Malversados

Ezequiel Spector

Fragmento

PRÓLOGO

Debatir es apasionante. Probablemente todos los que estamos interesados en temas políticos hayamos participado en varias discusiones acaloradas. Pudo haber sido con familiares, amigos, compañeros o desconocidos a través de las redes sociales. Tal vez haya sido en el trabajo, en la universidad, en un evento social o en situaciones más expuestas, como algún programa de radio o televisión. Incluso cuando no discutimos, usualmente oímos estos debates en prácticamente todos los medios de comunicación. Sea en un contexto u otro, deberíamos estar precavidos. Aunque los debates políticos pueden ser entretenidos y constructivos, son también terreno fértil para todo tipo de trampas argumentativas.

El objetivo de este libro es proporcionar herramientas para identificar las trampas más comunes en todos esos ámbitos y poner en evidencia a quienes intenten hacernos caer en alguna de estas artimañas. Asimismo, estas herramientas son también útiles para reconocer los principales trucos que suelen usar los dirigentes políticos cuando buscan persuadirnos. En definitiva, el libro pretende aportar recursos conceptuales que nos permitan defendernos de las formas de engaño más usadas en política.

Sin debate no hay democracia

La práctica del debate político, sin embargo, es más que un pasatiempo que nos entretiene y del cual aprendemos. Es un componente esencial del sistema democrático de gobierno. Cuanto más vigoroso sea el debate público en la sociedad, más próspera será la democracia. De hecho, las dictaduras en Latinoamérica y en todo el mundo generalmente han restringido el libre intercambio de opiniones, y muchos gobiernos elegidos popularmente, pero de índole autoritaria, han adoptado cursos de acción parecidos.

Ciertamente, al pensar la democracia de esta forma estamos muy bien acompañados. Para la teoría de la democracia deliberativa —bautizada por Joseph Besette y enriquecida por Jürgen Habermas, Jon Elster, Joshua Cohen y Carlos Nino, entre otros—, la discusión política ocupa un lugar central en la toma de decisiones sobre asuntos públicos. Más precisamente, la idea es que una decisión de este tipo gana legitimidad cuando es el resultado de una deliberación pública y robusta, en la que todos los afectados por ella hayan participado. En este sentido, es un ideal regulativo: aunque semejante deliberación sea imposible de llevarse a cabo en la práctica, sirve como un faro que nos indica hacia qué dirección dirigirnos.

En principio, sabemos que el sufragio, aunque necesario, no es lo máximo posible a lo que podemos aspirar en términos de participación política. Hay muchas otras formas de darle voz a la gente que también deben considerarse. Imaginemos, por ejemplo, que el Congreso Nacional planeara discutir un proyecto de ley relativo a los pueblos originarios. Entonces, se presentarían dos opciones: discutir ese proyecto a puertas cerradas, o llamar a los integrantes de estos pueblos a participar de la sesión para considerar seriamente sus puntos de vista. La teoría de la democracia deliberativa apoyaría la segunda alternativa. Es inviable que en el edificio del Congreso entren todos los miembros de los pueblos originarios, pero sí podrían asistir algunos representantes, y de esta manera estaríamos un poco más cerca de la deliberación ideal. Lo mismo sucedería si, por ejemplo, el Gobierno de la Ciudad tuviera pensado aumentar ciertos impuestos: podría tomar esta medida enviando un proyecto de ley a la Legislatura con el objetivo de que se apruebe, o convocar antes a grupos de ciudadanos a dar sus opiniones en asambleas vecinales. Desde una perspectiva deliberativista, el curso de acción adecuado sería el segundo. Como en el caso anterior, por razones logísticas no podrían participar absolutamente todos, pero al menos podrían hacerlo unos cuantos. Se trata, como ya señalamos, de un ideal a seguir, inaplicable en la práctica pero digno de que nos acerquemos lo máximo posible.

Como podemos apreciar, entonces, esta concepción de la democracia no ve al proceso de toma de decisiones como una lucha de poder entre buenos y malos, donde no hay cabida para la discusión racional y el acuerdo. Más bien lo ve como un espacio de debate en el que ciudadanos razonables pueden presentar sus puntos de vista y justificarlos, además de criticar racionalmente los puntos de vista de otros.

¿Por qué un libro como éste?

Parece claro, en línea con los aportes de la teoría de la democracia deliberativa, que los debates contribuyen enormemente a la vida política. Sin embargo, también pueden sacar a la luz nuestras miserias. Sucede que sirven para reflejar muchas de nuestras características como ciudadanos; por ejemplo, nuestros prejuicios, si somos o no intelectualmente honestos, o si tendemos a dar buenos o malos argumentos. No es sorprendente, entonces, que ellos pongan en evidencia las deficiencias de la práctica argumentativa de un país. Y, si echamos una mirada al mundo, el nivel de argumentación de las democracias actuales deja mucho que desear. Políticos, periodistas, académicos, líderes religiosos y hasta artistas expresan constantemente sus opiniones y argumentos, pero con errores lógicos que, dada la poca formación que el ciudadano promedio tiene en argumentación, pasan inadvertidos. Aunque en algunos países este fenómeno se ve más acentuado que en otros, lo cierto es que las así llamadas “falacias lógicas” (o “trampas argumentativas”) son moneda corriente. Si partimos de una concepción deliberativa de la democracia, este problema es especialmente grave, dado que, desde esta perspectiva, el nivel del debate público de un país es una suerte de termómetro que mide la calidad de su democracia. Consecuentemente, un debate público pobre indicaría una democracia deteriorada.

Este libro pretende ser una guía útil que explique las principales trampas argumentativas en el terreno de la política y dé herramientas conceptuales para identificarlas y ponerlas en evidencia en cualquier contexto, desde una charla de café con amigos hasta un debate presidencial. El objetivo final es contribuir a mejorar la calidad del debate público y a fortalecer, en definitiva, los pilares democráticos. Cada capítulo está dedicado a revelar una trampa diferente. Se proporcionan diversos ejemplos tomados de la realidad y otros que, aunque hipotéticos, están inspirados en ella. Son muestras de opiniones y argumentos tramposos que sirven para ilustrar cada una de las falacias incluidas en el libro.

Aclaración

Antes de comenzar, es importante hacer una aclaración conceptual. Hay dos palabras que en este libro aparecen con mucha frecuencia: “opinión” y “argumento”. Estos dos términos no deben ser considerados sinónimos. Damos una opinión cuando exponemos nuestro parecer sobre un cierto tema (puede llamársela “idea” cuando pretende aportar algo original). Una opinión puede o no ser acertada. Un argumento es una opinión que, además, está fundamentada, al punto tal que se convierte en algo más fuerte: un enunciado que no sólo puede ser acertado, sino que además pretende serlo

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