Patria o medios

Edi Zunino

Fragmento

Introducción

BIENVENIDOS A LA NO REALIDAD

¿Qué sucede cuando en una narración el autor pone, como un elemento del mundo real (que sirve de trasfondo al mundo posible de la ficción), algo que en el mundo real no existe y que nunca se ha verificado?

UMBERTO ECO

El jueves 15 de diciembre de 2005, poco antes de las siete de la tarde, Néstor Carlos Kirchner se descalzó los mocasines y se paró encima del Sillón de Rivadavia. Visiblemente eufórico luego de anunciar con bombos y platillos la cancelación de la deuda argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI), señaló el cuadro de José de San Martín colgado en el despacho presidencial y avisó:

—Dentro de cien años, en ese marco voy a estar yo.

Ninguno de los pocos leales que observaban la escena se atrevió a tomársela en broma. Sus propios futuros estaban amarrados a la construcción de ese relato épico y tenían demasiado trabajo por delante. Fue justo entonces que Kirchner les desglosó por primera vez el eje central de su proyecto político: permanecer un mínimo de cuatro mandatos seguidos en el poder, alternando el ejercicio de la presidencia con su esposa, Cristina Elizabeth Fernández, hasta 2019.

El ambicioso plan, estimulado por la inexistencia de una oposición considerable, dependía básicamente de enamorar a una población divorciada de su dirigencia con la idea de que una nueva Argentina, próspera y justa, por fin estaba naciendo. La catástrofe económica y social de 2001, con su emergente reclamo masivo de “que se vayan todos”, aún estaba fresca. Y quien venía de gobernar con mano firme durante doce años consecutivos la lejana provincia de Santa Cruz acababa de ser ovacionado en el Salón Blanco de la Casa Rosada por gobernadores de todos los signos partidarios, empresarios de la industria y el agro, banqueros, sindicalistas, luchadores por los derechos humanos, piqueteros y embajadores de una América del Sur que giraba a la izquierda tras los destrozos del neoliberalismo. Era como si David hubiera vuelto a vencer a Goliat… mediante el pago cash de 8.910 millones de dólares al FMI.1

Claro que, para garantizar un éxito rutilante a largo plazo, el matrimonio Kirchner debía reinventarse a sí mismo.

Su apoyo a Carlos Saúl Menem durante la primera mitad de la década del 90 había resultado crucial en asuntos tan estratégicos como las privatizaciones del petróleo y los fondos jubilatorios, así como en la reforma constitucional que habilitó la reelección del caudillo riojano en 1995. Mucho antes de eso, habían amasado una más que interesante fortuna en Río Gallegos gracias a sus habilidades para los negocios inmobiliarios, desplegadas con eficacia durante los oscuros años de la última dictadura militar. En lo que significó la etapa más encomiable de su gestión presidencial, Néstor K, con el respaldo de un expectante consenso ciudadano y la vehemencia parlamentaria de Cristina, destronó a la Corte Suprema de Justicia menemista, puso en marcha un nuevo mecanismo para el nombramiento de jueces a través del Consejo de la Magistratura, reimpulsó los estancados procesos penales contra los ya ancianos responsables de la represión ilegal en los 70 y cuestionó las malas artes de la “vieja política” promoviendo una alianza “tranversal” entre los “mejores exponentes” de los distintos partidos políticos, con lo cual restituyó cierto prestigio a la investidura presidencial.

Nada de ello hubiera surtido efecto positivo alguno, sin embargo, de no haberse dado el constante crecimiento de la economía a tasas chinas que, traccionado por los milagrosos precios internacionales de la soja y un dólar a 3 pesos, permitió el paulatino descenso de los índices de desempleo y, en definitiva, el cumplimiento de la primera etapa del plan, en diciembre de 2007, cuando CFK llegó con el 45 por ciento de los votos al sillón que su marido utilizara de podio para profesar, en medias, aquellas ensoñaciones sanmartinianas.

He ahí el drama de los Kirchner. El ingreso en la historia suele ser algo mucho más complicado de planificar que un triunfo en las urnas, lo cual en sí ya es complicado. Más que los votos de circunstanciales mayorías, alcanzar semejante meta requiere de multitudinarias, fervorosas y permanentes veneraciones. Éstas se mostraron esquivas en abril de 2003, cuando Don Néstor alcanzó la presidencia pese a salir segundo con un escaso 22,4 por ciento de los votos detrás de Menem, quien decidió no presentarse al ballottage. Incluso en octubre de 2007, cuando su señora se impuso gracias a la excelente performance electoral del hasta entonces vicepresidente de la Nación, Daniel Scioli, en la provincia de Buenos Aires. Y mucho más en las legislativas de junio de 2009, cuando Kirchner, Scioli y todo el kirchnerismo junto perdieron por dos puntos y algunas décimas en territorio bonaerense frente al empresario neoperonista Francisco De Narváez, quien, vaya paradoja, es dueño de un canal de TV, una radio y un diario.

Las pretensiones hegemónicas del matrimonio pingüino siempre fueron inversamente proporcionales a su intrínseca debilidad para encolumnar detrás suyo a amplias capas de la sociedad a nivel nacional, empezando por la escurridiza clase media. Personalistas y genéticamente reactivos a las críticas, los K desembarcaron en Balcarce 50 convencidos de que, reproduciendo a gran escala su experiencia santacruceña, es decir, a través del férreo control de las finanzas públicas, el aparato del Estado y los medios de comunicación, imponer su relato de la realidad sería sólo cuestión de tiempo. Pronto se descubrirían promotores y esclavos a la vez de una “no realidad”2 que, aunque condenada a chocar más temprano que tarde contra las vivencias cotidianas de los argentinos, terminaría obsesionándolos con la idea persecutoria de que los diarios, las radios y los canales de televisión presentan deliberadamente mal las noticias, hasta considerar a los medios como la verdadera oposición o, directamente, como los principales enemigos de la democracia.

Desde el vamos, los Kirchner se presentaron en público como los grandes editores de la actualidad argentina.

Cuando le pagaron al FMI hicieron muchísimo más que eso: inauguraron el “desendeudamiento” del país, sacándolo del “infierno”, depositándolo en el “purgatorio” y prometiéndole el “paraíso” a condición de que ellos continuaran en el poder. La deuda externa, sin embargo, siguió creciendo a pasos dantescos.

Ni bien la inflación empezó a causar estragos en los bolsillos populares, intervinieron el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) y cambiaron el método para medirla. Los precios y la pobreza sólo bajaron en los números oficiales.3

Uno de sus recurrentes caballitos de batalla ha sido la justa distribución del ingreso, pero hasta los economistas del oficialismo aceptaron que la participación de los asalariados en el producto bruto era menor en 2009 que durante la hecatombe de 2001 y aún más baja que en 1998, en pleno auge del “capita

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