Prólogo
Entré en la habitación de mi madre, aprovechando que se habÃa dejado la puerta entreabierta, y procuré que no me oyera. Solo querÃa coger su móvil para ver sus notas y saber la clave de la caja fuerte, donde seguÃa estando mi cuaderno requisado. Ella habÃa entrado en mi habitación y habÃa rebuscado entre mis cosas. Las dos podÃamos jugar a lo mismo, ¿verdad?
Al ver que mi madre dormÃa de espaldas a la puerta entré más tranquila. Cogà su Iphone y lo silencié, por si acaso. Marqué la contraseña con decisión. La sabÃa porque se la habÃa visto teclear muchas veces: era mi fecha de nacimiento. Siempre habÃa pensado que usaba esa contraseña para que nadie la pudiera averiguar ya que hasta entonces era como si nunca hubiera tenido una hija.
El móvil se encendió y me volvà para que la poca luz que emitÃa el teléfono no la molestara. De todos modos, ella jamás dormÃa a oscuras, la persiana de su habitación siempre estaba levantada. Se veÃa perfectamente allà dentro.
Busqué la aplicación de notas y no encontré apenas nada. Fui a la de recordatorios, donde tenÃa apuntadas un par de reuniones, pero nada más. ¡Vaya, mi gozo en un pozo! Seguro que tenÃa la maldita contraseña de la caja fuerte en su cabeza. HabÃa probado varias combinaciones, pero ninguna de ellas habÃa funcionado.
Iba a dejar el móvil tal como lo habÃa encontrado, pero me picó la curiosidad y miré sus fotos: un documento, otro documento, unos libros de derecho, una tarjeta de algún cliente, unos zapatos de una revista... Si es que era aburrida hasta con las fotos. Un calendario con un bombero, vaya, vaya... Una hoja de reclamación con muchos datos, una factura de un billete de avión y... ¡la hostia! El puto móvil estuvo a punto de caérseme de las manos. Lo cogà con fuerza y me mordà los labios. Si me pillaba mirando sus fotos, lo más probable es que despertara a la bestia.
Miré de nuevo aquella foto, la que casi habÃa logrado que rompiera el teléfono en mil pedazos contra el suelo. No podÃa creer lo que estaba viendo...
Era mi madre en pelotas con... con el padre de Thiago.
1
Once dÃas antes...
—¿Por qué no vienes? En serio.
Era la enésima vez que Lea me proponÃa que cenara con su familia en Nochebuena.
—Adam, ¿nos pones otra cerveza, por favor? —le pregunté al verlo pasar por nuestro lado.
—Ahora mismo, guapÃsima.
El camarero de El Rincón parecÃa que habÃa despertado y cada dÃa tenÃa más chispa. SeguÃa saliendo con Ivone y se les veÃa bien, cosa que a nosotras dos nos alegraba mucho. Le habÃamos cogido una especie de «cariño fraternal» y recurrÃa a nosotras para pedirnos consejos o para preguntarnos dónde podÃa llevar a su chica a cenar.
—Lea, ya te lo he dicho. Las Navidades son para estar con la familia. Además, el año pasado ya estuve sola. No te preocupes por mÃ.
—Joder, pero si ni siquiera sabes si estará tu madre en casa. El año pasado se fue, ¿no? Pues ven a mi casa, te lo digo de verdad.
—Lo sé, pero ¿tú sabes cómo me sientan a mà estas fiestas? No es por joderte, Lea. Pero verte con tu familia me hace más mal que bien, ¿lo entiendes?
—Yo qué sé —dijo resignada ante mi argumento.
—Te lo agradezco, loca, pero prefiero quedarme sola en casa. En serio —añadà convencida.
