorido, en las anécdotas que podría contarle esa noche a una amiga. También empezaron a surgir conexiones entre las mujeres. Algunos vínculos eran indirectos: en la Feria Mundial de Chicago de 1893, mientras el mural feminista Mujer moderna, de Mary Cassatt, causaba revuelo dentro de la exposición, Ida B. Wells estaba afuera, haciendo un boicot porque la feria había dejado de lado a la comunidad afroamericana. A medida que pasó el tiempo, y el mundo se hizo más pequeño, hubo oportunidades de apoyo directo entre ellas. Cuando en 1972 se lanzó la revista Ms., de Gloria Steinem, con una petición titulada “Nos hemos hecho abortos”, la primera dama del tenis, Billie Jean King, estaba entre las cincuenta y tres firmantes. Cuando Ruby Bridges —que en 1960 se convirtió en la primera niña afroamericana en asistir a una escuela de Louisiana para blancos, después del fallo del caso Brown v. Consejo de Educación— se reunió, treinta y seis años después, con su maestra de primer grado, fue en un programa de entrevistas conducido por la reina de los medios de comunicación, Oprah Winfrey. Tuve la sensación de hallarme ante una gran sororidad.

Hay otra nota en el diario de mi madre, escrita un mes antes: era un día de febrero inusualmente caluroso, y estábamos en el patio de la escuela, jugando a Peter Pan también entonces. “Yo era el capitán Garfio”, escribió mi madre. “Julia era Michael y John; Gabriella, la cocodrilo; Lindsay era Wendy, y Antonia, la más pequeña, que conocimos en ese momento, era Pan”. Lo llamativo de esta nota, además de la meticulosa lista del reparto, es que ese día no había niños en el grupo, y entonces, como el agua, las niñas llenamos el nuevo espacio que nos habían dado. Las mujeres de estas páginas hicieron y llenaron sus propios espacios —muchas veces, grandes espacios— con frecuencia cuando no se los habían dado.

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EL PEQUEÑO LIBRO DE LAS SANTAS FEMINISTAS

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