La piel no olvida

Fernanda Pérez

Fragmento



A Marcelo, mi compañero de ruta y el primer lector de todos mis manuscritos.

A mis adoradas hijas, Gigí, Mili y Rochi: ellas son siempre una fuente de inspiración.

A mi viejo, Luis, que tanto me ha enseñado —con hechos y palabras— sobre las luchas de las clases trabajadoras.

A mi vieja, Betty, por su amor y apoyo incondicional.

A mis hermanas, Lili y Moni.

Y a toda esa enorme familia que me rodea, en la que incluyo a amigas y amigos de toda la vida.

Prólogo


"No me dejes partir, viejo algarrobo...

Levanta un cerco con tu sombra buena,

Átame a la raíz de tu silencio

Donde se torna pájaro la pena".

Atahualpa Yupanqui


Octubre de 1918

Magdalena


Me despierto sobresaltada. Otra vez este ahogo. Otra vez esta opresión en mi garganta.

Camino hacia la ventana, abro los postigos y el fresco matinal me devuelve algo de serenidad.

Respiro, respiro, respiro... Los latidos se desaceleran, retorna el sosiego.

Cada día es igual: esa sensación de asfixia, ese sentimiento que muta de la ira al tedio.

Estar muerta y seguir viva, ése es mi castigo. Sigo expiando los errores y crímenes del pasado.

No tengo dudas: es la culpa que me asedia día y noche.

Cierro el postigo con dureza. ¡Maldito aroma a flores! Me recuerda que allá está la vida mientras que todo mi ser es ya un páramo yermo.

Sin querer me paro frente al espejo y me observo... ¡Qué joven soy aún! Veinte años. Mi alma está presa de una vejez prematura pero el cuerpo se resiste. Mi rostro mantiene la lozanía, mis manos se ven frescas y suaves, mis senos turgentes, mis piernas torneadas y firmes, mi deseo... Vaya a saber a dónde está agazapado mi deseo.

¡Si al menos tuviera el coraje de acabar con mi vida! Pero no, siempre fui una cobarde. La misma cobarde que desató la tragedia.

Me acerco nuevamente a la ventana... Los recuerdos regresan, sin aviso y sin piedad.


Marzo de 1915

Dimas


No puedo abrir los ojos. Me esfuerzo, pero no lo logro. ¿Estaré muerto? No, el cuerpo no puede doler de esta manera si se está muerto.

Siento voces. Por momentos creo reconocer a la de mi hermano y a la de mi madre. El timbre de ellos se mezcla con el de otros desconocidos. Se mixturan lenguas, dialectos... A muchas de esas palabras las he escuchado, pero no logro acertar lo que dicen.

De pronto irrumpe Lena en mi cabeza... ¡Cómo fui tan idiota, cómo no supe ver!

... Mentira, si que supe ver, pero igual decidí quedarme junto a ella.

Lo primero que aprende un hachero es a predecir hacia qué lado caerá el árbol. Y yo, en cuanto la vi, supe que ella me aplastaría. Pero igualmente me mantuve a su lado.

Para talar un árbol no hacen falta demasiados golpes. Se trata de dar en el lugar exacto. Se trata de dar con la intensidad exacta. Y Lena en eso fue precisa. Asestó en mi punto más vulnerable y me abatió.

Me estoy secando por dentro. Sin embargo, una voz oscura vaticina: "Va a salvarse".

¿¡De qué maldita madera estoy hecho!? ¿¡Por qué seguir viviendo cuando mi corazón está ya aniquilado!?

Lo sé. Tendré que resignarme a vivir con su traición.

Primera parte

"Yo soy como la loba.

Quebré con el rebaño

Y me fui a la montaña

Fatigada del llano".

Alfonsina Storni


Capítulo 1



Septiembre de 1914

Dimas

"Nos volvió la suerte", exclamó mi hermano al enterarse de que Joaquín Terranova nos había contratado para trabajar en su propiedad. Le llamaban La Estanzuela, estaba a unos cuarenta kilómetros de Resistencia. Meses antes, nuestra madre había empezado a trabajar allí como encargada de la limpieza.

"¿Suerte? ¿Es que alguna vez la tuvimos?" le refuté. Los inconvenientes de los últimos tiempos me habían vuelto pesimista.

En ese momento me invadió la nostalgia, añoré aquel caminito pedregoso que nos llevaba a nuestra casa, el mismo que con mi hermano Teseo habíamos transitado desde que tengo uso de razón. Era una propiedad sencilla, pequeña, pero en la que nunca nos faltó nada. Estaba en las afueras de la estancia La Bonita... La Bonita, ése era nuestro segundo hogar. Todos mis recuerdos de esos tiempos son felices.

Ladislao Fabbri había sido bueno con nosotros. Desde que éramos pequeños disfrutábamos de sus obsequios y favores. Estábamos convencidos de que el patrón nos daba todo por simple generosidad y por respeto a los Furlán. Pero cuando cumplí los dieciséis empecé a desconfiar de sus atenciones. Ya no era un niño: ataba cabos, escuchaba rumores, observaba. Por pudor, no me atreví a compartir las dudas con mi madre. Promediando los dieciocho, tomé coraje y enfrenté al propio Fabbri.

—Patrón, tengo que hablar con usted —mi voz debió de haber sido dominante, porque don Ladislao ni siquiera me preguntó de qué. Fue como si estuviera esperando ese momento.

—Ensille los caballos, vamos a andar un rato para hablar de hombre a hombre.

Salimos en silencio. Yo no sabía exactamente qué preguntar o más bien cómo hacerlo. Él también se mantuvo callado, recién cuando nos alejamos de La Bonita tomó la palabra.

—Mi familia, al igual que la de su madre, los Furlán, y que otros vecinos de la zona, abbiamo viaggiato ("habíamos viajado") desde Italia, para conseguir un mejor futuro en estas tierras —aunque se esforzaba con el castellano, le era imposible evitar usar palabras o expresiones en italiano.

—Conozco esa parte de la historia, mi mamá nos la contó varias veces. Mis abuelos murieron en el viaje, entonces sus padres se hicieron cargo de ella. Siempre agradece eso.

—El relato de su madre es demasiado magnánimo.

—¿No fue así?

—No. Mis padres se la trajeron y la cuidaron a cambio de trabajo... Con doce años, Verónica se transformó en nuestra domestica...

El corazón me empezó a latir inquieto, no estaba seguro de querer escuchar el resto de la historia. Pero Fabbri prosiguió.

—Yo la quería. Era mia compagna ("mi compañera")... Hacíamos travesuras, tareas... Io le enseñé a leggere (leer"), a scrivere ("escribir") en italiano. Lei mi ha insegnato ("Ella me enseñó") el español. Verónica borró el italiano y tomó esta lengua como propia, la aprendió fácil y bien...

El tiempo pasó, crecimos, ella se transformó en una ragazza bellissima ("jovencita hermosa"), tan bellissima como ahora, y... nos enamoramos.

En ese instante la verdad se me develó. Sin embargo, me quedé callado. Buscar una verdad a veces era doloroso, y esta verdad ya estaba doliéndome en un sitio indefinido.

—Cuando quise desposarla, mis padres se negaron. Me mandaron cuatro años a Buenos Aires y de allí volví casado con Elisa.

—Pobre mi madre, habrá sufrido mucho —comenté en un susurro.

—Si, pero nuestro amor estaba intacto, tanto que le puse una casa con todas las comodidades.

"Le puse una casa", no me gustaba cómo sonaba aquello.

—Con Elisa los figli ("hijos") no llegaron, en cambio con ella...

—¿Es que alguno de nosotros es hijo suyo? —disparé con ansiedad.

—Los dos...

Ahí estaban las razones. Por eso nos había alentado a estudiar en una escuelita montada en La Bonita. Por eso nos había enseñado todo sobre caballos y co

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