Puerca tierra

John Berger

Fragmento



Índice

 

Portadilla

Agradecimientos

Dedicatoria

Cuestión de lugar

Una explicación

Muerte de La Nan M.

Recuerdo de una ternera

Cucharón

La gran blancura

Pascua

Una mujer independiente

Escalera

También aúlla el viento

Maternidad

Dirigido a los supervivientes

Puesta de sol

El valor del dinero

Hierba

Las tres vidas de Lucie Cabrol

Patatas

Epílogo histórico

Sobre el autor

Créditos

Agradecimientos

Agradecimientos

Me gustaría agradecer al Transnational Institute de Amsterdam todo el apoyo que me prestó durante los tres años que pasé escribiendo este libro. En especial quiero dar las gracias a Anthony Barnett, miembro de este Instituto, por sus críticas constructivas y pertinentes del manuscrito.

Éste es el primer volumen de una trilogía titulada «De sus fatigas».

«Otros se fatigaron

y vosotros os aprovecháis de sus fatigas.»

San Juan 4,39

Dedicatoria

Este libro está dedicado a los cinco amigos que nos enseñaron:

Théophile Jorat

Angeline Coudurier

André Coudurier

Théophile Gay

Marie Raymond

a todos los que nos ayudaron a aprender:

Raymond Berthier, Luc y Marie-Thérese Bertrand, Gervais y Mélina Besson, Jean-Paul Besson, Denis Besson, Michel Besson, Gérard Besson, Christian Besson, Marius Chavanne, Roger y Noelle Coudurier, Michel Coudurier, La Doxie, Régis Duret, Gaston Forrestier, Marguerite Gay, Noel y Hélène Gay, Marcelle Gay, Jeanne Jorat, Armand Jorat, Daniel e Yvette Jorat, Norbert Jorat, Maurice y Claire Jorat, François y Germaine Malgrand, Francis y Joelle Malgrand, Marcel Nicoud, André Perret, Yves y Babette Peter, Jean-Marie y Josephine Pittet, Roger y Rolande Pittet, Bernadette Pittet, François Ramel, François y Léonie Raymond, Basil Raymond, Guy y Anne-Marie Roux, Le Violon, Walter

y a Beverly, con quien he aprendido.

Cuestión de lugar

Cuestión de lugar

Sobre la frente de la vaca el hijo coloca una máscara de cuero negra y se la ata a los cuernos. El cuero se ha ido ennegreciendo con el uso. La vaca no ve nada. Por primera vez han ajustado a sus ojos una noche súbita. Se la quitarán en menos de un minuto cuando ya esté muerta. A lo largo del año, esta misma máscara de cuero presta en total veinte horas de noche para los diez pasos que separan el establo, en donde han sido purgadas, del matadero.

El matadero lo atienden un hombre ya mayor, su mujer, quince años más joven que él, y el hijo de ambos, que tiene veintiocho.

Al no ver nada, la vaca se resiste a avanzar, pero el hijo tira de la soga atada a los cuernos, y la madre le sigue agarrándola por el rabo.

«Si la hubiera conservado dos meses más hasta que pariera…», piensa el campesino. «Ya no habríamos podido ordeñarla. Y después del parto habría perdido peso. Ahora es el mejor momento.»

En la puerta del matadero la vaca vuelve a vacilar. Luego deja que tiren de ella.

Dentro, muy arriba, a la altura del tejado, hay un sistema de raíles. Por ellos corren unas poleas, de cada una de éstas pende una barra de hierro con un gancho en el extremo. Colgado de uno de estos ganchos, un caballo de cuatrocientos kilos abierto en canal puede ser trasladado de un lado a otro del matadero por un muchacho de catorce años.

El hijo sitúa el percutor contra la cabeza de la vaca. En una ejecución, la máscara hace a la víctima pasiva, y protege al verdugo de su última mirada. Aquí garantiza que la vaca no va a apartar la cabeza del aparato que la dejará sin sentido.

Ceden las patas, y su cuerpo se desploma al instante. Cuando se derrumba un viaducto, visto desde lejos, parece que la construcción cayera lentamente al valle a sus pies. Lo mismo sucede con las paredes de un edificio tras una explosión. Pero la vaca cayó con la rapidez del rayo. No era cemento lo que sostenía su cuerpo, sino energía.

«¿Por qué no la matarían ayer?», se pregunta el campesino.

El hijo empuja un pesado alambre por el agujero perforado en el cráneo, hasta el cerebro. Entra unos veinte centímetros. Lo mueve para asegurarse de que todos los músculos del animal se distienden, y lo saca. La madre sujeta con las dos manos la pata delantera en primer plano, a la altura del menudillo. El hijo corta por la garganta y un raudal de sangre inunda el suelo. Durante un momento toma la forma de una enorme falda de terciopelo, cuya minúscula cintura sería el labio de la herida. Luego sigue manando y no se parec

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