Siempre nos estamos yendo

Verónica Sukaczer

Fragmento

5

—Mamá Pura quiere agua.

Unos minutos después Jaz volvió a aparecer y pronunció esas palabras. Yo estaba haciendo una lista mental de la cantidad de latas de comida y el cálculo de para cuántos días nos alcanzarían, y mi hermana regresó no sé de dónde, otra habitación, otra dimensión, de adentro de algún libro y dijo eso con su voz de niña. Y tan rápido como vino volvió a irse y yo me quedé en mi lugar, tratando de decodificar el mensaje. Mamá-Pura-quiere-agua. Había agua, por suerte. Y una vez habíamos conocido a una mujer llamada Pura. Una anciana que pasaba el tiempo sentada en la vereda bajo la única ventana de su casa, envuelta en un enorme mantón negro de lana, sin importar qué temperatura hiciera.

Pura vivía a dos puertas de la nuestra, y Jaz, que entonces tenía unos tres o cuatro años, pasaba muchas tardes junto a ella. Se hablaban, sí, de eso me acordaba. La mujer, acomodada sobre un banco de madera, se inclinaba y le hablaba muy bajo, casi al oído, mientras mi hermana hacía dibujos sobre el polvo de la vereda con un palito o ayudaba a desovillar alguna madeja. Pero siempre la mujer le estaba diciendo algo.

Cada tanto yo caminaba cerca de ellas como si tuviera que ir a algún sitio y de pronto daba media vuelta, regresaba sobre mis pasos y enseguida otra vez lo mismo, para intentar oír qué se decían. A veces me parecía que la mujer cantaba y otras que decía hijo, hija. Así me fui armando esta historia: la anciana había perdido a su único hijo, que había quedado detrás de algún muro y nunca había regresado. El muchacho, sin embargo, le enviaba cartas a su madre porque allí no había computadora ni teléfono y ella todo el tiempo las llevaba debajo de aquel mantón negro y se las leía a Jaz. O le cantaba las canciones que le había cantado a él, y en las partes de la canción que antes decía mi hijito, ahora decía hija, por mi hermana. Porque era vieja y se confundía y pensaba que el hijo había regresado, que era otra vez un niño y que estaba bien, a su lado.

No sé si algo de eso había sucedido, claro, pero esa fue la Pura que recordé cuando mi hermana dijo lo que dijo, y entonces lo más lógico fue pensar que ella también estaba confundida. Que con todo lo que habíamos pasado más el hecho de que aún no habíamos bebido nada, y la deshidratación te hace ver y oír cosas que no están ahí, Jaz estaba en shock. Así que abrí la primera botella y me prometí que le permitiría tomar más de los dos sorbos que había anotado en mi lista mental.

—¿Abro también una lata de frutas? —le pregunté.

—Mamá Pura solo quiere agua —insistió ella, y todo lo que deseé fue que mi hermana no quedara así para siempre, diciendo cualquier cosa.

*

Alguien en esa casa había usado los libros como ladrillos, y varias pilas en delicado equilibrio dividían el lugar. De este lado la mesa con el sillón, y del otro…

Ahora deliraba yo. Me quedé allí parada sin saber qué hacer a continuación. Incliné mi cabeza hacia un lado y hacia el otro como si el solo hecho de probar otro ángulo pudiera cambiar lo que estaba viendo, tal como había sucedido con la casa, desde afuera.

Pero aunque cerrara y abriera los ojos, aunque me dijera que aquello no era verdad, aunque me moviera apenas, todo seguía estando allí: el colchón en el suelo, la mujer, mi hermana.

Intenté explicármelo a mí misma: el colchón en el suelo, sobre más diarios, con más papeles y cajas alrededor, varias mantas, y debajo de ellas, la mujer. Una anciana parecida a Pura pero que no era Pura, eso seguro.

Muy blanca, muy pequeña, muy muerta.

Y como si aquella escena no fuera lo suficientemente siniestra, mi hermana se había recostado a su lado, tenía la cabeza apoyada sobre el hombro de la mujer, un brazo enredado en el brazo de ella, los ojos cerrados y una leve sonrisa dibujada en la boca.

Cuando pude dejar de ver cada detalle y observar la imagen completa, en verdad me resultó muy tierna. Y entendí. Jaz lo había ido perdiendo todo, lo único que le quedaba era esta hermana mayor que la tironeaba y la llevaba de un lado a otro sin pedirle opinión, siempre un poco fastidiada. En cambio, acurrucada junto a esa mujer que bien podía ser Pura o mamá o cualquiera de las mujeres que nos abrazaron alguna vez, se sentía en calma. Lástima que habíamos llegado tarde, lástima que esta mamá nueva ya se le había muerto.

—¿Y el agua? —preguntó mi hermana abriendo los ojos.

Le alcancé la botella y lo que pasó me perturbó aún más.

Jaz acercó el pico de la botella a los labios de la mujer, la ayudó a levantar la cabeza y le dio de beber. Y la mujer se movió apenas, suspiró, tomó un sorbo y derramó otro poco, y enseguida volvió a acostarse y siguió haciendo lo que estaba haciendo, parecer muerta. Pero todavía no lo estaba.

6

Me quedé todo ese día observando a la mujer y a Jaz hasta que la luz que se filtraba por el techo fue desvaneciéndose. Sentada sobre el piso sentía miedo, mucho miedo de darme vuelta, distraerme un segundo o levantarme y que la anciana le contagiara algo, la hiciera desaparecer debajo de su cuerpo pequeño e inmóvil, la obligara a morir junto a ella.

Mientras, me hacía una lista de preguntas. Quién era, por supuesto, pero esa no era la más importante, qué diferencia hacía un nombre u otro. Qué haríamos. Cómo la cuidaríamos, quién le daría de comer, la limpiaría. Qué pasaría con ella cuando nos fuéramos, porque quedarnos ahí no era una opción. Y qué podía pasar, porque… ¿y si la estaban buscando? ¿Y si ella esperaba a alguien y nos encontraban? Porque nadie estaba allí porque sí, y menos con todo ese equipaje. A menos que hubiera vivido siempre en ese sitio y no hubiera querido irse cuando hubo que marcharse, cuando las casas empezaron a deshacerse… De pronto me sentí infinitamente cansada. Ese cuerpo extraño apenas respiraba y ya me estaba dando un montón de trabajo. Pero qué podía hacer, nosotras necesitábamos de aquellas paredes, del techo agujereado, de las botellas de agua.

En algún momento a mí también se me cerraron los ojos y soñé con el fuego, las corridas, hasta que escuché una voz que me llamaba desde muy lejos y luego un eco que se hacía eco que se hacía eco…

*

Un rato antes de que saliera el sol me levanté e improvisé un desayuno con l

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