Créditos
Título original: Into the Still Blue
Traducción: Juanjo Estrella
1.ª edición: abril 2015
© 2014, Veronica Rossi
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
DL B 9375-2015
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-074-1
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
1. Aria
2. Peregrino
3. Aria
4. Rugido
5. Aria
6. Peregrino
7. Aria
8. Peregrino
9. Aria
10. Peregrino
11. Aria
12. Peregrino
13. Aria
14. Peregrino
15. Aria
16. Peregrino
17. Aria
18. Peregrino
19. Aria
20. Peregrino
21. Aria
22. Peregrino
23. Aria
24. Peregrino
25. Aria
26. Peregrino
27. Aria
28. Peregrino
29. Aria
30. Peregrino
31. Aria
32. Peregrino
33. Aria
34. Peregrino
35. Aria
36. Peregrino
37. Aria
38. Peregrino
39. Aria
40. Peregrino
41. Aria
42. Peregrino
43. Aria
44. Peregrino
45. Aria
46. Aria
47. Aria
48. Peregrino
49. Aria
50. Peregrino
51. Aria
52. Peregrino
53. Aria
Agradecimientos
Dedicatoria
Para Michael
1. Aria
1
Aria
Aria se incorporó de un respingo, con el eco de unos disparos resonando en sus oídos.
Desorientada, parpadeó, inspeccionando lo que la rodeaba, pasando la mirada por las paredes de lona, por los dos camastros y por la acumulación de baúles de almacenaje, hasta reconocer al fin la tienda de campaña de Perry.
El dolor le recorría, uniforme, el brazo derecho. Bajó la vista para contemplar el vendaje blanco que se lo cubría desde el hombro hasta la muñeca, y sintió un hormigueo de temor en el estómago.
Un guardián había disparado contra ella en Ensoñación.
Se pasó la lengua por los labios resecos, y, al hacerlo, notó el regusto amargo de los analgésicos. «Tú inténtalo —se dijo—. No puede ser tan difícil.»
Notó una cuchillada de dolor en lo más hondo del bíceps al tratar de cerrar el puño. Sus dedos apenas se movieron. Parecía que su mente hubiera perdido la capacidad de comunicarse con su mano, que el mensaje transmitido se perdiera en algún punto de la extremidad.
Se puso en pie, tambaleante, y aguardó un momento a que la sensación de mareo remitiera. Se había metido en aquella tienda muy poco después de que, con Perry, llegaran allí días atrás, y desde entonces no había salido. Pero ya no podía permanecer en ella ni un segundo más. ¿Qué sentido tenía, si no estaba mejorando lo más mínimo?
Sus botas se encontraban sobre uno de los baúles. Resuelta a encontrar a Perry, se las puso; lo que, con una sola mano operativa, le planteó todo un reto. «Qué cosas más tontas», murmuró. Lo intentó con más empeño, y el dolor del brazo se convirtió en quemazón.
—No le eches la culpa a las pobres botas.
Sosteniendo una lámpara en una mano, Molly, la sanadora de la tribu, retiró las cortinas de lona que daban acceso a la tienda. De formas redondeadas y cabellos blancos, no se parecía en nada a su madre físicamente, aunque sí en su personalidad pues, como ella, era constante y responsable.
Aria acabó de encajar los pies en las botas —nada como contar con público para motivarse—, y se plantó en el suelo más recta.
Molly dejó la lámpara sobre el montón de baúles y se fue hacia ella.
—¿Estás segura de lo que haces? ¿No deberías seguir guardando reposo?
Aria se colocó el pelo detrás de la oreja, al tiempo que se obligaba a respirar más despacio. Un sudor frío había empezado a cubrirle el cuello.
—De lo que estoy segura es de que me volveré loca si sigo metida aquí un minuto más.
Molly sonrió, y sus mejillas redondas brillaron a la luz de la lámpara.
—Hoy ya he oído ese mismo comentario varias veces. —Acercó la mano áspera a la mejilla de Aria—. Te ha bajado la fiebre, pero debes seguir tomándote la medicación.
—No. —Aria negó con la cabeza—. Estoy bien. Y cansada de estar siempre dormida.
«Dormida» no era la palabra exacta. De los días pasados conservaba algunos recuerdos difusos de ascender desde un abismo de negrura para tomarse las medicinas y algún que otro sorbo de caldo. A veces Perry estaba allí, sujetándola y susurrándole al oí