1
LUCCA
—Yo creo que ha salido genial, ¿verdad?
—SÃ, hemos hecho una buena entrevista...
Antes de empezar aquella entrevista estábamos muy nerviosos, no estábamos acostumbrados a salir por la tele. Para nosotros era un bombazo y nos sentimos muy satisfechos de nuestras respuestas. La presentadora se habÃa enrollado muchÃsimo y habÃa conseguido que aquella charla acabara siendo amena e incluso yo habÃa terminado cantando Ciao, bonita.
Esperaba que Marina estuviera al otro lado de la tele, sabÃa por Adriano que habÃan llegado a Roma aquel mismo dÃa. Esperaba también que hubiera entendido que habÃa cantado aquella canción pensando en ella.
Sandra: Lucca, me ha encantado verte cantar y cuando has señalado hacia la pantalla casi me desmayo...
—Joder...
No, no habÃa pensado en ella ni un minuto a pesar de que estábamos liados. En aquel momento en mi mente solo habÃa habido un nombre, una melena de pelo negro y unos ojos azules que me tenÃan hipnotizado desde el dÃa uno.
—Marina, Marina...
De vez en cuando la nombraba y asà me daba la impresión de que la tenÃa más cerca, pero la verdad era que estábamos más lejos que nunca. Ella vivÃa en Barcelona y yo, en Roma; además, mi nuevo grupo de música me tenÃa absorbido.
Lucca: Gracias, Sandra, estaba muy nervioso.
¿Por qué estaba con Sandra? No lo sabÃa ni yo. Llamadme capullo, pero a veces haces las cosas por inercia, porque te empujan, porque te dejas llevar, a pesar de que te estés preguntando constantemente: «¿Qué leches estoy haciendo?». Yo soy de esos, de los que meten la pata a menudo porque me dejo arrastrar casi sin pensar en lo que ocurrirá después. Tal vez sea herencia de mis padres.
—¿Lo vamos a celebrar?
Ese era Carlo, el cantante del grupo, y siempre estaba celebrándolo todo. Era un juerguista de los de verdad, pero con una voz de oro. Algunos decÃan que se parecÃa un poco a Justin Bieber y yo también lo pensaba.
—Yo he quedado —les dije pensando que Marina estaba en el piso de Adriano.
Lo sabÃa por mi amigo, claro.
Adriano creÃa con firmeza que yo seguÃa pillado por Marina, pero se equivocaba, solo me atraÃa y miraba sus vÃdeos en TikTok únicamente porque baila de vicio.
—¿Tu chica? —preguntó Carlo guiñándome el ojo.
—No tengo chica, te lo he dicho veinte veces.
Carlo y yo habÃamos conectado nada más conocernos. Es el tÃpico tÃo guapo que parece sacado de una pasarela de moda: alto, moreno y con una mirada intensa. No, no penséis que me mola porque soy bisexual, no me gustan todas las tÃas ni todos los tÃos, obvio. Pero Carlo es una de esas personas con carisma y nuestro mánager musical lo sabe de sobra.
—Ya, ya —replicó riendo.
Le di un puñetazo suave en el hombro y él me lo devolvió del mismo modo. ParecÃamos dos crÃos jugando a boxeo.
—Lo celebramos otro dÃa, campeón —me dijo condescendiente.
Nos dimos un abrazo rápido, como siempre, y me fui de allà sonriendo.
«Campeón.»
Carlo habÃa empezado a llamarme de aquel modo al oÃrme cantar por primera vez.
«Campeón.»
¿Yo? Si siempre habÃa sido un desastre para casi todo. SÃ, sÃ, sabÃa que la música era lo mÃo, pero hasta entonces no habÃa logrado brillar con mi don. Me costaba aceptar ese apodo, aunque debÃa reconocer que se me hinchaba el pecho cada vez que Carlo me nombraba asÃ. Yo nunca habÃa sido campeón en nada, ni en la escuela, ni haciendo deporte, ni en el instituto...: lo dicho, en nada.
Mientras esperaba el taxi sonó mi móvil.
