Veintidós cuentos cortos y ligeros

Sandra Russo

Fragmento

Prólogo

Este libro lo vi venir de frente, lo percibí en el medio de un vapor. Era mi propio vapor en un año políticamente complicado, en una etapa puntual de la vida y en un recorrido profesional nutrido y con estaciones por las que pasé de largo y quise volver.

Estos cuentos estaban del otro lado de una puerta que yo abría de vez en cuando, miraba un poco y volvía a cerrar. Cada vez que la abría daba un paso más allá, miraba mejor, experimentaba esa otra temperatura, ese otro olor que había del otro lado. Pero volvía a cerrarla porque donde yo estaba era un lugar elegido desde muy joven, que recorrí extensamente, siempre con adrenalina, con interés, con pasión, con mesetas que me aburrían y nuevas ideas que volvían a poner todo en movimiento. Eso fue y es el periodismo para mí. Desde los 18 años. Algo que se hace por inclinación, pasión, vocación y convicciones.

Pero escribir ficción había sido, en mi vida, la idea original. Siempre me sentí más cerca de la escritura que del periodismo, y en todo caso, siempre para mí la base del periodismo fue el gráfico. Ahora, en un momento en el que periodismo quedó cerrado para mí y tantos otros por nuestras ideas políticas, nuevamente el dilema fue qué hacer con lo que nos hacen. Y yo opté por volver a esa puerta, la de la ficción. Necesitaba ese otro clima, esa otra temperatura, ese otro sonido interno. Y necesitaba también seguir comunicándome, porque, en síntesis, mi vocación es esa, de muchas maneras distintas. La comunicación se las arregla para filtrarse como el agua debajo de la puerta. Se pueden prohibir una voz o mil voces, pero no se puede frenar la comunicación, porque así somos, criaturas que necesitan cotejar con otras el mundo en el que viven. Y la comunicación siempre encuentra sus nuevos soportes, sus nuevos lenguajes, sus atajos y sus puentes.

La narrativa también consiste en eso, en dar noticias de un mundo que uno ve, que percibe, en el que habita, y que nunca es idéntico al de nadie más. Pero da noticias de otro tipo, y surgidas desde otra dimensión de la realidad. La “verdad” narrativa no coincide con la “verdad” periodística. La narrativa es una aguja que perfora las capas más epidérmicas, sobre todo del sentido que le damos a las cosas. Es una mirada-aguja, y más que aguja de quirófano es aguja de tejer. El trabajo narrativo es arrastrar hasta la superficie, mediante una alteración de “las cosas como han sido”, significados esquivos, detonantes ocultos, paradojas, movimientos subterráneos que jamás llegarán a saberse. Mientras la “verdad” periodística permanece en la línea del texto, la narrativa busca la suya en la entrelínea. Pero no en la entrelínea del texto, sino en la de la realidad: ése es el territorio. La bruma de la realidad.

Empecé a dar talleres de escritura allá por 2002, en otro momento político complicado, cuando creí entrever que iba a tener que diversificar mi trabajo por falta de lugares en los que publicar. Aunque siempre incluyeron narrativa, en los primeros años quienes se acercaban eran lectores de las contratapas de Página/12, en las que desde hace décadas trabajo sobre un registro mixto, que si bien casi siempre es ensayístico, incluye muy a menudo recursos narrativos o de crónica.

Parto del deseo de querer retener al lector. Cuando uno escribe ese tipo de notas es necesario, prestar mucha atención al arranque, tener claro el eje, cuidarse como de la peste de los lugares comunes y las frases hechas, y ejercitar eso que se llama pensamiento lateral: es decir, no tomar un tema, el que fuere, de frente, sino al vies, al sesgo; tomar un sendero, una colectora, aferrarse a alguna imagen clara que le dé vida a los conceptos, porque la gente se cansa de leer conceptos y una de nuestras tareas es ocuparnos de entretenerlos, en un sentido existencial. No con chistes ni con gags, no apelando como condenados a la anécdota, pero sí con eso que el ensayo puede tomar de la narrativa: los golpes sensoriales, las imágenes que incluyan la posibilidad de que el lector no sólo nos lea sino que sienta algo mientras lo hace.

Como trabajo en texto breve, también es importante qué temas, qué tramas y qué ingredientes puede tener un cuento corto. Porque las medidas, como las estructuras, forman un todo con el contenido. Desde el principio hasta el final de las poquísimas páginas de un cuento corto, todo debe adquirir el ritmo de esa medida. Y aquí viene el otro gran entrecruzamiento y diferenciación con el periodismo: una de las dificultades de la narrativa es cómo dar la información. Cuándo advertirle al lector un dato relevante, cuándo dejarlo solo con el texto y que lo deduzca, cuánta información es necesaria para hacer inteligible lo que queremos decir. En un cuento corto, como en los de este libro, rara vez un personaje tiene nombre y apellido. No hay espacio para desarrollar una larga lista de aspectos de personajes que en un cuento largo o en una novela uno puede describir, y quizá hasta explotar para darle lógica a la trama. En pocas páginas eso ocuparía demasiado espacio. Son, entonces, bosquejos, situaciones detonantes. Ráfagas de tramas que a veces piden extenderse pero quedan ahí, comprimidas en la medida, diciendo no todo lo que contienen sino emergiendo en un hecho puntual. De algún modo, un cuento corto es un síntoma de algo más extenso.

Cuando en el taller alguien se bloquea le pido que escriba alguna anécdota de su infancia o de su barrio. Todos hemos tenido una y otra cosa. La infancia y el barrio son grandes containers de historias que han quedado trabadas, latiendo, repitiéndose en los hechos o en la memoria. Y hay mucha gran narrativa de todo el mundo basada en esos núcleos biográficos que, sin embargo, deben ser trabajados y vivenciados de un modo opuesto al del diario íntimo. A nadie le interesaría demasiado la intimidad de otro si esa intimidad ajena no fuera un parámetro, un espejo torcido, de la propia intimidad. La gente en general, no quiere entender a los demás sino entenderse.

Casi todos los cuentos que integran este libro parten, efectivamente, de núcleos biográficos, pero nada de lo que aquí se cuenta sucedió así. Éste es un libro de ficción. Por eso, traspasada la puerta de la que hablé al principio, sí sucedió así, en esa otra dimensión de la ficción, que no busca vestir al mundo sino desnudarlo. En el pasaje entre el ensayo y la narrativa, mucha gente siente que si narra o ficcionaliza “miente”, “inventa”. En el pasaje entre la poesía y la narrativa, otra gente siente que abandona la “belleza”. La de la narrativa es otro tipo de belleza y es otro tipo de verdad, que no están ancladas en metáforas ni en juegos de palabras sino en la precisión de lo que uno quiere contar.

Éstos son cuentos de un par de sentadas, como decía Carver. Cuentos ansiosos. Ligeros. Son como soplidos de situaciones, de encuentros, de peripecias. Todo sucede rápido y no es gran cosa lo que sucede. Hay muchas mujeres, mujeres por todas partes. Mujeres que se entienden o se malinterpretan; que se quieren, se envidian o no se soportan; que se alían o se irritan mutuamente. Y hay mujeres con hombres o a punto de estar sin ellos. Los desencuentr

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