Sueño del Fevre

George R.R. Martin

Fragmento

Sueño del Fevre

PRESENTACIÓN

A falta de romanos, de Cruzadas, de Edad Media, de Renacimiento y de Ilustración europea, cuando los escritores estadounidenses buscan un marco histórico, capaz de dar profundidad y contraste casi a cualquier tipo de relato, eligen el Antebellum sudista. Del latín, “antes de la guerra”: los años que van desde la independencia estadounidense hasta el inicio de la guerra de Secesión, en 1861. Es la era de la máquina de vapor, que transforma un continente salvaje al tiempo que crece la distancia económica e ideológica entre dos formas de ver el mundo: el Norte abolicionista, que vive del comercio y las fábricas; el Sur esclavista, que vive de la mano de obra negra y del blanco algodón. El destino del Antebellum y su inevitable desenlace fue como el de una falla sísmica: dos enormes placas tectónicas que chocan bajo la superficie, acumulando grandes cantidades de energía de forma silenciosa, hasta que un día esa fuerza se libera y provoca el terremoto: la guerra civil.

En ese lugar y en ese tiempo, el Sur esclavista de los años previos a la guerra de Secesión, se encuentra el mundo que escoge George R. R. Martin para una obra tan deliciosa como un cuello palpitante. No desvelo nada que estropee la trama: Sueño del Fevre es una novela de vampiros, sí. Aunque quedarse en eso sería tan simple como definir Lo que el viento se llevó como una historia romántica o Las aventuras de Tom Sawyer como una novela juvenil. Martin vertebra su narración alrededor del mismo Misisipi que hizo aún más grande Mark Twain, un río que disuelve los cascos de los buques en pocos años, casi a la misma velocidad a la que devora a las personas. Es el sitio ideal para contar una historia sobre la pugna entre la tecnología y lo animal, entre el logos y el mito, que es la esencia de las buenas novelas de vampiros desde el Drácula de Stoker.

La trama toma el Misisipi a bordo del Sueño del Fevre, un barco lujoso, el más rápido, el más bello. En él, como si fuese una reproducción a escala de la sociedad sudista, conviven los pasajeros de cubierta, apiñados sin derecho a cama a cambio de un dólar por el trayecto, con los ricos que viajan a todo lujo, como si nunca hubiesen salido del mejor hotel de Nueva Orleans. Los pasajeros notables emulan las formas y los gustos de la aristocracia del viejo mundo; hay arañas de cristal, terciopelos y hasta un piano de cola a bordo. Pero, probablemente, si un hipotético noble de París hubiese visitado alguno de esos lujosos vapores, su impresión no habría sido muy distinta de la que hoy provocan los hoteles de Las Vegas a un turista europeo.

Sobre esos dos mundos, el de los ricos terratenientes que emulan a la vieja Europa frente al de los esclavos negros traídos de África, Martin construye una nueva casta, la de los vampiros, que en el fondo reproduce la misma relación vertical. En la novela, los negros son a los blancos sudistas lo que los blancos a los bebedores de sangre. “Su nación está dividida por la cuestión de la esclavitud, una esclavitud que basan en el color de la piel”, dice Julian, uno de los vampiros. “Imagínese que pudiera poner fin a eso, que pudiera hacer que todos los blancos se volvieran al instante negros como el carbón. ¿Lo haría?” Julian se burla y saca a la luz esas contradicciones: “Hasta sus abolicionistas reconocen que los de piel oscura son inferiores. No tolerarían que un esclavo se hiciera pasar por blanco y les repugnaría que un blanco bebiera una pócima para volverse negro”.

Las mismas contradicciones infectan a los vampiros. “Yo me alimento del ganado, no huyo de él”, afirma también Julian en otro pasaje. Habla de sus víctimas eliminando su condición humana, con la misma indiferencia con que el esclavista subasta a una atractiva mulata y la desnuda ante los compradores, como si enseñase los dientes de un caballo para demostrar que el animal vale todo lo que cuesta. Al mismo tiempo, la admisión de que pueda ser necesario huir del “ganado” contrasta con la propia fanfarronería de la frase; desvela otra realidad y un miedo siempre presente: que los esclavos, como los humanos, son muchos más, que son mayoría. Que nada podría frenarlos si llegara el día en que se rebelaran contra los abusos de sus amos.

Pero el gran paralelismo que dibuja Martin sobre la esclavitud y los vampiros cobra especial relevancia en el papel del cómplice necesario, del esclavo con látigo. De hecho, este personaje y sus conflictos morales son los verdaderos protagonistas de Sueño del Fevre. Su suerte, sus deseos y su evolución, como en todos los personajes de las novelas de George R. R. Martin, siempre acaban siendo extraordinariamente coherentes y deliciosamente impredecibles.

IGNACIO ESCOLAR

Sueño del Fevre

UNO

San Luis, abril de 1857

Abner Marsh dio unos golpes secos con el pomo del bastón de nogal en el mostrador para atraer la atención del recepcionista.

—Vengo a ver a un tal York —dijo—. Creo que se hace llamar Josh York. ¿Se encuentra aquí?

El recepcionista era un hombre viejo y usaba lentes. Se sobresaltó al oír los golpes, pero en cuanto se volvió y vio a Marsh, sonrió.

—Hey, es el capitán Marsh —dijo con tono afable—. Tenía seis meses de no verlo, capitán; aunque me enteré de su desgracia. Espantoso, espantoso. Llevo aquí desde el 36 y jamás había visto un bloqueo de hielo semejante.

—No piense usted en eso —replicó Abner Marsh, molesto.

Ya se había imaginado que tendría que escuchar comentarios como aquel. La Casa de los Hacendados era uno de los lugares favoritos de los hombres del río. El propio Marsh había cenado allí con frecuencia antes de aquel crudo invierno, pero no había vuelto desde el bloqueo de hielo, y no sólo por los precios. Por mucho que le gustara la comida de la Casa de los Hacendados, no quería la compañía de sus parroquianos: timoneles, capitanes, oficiales de cubierta… Hombres del río, viejos amigos y antiguos rivales, todos conocedores de su infortunio. Y lo último que Abner Marsh quería era que se apiadaran de él.

—Dígame de una vez dónde está la habitación de York —le dijo al recepcionista en tono perentorio.

—Pero el señor York no está en su habitación, capitán —respondió, sacudiendo la cabeza con gesto nervioso—. Si quiere verlo, está en el comedor, comiendo.

—¿A estas horas? —Marsh echó un vistazo al ornamentado reloj del hotel, se desabrochó los botones metálicos de la casaca y

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos