No digas nada

Sergio Marchi

Fragmento

SOUVENIR

Es una auténtica mañana de primavera en Buenos Aires y me subo a un taxi. Lo conduce un señor mayor que maneja despacio como todos los señores mayores que transportan pasajeros en un coche de alquiler. Hoy es el día siguiente al primero de sus conciertos en el Teatro Colón; quise ir, pero me agotaba el hecho de tener que mendigar una entrada: el resto de los mortales hacía lo mismo. Recuerdo aquella frase de la canción que decía que “todo se construye y se destruye tan rápidamente que no puedo dejar de sonreír”. Y sonrío.

En un semáforo, el señor mayor, cuyo nombre conoceré en algunas cuadras más y olvidaré en otras tantas, hojea el diario. Le pregunto si pasó algo nuevo en el mundo y el hombre me ofrece su periódico. Miro la tapa y me encuentro con Charly sobre el escenario del Teatro Colón, reluciente y divino. Hojeo de apuro la página cincuenta y nueve donde hay una crónica del concierto mezclada con lo que en periodismo se llama “una mula”. La mula permite que la nota sea precocinada con los datos sabidos de antemano, y cerrada al calor de los acontecimientos a la hora del cierre. Parece que a Charly le fue bien. Como siempre, se llegó a esta instancia no con el relajamiento de la planificación y el cumplimiento profesional, sino con marchas, contramarchas, caos y dificultades. ¿Cómo lo sé? Siempre hay alguien que viene y me cuenta: junto los relatos y saco las cuentas.

Se me hace que el señor que maneja el taxi es tan mayor que no debería ni conducir un transporte público (el taxi lo es, aunque muchas veces parezca un artículo de lujo) y que seguramente Charly García no será de su agrado.

—¿Vio? —le digo, preparando el terreno para la queja—. Parece que a Charly García le fue muy bien en el Colón.

—No me interesa nada que tenga que ver con ese atorrante —me responde, en un tono que delata un poco de indignaciones vencidas y cierto desdén por lo actual. No hay bronca, no hay odio: es un rezongo con la ecualización alta.

—Dice el diario que el concierto estuvo bueno —lo sigo buscando.

—A ese atorrante yo lo conozco de cuando vivía en una pensión, no de cuarta, ¡sino de sexta! Acá nomás, en Julián Álvarez y Soler. Yo tenía una carnicería y él andaba por ahí con Sui Generis (sic) y las remeras rasgadas esas que usaba. Tenía una novia de lo más linda, pero ¿sabe lo que pasaba? Era hippie. Como él.

—Y claro —le digo yo, haciéndome el otario—, eran otros tiempos.

—La chica siempre me venía a comprar pollo para el Charles (sic), y una vez me preguntó cómo se hacía un pollo al horno. Entonces yo más o menos le expliqué, que tenía que lavar bien el pollo, que tenía que ponerle limón, un poco de condimento, servirlo con unas papitas, no dejar que se quemara. Esas cosas. A los pocos días viene y me pregunta: “¿Quiere saber qué pasó con el pollo?”. Se lo habrán comido, supuse. Pero me dijo que no, porque lo cocinó con los menudos adentro y se le quemó el plástico, la bolsa con los menudos, y salió horrible.

Yo tenía curiosidad de seguir indagando; saber quién era la chica, si se trataba de María Rosa Yorio o de otra novia que Charles supo tener; dónde estaba la carnicería (Soler entre Acuña de Figueroa y Medrano), dónde estaba la pensión de sexta, si aún existía (pasé por el lugar y encontré un hotel familiar, aunque no fui más allá). Pero el viaje se me acababa y me estaban esperando. El conductor, cuyo apellido era Marchiotti o Marchiolli (no pude dejar de reírme ante la coincidencia), me contestó que no recordaba el nombre de la chica. Le pagué el viaje.

—Lo que me acuerdo es que esa chica, una vez, estuvo en el programa de Pinky y le preguntaron qué era lo mejor que había hecho en la vida. ¡Y ella dijo que estar con Charles! Si eso era lo mejor, ¡no quiero saber qué fue lo peor!

¿Y qué iba a hacer? Me reí también.

Transcurridos dieciséis años de su edición original, este libro vuelve a manos del público. Una de las preguntas que más me hicieron en los últimos años a través de Twitter o Facebook fue: “¿Dónde puedo conseguir tu libro de Charly?”, a lo que me veía obligado a responder que estaba agotado, y que no, que yo no tengo libros para vender. En una conversación con Juan Ignacio Boido de Random House resolvimos, entonces, ponerlo nuevamente en circulación, de la misma manera en que muchos discos clásicos se remasterizan y vuelven a estar en valor.

La otra pregunta que me veía obligado a responder era si lo iba a actualizar. Y esa era la más difícil porque su respuesta depende de condiciones objetivas y subjetivas que escapan a mi dominio. No Digas Nada nació por un deseo de Charly y una serie de coincidencias que me llevaron a escribirlo y publicarlo en 1997. Cuatro años de seguir a Charly por donde fuese me recompensaron con un cúmulo de experiencias que, además de servir al propósito de escribir este libro, me ayudaron a crecer y a afrontar determinadas circunstancias de mi vida. Fue un libro feliz, un libro querido, y un libro cuidado tanto por el biógrafo como por el biografiado.

Cuando por primera vez fue un libro agotado (2006), se me propuso una actualización para ser lanzada a diez años de la publicación original. Me pareció que era pertinente; muchas cosas habían sucedido y el texto estaba quedando viejo. Si bien una biografía no envejece, cuando el sujeto que la anima está vivo queda desfasada frente a la actualidad. Charly no había concluido el proceso que transitaba, pero tampoco era cuestión de ponerse a esperar, porque parecía que no lo haría nunca o lo haría de la peor manera: muriéndose. Así estaba la cosa, como habrán podido leer. Su pellejo era algo ya amortizado en el inconsciente colectivo; su piel real sufría, su prestigio de artista había desaparecido; en su entorno —tan criticado, tan bastardeado, tan manipulado, tan mal entendido, tan cambiante—, no había casi nadie. Charly echó a varios y otros tantos se desanimaron. Yo me fui en fade, como “Total Interferencia”, una de sus grandes canciones; tuve hijos, trabajos, peloteras, otros libros: otra vida distinta de la que posibilitó que nos encontráramos. Y para ser sincero con el lector, yo también me había desalentado. Sobre todo cuando logré verlo para la reactualización de 2007 y noté su desinterés sobre eso que alguna vez nos unió: este libro.

La fase cerró en la provincia de Mendoza con el famoso incidente que derivó en la detención más pública y humillante de la que tenga memoria el mundo del espectáculo. “Maradona en Caballito” era una partida del TEG comparado con lo que Charly sufrió. Algún día quizás pueda contar varios detalles de todo ese tiempo, pero no es este el momento ni el lugar. Cuando vi el desamparo en que Charly se encontraba tuve el acto reflejo de ir a Mendoza a ayudarlo. Eso me puso ante varias disyuntivas morales. ¿A título de qué? ¿Como amigo, como periodista, como biógrafo? ¿Para salir en los medios, para robar cámara, para ser protagonista de una gesta? ¿Cómo reaccionaría Charly? ¿Sería oportuna mi llegada? Y si tenía éxito, ¿cómo seguiría la historia? ¿Cómo haría que Charly se re

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