Era cierto. Ver a los demás celebrar las Navidades con sus seres queridos me entristecÃa más de la cuenta. No necesitaba corroborar cómo el resto de la humanidad sà tenÃa el calor de un hogar. Las únicas Navidades que habÃa vivido con una auténtica familia habÃan sido las últimas antes del accidente. Las pasamos en ParÃs porque mi padre habÃa logrado alargar su estancia allà desde agosto. Estuvimos exactamente seis meses antes de volver a Madrid y logramos crear un verdadero ambiente navideño en el apartamento de Judith.
¿HabÃa llegado ya el momento de llamarlos? SÃ, lo tenÃa en mente y cualquier dÃa que me diera el punto lo harÃa, aunque seguÃa creyendo que primero querÃa ver a mi padre a solas.
—Como quieras, petarda. Y Nacho ¿qué hace? ¿Se van de viaje al final? —preguntó Lea mirando hacia una mesa donde habÃa un par de chicos.
—SÃ, se van a Cádiz a ver a la familia y eso. Mañana a primera hora cogen el avión.
—Joder, se va todo el mundo. Thiago también, ¿verdad?
—Creo que sÃ, pero no lo sé seguro.
Con Nacho y Thiago todo seguÃa igual.
SalÃa con Nacho y nos lo pasábamos genial, aunque ninguno de los dos se comprometÃa demasiado. A mà ya me estaba bien y a él también.
Con Thiago habÃamos coincidido en alguna ocasión con ese grupito de pijos al que yo no soportaba demasiado. Claro que Thiago y yo nos habÃamos ignorado mutuamente. Después de aquel tonteo descarado en la discoteca ni él ni yo nos habÃamos acercado más de la cuenta. ¿Por qué? Yo tenÃa mil teorÃas sobre su alejamiento, pero la principal era que en la discoteca lo habÃa rechazado, con lo cual le habÃa dejado claro que mi opción era Nacho.
De todos modos, lo nuestro era inexplicable; como si la historia se hubiera quedado a medias y necesitara un final. Como si él supiera que yo me iba a enterar en algún momento de que la habÃa cagado con él y estuviera esperando mis disculpas.
—¿Ibas a decirme algo? —me preguntaba con ese tono de sabiondo de vez en cuando al encontrarnos en la biblioteca o en Colours.
—¿Yo? Nada que no sepas —le respondÃa siempre.
SÃ, vale, le debÃa una disculpa, pero no sabÃa ni por dónde empezar. Estaba tan lejos de mà que no veÃa el momento y cuando me lo preguntaba de esa manera no me daba la gana de decirle que sÃ, que le querÃa pedir perdón. Tampoco Ãbamos a arreglar nada. Él lo habÃa dejado claro: no le molaban las personas tan desconfiadas como yo. A eso habÃa que sumarle que yo era una crÃa para él y que él era demasiado imprevisible para mÃ. Lo nuestro no tenÃa ningún futuro, aunque tampoco parecÃa que estuviera terminado. Yo pensaba en él más de lo debido, no lo voy a negar. SalÃa con Nacho, pero en demasiadas ocasiones Thiago aparecÃa en mis pensamientos. Y lo peor de todo era que no lo podÃa evitar, como si no estuviera en mis manos el solucionar aquella historia.
Yo también lo buscaba; lo seguÃa con la vista por el bar; me quedaba mirando sus gestos cuando hablaba y sabÃa que no podÃa verme; lo observaba cuando trabajábamos juntos en el proyecto, y tampoco podÃa evitar verlo coquetear con otras. Ahora su repertorio era más amplio y podÃas verlo una noche con una rubia deslumbrante y otra con una morenaza de mucho cuidado. SeguÃa liándose con su amiga Débora, quien le comÃa la boca como una desesperada. Supongo que al saber que yo rondaba por ahà la tÃa le ponÃa más énfasis al asunto. Pero lo suyo no era algo serio, estaba clarÃsimo, porque incluso a ella la habÃa visto enrollándose con otro tÃo.
—Joder, Alexia, es nombrarte a Thiago y no veas cÃ