
Todos somos semillas
Vandana Shiva
Vandana se quita sus zapatos azules, los tira más allá de la mecedora en la que se está meciendo y corre hacia Mira, su hermana mayor, invitándola a seguirla hasta el huerto. Mira, sonríe y deja que la pequeña la guíe. Vandana se mueve a sus anchas, saltando ligera entre las hileras de tomates y sandías. Con los pies descalzos, siente la tierra húmeda: sabe dónde está sembrado y por dónde pueden andar tranquilamente. Con una mano coge la mano de Mira, en la otra sostiene una bolsa de tela rosa: su padre se la cosió con la nueva máquina y la llenó con semillas de zanahoria.
—Antes que nada debemos dar las gracias a las lombrices. Son quienes remueven la tierra, con lo que brindan el oxígeno necesario para nutrir a las zanahorias
—dice. Luego une las manos y su voz se fusiona con la de Mira para recitar un mantra, una oración hindú.
Vandana y Mira acercan sus labios a la tierra y le piden permiso para cavar un surco. En la India, la tierra es una diosa, es sagrada, y antes de pisarla o agujerearla, aunque solo sea para depositar una semilla en ella, debes solicitar su permiso y bendición.
Vandana cierra los ojos. Ahonda las plantas de los pies en la tierra blanda. Cuando siente el calor en su piel, sabe que la diosa le ha respondido. Entonces abre los ojos e introduce suavemente los dedos en la tierra. Excava con cuidado un pequeño hoyo redondo.
—Mira qué bien huele —dice a Mira, cogiendo un puñado de tierra. Luego forma otro surco circular—. Servirá para retener el agua durante la estación seca y ayudará a que no haya demasiada en la temporada de lluvias.
En ese preciso momento abre la bolsa rosa y coge las semillas.
—Pondremos nueve porque es un número mágico.
Vandana vive en la India, en el pequeño pueblo de Dehra Dun, a los pies del Himalaya, con Mira, su hermano Kudip, su mamá, su papá y una abuela fantástica que cocina todo tipo de exquisiteces.
Su padre es guardia forestal y a menudo lleva a casa cachorros de tigre para cuidarlos. Hace unos años que cose la ropa para toda la familia. Es algo que le gusta, pero la máquina de coser es algo más. Es un instrumento de libertad, diría siguiendo las enseñanzas de Gandhi, llamado el «Mahatma», ‘gran alma’, por su sabiduría.
Sin usar armas, Gandhi lideró la lucha por la independencia de la India frente al Imperio británico. Invitó a los indios a tejer el algodón y a fabricarse sus propios vestidos, luego marchó con ellos para coger la sal del mar y no tener que comprarla a los colonos ingleses.
—Cada vez que nos ponemos un vestido fabricado por un indio, su familia puede comprar lo necesario para vivir y, así, todos felices —repite Baba, es decir, ‘papá’ en hindi. Y esta felicidad que se multiplica, como el laddu (las montañas de bolas dulces que prepara la abuela con harina y mantequilla), a Vandana le parece lo más valioso del mundo.
Su madre es de origen campesino y cuida de las vacas. A Vandana la tienen hechizada. La niña ama a todos los animales, pero las vacas son algo especial. Blancas, con grandes ojos enmarcados en negro, como si los tuvieran pintados con kajal, las vacas tienen un aspecto de damas elegantes y poderosas.
Y, mientras las encierran en el establo, Vandana, que siempre quiere saber el porqué de las cosas, pregunta:
—¿Por qué son sagradas las vacas?
—Porque el vehículo del poderoso dios Shiva es un toro, y porque, además, de las vacas recibimos todo lo que necesitamos para vivir —responde mamá.
—¿Y qué necesitamos para vivir?
—La leche, y entonces la hervimos y hacemos el ghee, la mantequilla que tanto te gusta. También necesitamos su estiércol seco, redondo como una enorme moneda, para encender el fuego con el que cocinamos y nos calentamos. Y, finalmente, necesitamos su estiércol húmedo para fertilizar los campos y que en ellos puedan crecer cebollas, arroz y lentejas.
