Eva Perón

Loris Zanatta

Fragmento

Introducción

¿Por qué una nueva biografía de Eva Perón? ¿Se siente acaso la necesidad? ¿No son ya demasiadas las que hay, tanto si se opta por tomarlas en cuenta a todas, hasta las más toscas, como si se consideran sólo las buenas y sólidas? ¿Y no es así hasta el extremo de que escribir sobre Eva equivale hace tiempo a dejarse andar por el mar de la literatura, o de la mitología? Son interrogantes ineludibles para un libro como éste, pero sería inútil andar dando vueltas en torno a ellos. El que lee será ciertamente quien en última instancia diga si ha valido o no la pena. Entretanto, nos parece honesto anticipar algunas respuestas.

Un primer y, aunque sencillo, inmejorable motivo para dedicar un nuevo libro a Eva Perón es que de su vida queda mucho por conocer y relatar: episodios, circunstancias, pero también momentos clave de su biografía. Rasgos, en suma, que al ser reconstruidos nos obligan a modificar el perfil que de ella teníamos, y nos fuerzan a releerlo y repensarlo. De modo que sobre Eva Perón es posible contar una historia nueva, o por lo menos distinta. ¿Y no es ése, antes que algún otro, el cometido del historiador? Con mayor razón aun si, como tal, percibe el desafío de los mil intentos de escamotearles —a él y a la historia— la figura de Eva, ya sea proyectándola al campo de la metafísica o fosilizándola en su mito, como una crisálida atrapada en el ámbar. Por supuesto que es lícito estudiar el mito de Eva y la devoción que Eva despierta; ambos elementos son clave para comprender su definitiva inserción en la historia. De hecho, historiadores y sociólogos, antropólogos y lingüistas, teólogos y escritores de novelas se han abalanzado en bandadas sobre uno y otro elemento. Pero de Eva conviene también desmenuzar su pasado: ciertamente no para destruir el mito, que tiene vida propia y suele prescindir del apoyo de la historia, sino para saber y comprender quién fue, qué hizo, qué consecuencias tuvieron sus actos, qué ha dejado en herencia, y diría aun más: qué dilemas universales evoca su breve e intensa vida, tan única y terrenal al hacer aparición en su época y en su mundo. Pues si bien es cierto que el mito de Eva Perón forma parte de su historia, y pretender escribir ésta dejándolo de lado equivaldría a falsearla, también es verdad que si en virtud de ello uno se limitara a escribir la historia de su mito, desencarnándola de lo que ella fue e hizo, la falsearía aun más. Pues bien, de eso justamente se ocupa ante todo el presente libro, al cual poco importa el vaticinio de Hernán Benítez, el religioso de quien Eva conservaba, como se verá, profundas reminiscencias en muchas de sus acciones y palabras. Benítez dijo que a un historiador se le escaparía justamente aquello que la hacía “grande ante la faz de Dios”; a nosotros debe bastarnos saber cómo y por qué llegó a ser tan poderosa y tan popular entre los hombres de su tiempo. Y Eva se alegraría de esto: sus palabras y sus actos todos hacen evidente lo mucho que le importaba quedar esculpida en la historia.

Un segundo buen motivo para escribir un nuevo libro sobre Eva Perón es que nunca me han convencido del todo los que ya están disponibles. En algunos casos, las razones son obvias: fueron escritos para idolatrar o demonizar, para absolver o condenar, no para comprender y analizar. Aun en los mejores me da la impresión de que se escaparan ciertos aspectos fundamentales para poder dar una imagen completa de Eva y de su paso por la historia, que faltara una lectura de conjunto atenta a contextualizarla en el mundo que le tocó vivir. Quiero dar algunos ejemplos, que el texto aclarará.

Tenemos el caso de Eva como política, en todas sus incursiones, en modo alguno episódicas o caprichosas sino, por el contrario, constantes y sistemáticas en cada uno de los núcleos vitales de la vida pública, de la economía al trabajo, de la política exterior a la justicia, los deportes y el mundo del espectáculo. Tenemos el nacimiento político de Eva, más precoz de lo que se cree, y paralelo al del mismo Perón. Están sus “ideas”, sus consejeros, su mundo espiritual en sentido amplio, y el cordón umbilical que la unió al universo y al imaginario del nacionalismo católico. Está su relación con Perón, clave de su poder, que ciertamente no era de subordinación ni de dependencia, como muchos se obstinan en afirmar, sino de inevitable y creciente competencia. Está la cuestión del lugar que ocupa en el movimiento peronista y en su historia; un lugar mucho más amplio y nuclear de lo que suele creerse, hasta el punto de haber sido precisamente ella quien lo plasmó en gran medida. Por fin, está también la relación de Eva con la caída de Perón; en ese punto pienso, al contrario de cuanto sostiene la versión canónica, que de ninguna manera se trató de que el régimen perdiera fuerza por no contar ya con la presencia de ella, sino que más bien Perón cayó porque había terminado siendo el prisionero de la herencia política que ella le había dejado en herencia.

Un tercer y último motivo válido para querer escribir una biografía política de Eva Perón es que su trayectoria, aun en la exasperada unicidad que la caracteriza, resulta muy a propósito para confrontar en ella todos los puntos clave de la edad contemporánea. Vale decir que la historia de Eva puede muy bien convertirse en el hilo de Ariadna que conduce hasta los más retirados e íntimos rincones de un imaginario social antiguo, y permite que lo observemos en su pugna con la modernización, sea del tipo que fuere. La naturaleza del poder de Eva, y su manera de ejercerlo, así como su popularidad y la forma en que ésta se expresó, imponen reflexiones de significativo valor acerca de las relaciones entre modernidad y tradición, política y religión, individuo y comunidad, integración social y democracia política, y otras muchas cuestiones. En tal sentido, su historia es una interesantísima incursión a las entrañas de una cultura política, de una cosmología religiosa y una antropología social de sólidos rasgos comunes dentro del amplio radio de lo que podríamos llamar “el Occidente latino”; es decir, de un mundo empapado en los usos, los valores y las creencias típicos de una catolicidad a veces consciente y sentida, y otras veces instintiva e inconsciente, aunque sedimentada por el transcurso de los siglos. Tal es el hilo que han de recorrer estas páginas, claro que sin llegar al extremo de la obsesión, vale decir, sin imponer una pétrea capa de oprimentes conceptos sobre el curso de la historia de Eva sino asomando siempre a lo largo de ella, como un paisaje que de a ratos se entrevé a través de una ventana abierta.

A esta altura es preciso decir algo sobre las fuentes, en resumidas cuentas sobre el material que ha sido empleado para edificar esta historia. Al respecto conviene empezar por ejercer un acto de claridad y honradez: la historia de Eva Perón está apoyada, y seguirá estándolo siempre, sobre bases precarias, sobre la sensibilidad y la maestría que el historiador sepa emplear para recomponer el intrincado mosaico de sus actividades. No hay ni ha habido jamás ninguna oculta mina de oro que pueda revelar el secreto de esa historia, ni existe la nutrida

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