Al querido maestro Hermenegildo Sábat
La guerra de las palabras
Menchi se agazapó como un gato embravecido. Atenazó el lápiz rojo y ejecutó la sentencia: tomatazo en la frente para el general. Las gotas salpicaron las cejas oscuras, el pelo engominado y los ojos color témpano de Antonio Domingo Bussi. Su imagen ya no era impune.
Las ilustraciones de Hermenegildo “Menchi” Sábat ejercen un poder bíblico sobre los retratados. A los buenos les hace crecer alas de ángeles. Pero a los malos los rodea de sangre, leones acechantes, bananas que hacen resbaladizo el camino. El tomatazo es uno de los peores castigos. Y ahí lo tenía Bussi, en el medio de la frente.
¿Qué había ocurrido con este militar, todopoderoso en los años 70? ¿Qué laberinto lo había llevado de la cima a la deshonra? ¿Por qué las reverencias se transformaban ante sus ojos en insultos y desafíos, tres décadas después?
Un dibujo anterior de Sábat, de septiembre de 1976, muestra a Bussi en un busto de bronce, como un prócer: pecho erguido, uniforme sin arrugas, laureles en las solapas. Un pedestal completa la pose de magnanimidad. Pero hay un detalle, mínimo, casi imperceptible, que cambia esa primera impresión. El chico que talla la obra, subido al hombro derecho de Bussi, hace los cuernitos con una mano. Es la que sostiene la maza y está por pegarle al formón. Los censores de la época no lo vieron. El gran dibujante los había burlado.
En otro dibujo de esa época, Bussi salió de los pinceles de Menchi con gesto fiero, la boca que parecía lista para ladrar, ropa de combate y espaldas anchas, tan anchas como las dos columnas de texto que el diario Clarín usaba por entonces.
La dictadura se sentía segura de sí misma y el celador de Tucumán, designado por la Junta Militar, acababa de recibir al presidente Jorge Rafael Videla. Era el mismo Videla que, como coronel, había gobernado la provincia en 1970 y que, ya como comandante en jefe del Ejército, había pasado la Navidad de 1975 junto a los soldados del Operativo Independencia contra la guerrilla rural.
Videla volvió a la zona en 1976, para mostrar su conformidad con la marcha de la represión. Esa frecuencia de visitas hizo pensar que la “Pantera Rosa”, como se representaba al dictador en los programas de Tato Bores, podía llegar nuevamente a Tucumán en 1977, durante una gira nacional.
Fue cuando Bussi, con un volumen inusual de voz, mandó limpiar las calles de San Miguel, la capital tucumana. Fue una orden inapelable. Todo tenía que quedar inmaculado.
Los jardineros municipales fueron obligados a despertar de madrugada, los presos tuvieron que blanquear muros y veredas, y los barrenderos gastaron sus escobas antes de que el sol los viera.
Pero tanta cal desparramada no calmaba a Bussi. Su preocupación eran los mendigos, habitantes nocturnos de cualquier invierno y cualquier ciudad, fantasmas de la pobreza que las autoridades preferían ocultar. El operativo para borrarlos del mapa se ejecutó el 14 de julio de 1977. Pero los secretos de esa historia permanecieron ocultos por más de treinta y tres años, hasta hoy.
El 23 de diciembre de 1981, Bussi cenaba en un restaurante de Martínez, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
Al abrir la carta de bebidas, notó que unos ojos se posaban sobre su espalda. Se sintió incómodo, nervioso, invadido. El general estaba acostumbrado a las reverencias y a los saludos obsecuentes, porque era una de las figuras principales del elenco militar, pero ahora percibía que alguien lo auscultaba, estudiaba sus rasgos, sus gestos, la inquietud de sus manos.
Bussi, en una mezcla de intriga y paranoia, le pidió a un compañero de mesa que hiciera un sondeo, para ver si era cierto lo que su radar intuitivo le alertaba. “Es cierto”, le respondió el camarada. El general no aguantó más la tensión y giró hacia su derecha, para identificar al vigía. La silueta de un hombre agudo, observador y valiente, a juzgar por los segundos que soportó la mirada de hielo del represor, se dibujaba a siete metros de allí.
No era un vengador, ni un activista, ni un mendigo. Era Menchi Sábat, quien acababa de registrar la información visual que necesitaba para volver a dibujar a Bussi en el futuro, que muy pronto llegaría.
En 1984, poco después del retorno democrático, el tintero de Menchi liberó la imagen de un escritor, Tomás Eloy Martínez, con quien había compartido la redacción de la revista Primera Plana en los años 60. Lo hizo con pulóver de cuello redondo, camisa clara, saco sport, cejas anchas y una mirada llena de intriga, que estaba dirigida al personaje central del cuadro, Juan Domingo Perón.
Martí