El llanto de las tipas

Mirta Pérez Rey

Fragmento

Prólogo

Montevideo-Buenos Aires, 1958

Una vez más en Buenos Aires.

Desde la cubierta del barco veía la costa argentina entre las brumas del amanecer. Luego de arribar en avión desde México decidió cambiar de transporte en Montevideo para dificultar su seguimiento. Buenos Aires la volvía a acoger en distintas circunstancias.

La primera vez había llegado como la gran Amparo Calé. La ciudad la recibió con admiración y también con una sorpresa. Allí, en ese lugar del fin del mundo, la aguardaba un viejo amor del cual prácticamente había huido.

No esperaba encontrar a Jaime. Lo había dejado en Madrid cuando decidió aceptar la oferta de un agente que prometió hacerla famosa. Sabía que el muchacho había quedado herido pues estaba enamorado de ella. Pero en esa época Amparito no se detenía ante nada y menos ante el amor de un joven sin futuro. Ella no creía en el amor.

Años después, para su sorpresa, lo reencontró en Buenos Aires, punto culminante de su exitosa gira. Porque sí lo había conseguido; había triunfado y Amparito se convirtió en la gran Amparo Calé, una de las grandes de la copla española.

Siempre recordaría a la mujer que una tarde se presentó ante ella implorándole que dejara a su marido. Jaime estaba casado y tenía familia. Su esposa, sumisa y decente, debió soportar la humillación de enfrentarla. Se sintió agredida pues la mujer dejaba bien en claro la diferencia entre ambas. Ella era una esposa ejemplar, sencilla, fiel y sumisa, en cambio Amparo era una mujer de moral dudosa, una rompefamilias. No pudo evitar atacarla con su lengua mordaz e hiriente, y la esposa de Jaime, soportando la agresión, le pidió dignamente que se apartara por el bien de sus hijos. Algo en esa mujer había tocado una fibra sensible que no sabía que tenía o, por lo menos, que hacía muchos esfuerzos por mantener oculta. Esa misma noche, plantó la gira y volvió a México.

Ahora la misma ciudad la protegía de otra huida. Una herida más antigua y más cruel volvía a surgir. No era la primera vez que intentaba escapar de su pasado, para darse cuenta, vencida, de que era inútil. Que lo que no se resuelve nos persigue toda la vida.

Debería haberlo resuelto en su momento.

Debería haberlo matado.

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