Cuentos para pensar

Jorge Bucay

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

(LAS TRES VERDADES)

Todos los que hemos vivido buscando la verdad nos hemos encontrado en el camino con muchas ideas que nos sedujeron y habitaron en nosotros con la fuerza suficiente como para condicionar nuestro sistema de creencias.

Sin embargo, pasado un tiempo, muchas de las verdades terminaban siendo descartadas porque no soportaban nuestros cuestionamientos internos, o porque una «nueva verdad», incompatible con aquellas, competía en nosotros por los mismos espacios. O simplemente porque estas verdades dejaban de serlo.

En cualquier caso, aquellos conceptos que habíamos tenido como referentes dejaban de ser tales y nos encontrábamos, de pronto, a la deriva. Dueños del timón de nuestro barco y conscientes de nuestras posibilidades, pero incapaces de trazar un rumbo confiable.

Mientras escribo esto, recuerdo de pronto El principito de Antoine de Saint-Exupéry:

En sus viajes por los pequeños planetas de su galaxia se encontró con un geógrafo que anotaba, en un gran libro de registro, montañas, ríos y estrellas.

El principito quiso registrar su flor (aquella que había dejado en su planeta), pero el geógrafo le dijo:

—No registramos flores, porque no se pueden tomar como referencia las cosas efímeras.

Y el geógrafo le explicó al principito que «efímero» quiere decir amenazado de pronta desaparición.

Cuando el principito escuchó esto, se entristeció mucho. Se había dado cuenta de que su rosa era efímera...

Y entonces me pregunto, por un lado: ¿existirán las verdades sólidas como rocas e imperturbables como accidentes geográficos? ¿O será la verdad solo un concepto que lleva en sí mismo la esencia de lo transitorio y frágil de las flores? Y, por otro lado, desde una perspectiva macrocósmica:

¿Es que acaso las montañas, los ríos y las estrellas no están también amenazados de pronta desaparición?

¿Cuánto es «pronto» comparado con «siempre»?

¿No son, desde esta mirada, las montañas también efímeras...?

Creo que lo que me gustaría hoy es intentar escribir sobre algunas ideas-montaña, ideas-río, ideas-estrella con las que me he ido cruzando en mi camino.

Algunas verdades que seguramente son cuestionables para otros lo serán también para mí, algún día. Pero hoy contienen, me parece, la solidez y la confiabilidad que da la indiscutible mirada del sentido común.

I. El primero de estos pensamientos confiables forma parte inseparable de la filosofía gestáltica y es la idea de saber que

lo que es es.

(Escribo esto y pienso en la desilusión de quien me lee: «¡Lo que es es...! ¿Esa es la verdad?».)

El concepto, no por obvio menos ignorado, contiene en sí mismo tres implicaciones que me parece significativo remarcar: saber que «lo que es es» implica la aceptación de que los hechos, las cosas, las situaciones son como son.

La realidad no es como a mí me convendría que fuera.

No es como debería ser.

No es como me dijeron que iba a ser.

No es como fue.

No es como será mañana.

La realidad de mi afuera es como es.

Pacientes y alumnos que me escuchan repetir este concepto se empeñan en ver en él un deje de resignación, de postura lapidaria, de bajar la guardia.

Me parece útil recordar que el cambio solo puede producirse cuando somos conscientes de la situación presente. ¿Cómo podríamos trazar nuestra ruta a Nueva York sin saber en qué punto del universo nos encontramos?

Solo puedo iniciar mi camino desde mi punto de partida, y esto es aceptar que las cosas son como son.

La segunda derivación directamente relacionada con esta idea es que

yo soy quien soy.

Otra vez:

Yo no soy quien quisiera ser.

No soy el que debería ser.

No soy el que mi mamá quería que fuese.

Ni siquiera soy el que fui.

Yo soy quien soy.

De paso, para mí, toda nuestra patología psicológica proviene de la negación de esa frase.

Todas nuestras neurosis empiezan cuando tratamos de ser quienes no somos.

En Déjame que te cuente... escribí sobre el autorrechazo:

... Todo empezó aquel día gris

en que dejaste de decir orgulloso:

¡YO SOY!

Y, entre avergonzado y temeroso,

bajaste la cabeza

y cambiaste tus palabras y actitudes

por un pensamiento:

YO DEBERÍA SER...

... Y si es difícil aceptar que yo soy quien soy, cuánto más difícil nos es, a veces, aceptar la tercera derivación del concepto «lo que es es»:

Tú... eres quien eres.

Es decir:

Tú no eres quien yo necesito que seas.

Tú no eres el que fuiste.

Tú no eres como a mí me conviene.

Tú no eres como yo quiero.

Tú eres como eres.

Aceptar eso es respetarte y no pedirte que cambies.

Hace poco empecé a definir el verdadero amor como la desinteresada tarea de crear espacio para que el otro sea quien es.

Esta primera «verdad» es el principio (en sus dos sentidos, de primero y de primordial) de toda relación adulta.

Se materializa cuando yo te acepto como tú eres y percibo que tú también me aceptas como yo soy.

II. La segunda verdad que creo imprescindible la tomo de la sabiduría sufí:

Nada que sea bueno es gratis.

Y de aquí se derivan, para mí, por lo menos dos ideas.

La primera: si deseo algo que es bueno para mí, debería saber que voy a pagar un precio por ello. Por supuesto, ese pago no siempre es en dinero (si fuera solo en dinero, ¡sería tan fácil!). Este precio es a veces alto y otras muy pequeño, pero siempre existe. Porque nada que sea bueno es gratis.

La segunda: darme cuenta de que si algo recibo de fuera, si algo bueno me está pasando, si vivo situaciones de placer y de goce es porque me las he ganado. He pagado por ellas, me las merezco. (Solo para alertar a los pesimistas y desalentar a los aprovechados, quiero aclarar que los pagos son siempre por anticipado: lo bueno que vivo ya lo he pagado. ¡No hay cuotas a plazos!)

Algunos de los que me escuchan decir esto preguntan:

¿Y lo malo?

¿No es cierto que lo malo tampoco es gratis?

Si me pasa algo malo, ¿es también por algo que hice? ¿Porque de alguna forma me lo merezco?

Quizá sea cierto. Sin embargo, estoy hablando de verdades para mí incuestionables, sin excepciones, universales. Y para mí la aseveración de que «me m

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