Índice
Portadilla
Índice
Cita
Dejad a los niños tranquilos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Todos somos uno
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Los diez grandes éxitos de Dios
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Todos los aviones del mundo
Capítulo 50
Capítulo 51
Sobre el autor
Créditos
Grupo Santillana
«Prefiero ser flaco que famoso.»
JACK KEROUAC
DEJAD A LOS NIÑOS TRANQUILOS
1
—¿Y ahora qué?
No sabía muy bien a qué se refería. Llevaba toda la mañana con el estómago revuelto. Con un dolor en el estómago. Un dolor agudo, como un clavo. Lo sé porque me lo dijo ella misma antes de darme la pistola. La pistola no era suya. Eso se dijo, pero no era cierto. La pistola era de él. Se dijeron muchas tonterías, da igual, era de él. Seguro. Una pistola grande, automática, negra.
—No se mueve.
—Ni se moverá, está más muerto que yo.
—Tú no estás muerto.
—Lo estaré.
Tenía razón. Dos horas después le pegaron tantos tiros que hacía falta quererle mucho para ir a mirarlo. Mamá no fue. Nadie le quería mucho. Nadie le quería nada. Ella tampoco. Ella había visto todas esas películas de asesinos juveniles. Estaba en babia. Pero de eso al amor hay un paseo.
—No da asco.
—No.
—Tampoco da mucha pena.
—Da lo que da, vámonos de aquí.
Subió al coche, se acordó de mamá, seguro, se acordó de mamá diciendo: Algo me dice que todo esto estará limpio mañana. Arrancó el coche y dijo:
—Algo me dice que esto no va estar limpio mañana.
2
Cuando alguien me pregunta, los de la tele por ejemplo, siempre digo que no me parecía nada bien lo que hacía. Porque es la verdad y porque a mamá le daría algo si se me ocurre no decir eso. Pero, las cosas como son, mal no me caía. Además, qué coño, era mi hermano. Los de la televisión son la hostia. Mira que hacían preguntas. Preguntas estúpidas, además. Que si alguna vez me disparó. ¡