Astrología y Literatura

Claudia Aboaf

Fragmento

Astrología y literatura

Introducción

Este ensayo se enfoca en la “y” del título, esa conjunción copulativa que une materiales fuera de control como la literatura “y” la astrología. Es acerca de todo lo conjunto, de las continuidades adentroafuera; la “y” como enlace, puente, diálogo y cópula1 de sujetos disímiles. Incluso trata la “y” como un agente de transición hasta su caída en desuso al “compostar las palabras”, como proceden Donna Haraway2 o Xul Solar al acuñar neologismos —a inicios del 1900— como “androdendro” o “man tree”: “hombre fundido en árbol”, que era parte de su gramática multiespecista. La “y” es un signo lingüístico capaz de establecer vínculos, pero, como metáfora para hablar de eso del medio, ni lo uno ni lo otro, no alcanza. La astrología misma es una serie de metáforas que hemos ido haciendo para traducir la relación íntima entre las estrellas y lo que ocurre en la tierra, y se ubica justo en la intersección entre la persona y el cosmos, por fuera del horizonte cultural hegemónico. Este ensayo se opone al vaciamiento del cosmos como vestigio de la visión antropocéntrica que crea un mundo de separatividad, cosificación y dominación. Contradice la existencia de un sujeto aislado, incluso la existencia de sujetos y objetos, y abona una realidad en la que la Naturaleza misma es “sujeto de derechos”, una visión del mundo sostenida en un diálogo primordial e inteligente de sujetos con sujetos3. Quiere acercar una visión poética, no totalizante, de la carta natal como un código natal4 que se despliega en un sistema biosférico5: una esfera donde todo lo vivo sucede; pero pone el foco en las indiscutibles interacciones, ya que son ellas, y no las cosas, la potencia misma de todo sistema. El arte, la literatura son también signos de representación que entrañan complejas interrelaciones internas y externas. Son un derecho estético de sentir, pensar filosóficamente, tener visiones animistas para vivificar lo inerte, ser transindividual, enloquecer de amor y tener una efusión cósmica. Sin que todas estas posiciones transversales sean colonizadas e institucionalizadas. Solo esperemos que la imaginación no se haya quebrado en la infoesfera6 para que sea posible asimilar esta y otras metáforas como superíconos de una conciencia colectiva en expansión.

Este libro ensaya una visión cosmogónica de las relaciones y cómo esas visiones del mundo crean mundos7. Intenta reponer la visión celeste sofocada por el brillo artificial del cielo nocturno8 de la civilización global. La Vía Láctea y las constelaciones fueron empujadas al fondo oscuro detrás del artificio de las noches iluminadas y la vista corta se inclina ahora sobre las pantallas; no hay nada para ver en el cielo una vez oculta la galaxia. En cada crepúsculo, el automático lumínico global se enciende y sofoca las raíces celestes de los pensamientos.

Dialogábamos con el cielo y en cierto momento necesitamos organizarlo. El Zodíaco se diseñó desde el corazón del mito, para una práctica esotérica a la vez que de racionalidad matemática. Esas mentes tempranas de la humanidad no dividían lo externo de lo interno, el cielo de la tierra. Las constelaciones, que trazan un movimiento circular (elipse)9, son animales antropomórficos proyectados en la noche que atravesaron sin resistencia la línea ilusoria del horizonte y englobaron los reinos, incluso el de las herramientas que luego fueron el reino de las máquinas y la cibernética; las personas —como activos signadores— sostuvieron las estrellas por un momento entre sus manos para soltarlas de nuevo al cielo. De esos sabios matemáticos-astrólogos de la Mesopotamia, filósofos de la naturaleza, que incluían esa visión cosmogónica obtuvimos la tradición astrológica, es cierto que hubo un tráfico constante de textos y conocimientos entre Oriente y Occidente. La primera carta natal que se conoce data del 400 a. C., ¿y la última? Resistió el determinismo, resistió la psicología del yo, y fue naciendo a una reflexión filosófica. Los dioses del Zodíaco articularon lo natural, lo racional y lo espiritual como representación de un proceso de pensamiento. Pero la separatividad aristotélica de las esferas celestes y las ciencias como dioses inmunes al mundo sublunar atávico, telúrico y emocional de la experiencia humana crearon una trampa bipartita. “La Gran División Interior creó la Gran División Exterior”10 y de esto debemos dar cuenta. Ese desfase crónico le dio carácter de verdad última a la línea divisoria y mortal. El binarismo siempre es daño: cielo/tierra, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, yo/lo Otro. Se extendió como una calamidad demencial y la autonarración de prevalencia, sea al interior/exterior de una persona o de quienes se ubiquen a un lado u otro de la línea (muros, alambrados y fronteras), trajo la lógica de explotar y exterminar, implantando en el adentroafuera el dolor por las diferencias. En La guerra de los mundos, H. G. Wells cuenta que mientras el protagonista le describe a la mujer los signos del Zodíaco y señala Marte, llegan a la Tierra unos seres extraños y se activa el “sueño de exterminar todo lo salvaje”, el sueño del relato civilizatorio.

En este libro confluyen el filósofo italiano Giorgio Agamben, cuando señala que haber puesto en relación los “cielos” de la inteligencia pura con la “tierra” de la experiencia es el gran descubrimiento de la astrología, y Aby Warburg11, que piensa la experiencia humana como una vibración pendular que no deja de recorrer, a diferentes velocidades, los distintos polos. También suma al repertorio de parentescos raros12 a Isabelle Stengers13 con la cosmopolítica, que integra la naturaleza y lo no humano al análisis de las relaciones, por lo tanto, a la política, en “un cosmos, un mundo común”, para seguir los hilos de lo que está tejido junto, incluso la vibrante vida celeste. A cambio, el monocultivo de una identidad modélica y central tiene como destino sofocar la diversidad y las interrelaciones de todo sistema; como un narrador que atrapa las piezas, cualquier pieza, para que encastren en su trama única a riesgo de repetir siempre el mismo relato sofocando la creatividad.

El ensayo propone una práctica de traducción de un sistema en particular, representado por la carta natal para llevar la identidad encapsulada hacia su potencial a través de un estallido “monádico”14 que permita una libre circulación de la vida y un pasaje del yo a lo común. En la humanidad, este estallido aún no se produce y los dioses tecnocráticos hacen minería de datos para extraer y liberar a la atmósfera “el odio que es una perturbación del diálogo”15. Con la mitad de la fuerza ejercida para separar-se, o solo con dar off al motor de la desunión como a un simple interruptor de luz —interruptor del ritmo noche día con su continuidad lumínica—, se desvanece esa construcción narrativa. Sucede la aparición de todo lo viviente, del cielo oscuro lleno de e

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