Vandana escucha con atención. Sabe que
todas las cosas están conectadas,
la abuelita no para de repetirlo. Esa noche, antes de irse a dormir, recuerda lo mucho que ha aprendido.
—Duerme, Vandana —le susurra la abuela, que pasa a darle las buenas noches.
—No tengo sueño, Naniji. —Que significa algo así como ‘querida abuela, tú que lo sabes todo’—. ¿Puedes contarme el cuento de los árboles y las mujeres?
—Ya te lo conté ayer, y también anteayer.
—Lo sé, Naniji, pero es como tus tortitas. Nunca me cansaría de comerlas.
Por lo que la abuela, que nunca puede resistirse a los grandes ojos negros de Vandana, empieza a contar:
Hace muchísimo tiempo, en el norte de la India vivía un marajá, un rey malvado y tiránico.
Durante un verano muy caluroso y húmedo, tuvo el deseo de caminar entre frescas fuentes. Y, sin pensárselo dos veces, ordenó a sus sirvientes que talaran el bosque circundante y lo convirtieran en un jardín colmado de agua tintineante. Pero la noticia llegó a Amrita Devi, una chica de un pueblo cercano, que acudió de inmediato a palacio a defender la vegetación.
—Los árboles son un bien valioso. Protegen a los animales y con sus raíces retienen el agua que sirve para alimentar los campos —dijo a los sirvientes del marajá, que ya estaban manos a la obra.
Los sirvientes rieron a carcajada limpia y empezaron a cortar el primer árbol.
—Los árboles son sagrados. En tiempo de sequía, cuando escasea la comida, las mujeres venimos aquí a recolectar hierbas con las que alimentar a nuestras familias —insistió Amrita.
—Pues a partir de ahora tendréis que ir a otra parte, porque aquí vamos a construir unas fuentes para el marajá. Así que vete, vuelve a la aldea. ¡Largo! —bramaron los sirvientes.
Pero Amrita no les hizo caso, sino que dio un paso adelante.
Y esta era la parte que más le gustaba a Vandana. Porque ella tampoco habría retrocedido un solo paso ante semejante injusticia.
Amrita avanzó hacia el árbol más grande y lo abrazó con fuerza, como a un hermano o una madre.
—¡Acabad con ella! —aulló el cruel marajá, que entretanto se había presentado en el bosque. Y como los sirvientes no se atrevieron, lo hizo él mismo. Pero, inmediatamente después, todas las mujeres corrieron a abrazar un árbol. Diez, cincuenta, cien. El terrible marajá mató a muchas, pero otras mujeres llegaron de todos los rincones del reino. Y cuando fueron más de trescientas, finalmente el horrible rey bajó su espada y regresó derrotado a palacio.
—El bosque se salvó gracias al valor de Amrita Devi y las demás mujeres, ¿verdad, Naniji?
—Pues claro, hijita. El ánimo de las mujeres no conoce obstáculos. Son poderosas, son la shakti, la energía femenina que genera los astros del universo. Y tú eres una mujer, tenlo siempre presente.
Vandana asiente y abraza a la abuela, sintiéndose tan a salvo como los árboles del cuento, y por fin se duerme.
Los años pasan tan rápido como los trenes: Vandana ha crecido y pronto se enfrentará a sus primeras decisiones y a un importante viaje.
—Haz lo que sientas que debes hacer —dice Babaji al final de la educación secundaria. Y ella, que nunca ha dejado de buscar el porqué de las cosas, se dedica en cuerpo y alma a la física y se marcha a una de las mejores universidades del mundo, la Universidad de Guelph en Ontario (Canadá).
Babaji y Mataji (‘mamá’ en hindi) solo quieren lo mejor para sus hijos: no les importa que Vandana encuentre un marido o un trabajo tradicional, como pretenden los padres de muchas de sus amigas.
—Vandana, solo una cosa deseo —le dice Babaji, mirándola a los ojos—, y es que seas siempre libre y valiente como Mahatma Gandhi. Recuerda: no hay dificultad alguna que no pueda superarse con la constancia. ¿Serás constante?
