Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión

Pedro Bekinschtein

Fragmento

Capítulo 1

La ilusión de la realidad: un vestido y un amor

—¿Viste lo del vestido azul y negro?

—Querrás decir el vestido blanco y dorado, querida.

—Block y unfollow por forra.

De “Mis aventuras en la red”, por Avelina Puntoorg

Si hablo de “el vestido”, seguro sabrás a qué me refiero. La noche del 26 de febrero de 2015 ocurrió algo impensado, pero yo no me enteré hasta el día siguiente en el que descubrí que mi teléfono ardía con mensajes de muchas personas, algunos de números conocidos, otros no. ¿Se estaba acabando el mundo? ¿Se trató de una invasión extraterrestre? ¿Había ganado la lotería a pesar de no haber comprado un número? Por supuesto que no. Se trató de la primera, y probablemente la última vez que hubo una emergencia neurocientífica. “¿Viste lo del vestido? ¿Cuál es la explicación?”

El evento del vestido, también conocido como “Dressgate”, llevó a la locura a cientos de miles de personas en las redes sociales. Se trataba de la foto de un atuendo, bastante mala por cierto, que para algunos era claramente azul y negro, mientras que para otros era definitivamente blanco y dorado. Lo que no logró el cambio climático o la epidemia de sarampión lo logró un miserable vestido: que la gente acudiera a la ayuda de los expertos, pero no en indumentaria, sino en ciencia. Por más banal, trivial, frívolo, desprovisto de profundidad e irremediablemente inútil que parezca el affaire del vestido, forma parte del núcleo central del tema de este libro. Podrás pensar entonces que este libro, y quizás su autor, es banal, frívolo y hasta irremediablemente estúpido y yo no voy a confrontarte en ese sentido, porque, como con el vestido, la percepción de objetos, hechos, experiencias y recuerdos de ellas varían de persona a persona. Igual, trataré de convencerte de que el tema del vestido —lo del libro es irremontable—, es ilustrativo de por qué dos personas pueden leer el mismo libro, escuchar la misma música, enfrentarse a la misma evidencia y, sin embargo, llegar a conclusiones remotamente diferentes acerca de lo que están experimentando.

Antes de jugar en las ligas mayores de la percepción del color, te propongo mirar un cubo. Cualquier físico seguramente te diga que un vestido ideal puede expresarse como un conjunto infinito de cubos imaginarios, ponele. El siguiente es conocido como el cubo de Necker y se puede usar para ilustrar uno de los conceptos más importantes del funcionamiento de la percepción. Observalo con atención:

Ahora decime dónde pensás que está el círculo gris, en la cara de adelante o en la cara de atrás del cubo. En este caso no existe una respuesta incorrecta, puede estar en cualquiera de las dos posiciones, según cómo lo percibas. De hecho, si hacés un pequeño esfuerzo podés ir cambiando la posición del círculo gris de adelante hacia atrás o al revés. Lo que, seguro, no podés hacer es ver las dos configuraciones del cubo al mismo tiempo. Lo interesante es que la información que llega a tus retinas y es procesada por el sistema visual periférico es la misma, independientemente de qué configuración observes conscientemente. Te recomiendo guardar una imagen del cubo de Necker para el chat de Tinder, y te aseguraría una conversación con una posterior lluvia de encuentros sexuales.

Ante exactamente el mismo conjunto de estímulos externos, podemos tener dos configuraciones distintas. Mejor aún: esas dos configuraciones no existen fuera de tu mente. El solo hecho de tener los estímulos adelante no es suficiente para que el otro vea lo mismo que uno, a veces hay que señalar, indicar y guiar esta percepción. Así que imaginate: si con un simple cubo ya existen dos maneras de verlo, lo que será un mundo hecho de infinitos cubos con infinitos puntos grises. Es un mundo con infinitas configuraciones. Y este objeto tridimensional nos deja otra enseñanza, cambiar la perspectiva implica un esfuerzo. Para salir de lo que naturalmente percibimos tenemos que utilizar mecanismos cerebrales que involucran cierto control sobre la manera en la que observamos el mundo. No somos un cerebro que recibe pasivamente lo que el mundo tiene, sino que podemos intervenir sobre ese mundo alternando internamente las distintas configuraciones. O sea, el mundo tiene configuraciones, y es probable que sean muchas.

Antes de pasar de un cubo ideal al mundo real, podemos hacer una escala en el vestido, porque a diferencia del cubo de Necker, para cada persona, la prenda parece tener una única configuración, y por más que a uno le digan “¿Qué sos, ciego?” o “¿Te comieron los ojos los cuervos oftalmólogos?” o “Para mí que tenés un tumor cerebral, no puede ser que no veas los colores como todo el mundo”, la configuración no cambia. Para entender este fenómeno necesitamos un concepto nuevo, uno que pueda incluir al cubo en el mundo y darle sentido. El estímulo cubil está siempre en la pantalla o en el papel, pero nosotros no vivimos en ese mundo constante, el nuestro cambia todo el tiempo, cambian las perspectivas, la luz, los sonidos, y hasta cambiamos nosotros mismos. El mejor ejemplo son los colores: la camiseta naranja que usás para dormir es igual de naranja a la mañana cuando te levantás, a la noche cuando te acostás o a la madrugada cuando te levantás a hacer pis porque tu vejiga es de escaso volumen. Esto es raro, el color depende de la luz que llega a tu retina una vez que fue reflejada por la prenda de vestir. Como las longitudes de onda de la luz van cambiando a lo largo de las 24 horas, sería lógico que el color que uno ve cambiara con la luz. Pero no, es el mismo naranja horrible y chillón, por algo usás esa remera para dormir. O sea que tenemos que estar compensando estos cambios de alguna forma. El cerebro va ajustando el balance de acuerdo al contexto en el que los estímulos aparecen. Si esto no pasara, una persona blanca debería verse negra en un lugar con poca luz y eso aumentaría sus probabilidades de ser baleado por la espalda por las fuerzas de seguridad, por ejemplo.

El mantenimiento de estas configuraciones perceptuales, a pesar de la modificación del contexto en el que son experimentadas, se conoce como “constancia perceptual”, y es uno de los procesos cerebrales que hace que el mundo sea un poco más predecible, aunque también que seamos menos flexibles.

Ahora ya estás listo para la resolución del problema neurocientífico del milenio, que es el del vestido. ¿Qué hizo la ciencia frente a este misterio? Hizo lo que cualquiera que entiende lo importante que son las evidencias, haría: experimentos. En junio de 2015, la revista Current Biology publicó tres estudios sobre el problema del vestido. Los tres trabajos fueron realizados en diferentes laboratorios y con distintas aproximaciones experimentales1. Por ejemplo, en el laboratorio del psicólogo Michael Webster en Nevada, Estados Unidos, pensaron que se trataba de u

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