Un mundo en clave de Fa

Ezequiel Starobinsky

Fragmento

PRIMERA PARTE

Oribel despertó en medio de la noche. Hacía años que no le ocurría algo así. Aquellas imágenes habían sido demasiado vívidas. Los pueblos y las ciudades costeras se hundían para siempre en el mar bajo el impacto de los misiles. Era la secuencia de un bombardeo injusto, producto del encuentro entre una civilización voraz y poderosa y otra pacífica e indefensa.

El viejo Oribel sintió un dolor agudo e inexplicable mientras se preguntaba si aquello había sido un sueño o algún tipo de información proveniente de la clave de Sol. De ser esto último, no había forma de saber si se trataba de un lejanísimo recuerdo, infinitamente anterior a su nacimiento físico; o bien, de alguna extraña premonición. En las claves elevadas no había línea temporal alguna, la información sobre acontecimientos tridimensionales estaba superpuesta. A su vez, no le pareció que el bombardeo fuera en su planeta. Sin embargo, intuía que su planeta tenía mucho que ver con lo que había visualizado mientras dormía.

Tomó unas respiraciones profundas e intentó relajarse, pero fue en vano, y pasó varias horas despierto.

***

Hacía horas que Diana Ashley estaba sentada frente a los monitores de su computadora. Ni siquiera se había levantado para ir al baño o servirse un vaso de agua. Lo único que le interesaba era seguir investigando sobre la posibilidad de producir silicio en forma artificial. Lamentablemente, las fuentes de donde se extraían muchos metaloides y algunos metales alcalinos estaban empezando a escasear, junto con infinidad de otros recursos naturales.

La falta silicio era una de las más urgentes, porque podía comprometer severamente la fuente de energía más utilizada a lo largo de todo el planeta: la energía solar. El silicio era el componente fundamental de las células fotoeléctricas que constituían los paneles de energía solar. La posibilidad de que el silicio escaseara ponía en peligro todo el sistema de este tipo de energía en Estados Unidos, y eso era algo que ni la nación ni el mundo podían permitirse. El petróleo había dejado de utilizarse hacía décadas y la opción de volver atrás era inviable desde cualquier punto de vista, tanto económico como ecológico.

Para colmo de males, pensó Diana Ashley, las tres enormes plantas desalinizadoras del país funcionaban con energía solar. La terrible problemática de la falta de agua potable había sido resuelta años atrás desalinizando el agua de mar, pero a un costo de dinero y energía altísimo, por eso el agua potable de buena calidad era tan cara. Sin el silicio, el futuro de las plantas desalinizadoras pendía de un hilo y, junto con ellas, la mayor parte del abastecimiento de agua potable.

Diana se restregó sus cansados ojos color miel, se acomodó el cabello lacio y corto hacia un costado y miró el reloj. Eran las tres de la mañana. ¿Qué día era? ¿Martes? No, no. Era miércoles. ¿Hacía cuánto el ministro Milton le había encargado esta investigación? Quizás un par de años, pero recién en los últimos meses la presión sobre ella y su equipo se había tornado insoportable. Finalmente, los altos mandos del Poder Ejecutivo habían tomado conciencia de lo que ella venía anunciando desde que ingresó en el cuerpo de expertos en recursos naturales del Ministerio de Ciencia: el silicio se acababa.

***

Permanecieron unos momentos en silencio una vez terminada la reproducción del mensaje en el cristal. Fue Hekver quien, manteniendo la mirada en la pantalla, finalmente habló:

—Siempre sospeché que este planeta existía, pero nunca creí que llegarían hasta aquí —dijo perturbado, todavía sin digerir lo que acababa de contemplar. Era más bien bajo de estatura, fornido, de tez entre morena y trigueña.

Larei lo miró, hacía mucho que no veía a Hekver nervioso. Y sonrió: ese tipo de cosas le recordaban que aún los madrícolas más evolucionados, como Hekver, eran sorprendidos eventualmente por emociones de la clave de Mi.

—Hekver, ¿qué te preocupa tanto? No creerás tú también esa antigua historia, ¿no?

En el tono de la mujer había cierta reprimenda insinuada, algo entre un dulce reproche y una burla. La expresión de Larei era provocativa y amorosa. Tenía los ojos claros que resaltaban en su rostro pálido, el pelo entre rubio y cobrizo. De altura media, era más bien flaca, de una belleza desprolija, casi extraña. Larei era algo más joven que Hekver, y sentía por él un gran aprecio y respeto. Sin embargo, esta vez, podía darse el gusto de marcarle a él su preocupación.

Le resultaba divertido saber que Hekver, a pesar de tener un gran acceso a la clave de Sol, era tan humano como ella, y tenía sentimientos diferentes de la paz, el amor, la armonía; como cada tanto ella misma tenía.

***

Barehein entró en la sala intempestivamente. Era un hombre con pelo canoso solo a los costados de la cabeza, ojos pequeños y claros. A diferencia de Hekver, era alto y, aunque solía ser fuerte, con el paso de los años sus músculos iban cediendo. Llegó apresurado, transpirado.

—Hekver, pude escucharte: tus pensamientos me sorprendieron como una flecha ardiente. El otro día Oribel me dijo que tenía dudas sobre si yo realmente podía acceder a la clave de Sol. Si esto no es clave de Sol, que me diga entonces qué es. ¿Ha pasado algo?

Barehein lucía jovial, estaba de buen humor aquel día, hasta que dirigió la vista al cristal, que estaba mostrando un mensaje proveniente de otro planeta. Clavó sus ojos allí y, al cabo de unos instantes, se desvaneció por completo la alegría de su rostro y estuvo largo rato sin hablar. Luego se restregó los ojos y volvió a mirar el mensaje, con la inútil ilusión de que fuera un error, o una broma. Pero no. El mensaje era real, insoportablemente real.

***

El teniente Houston disparó varias veces seguidas con el rifle y dio casi todas en el blanco. Observó satisfecho el monitor en la parte superior del centro de tiro que marcaba el resultado y, mostrándole el arma a su compañero, exclamó:

—Mira qué belleza. Uno de los últimos modelos de rifles que disparan balas. Antes de la llegada del rayo condensado, tú le disparabas a alguien y no podías saber de antemano si lo matarías o qué tipo de herida le provocarías. Dependía de dónde penetrara la bala, de la fuerza con que impactara, del cuerpo de la persona. Algo prehistórico.

El teniente Houston se dirigió a los vestuarios con el otro militar, se cambió y guardó su antiguo rifle bajo llave. Hacía tiempo que el teniente no era joven, pero mantenía su musculatura fuerte, voluminosa por su constancia con ejercicios con pesas metálicas. De hecho, Houston en sí mismo parecía una pesa metálica, pesado e inflexible. El teniente era experto en armamento, contaba con mucha experiencia en diferentes conflictos armados y tenía fama de ser un sólido negociador. Con sorna, Houston se cargó al hombro su fusil de rayo condensado, su verdadera arma, modelo 2079.

Las armas de rayo permitían predet

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