—Sí, te lo prometo. Aprenderé todo lo que haya que saber y después volveré a casa.
Quiero que todos los niños de la India puedan estudiar, pero sobre todo que puedan alimentarse y respirar aire fresco. ¡Hay tanto que hacer!
—responde emocionada mientras que Mataji, en un intento de sacarse de encima la tristeza, la ayuda a preparar la enorme maleta llena de ropa, especias, dulces de la abuelita y fotos de la familia.
Cuando regresa a casa para las vacaciones de verano, se da cuenta de que en la India hay algo que va mal. En muchas zonas, los bosques son cada vez menos frondosos. Se talan sus árboles para vender la madera y para extraer minerales de la tierra. Con la deforestación, la vida en las aldeas es cada día más difícil. Aumentan las familias que se ven obligadas a partir en busca de nuevas tierras y los niños pobres que piden por las calles. Así que Vandana se une a las numerosas mujeres del Movimiento Chipko, que en memoria de Amrita Devi todavía hoy abrazan a los árboles para protegerlos. Finalmente, el gobierno acaba por darles la razón: los bosques serán protegidos para garantizar la supervivencia de las aldeas y una buena vida para todos.
Finalizados sus estudios en Guelph, Vandana se especializa en Física Cuántica, la que estudia la estructura invisible de la materia, en el centro de investigación de la Universidad Western Ontario.
Cuando en 1978 regresa definitivamente para vivir en la aldea, en Dehra Dun hay una gran celebración: de las aldeas vecinas vienen los familiares y amigos, vienen para hacerle una visita y tomar juntos el masala chai, esa mezcla de té negro y especias que se toma con leche, así como para comer laddu y tortitas.
A la mañana siguiente, Vandana se va a pasear a la montaña con Mira. Toman el camino que se encarama por el bosque, como solían hacer de pequeñas en busca de frescor y hierbas aromáticas, y Vandana ve con sus propios ojos miles de troncos de robles gigantes talados. Es obra de las empresas mineras que quieren facilitar el paso a sus camiones cargados de rocas. Por un momento se queda sin aliento y casi se pone a llorar.
—Es hora de retomar la fuerza y el ánimo de Amrita Devi para intentar arreglar un poco las cosas
—se dice para sí con decisión.
Vandana ahora trabaja en el Indian Institute of Management en Bangalore, donde lleva a cabo una investigación sobre los daños causados en la región por la reciente transformación de las granjas en plantaciones de eucaliptos. Y aquí se da cuenta de que la ciencia y la tecnología a menudo se usan con fines negativos. De hecho, es el Banco Mundial quien ha financiado el proyecto, que lo describe como una «reforestación», una acción positiva dirigida a devolver la vegetación a las áreas que quedaron sin árboles. En realidad, sin embargo, plantar miles de árboles iguales ha empobrecido el entorno natural y lo ha hecho más proclive a los incendios. Además, no es que se eligieran los eucaliptos porque fueran la especie más adecuada para el lugar, sino porque son perfectos para la producción de papel, así que de nuevo todo fue para ganar dinero.
Cuanto más sabe, más siente Vandana la urgencia de dedicar todo su tiempo a la defensa de la Tierra. Pero para hacer eso debe ser libre, «como lo fue Gandhi, que no le debía nada a nadie», habría dicho Babaji. Es entonces cuando deja su trabajo y decide que a partir de aquel día será una científica independiente, sin un gobierno que le pague y que produce unos documentos que, tal vez, solo dicen la verdad a medias.
En el establo de sus padres funda la Research Foundation for Science and Technology, un centro de investigación que estudia la biodiversidad —la variedad de organismos vivos que habitan nuestro planeta—, así como el impacto ambiental de las presas y de las centrales hidroeléctricas en la naturaleza.
Su primer trabajo es sobre el río Narmada, en la India central. El curso del río, uno de los más sagrados de la India, ha sido desviado a través de miles de diques y presas para explotar la fuerza de sus aguas, así como para extraer para la industria metales preciosos. Vandana y sus nuevos colaboradores recopilan información, tes
