Pensar el periodismo

Sebastián Lacunza

Fragmento

Prólogo

Cada tanto se anuncia la muerte o la crisis terminal del periodismo, pero los vaticinios apocalípticos sobre el oficio son exagerados. Como demuestra este libro, a partir de reflexiones de su autor y de una serie de entrevistas, la prensa escrita argentina, como la de otras latitudes, enfrenta el reto de transformarse acorde con las nuevas condiciones que impone el mercado de la información.

No es un caso excepcional pero sí tiene características particulares.

El periodismo local comparte desafíos comunes. En los últimos años, tanto en América como en Europa quedó más claro que nunca que los medios de comunicación son compañías lucrativas que defienden sus intereses económicos, no precisa ni prioritariamente la libertad de expresión ni el derecho a la información. Por eso la inmensa mayoría prefiere publicar tuits de famosos que financiar una investigación de largo aliento. Importan más los clicks de los portales que la calidad de los contenidos. Manipulan la información y su línea editorial se define por filias y fobias políticas no siempre reconocidas ni explicadas con suficiencia a los lectores.

A escala global, las nuevas tecnologías construyeron a un nuevo lector y marcaron un rumbo incierto para la prensa escrita. El público perdió la inocencia y ahora consulta los medios con escepticismo y desconfianza.

La credibilidad quedó minada.

El periodismo argentino transita ese proceso envuelto en contradicciones. Hacia el exterior todavía goza del prestigio que supo construir durante décadas gracias a su tradición de excelencia literaria, con Rodolfo Walsh como uno de sus máximos exponentes. Luego se sumaron destacados reportajes de investigación publicados en la década del 90 y que impactaron en el resto de América Latina.

Hacia adentro, en cambio, hay un debate permanente sobre la pérdida de calidad. Alejada de parámetros básicos de rigor, gran parte de la prensa argentina hoy está plagada de noticias que no son tales, basadas en fuentes anónimas que especulan. Los verbos potenciales y los títulos con adjetivos que no informan, sino que inducen al lector, se instalaron como una marca nacional.

Un factor fundamental para entender, analizar y pensar al periodismo contemporáneo de este país es la pelea entre la prensa opositora y la oficialista que se gestó durante el kirchnerismo y que intercambió papeles con el macrismo, período que Sebastián Lacunza escudriña a lo largo de sus entrevistas con directivos de La Nación, Clarín, Página 12, Perfil, Tiempo Argentino, la ex directora de Radio Nacional y el secretario de Medios Públicos del gobierno de Mauricio Macri.

La división de simpatías y antipatías políticas es tajante pero no siempre transparente. Comunicadores kirchneristas presumieron que ejercían el “periodismo militante”. Los opositores renegaron de su condición y se escudaron en un falaz “periodismo independiente”. Hoy, muchos que defenestraban el periodismo militante kirchnerista ejercen el periodismo militante macrista, solo que no lo confiesan. No muchos medios (el diario Buenos Aires Herald, bajo la dirección de Lacunza, es una honrosa excepción) pero sí muchos periodistas (no suelen ser los más famosos) salvaguardan el equilibrio como premisa de la profesión.

La disputa se tradujo en una deslegitimación permanente. Las denuncias periodísticas son avaladas o descalificadas de antemano por periodistas y público en general dependiendo del personaje afectado. Se magnifican o ignoran casos a conveniencia. El doble estándar es otro signo de época, así como la apropiación de los intereses de “la gente”, “la sociedad”, “los argentinos”, totalidades imposibles.

Otro factor sombrío se cierne sobre el periodismo argentino: la precarización laboral representada en despidos, cierre de medios, jubilaciones anticipadas, salarios reducidos, horarios y funciones ampliadas que han provocado “cacerolazos” en las redacciones, notas sin firmas como mecanismo de protesta e inéditas marchas de trabajadores de prensa en las calles.

En Argentina, además, la jefatura de los diarios es cosa de hombres.

La selección de entrevistados es una muestra de la discriminación de género que impera en los medios. Apenas hay una mujer, María Seoane, entre los 12 directivos consultados. Y ella ya ni siquiera ocupa el cargo de directora de Radio Nacional. El resto son hombres que se admiran, respetan y se leen entre ellos, porque las columnas de opinión también están copadas y son masculinas. A pregunta expresa de Lacunza, unos y otros citan a Marcelo Longobardi, Víctor Hugo Morales, James Neilson, Raúl Kollmann, Carlos Pagni, Luis Bruschtein, Joaquín Morales Solá, Eduardo Van der Kooy, Jorge Fernández Díaz, Daniel Santoro, Roberto Caballero, José Pablo Feinmann, Edi Zunino, Ricardo Ragendorfer, Alfredo Zaiat, Ricardo Kirschbaum, Mario Wainfeld y Horacio Verbitsky como columnistas a consultar. Solo Hugo Alconada Mon rompe el techo de cristal y reconoce el trabajo de las periodistas Irina Hauser, Emilia Delfino y Mariana Verón. Otros, si acaso, mencionan a Beatriz Sarlo. Y se acabó.

En términos de calidad, las reflexiones de los entrevistados permiten descubrir una oscilación extrema entre Alconada Mon, periodista que concita elogio unánime por su seriedad profesional, y Jorge Lanata, a quien reconocen, sin mayor admiración, como emblema del periodismo espectáculo que logra atraer a públicos masivos.

Lacunza disecciona en estas páginas los retos de forma y fondo de la prensa argentina. De la transformación multimedia a los desafíos de obtener ganancias en un mercado en el que el público se acostumbró a la gratuidad de la información. Lo hace desde una mirada global, con el valioso contexto de lo que ocurre en otras partes del mundo. Dimensiona.

El principal aporte es que este trabajo no es un monólogo teórico ni de dedo acusador. Lacunza recorre las redacciones de los principales periódicos del país para pensar el periodismo argentino a través de un diálogo coral. Sus preguntas son cordiales, pero incómodas, sin concesiones, sin afán de protagonismo, sin acusaciones. No se quiere pelear, solo quiere saber. Practica un periodismo básico ya poco visto en una Argentina habituada a periodistas mediáticos reconvertidos en personajes que gritan, agreden, acusan, interrumpen y no escuchan a sus interlocutores.

De visita en La Nación, Lacunza indaga por Papel Prensa y los “chocantes” editoriales sobre derechos humanos. A Fontevecchia le pregunta sobre la falta de rigor periodístico de Perfil. En Página 12 cuestiona el apoyo del diario al kirchnerismo y el sesgado manejo informativo de los casos de corrupción. En Clarín, aborda los casos de escandalosas notas contra la expresidenta o sus exfuncionarios que resultaron ser falsas. En Tiempo Argentino, interpela por la discrecionalidad de la millonaria pauta publicitaria que manejó el kirchnerismo. En todos los encuentros se preocupa por la uniformidad de voces que parece asentarse durante el macrismo y por las audiencias que premian a

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