Enemigos íntimos

Guido Braslavsky

Fragmento

INTRODUCCIÓN

El domingo 1º de abril de 2007, policías estadounidenses golpearon a la puerta de una bonita casa de dos plantas en The Plains, Virginia, un apacible y bucólico poblado de doscientos vecinos enclavado en una zona rural, 80 kilómetros al oeste de Washington. Es probable que el caniche del matrimonio argentino dueño de casa, haya ladrado mientras los policías se llevaban detenido al hombre de 59 años, sobre el que pesaba un pedido de extradición de la Justicia argentina. Un mes y medio después, vestido con un mameluco verde oscuro en cuya espalda llevaba estampado en grandes letras blancas su condición de “Prisoner”, el hombre compareció ante la Corte Federal de Alexandria, Virginia, acusado de haber falseado su solicitud de visa en Buenos Aires, al ocultar que había estado arrestado en 1987.

Se trataba de Ernesto Guillermo Barreiro, alias “Nabo”, el ex mayor del Ejército cuya negativa a presentarse en la Justicia había detonado la crisis militar de la Semana Santa de 1987, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Barreiro había sido destinado desde principios de 1976 al Sector de Operaciones Especiales del Destacamento de Inteligencia 141, en Córdoba. Sobrevivientes de La Perla lo sindicaban como el jefe de los torturadores en ese centro clandestino y estaba acusado de decenas de casos de torturas, desapariciones y asesinatos. En 2004 había huido del país poco antes de que se le dictara una orden de captura. Se instaló con su esposa Ana Delia Maggi en The Plains, donde abrió primero en su casa un negocio de arte y artesanías, y más adelante un local en el centro comercial del pueblo, Pampa’s Corner, de venta de artículos de cuero argentinos y souvenirs con motivos de tango.

El 30 de octubre, tras pasar seis meses en prisión por fraude migratorio, Barreiro fue deportado desde los Estados Unidos. Un año después seguía preso en Campo de Mayo, en la unidad 34 que aloja a tres decenas de procesados y condenados por delitos de lesa humanidad, entre ellos al ex dictador Jorge Rafael Videla.

Para la época de su regreso forzado al país, habían pasado dos décadas desde aquella Semana Santa. El mayor que se había declarado en rebeldía, y ocultado en el Regimiento 14 de Infantería Aerotransportada de Córdoba, con complicidad de sus superiores, mientras Aldo Rico y los carapintada se sublevaban en Campo de Mayo exigiendo una “solución política” a los juicios por la represión ilegal, ya no tenía camaradas que, como en aquella oportunidad, lo defendieran y se defendieran. Porque, como se le atribuyó haber dicho a Barreiro en 1977, “sólo estarán limpios los nuevos subtenientes que salgan el año próximo del Colegio Militar”.

Veinte años transcurridos habían producido un abismo. Los militares habían perdido poder político, asumían su rol profesional en democracia y el recambio generacional los alejaba del compromiso con el pasado de quienes habían actuado en la dictadura, aun cuando hubiesen sido educados en la justificación de la “lucha antisubversiva”.

Este libro pretende narrar el proceso que se inició en mayo de 2003 con la llegada a la presidencia de Néstor Kirchner, un ignoto gobernador patagónico de óptima relación con las Fuerzas Armadas en su provincia, que fuera de la mayoría de las previsiones, arrancó su mandato con una purga de mandos sin precedentes, impulsó la reapertura de las causas judiciales por la represión ilegal y abrió un período de fuerte confrontación con los militares, reivindicando al mismo tiempo a la generación militante de los setenta. Un nuevo vuelco, sorpresivo, en la Argentina pendular, la de los juicios a las juntas militares pero también la de los indultos. En la que, hacia 2002, todo parecía indicar que la Corte Suprema se encaminaba a clausurar definitivamente la revisión del pasado con un fallo favorable a las leyes del perdón a los militares.

Éste es un libro situado a mitad de camino entre la historia reciente y el periodismo cotidiano. Habla sobre cosas que todavía están en progresión. No es un libro sobre los setenta, aunque en algunos pasajes vuelva sobre aquellos años para contextualizar hechos más cercanos en el tiempo.

Hace dos años, Isidoro Gilbert me propuso que encarara este trabajo. El proyecto inicial era abordar el fenómeno de los grupos procesistas, de la “familia militar” y de familiares de víctimas de las organizaciones armadas revolucionarias, que se oponían activamente a la política de derechos humanos, a los juicios y a la interpretación presidencial sobre la violencia de los setenta. Eran “los otros” de un escenario político copado por Kirchner, un presidente que se hallaba en la cúspide del proceso de acumulación de poder, en niveles con pocos precedentes.

Sin embargo, el proyecto se amplió necesariamente. La confrontación de Kirchner hacia las Fuerzas Armadas excedía a esos grupos minoritarios y con poca incidencia entre los militares en actividad. La conflictiva relación de Kirchner con los militares tenía muchos episodios que merecían ser profundizados y que marcaron el período, con fuertes cimbronazos internos por la decisión de Kirchner de bajar los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar, y de exigir a la Armada la cesión de la ESMA para convertirla en un “museo de la memoria”.

Había además preguntas sobre Kirchner, el primer presidente desde 1983 que se reivindicaba parte de la generación militante de los setenta “diezmada” por la dictadura. Sin antecedentes conocidos en materia de derechos humanos, había que remontarse a su militancia universitaria en La Plata para encontrar algún punto de confluencia con su nuevo discurso y sus acciones.

Al final del libro aparecen listados aquellos entrevistados que accedieron a ser mencionados como fuentes de este trabajo. Vale aclarar que sólo deben atribuírseles los testimonios que están explicitados como tales. Otras tantas personas accedieron a hablar a condición de permanecer en el anonimato, la mayoría por ser militares aún en actividad, funcionarios o ex funcionarios del Gobierno. Su deseo fue respetado como un principio elemental.

Una dificultad parar avanzar en un mayor conocimiento de los hechos que se narran fue justamente que muchos personajes clave de este relato seguían o aún siguen en funciones. Cuando se indaga en episodios del pasado, generalmente a mayor distancia en el tiempo con los hechos se acrecienta el interés de los involucrados por brindar su testimonio, sea por la motivación de toda fuente en moldear la memoria de los hechos según su propio punto de vista, o también por la conciencia de un compromiso con la historia en la que fueron protagonistas. En este relato de episodios del pasado reciente, y aún contemporáneos, los intereses se ven más afectados y condicionados por las necesidades del presente político. Todo esto significó un atractivo adicional en el desafío de contar una historia que aún se sigue escribiendo.

Buenos Aires, julio de 2009

1

EL DESAFÍO

—¡Bendini lacayo! ¡Bendini traidor!

Los insultos contra el jefe del Ejército se colaban entre los discursos de la tarde del 24 de mayo de 2006, mie

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