Cartas 1955-1964 (Tomo 2)

Julio Cortázar

Fragmento

A MARÍA RENÉE CURA

Buenos Aires, 10 de enero de 1955

Amiga María Renée:

Gracias por su carta. Al llegar a Buenos Aires hace un mes, me enteré de otra suya, y me avergüenza no haberle escrito antes. Pero he tenido todas las complicaciones que se derivan de una ausencia de tres años, y he sido muy poco dueño de mí mismo. Tuve que dejar (y con cuánto placer!) que mis amigos dispusieran de mí continuamente; sólo ahora empiezo a tener un poco de tiempo libre.

Me alegro de saberla dueña de una librería, porque me imagino el bien que podrá hacerle eso a Chivilcoy. Y me alegra también la idea de que venga a Buenos Aires y que podamos vernos. A mi mujer le gustaría mucho conocerla. Nos quedaremos hasta el 11 de marzo, es decir que desde ahora hasta fines de febrero, bastará que usted me avise de su llegada para que combinemos algún encuentro. De todas maneras le pediría que ese aviso me lo mande con la mayor antelación posible. Podríamos reunirnos una tarde en algún café tranquilo (?) del centro, o después de cenar. Lo importante es tener bastante tiempo para charlar de todo.

Mi teléfono es 50-4765. Tal vez yo no esté viviendo en casa cuando usted escriba o telefonee, pero me avisarán inmediatamente; en ese sentido pienso que sería mejor que usted me proponga un encuentro por escrito, pues eso significaría tres o cuatro días de antelación. (Perdóneme por asumir este aire de ministro ocupado: ya sabe que no lo haría si dependiera de mí.)

Espero sus noticias, y hasta bien pronto, con todo el afecto de su amigo,

Julio Cortázar

A MARTA LLOVET Y JEAN BARNABÉ

B.A., enero de 1955

Queridos Marta y Jean:

Por paquete postal recibirán –espero– tres libros, dos míos y uno de Felisberto Hernández. A Jean le pido disculpas por haber tenido que dedicarle el libro de Felisberto, pero es una imposición del correo argentino, que no permite salir los libros si no están firmados. En cuanto a los dos míos, las dedicatorias apenas expresan todo mi afecto hacia ustedes;1 pero me fastidian las frases pomposas, y sé que ustedes comprenderán muy bien.

Bueno, el verano va pasando y no falta ya mucho para el día en que emprenderemos el regreso a París. Todavía no puedo señalarles la fecha exacta, pero probablemente viajaremos en el Charles Tellier, que saldrá de B.A. el 11 de marzo. Por supuesto, volveré a escribirles a fin de confirmar la fecha, pues quisiera verlos aunque sólo sea un momento. Ojalá ustedes estén libres ese día y podamos encontrarnos.

Vivo aquí un verano bastante irreal, rodeados de gentes a quienes quiero mucho y por las cuales he vuelto, pero que sin embargo no alcanzo a sentir plenamente corporizadas. El problema de la presencia y la ausencia es el verdadero drama del hombre; no es posible sentirse plenamente identificado con alguien, cuando se sabe que dentro de muy poco sobrevendrá una separación, quizá definitiva. Pero de todos modos es tan grato volver a oír esas voces, reconocer el color de los ojos, la manera de mover una mano o de girar la cabeza… A ustedes los he extrañado y los extraño. No es un cumplido ni una exageración. Creo que la vida enseña a no equivocarse en materia de amistad. Los únicos errores son los geográficos, el absurdo de que unos tengamos que irnos a Francia mientras otros viven en el Uruguay o la Argentina. Y ni las cartas, ni el recuerdo, ni los viajes, ayudan a vencer el espacio, ese aliado del diablo.

Hasta pronto, en que les daré noticias de nuestro viaje. Aurora les envía sus afectos, y yo los abrazo con mucho cariño,

Julio

A DAMIÁN BAYÓN

Buenos Aires, 15 de enero de 1955

Mi querido Damián:

Recibimos tus dos cartas, que nos dieron un alegrón de esos que duran largo. Teníamos noticias tuyas por Elva, pero yo estaba de todos modos inquieto, pues desde mi última desde París, no supe nada de ti. Y en realidad todavía ignoro si recibiste los libros, si recibiste el Adam, y si todo estaba a tu gusto. No dejes de decírmelo en otra carta. Bueno, tengo varias cosas que contarte. La primera se refiere a Eduardo, por el cual estamos bastante inquietos. La cosa no es seria en sí, y supongo que unos meses de tratamiento lo dejarán perfectamente, pero de todos modos quisiera saberlo ya completamente repuesto. Supongo que sabes que se trata de una lesión en un pulmón, y que necesitará unos cuantos meses de reposo y calma. Lo malo es que dado su carácter, su descanso es muy relativo. Tiene licencia en la Embajada, pero su casa está siempre llena de amigos y parientes, todas gentes encantadoras pero no siempre lo bastante discretas como para darse cuenta de que deben dosificar mejor sus visitas. Para mí el asunto es un problema, pues como nos vamos en marzo, y Eduardo se marcha a fin de este mes a Córdoba donde se quedará hasta abril, tanto él como María insisten en vernos diariamente, y nos crean un problema de conciencia bastante jodido. Por un lado no ir lo disgusta a Eduardo (y a mí, por supuesto); por otro, tengo miedo de que la charla lo fatigue y le haga daño. Hemos encontrado un sistema intermedio, que consiste en hacerle unas visitas de una hora y media, y creo que está bastante conforme y contento. Pinta, trabaja y lee como siempre, y el no ir a ese prostíbulo disfrazado de embajada francesa le hace un gran bien. De ti hablamos mucho, y sé muy bien cuánto te extrañan y te quieren.

Al llegar a B.A. (después de un mes en Montevideo, donde me aburrí con la Unesco y sus delegados) me encontré con tu libro, que leí en seguida y aplicando una técnica muy adecuada: quiero decir que lo leí en trolebús, a fin de mantener el clima de viaje pero al cubo, pues que viajando leí tu viaje dentro del viaje. No me negarás que como delicuescencia es bastante memorable. Y no te ofendas por lo del trolebús, puesto que no me alcanzaba la plata para alquilar un taxi y leer el libro dando vueltas por Palermo. Bueno, creo que el libro, enterito, mantiene y confirma las promesas de los muchos fragmentos que me habías dado a leer en París. Has encontrado el estilo que hace de una crónica de viaje (de sus momentos elegidos) una construcción con vida propia, independiente de la anécdota que narra. Como la buena pintura, como la poesía. Cada capítulo tiene su luz, su temperatura y su efecto propios; nunca se advierte el fácil truco de prolongar un episodio en el siguiente, aprovechando que el relato está en marcha. Al contrario, se ve que te detienes y arrancas à neuf. Y sin embargo encuentro que el libro tiene unidad, la que le das con tu persona y tu estilo. Has tirado por la borda montones de convenciones idiomáticas, y eso solo bastaría para entusiasmarme; pero además has hecho poesía con esa libertad, y el entusiasmo se me vuelve emoción y gozo. Yo creo que has escrito un libro muy hermoso, y sé ya de muchos que lo piensan conmigo.

En estos días empiezo a traducir para Sudamericana las Mémoires d’Hadrien. Te lo digo porque sé que te gustar

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