1982

Juan B. Yofre

Fragmento

Introducción. Operación cáliz envenenado

INTRODUCCIÓN

OPERACIÓN CÁLIZ ENVENENADO

Alguna vez tuvimos una Patria, ¿recuerdas?

Y los dos la perdimos.

JORGE LUIS BORGES,

prólogo de Canto a Buenos Aires,

de Manuel Mujica Láinez

El 2 de diciembre de 1982 los integrantes de la Junta Militar que reemplazaron a Leopoldo Fortunato Galtieri, Jorge Anaya y Basilio Lami Dozo decidieron constituir una comisión que examinara las responsabilidades militares, políticas y estratégicas en el conflicto del Atlántico Sur. Al frente de esa comisión fue nombrado el teniente general (R) Benjamín Rattenbach y estuvo integrada por el general de división (R) Tomás Armando Sánchez de Bustamante, el almirante (R) Alberto Pedro Vago, el almirante (R) Jorge Alberto Boffi, el brigadier general (R) Carlos Alberto Rey y el brigadier mayor (R) Francisco Cabrera. Los más importantes actores del conflicto fueron interrogados durante largas jornadas. Algunos respondieron por escrito, porque se encontraban en el exterior cumpliendo un destino de su fuerza. Los más tuvieron que comparecer en persona. A decir verdad, el dictamen final y las sentencias de la Comisión Rattenbach fueron entregados a la Junta Militar que integraban Cristino Nicolaides, Rubén Franco y Augusto Jorge Hughes, antes de que asumiera Raúl Ricardo Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983. Algunos fueron sancionados con penas “graves” (muerte o reclusión perpetua).

Frente al peso de lo que se expuso ante la Comisión, la decisión del teniente general Cristino Nicolaides fue no asumir ni comprometerse con lo dictaminado por los jueces, para transferirle el regalo al nuevo presidente constitucional y crearle un problema con las Fuerzas Armadas. La operación poisoned chalice (cáliz envenenado) fue desbaratada dentro de su propia fuerza, donde menos lo esperaba el comandante en jefe del Ejército. El documento “ultrasecreto” que revelaba las conclusiones (no los interrogatorios) fue vendido a un semanario, luego de algunas negociaciones que se realizaron en el Petit Paris, una confitería pegada al Círculo Militar. Los que vendían estaban adentro del Círculo y los otros en el café. Entre ambas partes se movió un intermediario cuya única motivación era evitarle un problema al próximo mandatario. Finalmente, se acordó un precio que fue pagado dentro de un automóvil —oh, sorpresa— Mercedes Benz que se estacionó por unos minutos en avenida Santa Fe y Maipú. Para algunos, la retirada del poder, en desbandada, fue la ocasión para un negocio. La revelación del documento provocó un escándalo, y como explicación se habló de un “hallazgo” en el baño de caballeros del Bar Bárbaro de la cortada Tres Sargentos, luego de una llamada anónima a la redacción del semanario en cuestión. Era una tomada de pelo y Nicolaides era un personaje ideal para tomarlo en broma. Antes de salir la edición de la revista a la calle, el doctor Alfonsín fue informado acerca de lo que se iba a publicar. El intermediario se encontró con un hombre de su intimidad, próximo a asumir, en el Hotel Panamericano.

La gran mayoría de los que pasaron ante los integrantes de la Comisión Rattenbach no contaron toda la verdad acerca de las motivaciones que llevaron a la recuperación/invasión del 2 de abril de 1982. Tampoco pusieron sobre la mesa los documentos que dieron origen a la “aventura militar”, tal como la calificó el alto tribunal castrense. Hay enormes lagunas que hoy se pretende llenar a través de inéditas pruebas documentales que salen a la luz tras treinta años de resguardo.

1982 deja prácticamente de lado lo tratado dentro de la Comisión Rattenbach, porque se basa en otros documentos que están relacionados directamente con los comandantes Galtieri, Anaya y Lami Dozo. También, paralelamente, aparecen los informes de la cancillería argentina y las confesiones de sus funcionarios, especialmente Nicanor Costa Méndez (cuyo relato oral es incompleto, por decir lo menos). Todo merece conocerse porque la derrota de Malvinas marcó el fin del Proceso de Reorganización Nacional y el comienzo de una nueva era. Malvinas se convirtió en un inmenso castigo para todos; una gran lección para los militares y la enorme porción de la sociedad que los apoyó de buena fe hasta último momento. Malvinas no es el único eslabón de una cadena de fracasos que llevó a la Argentina a desconectarse del mundo. Antes del 2 de abril de 1982 y después de ese día existieron otros procesos similares, aunque no iguales. Profundizar estas cortas palabras llevaría el texto hacia el ensayo y no es ése el género de este libro. 1982 no es un libro antimilitar; intenta avanzar sobre la sociedad, de allí que constituyan un espejo de la misma las encuestas (sondeos de opinión) que realizaba la Junta Militar en pleno desarrollo del conflicto.

Entre aquellos que tuvieron que testificar se encontraba Eduardo Roca, embajador argentino ante las Naciones Unidas cuando se invadieron las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Era una figura del establishment, un exitoso abogado de empresas extranjeras. Había sido embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) durante el gobierno de facto del teniente general (R) Juan Carlos Onganía. Aceptó ir para exponer los argumentos argentinos sin tener un acabado y refinado manejo del inglés, el lenguaje que más se utiliza para comunicarse entre funcionarios y diplomáticos dentro del Palacio de Cristal de Nueva York. No sería el primero. Era íntimo amigo del canciller y pariente político de un hombre de extrema confianza de Nicanor Costa Méndez.

Ante la Comisión Rattenbach, Roca va a contar que el 16 de febrero de 1982, con motivo de despedirse antes de partir a su destino, el presidente Galtieri le dijo: “Voy a tomar Malvinas”. Para esa época, como verá el lector conforme avance en el texto, la decisión ya estaba tomada y el planeamiento militar se encontraba en pleno desarrollo. El 13 de abril de 1983, a las 9.30, bajo juramento, Costa Méndez volvió a ser interrogado por la Comisión. En esa ocasión, frente a contradicciones en sus primeros dichos que habían sido expuestas por otros convocados, Costa Méndez relató que “cuando se designó al embajador Roca, en la mayor reserva, pedido el juramento del caso, y con autorización del presidente —porque yo no tenía autorización para comunicar a nadie esa decisión—, informé a Roca que debía estar preparado para que se produjera esta posibilidad, que no tenía seguridad de que se iba a producir ni cuándo se iba a producir, por más que el doctor Roca me hizo referencia a que, por una conversación con el general Galtieri, a él le había dado la impresión de que estaba más decidido de lo que yo pensaba que lo estaba. Entonces, puse al doctor Roca en la Dirección, en la así llamada Dirección de Organismos Internacionales, en un cuarto, con un secretario ayudante, para que comenzara a planear todo lo que era necesario realizar…

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