—¿S�
—¡Ey! Colega, ¿cómo va eso? Soy Rafa.
—¿Qué quieres?
—¿No tendrás algo de pasta para dejarme?
—Ya te lo dije la semana pasada, no tengo nada.
—Joder, tÃo, ya no te acuerdas de los pobres. Te has ido a vivir a ese barrio de pijos y has olvidado quiénes son tus amigos de verdad.
No habÃa nada de cierto: ni éramos amigos ni yo habÃa olvidado las movidas que habÃa vivido junto a ellos.
—Rafa, ¿cuánto necesitas?
—Cien pavos, solo eso.
—Te paso el dinero por Verse.
—Gracias, Lucca, eres un buen colega.
—Es la última —le dije con rotundidad.
—Que sÃ, que sÃ. En cuanto pueda te lo devuelvo.
No se lo creÃa ni él. No le pregunté para qué querÃa el dinero porque probablemente me mentirÃa.
Rafa era uno de mis antiguos amigos del barrio. Allà nos conocÃamos casi todos y yo sabÃa que en su casa las pasaban putas para lograr comer cada dÃa. No me iba a engañar pensando que aquellos cien euros los usarÃa para llenar la nevera, pero por lo menos no le robarÃa el dinero a su madre.
Una vez dentro del taxi le pasé el dinero y Rafa me mandó un mensaje de WhatsApp diciéndome que era el mejor. Lo borré y cerré los ojos unos segundos. ¿HacÃa bien dándole ese dinero? Adriano me dirÃa que no y probablemente tendrÃa razón, pero una parte de mà entendÃa cómo se sentÃa Rafa. No podÃa evitarlo.
No soy una persona reflexiva, una de esas que todo lo razonan, que tocan de pies a tierra. Para nada. Soy impulsivo, soy de piel, de sentir, no pienso demasiado en las consecuencias de mis actos. Cuando pienso en lo que he hecho suele ser tarde y ya no hay remedio, pero no lo hago queriendo, no es eso. Es un rasgo de mi personalidad que intento equilibrar, pero en la mayorÃa de las ocasiones fracaso. ¿Cuándo consigo frenarme? Cuando estoy con gente que me avisa de que mis actos pueden destruir en un segundo lo que he construido durante toda una vida. Cuando estoy con Adriano, por ejemplo.
Lucca: ¿Siguen las españolas en tu piso?
Marina, Cloe y Abril llegaron a Roma a principios de año para hacer un Erasmus y habÃan terminado marcando nuestras vidas de una forma inesperada. Adriano estaba loco por Cloe y yo me habÃa sentido atraÃdo por Marina desde que la conocÃ.
Adriano: Ya tardas. ¿Las aviso o quieres hacer una entrada triunfal, en plan Freddy Mercury?
Lucca: Deja de beber, capullo.
Me reà al releerlo. Adriano para mà era como un hermano, ese hermano que no tuve. Nos conocimos hace un par de años gracias a mi torpeza, ya que le manché la camisa, pero el tÃo no se lo tomó a mal y me apeteció conocerlo al momento. Y acerté, ahà sà que acerté porque es de aquellas personas que siempre están a tu lado, para lo que sea.
Meses atrás un imbécil me rompió la guitarra y Adriano me compró otra igual. AsÃ, sin más. Él sabÃa que esa guitarra era mi bien más preciado y también que me habÃa costado un pastón. Al dÃa siguiente tuve una guitarra nueva y cuando la vi me quedé boqueando como un pez.
Me prometà devolverle el dinero, sà o sÃ.
Por suerte se lo he podido devolver porque las cosas me empiezan a ir bien con el grupo nuevo. Ahora vivo frente a Adriano, en el piso donde estaban las españolas y donde Marina y yo pasamos una noche de infarto... Joder, qué noche. No dormimos apenas.
—¿Volverás a por mà algún dÃa? —le pregunté justo antes de entrar en ella.
—¿Quieres que vuelva?
—No quiero que te vayas...
Mi polla entró acoplándose a su cuerpo con una perfecciÃ