La mancha

Manuela Saiz

Fragmento

Prólogo

por Samantha San Romé

Las palabras me anteceden y me sobrepasan, me tientan y me modifican, y si no me cuido será demasiado tarde: las cosas se dirán sin que yo las haya dicho.

Clarice Lispector, La legión extranjera.

La poeta y ensayista Tamara Kamenszain habla del giro copernicano que, en la actualidad, desplazó el foco en la narrativa de la esfera del enunciado para ponerlo sobre la enunciación. Siempre es un acto de valentía poner la vida al servicio de la poesía, aunque esto sea inevitablemente ficcionalizar.

Leer a Manuela Saiz no es solo encontrarse con el contenido de un texto, sino principalmente es encontrar a la persona que escribe. Y por momentos, ir más al fondo, a ese lugar donde nos encontramos con nosotras mismas. Creo que de eso se trata la experiencia de la escritura-lectura: de conocernos y reconocernos con otras/ os por emociones, recuerdos y sentimientos comunes.

¿Quién no abrió alguna vez una caja musical y sintió nostalgia sin preguntar de dónde venía esa tristeza? ¿Quién no se siente seducida/o por los secretos del mar? En una especie de intimidad confesional, la Mancha ilumina el dolor, las ausencias, el abuso y reconstruye el terreno de lo familiar y lo femenino.

Para la autora, el deseo de narrar es el deseo de encontrarse con su abuela, con la mujer originaria de la propia historia, de la que están hechas las demás mujeres, incluso ella misma. Pero también, el deseo de encontrarse con su abuela puede ser el deseo de narrar, de desarmar la violencia, iluminar los secretos y construir un nuevo relato sobre el amor que tenga que ver con nosotras mismas y no con lo que nos enseñaron -porque nos recuerda: el amor es un relato- . Reinventar el amor en el feminismo que crece, en la flor que nace dentro nuestro y en la vida de la persona amada.

En “Las palabras”, Manuela manifiesta la imposibilidad de poder expresar a través del lenguaje todo lo que se sabe y en esa imposibilidad reside la necesidad de enfrentar a su padre y desarmar la violencia. Por eso, nombrar es siempre revolucionario. No por nada, Manuela le escribe a Ana Frank, su primer refugio literario, y dice: “Sueño que muchos la hacen vivir una y otra vez.” Porque si no decimos, como afirma Clarice, otros hablarán por nosotras. Pero ahora que estamos juntas, ahora que escribimos, no hay montaña que nos detenga.

Buenos Aires, marzo de 2019

BAILARINA DE CAJA MUSICAL

¿Alguna vez se detuvieron a pensar en cajas musicales? ¿Abrieron alguna vez un paréntesis mental para este maravilloso objeto? ¿Cuántas cajas musicales han sostenido entre sus manos a lo largo de sus vidas?

La sorpresa, de repente una caja, una simple caja, es abierta y esconde un universo. Si no suena de inmediato es porque se encuentra sin cuerda. No hay pensamiento, sólo acción. Nuestros dedos solitos y desesperadamente rápidos se van a dar rosca. Giramos más veces de las que son realmente necesarias. La caja empieza a sonar. Al principio con apuro. La maquinaria es un cilindro con puntos por los que pasan tiras metálicas. El cilindro gira constante y nos ofrece una melodía. Esa melodía siempre es más corta que lo anhelado. Lleva un largo rato salir del estado de emoción que produce. Melodías conocidas o melodías que escuchamos por primera vez, eso no importa. Su sonido se graba en nosotros. Sin notarlo tarareamos o silbamos una y otra vez su música.

La primera caja musical que tuve en mi vida fue un alhajero de mi mamá. Al abrirla, una mujer en puntas de pie daba vueltas con los brazos estirados. No sé por qué su música me resulta extremadamente triste. No sé qué fue de esa caja.

Antes de morir, mi abuela me regaló una caja musical rota. Jamás pude hacer que funcione. Desconozco su música pero la conservo hasta ahora. Era un objeto de su juventud, momento en que abundaban las cajas musicales. Esta era, además, un reservorio de polvo de maquillaje. Su exterior es blanco y negro, como un tablero de ajedrez y todavía tiene olor a talco. Me gusta volver a ella cada tanto. Sueño que algún día mis dedos tendrán la magia necesaria para que comience a sonar.

No hablé con nadie acerca de estos objetos. No se qué sentimientos provocan en los demás. Ni siquiera, si aún hacen cajas musicales. Todas las que conocí pertenecen al pasado, a la vida de otros dueños. Tal vez solo pueden ser heredadas.

Todas las cajas musicales me ponen un poco triste. Sé que son maravillosas y sospecho que la tristeza no habita en ninguna de ellas. La tristeza estaba en mí la primera vez que conocí una. Fue algo casual, supongo. Un objeto que produce sonidos con solo darle cuerda es extraordinario y puro. No fue creado para producir lágrimas. Me gustaría que me regalen una caja musical nueva. Me gustaría aprender a amarlas por lo que son en sí mismas, sin teñirlas con la angustia de lo que pasa en otros rincones de la vida.

JAMÁS ME DIJISTE

¿Cuántas veces te pregunté? ¿Cuántas? Cuántas veces te mire un rato largo, en silencio, hasta no aguantar más y lanzar al aire: ¿qué pensás? Jamás me diste esa llave.

Tu mirada mostraba sorpresa. Estabas en otro lado y volvías de golpe. Como una nena que hace macanas y la descubren. Sonreías para distraerme. La respuesta siempre fue una palmadita y un “pavadas hijita, pavadas”.

Yo sé que no, que no había pavadas. Había recuerdos, recuerdos poco felices, capaces de llevarse el brillo de tus ojos. Te ibas a otra época, a otro espacio. Esos recuerdos ya estaban en el pasado, los habías dejado atrás. Ya casi no te alcanzaban. Pero de tanto en tanto sobrevolaban tus pensamientos. Lo sé porque lo siento. Y sabés que lo siento. ¿Qué pensás? Jamás me dijiste... ¿qué pensás?

Siempre esperé con la esperanza de que algún día empieces tu relato. Como si el amor estuviese en un relato. Y el amor estaba en lo simple. Sentarnos a tomar mate en la galería de nuestra casa de playa. Estirar los pies, apoyarlos en el cantero. Que me cuentes cuál planta casi no soporta el invierno pero logr

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